Revista de actualidad, cultura y pensamiento

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Por una razón abierta

En Filosofía por

¿Cómo acaba la historia de Ulises, el marino griego? Según la versión que nos vendieron a todos, regresa a casa, se carga a los malos, rescata su mujer y comen perdices por siempre jamás.

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Hartazgo político

En España por

Decía Ratzinger que la duda era el punto de encuentro entre el creyente y el ateo. De igual manera, el hartazgo hacia nuestra clase política parece ser el lugar común donde nos encontramos todos los credos ideológicos.

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Dar gracias, ¿por qué?: la experiencia de Dorothy Day

En Religión por

Dorothy Day no es de esas personas planas, que no molestan o dejan indiferente. Siempre fue extrema, en su vida, en sus posiciones y en su personalidad. Vivió su vida consumiéndola y consumiéndose en una intensa búsqueda de la felicidad.

Nace en 1897 en Brooklyn, Nueva York, en una familia protestante de clase media. No parece que su entorno familiar haya sido de lo más acogedor debido a un padre frío y distante. Pero la joven Dorothy, de una gran inteligencia, se apasiona por la literatura y se evade de esta manera. Los autores que más le atraían eran los que hablaban de las condiciones de vida de los pobres como London o Finger. En su adolescencia, se aleja de la religión porque ella misma dice:

“No vi nunca a nadie (en la iglesia) quitarse el abrigo para darlo a los pobres. No vi nunca a nadie, dando un festín, invitar al ciego y al paralitico…No quería de una caridad que se reserva a un pequeño grupo de gente (…)” (Day, 1952, 39) (1)

A los 16 años acaba con antelación el colegio y se inscribe en la Universidad de Illinois para estudiar periodismo. No aguantará mucho tiempo en los pupitres universitarios y nunca acabará sus estudios. Rápidamente sale a la calle para contar como malvive la gente de esta época y trabaja para varios periódicos anarquistas y de izquierdas. Su padre se niega a que Dorothy vuelva a la casa familiar y ella experimenta entonces el frío y el hambre, subsistiendo con el poco dinero que le dan sus artículos. También, milita como feminista y tras asistir a una manifestación para el derecho de voto, la encarcelan en 1917. Esa no será la única vez que esté en la cárcel, pasará allí varios periodos de su vida.

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Hay tierras que tienen que ser muy aradas par dar fruto

Empieza a rodearse de un círculo de artistas bohemios y pensadores anarquistas. Escribe una novela autobiográfica, The Eleventh Virgin, en la cual describe el ambiente en el que se mueve en esta época. Se enamora locamente de un hombre, Lionel Moise, y se queda embarazada de él a los 22 años. Por miedo a que la abandone, decide abortar. Él la dejará de todas formas poco después. Según los testimonios de varios de sus amigos (2) tras el abandono de Moise, Dorothy intenta suicidarse varias veces. Después de este trauma, se casa por despecho con un hombre que casi le dobla la edad y se dedica a viajar por Europa durante un año con él. Poco después y nada más volver a Estados Unidos se divorcian.

En 1925, se enamora de Foster Batterham, ecologista ferviente que le enseña a contemplar la naturaleza y con quién encuentra un poco de paz. De nuevo se queda embarazada y decide quedarse esta vez con el bebé. Batterham le deja la decisión a ella, no está ni a favor ni en contra. Estando embarazada, se opera un cambio en Dorothy, busca acercarse a Dios. De manera muy progresiva se acerca a la fe católica pero con un gran sufrimiento interior. Foster, el gran amor de su vida, es ateo convencido y le ha advertido que en caso de que se convierta, él no seguirá a su lado.

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¿Por qué estudiar Antropología?

En Pensamiento por

Artículo escrito por la autora invitada Cristina Ruiz-Alberdi,  profesora de la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid

A lo largo de mi vida, he podido comprobar que muchos problemas, de todo tipo, se podrían haber evitado si nos hubiésemos informado mejor. Simplemente, he observado que una gran parte de los errores que cometemos son por ignorancia.

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El corazón del periodista

En Periodismo por

Ser periodista se está convirtiendo cada vez más y más en que lo “utilicen” a uno. A quienes nos dedicamos a este bello oficio –“el más hermoso del mundo“, se decía antes– nos faltan manos para enarbolar más banderas. Habría que alzar una por cada colectivo, corriente, ONG, movimiento, asociación o lobby que ve en nosotros la oportunidad para adelantar unos pasitos en la carrera por colarse en la agenda mediática y por hacerlo antes que el equipo contrario.

Esto nos coloca a los profesionales de la comunicación en una situación comprometida. Les pondré un ejemplo: Sigue leyendo

El triunfo de los torpes

En Asuntos sociales/Educación por

“Es que hoy, cuando un niño brilla desde el colegio todo el sistema está creado para machacar cualquier destello de brillantez, de inteligencia o de independencia, para que no deje a los torpes atrás. ¿Os dais cuenta del descrédito que la élite tiene y del acoso que hay? Es una de las peores amenazas que tenemos. Nos están dejando sin élites. ¡Es el triunfo de los torpes!” 

Estas bílicas palabras corresponden a Pérez-Reverte y están extraídas del XL Semanal de hace algunas semanas, donde el grupo Vocento tuvo a bien juntar a tres espadachines de las letras como son el autor del malparado Falcó, el nobel Vargas Llosa y el filósofo y escritor Javier Marías.

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Comando cochino; el fin del periodismo

En Periodismo por

La semana pasada el periodismo en general, y el español en particular, se permitió echar una canita al aire.

“Una manada de jabalíes mata a tres miembros de Estado Islámico en Irak”, rezaban en sus titulares online El Mundo y La Vanguardia.

“Un grupo de jabalíes acaba con tres terroristas del ISIS cuando preparaban una emboscada”, comentaba en la sección “Animales” el diario digital El Español.

“Donald Trump ficha a un jabalí como Secretario de Defensa”, decía el siempre afilado (y cada día más cercano a la realidad) El Mundo Today.

Esta “noticia”, hilarante cuanto menos, repicada por el mundo con alegría, pone el foco en la realidad informativa que nos toca vivir; donde las creatividades de sofá, los gags de ingenio que nos brotan tras dos paradas de metro y los artículos destacados de los diarios serios, se confunden en una suerte de chiringuito llamado “mundo digital”, donde, definitivamente, todo vale.

Esta “noticia”, que hasta el día de ayer ninguna cabecera se había sentado a darle una vuelta sobre la veracidad o no del relato, fue puesta en marcha por  The Times y The Telegraph, tal y como recogía Patricia R. Blanco en El País, que tuvo la molestia de titular, a petición (probablemente) de algún redactor jefe cebolleta; “La inverosimil victoria de los jabalíes contra los terroristas del ISIS“.

La cuestión es que una vez más, el canon de la facultad de periodismo sobre la imperiosa necesidad de la existencia real de fuentes que acrediten los hechos que nos disponemos a narrar, vuelve a quedar en el tintero de lo teórico y las rectificaciones y matizaciones ante cualquier imprecisión de una información; como un ejercicio para los necios que se detienen a analizar la actualidad.

Tal vez por eso hoy -día internacional de la libertad de prensa- sea un buen momento para reivindicar el fin del periodismo.

Porque, francamente, nadie está hoy en disposición de detenerse dos minutos. Y mucho menos los periodistas y redactores. Lo importante es el flash, el deslumbramiento que las letras todavía nos provocan si son conjugadas de tal manera que sea caldo de retweet o de comentario jocoso en el grupo de Whatsapp de turno.

Si uno de los grandes lo ha dicho, lo diremos todos.  Y si nadie rectifica o matiza la improbabilidad del relato, menos yo. Que la fe de erratas, con algo de mala baba y a estas alturas de la película, podría entenderse como un marco legislativo de esta rat race en la que estamos constreñidos.

Los lectores, fagocitadores empedernidos de datos y que cada día se sienten más capaces de diagnosticar su embotamiento mental (lo llaman “sobreinformación”), se mueven hacia aquello relacionado con la prensa cotidiana con escepticismo, apatía y altas dosis de incredulidad.

Tal vez por eso hoy -día internacional de la libertad de prensa- sea un buen momento para reivindicar el fin del periodismo.

Al menos, de la forma en la que se está llevando a cabo.

Porque en los titulares no confirmados de jabalíes y terroristas, solo puede haber una explicación lógica desde la información regida por empresas privadas. Arrastrar un par de clicks más al contador diario. Conseguir un par de anunciantes más porque “seguimos creciendo” (frase mantra de todas las cabeceras tras las oleadas de EGM).

En definitiva, más pasta para el zurrón para seguir engrasando la rueda. Fenómeno, en cualquier caso, absolutamente legítimo siempre y cuando lo que se edulcore, agregándole cierto atractivo literario al titular, sea una verdad fría que necesite algo de estímulo. Pero estimular no quiere decir adulterar. Y es conveniente que dichas licencias “artísticas” vayan más hacia los editoriales o espacios de opinión que a las secciones generalistas de información de los medios convencionales.

Quizás la duda es si el periodismo tradicional está jugando a no ser convencional. Y si verdaderamente ya no podemos llamar información a lo que otrora fueran los datos que digeríamos, con un periodista entremedias, para componernos una idea de hacia donde va el mundo.

Este acontecimiento porcino-belicoso, uno más en la serie de aventuras chestertonianas a las que nos enfrentamos cada día, puede sin embargo que llegue próximamente a su fin gracias a la tecnología, engrosando con ello, la nutrida lista de periodistas parados. Y podremos echarle la culpa a Quill o Narrativa , o las ideas parecidas que vayan surgiendo de ahora en adelante.

Hablamos de softwares capaces de redactar a través de un algoritmo que recopila datos estadísticos una crónica; articulando y adjetivando -si es necesario- un texto sencillo listo para consumir y olvidar.

Todo al más puro estilo de los redactores de estas pseudo-noticias.

Y no considero que vaya a ser un gran drama. Y seguramente, visto el patio, sea deseable.

Las ventajas para los críticos del periodismo actual son innegables: tendremos menos que criticar. Exigiremos a los valientes que quieran vivir de la información que no se remitan exclusivamente a empaquetarla o a deformarla, sino que se mojen y aporten su bagaje intelectual para refutarla y ponerla en contexto. Habrá un avance hacia la opinión y corresponderá a estas aplicaciones y a los gabinetes de comunicación de las empresas (inclusive la panadería de la esquina) informar sobre lo que a ellos les acontece y el valor que generan en su entorno, documentando su día a día gracias a los usuarios y a los “pelotazos” de interés que sean capaces de llevar a cabo en redes sociales.

Las ventajas para los cínicos son irrenunciables: un programa informático es más barato que una redacción de humanos que quieren comer y vestirse. Los tiempos, una vez que le cojamos el tranquillo a la “cosa tecnológica”, serán más reducidos por lo que podremos embotar con mayor entusiasmo la cabeza de las gentes. A mayor actualidad y mayor presencia a menor coste, más audiencia, más sobreinformación y menos errores de prisma humano.

Sea como sea, el paradigma entre lo que estas nuevas herramientas terminan de implantarse, es para echarse unas risas y tocar el violín con entusiasmo mientras el barco hace aguas.

 

La insoportable necesidad de tener razón (II)

En Asuntos sociales por

Siguiendo en la línea del anterior artículo, algo surge en nuestro interior, propio de la condición humana e inherente a ella a pesar de los siglos y del progreso. Una vez que hemos conseguido creer que tenemos razón absoluta, entonces surge repentinamente uno de los estados más detestados por cualquier ser que pueble la tierra.

Surge el miedo a la posibilidad. ¿A qué posibilidad?

A toda aquella que pueda en cualquier momento y de cualquier forma hacernos despertar y darnos cuenta de que es posible que estemos equivocados. De que es posible que nuestra razón no sea una roca imperecedera, de que sus argumentos se desmoronen a la luz de lo ajeno y se desmenucen en finas láminas para acabar diluyéndose en un segundo, o varios, como la arena que se pierde entre nuestros dedos, frágil, en silencio, rítmicamente. El miedo a que la ley de la gravedad haga caer aquello que era indestructible. Miedo al sonido de las trompetas que hicieran caer nuestros muros de Jericó. Miedo a ver nuestra razón amenazada por la posibilidad de no ser una verdad irrefutable, innegable e imperecedera.

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La insoportable necesidad de tener razón (I)

En Asuntos sociales por

Vivimos en una sociedad que ha desterrado la necesaria posibilidad de estar equivocado, de errar y de, por qué no, aceptar la probabilidad del fracaso en aquello que se comienza. Todo se nos debe ofrecer y todo ha de ser conseguido sin asomarnos a la posibilidad de lo contrario, pues se nos ha inoculado de manera incesante el axioma que obliga a la vida a hacernos perennemente felices por la única razón de creernos merecedores de ello.

De un tiempo a esta parte, el discurso político-social se ha radicalizado, y no sólo en estas vertientes, sino que lo ha hecho en cualquier lugar donde la sociedad haya colocado su imperfecta presencia. Hemos elevado nuestras causas a los altares de las verdades irrefutables que no pueden, bajo ningún concepto, dar espacio a lo contrario. Sigue leyendo

Silencio y nos salvaremos

En Pensamiento por

Los hombres, si conocemos, deformamos. Esta es la gran verdad sobre la mirada del único ser con capacidad intelectual —presuntuoso término este derivado del latín “leer dentro (de lo real, se entiende)—.

La idea, que en griego significaba “lo que se ha visto“, es algo así como la suma de dos factores: el objeto real que se presenta y la estructura subjetiva con que se entiende lo de delante. Las flores que posee tu mujer son aquellas que le estás regalando, ¡oh atentísimo marido!, con algo de ella misma. Si está enfadada, probablemente sean muy distintas las tuyas de las suyas, siendo únicas ahí fuera. Sigue leyendo

Es usted un filósofo

En Filosofía/Pensamiento por

¿Quiere usted empezar a filosofar? O, da igual, ¿no quiere? No tiene escapatoria. Es necesario que lo sepa: es usted un filósofo, lo quiera o no.

Incluso el más ignorante de los hombres de esta tierra está imbuido en su forma de pensar por nociones heredadas que, en cierta manera, son ya de por sí “filosóficas” y que suponen una forma particular de ver el mundo. Especialmente en el caso de quienes han nacido y crecido en el seno de una sociedad occidental, todos tienen en su acervo filosófico un buen número de principios y axiomas intelectuales heredados (a menudo mal heredados) de gigantes del pensamiento moderno tales como Descartes, Kant, Hume y, muy particularmente, Nietzsche. Sigue leyendo

Confesiones de un escritor borracho

En Pensamiento por

Recuerdo que una vez en el colegio un profesor, no recuerdo de qué asignatura, me preguntó a quemarropa: “¿tú cuál crees que ha sido el mejor invento de la Historia?“. No me detuve a pensar un solo momento acerca de la cuestión, convencido como estaba entonces de que la sabiduría consiste en haber reflexionado sobre todas las cuestiones –y haber obtenido respuestas– en un tiempo ignoto pero siempre anterior al de la inquisición de terceros. Contesté altaneramente que el candidato perfecto había de ser el coche.

El profesor había estado aguardando con cierta curiosidad mi resolución, como si intuyera que había de sorprenderle, y cuando me escuchó hizo una mueca de aceptabilidad y resignación y se marchó. Sigue leyendo

Razón de la Universidad: In Itinere Veritas

En Educación/Pensamiento por

Vivimos tiempos de profunda zozobra, esto ya nadie lo duda. La evidencia del desastre económico que padecemos es una muestra, pero no la única; la inestabilidad política al igual que la crisis artística, o la deshumanización del arte –que diría Ortega y Gasset–, la crisis educativa, el preocupante desequilibrio ecológico, “la insuficiencia de las doctrinas modernas –afirmaría Charles Péguy–, el vacío demasiado evidente, demasiado aparente, del intelectualismo moderno”, o la tristeza y el desencanto del hombre occidental –que tan genialmente refleja el poeta y novelista francés Michel Houellebecq en sus obras (Las partículas elementales, El mapa y el territorio y La posibilidad de una isla)–, son otras secuelas. Sigue leyendo

Periodistas: ¿Sirve de algo lo que hacemos?

En Periodismo por

El domingo recibí un mensaje a las 21:15 de la noche:

-Duda existencial: ¿Tú crees que nuestro trabajo sirve para algo? (Era de una periodista amiga mía tras una jornada laboral de 12 horas)

-Pues a un nivel básico, damos un servicio, somos vasos comunicantes. La gente necesita enterarse más o menos de qué va la cosa y nosotros se lo contamos… Eso tiene un valor. Pero imagino que tú hablas de cambiar las cosas.

Básicamente… Sigue leyendo

Analfabetos del sexo

En Pensamiento por

Voy a empezar citando a un filósofo que me aburre bastante por lo general, pero que me viene de perlas para esta diatriba que os traigo hoy:

Al hablar tanto de sexo, al descubrirlo desmultiplicado, compartimentado y especificado justamente allí donde se ha insertado, no se buscaría en el fondo sino enmascararlo: discurso encubridor, dispersión que equivale a evitación” (Michel Foucault, Historia de la sexualidad, vol. 1).

Lo que viene a plantear el archivista francés con estas palabras es que, así como se ha planteado en la antigua Roma y en otros pueblos de Oriente un ars erotica, nuestra tradición occidental ha desarrollado más bien una scientia sexualis, que, entre tanta palabrería y discurso sobre el sexo ha conseguido sepultar su verdad: esconder la verdad del sexo mediante el exceso de discurso, decir mucho para no decir nada. Sigue leyendo

¿Qué es el mundo para el sabio?

En Filosofía/Pensamiento por

“También sobre el alma nieva.
La nieve del alma tiene
copos de besos y escenas
que se hundieron en la sombra
o en la luz de quien las piensa”

Federico García Lorca, “Canción otoñal“.

Quiero dedicar esta entrada al vaivén del mar sobre la playa, náufraga en el continente. A los tallos femeninos de las flores vírgenes y a los viriles troncos de la alameda, desnudos de fulgor. A las nubes que visten el cielo; al sol, a la luna y a las estrellas. A todo lo que existe y somos incapaces de ver.

A Sócrates, el único, que todo lo hubo visto antes de legarnos con sinceridad la perla mayor de la vasta Historia: “sólo sé que no sé nada“. Sigue leyendo

Islam y Modernidad: Reflexiones blasfemas

En Cultura política/Pensamiento/Religión por

Más tarde o más temprano, cualquiera que entre a fondo en las Humanidades o se interese por comprender la actualidad más allá de las tertulias periodísticas, termina topándose con las grandes estrellas del pensamiento actual. Toda selección es subjetiva y discutible, pero con toda seguridad el filósofo esloveno Slavoj Žižek (1949) emergerá como una de esas figuras indispensables.

Salvo por extractos aislados, fragmentos citados en otras obras y entrevistas en diversos medios, no soy lector de Žižek, lo que significa que debería tomar prestada demasiada información para poder esbozar su perfil intelectual. Por esta razón, el comentario que propongo sobre esta última obra suya se centrará en el contenido de la misma, “descontextualizado” de la trayectoria de su autor. Con todo, de los datos que fácilmente se pueden recoger en la red, a partir de la lectura de este librito sí es fácil certificar algunas de sus señas de identidad, como son la aplicación de categorías del psicoanálisis lacaniano para el análisis cultural o la hibridación del mismo con la filosofía hegeliana. Ah, y que el tipo es un verdadero agitador, en el mejor y peor sentido de la palabra. Sigue leyendo

El ocaso de la libertad de pensamiento

En Pensamiento por

Escribió uno de los renombrados sabios de ayer, abuelo de la Europa de hoy, que la Humanidad es una mole gigantesca que avanza a base de palos. Como la mórbida masa de arcilla de los tornos de alfarería, pero sin torno y sin alfarero, que se mueve informe y grotesca a paso irregular, buscando una forma determinada que le otorgare mayor perfección.

Si un extremo del todo insinúa una figura cualquiera, de viejo bigotudo y rechoncho, calvo y de tez roja, enano y alhajado, el extremo opuesto ha de alzarse con cierto enfado intelectual, y procurar una apariencia joven con un buen afeitado, de individuo delgado y hasta el límite de la anorexia, a un paso de desaparecer dentro de su propio hueso etéreo; melenudo cual sauce llorón, incluso confundiendo cabello con zapato, altísimo y andrajoso al modo cavernícola.

Situación eterna de asimetría e inestabilidad, que habrá de solucionarse encontrándose con cierta violencia los polos en el centro y originando una nueva realidad, una nueva cara equilibrada, ni niño ni niña ni anciano, ni corto ni largo, ni blanco ni negro, ni catalán ni andaluz. La suma perfección, la reunión de las virtudes de ambos sin los vicios de ninguno, la constitución definitiva del ser humano, que sin embargo durará un año. O dos a lo sumo. Será marginado el centro al lado más lejano del círculo de lucha, y enfrente de él, en la inmensa lejanía, volverá a erigirse su contrario, con quien deberá guerrear para dar origen a la nueva perfección, siempre mejor que entrambos y peor que la siguiente.

Galileo, obligado a retractarse por un tribunal de la Inquisición, presidido por san Roberto Belarmino

Hubo un tiempo en que en Europa sólo existía una forma de pensar permitida. Los edificios más altos de cada ciudad habrían de ser las catedrales, la única religión la católica romana, el único poder decisorio el varón y dos más dos serían cuatro. El sol giraría en derredor de nuestro planeta, las circunferencias no podían ser cuadradas y se confesaría que Adán y Eva se montaron su festín prohibido por el que la Humanidad sigue reprobada.

Pero hubo insensatos que osaron dudar de las verdades no demostradas que se legaban los hombres generación a generación. Galileo retomó la tesis de Copérnico y blasfemó contra la Sagrada Biblia mentiras desarraigadas, sandeces de críos; Lutero compitió por la hegemonía religiosa con la Todopoderosa Roma y otros tantos se atrevieron a negar el dogma, la cátedra sentada por unos seres de gorros violetas, rojos y blancos.

El Index Librorum Prohibitorum, un documento eclesiástico que recogía, hasta su desaparición el siglo pasado, los títulos de los libros prohibidos por la Santa Sede, empezó a engrosarse sin mesura llegada la era de la diosa Razón, aquella prostituta de la mitología francesa que se entregaba a gordos y a flacos. El hombre se dio cuenta de que a lo mejor la fe era un producto fantasioso de abuelos desmejorados y que la tradición generacional, aquel legado de sabiduría entre padres e hijos, podía ser un bonito embuste. Un tal Descartes se atrevió a revolucionar el pensamiento dudando de todo (por dudar, llegó hasta a intentarlo consigo mismo, cosa que el bendito halló imposible), y enseñó a sus coetáneos a poner en tela de juicio cualquier observación. Todo era mera apariencia de verdad, a no ser que por su nivel de evidencia produjera certeza ineludible. Pero el camino era ése: eludir la certeza.

La Santa Madre Iglesia, con su petréa vara de medir, continuó latigando las espaldas de los primigenios librepensadores, y cuando no lograba acallar el “error”, se chivaba a su marido, el Estado, para que reprimiera con la hercúlea y despiadada diestra de la forma que la mujer nunca se atrevió a pensar. Luego veía la sangre de aquel hijo común que amenazaba con arruinar a sus hermanos, y prefería callar si el adolescente rebelde cesaba en su empeño de dar problemas. No eran necesarias más lágrimas si con una bastaba.

Immanuel Kant

Pero la sangre de los mártires regó la sementera de nuevos corderos que se ofrecieron a tributar a la verdad con su carne maniatada sobre el ara, y proliferó la heterodoxia por doquier, hasta que el famoso filósofo de Königsberg consagra el movimiento del que es heredero y pronuncia la sentencia de muerte del dogma, que se ha hecho popular entre quienes se llaman librepensadores: atrévete a pensar por ti mismo.

Acabóse, la causa de la libertad comenzaba a brillar con luz propia, destellando su aureola blanquecina, pura, sobre la conciencia del hombre moderno. Una nueva religión se abría paso desde las nalgas de la madre libertad, y después vendría otra, y otra. Europa se vio sacudida; el europeo medio se veía confundido, habiéndose derrumbado la infalibilidad magisterial de la Santa Madre Iglesia y surgiendo heterodoxos a punta de pala, de bajo tierra donde tuvieran su escondrijo. Ahora era lícito pensar, se canonizan en religiosa ceremonia las dudas de fe y las dudas de ciencia, y se proclama la victoria final: el dogma ha muerto; es la era de la opinión.

Las primeras declaraciones de derechos articulan las libertades básicas de pensamiento y de conciencia, y pese a intentonas infantiles y periodos de mayor restricción estatal (véase la Historia de nuestro pueblo español), se abandera en mano izquierda el librepensamiento como un derecho: la Libertad, aquella dama entre el verde y el azul del Nuevo Mundo, subió su antorcha al cielo y alumbró el Universo. Pronto se reconocería el derecho como inalienable y fundamental en todos los instrumentos internacionales.

Pero como así es la mole de arcilla humanoide, si frente al viejo carca de aquella lejanía se levantó el joven irreverente de este lado tan cercano a nosotros, alguno de centro podría bostezar aburrido y cansado de la espera de aquella síntesis dialéctica, de esa búsqueda de equilibrio que demandan el progreso y la evolución. Si el anciano dicta sentencia en materia de todo cuanto se le antojare (aquel viejo que todavía para muchos es mitrado), aquí, en el lado del jovenzuelo, no hay quien se ponga de acuerdo; no hay opinión coincidente ni teoría concomitante, es francamente imposible encontrar de entre los sabios dos que concuerden en todo. Se discute desde la entrada por detrás de Pepe (que no se note mi alma blaugrana) o la cartulina de Mateo de la Hoz hasta el origen de las especies y, por discutir, el color de la pared.

Me encanta lo de la pared: yo sólo distingo dos tonos de verde, a saber, el claro y el oscuro. Pero hay superhombres capaces de distinguir tres, cuatro y hasta cinco tonalidades del color. Los expertos han teorizado sobre la posibilidad de que un sujeto distinga incluso seis verdes. ¡Seis verdes! Aún no se ha visto ninguno.

Tengo que confesar los quebraderos que me causa esta trivialidad con mi pareja. Donde yo veo naranja, un naranja claro lindando con el rosa, ella ve rojo, y donde yo veo azul, ella se aferra al verde. O el azul es el sexto tono del verde o, realmente, tenemos opiniones distintas. ¿Se imaginan cuando haya que elegir el color de la pared del dormitorio?

No hay consenso, nunca lo hay. Los jóvenes irreverentes y heterodoxos es lo que tienen: no se dejan convencer por nada ni por nadie; todo vale, todo es opinable. Hemos sustituido la verdad por la idea; lo que importa no es la cosa que no hay diablo que la escudriñe: lo válido es la mente, lo que “uno buenamente cree”. Y como por ella hay que guiarse, procurando que se adecúa a la misma realidad, la entronizamos en el templo del conocimiento, y a la opinión la llamamos sabiduría. Todo ha cambiado.

Estatua de la Libertad

Todo ha cambiado: la cosa ya no tiene la sílaba tónica. La nieta de aquella prostituta francesa, la diosa Razón, nieta que es la diosa europea de ahora, la puta Opinión; la puta opinión, decía, que se da a todos y a ninguno, es la batuta que concierta el mundo circunstante. Pero como hay tantas opiniones como hombres pensantes (u opinantes) se ha de constituir un nuevo pilar para la convivencia social que las personas civilizadas ya han integrado en sus almas (con perdón): la sacra Tolerancia. La Tolerancia es aquella señora, ni vestida ni desnuda, ni alta ni baja, o mejor sin cuerpo, sin parecido con nadie, que arbitra para que ninguna Opinión carca, al modo de la Razón inveterada, recrimine su libertinaje a las putas Opiniones, que tan grotescamente dejan ver senos y vergüenzas a la primera Idea que asoma a su alcoba. Y cuando se cansaren, a por la siguiente, y así sucesivamente.

Lo que no logra la sacra Tolerancia, aquel espíritu omnipresente que todo lo ordena, es concertar la idea con la realidad. Tanto es así que a cuantas opiniones en el <<mundo>> convienen tantos <<mundos>> unipersonales. Somos como Truman, o como los buzos de ayer, con aquellas escafandras claustrofóbicas, pero opacas, que contienen un mundo entero que es el único que interesa al ser buceante. Nadie quiere ver más allá porque a nada interesa: ¿qué es la verdad? Aquella cuestión tan espinosa e incómoda. No importa qué diantre sea la verdad, ésa es la única verdad.

Total, si un buzo, por ciego artificial, choca con otro buzo de otro mundo, ahí estará Tolerancia para preservar la integridad de las escafandras. Mandará a uno y a otro a mirar contra la pared. La pared…

Tanto es así que un tal Heidegger llegó a preguntarse, con la seriedad del claustro universitario:

¿Es el <<mundo>>, en definitiva, un modo de ser del hombre? Entonces, ¿no tendrá por lo pronto cada hombre su propio mundo? ¿No se convierte así <<el mundo>> en algo subjetivo? ¿Cómo podría, en ese caso, ser todavía posible un mundo <<común>>, <<en>> el que sin duda estamos? Y cuando se plantea la pregunta por el <<mundo>>, ¿a qué mundo nos referimos?

Nos toca bostezar, hasta que viejo carca y joven irreverente tengan a bien pegarse a brazo partido y nazca la nueva diosa: la verdad de libre asentimiento.

Ensayo sobre el hombre perdido

En Pensamiento por

Es un lugar común entre los historiadores de la Filosofía afirmar que estamos en una nueva era, la postmodernidad (al menos respecto al razonamiento discursivo), caracterizada si no por un encarnizado escepticismo, o más aún el fundamentalismo nihilista, sí por una profunda desconfianza frente a toda pretensión de verdad.

No en vano dijo el afamado filósofo y psiquiatra Viktor E. Frankl, desde el campo de concentración en que fue deportado por el régimen nazi de A. Hitler, que la barbarie del S. XX traía consecuencia de las mesas de los sabios: fueron los grandes pensadores de la edad moderna, sobre todo un Hegel en que el antisemitismo tuvo su epicentro, quienes teorizaron en ese sentido sobre la verdad del hombre y la inferioridad de la raza judía. Sigue leyendo

Posmodernos y anti científicos (o la noche oscura de la Razón)

En Ciencia y tecnología/Pensamiento por

Desde las razones para la elaboración de las políticas gubernamentales hasta la elaboración de los currículos educativos, todo pasa por la decisión soberana de la ciencia, que aprueba o desaprueba en último término cada una de las decisiones de la vida del Estado. Incluso para obtener el carné de conducir, uno ha de someterse al examen científico de las propias capacidades físicas antes de poder demostrar que sabe conducir.

Pese a que no considero un error aplicar el raciocinio a todo aquello que es susceptible de ser sometido a su juicio para ser conocido con mayor verdad, lo cierto es que –como casi todo– al convertirse en la “panacea” de una sociedad la ciencia empírica termina por romperse.

Así, más allá del ámbito de la física, la medicina, la estadística o la matemática, el argumento científico se ha convertido en la meretriz de cualquier discusión social entre colectivos y sujetos, arrojándose datos y cifras a la cabeza con independencia de que tengan la autoridad o el compromiso necesarios (o el más mínimo interés) para esgrimir con verdad sus argumentos.

Pongamos un par de ejemplos: la ciencia sirve igual para condenarnos (todavía por razones desconocidas) a los que nos llamamos cristianos que para construir un puente o diseñar un ‘smartphone’. Eso sí, dada su condición de ramera, se la puede abandonar sin remilgos en favor de la conveniencia cuando se trata de abordar la humanidad o no humanidad de un feto o asumir que, simplemente, debe ceder a la legitimidad de los “sentimientos” si se trata de dirimir el “género” de un sujeto.

Feyerabend se equivocó. No es la ciencia la que guía los destinos de nuestra sociedad. En lugar de su “tiranía”, vivimos el auge de la tecnología, la aplicación práctica de la ciencia, cuyo desempeño no exige ningún tipo de compromiso intelectual o moral con la realidad más allá del pragmatismo a cambio del poder de transformar la realidad de acuerdo a nuestros propios intereses, sean estos legítimos o no.

No es que tenga nada contra los ingenieros, cuya labor y aportación a la sociedad es encomiable, pero la preferencia de nuestra sociedad por la “tecnología” frente a la “ciencia” puede servirnos como imagen de la degradación moral que sufrimos consciente o inconscientemente como pueblo.

¿Qué tienen que ver ciencia y moral?

La pregunta que alguno podría haber formulado llegado este punto es: ¿Qué tienen que ver ciencia y moral?

Tanto para alcanzar el descubrimiento como a consecuencia de él, el hombre de ciencia (a partir de este punto abrimos la ciencia también a las disciplinas no empíricas) desarrolla la humildad absoluta ante la realidad que investiga. Ya sea mediante la resignación o a través de la aceptación voluntaria, quien quiere obtener el fruto de la investigación se ve obligado a jugar con las reglas del juego que el universo le impone con su modo de ser y de actuar.

El investigador no inventa, reconoce. No es un proceder creativo en tanto que no consiste de la modificación de aquello en lo que centra su atención y solo por amor a la realidad (sin el cual no es posible mantener en el tiempo el enorme esfuerzo y desgaste personal que supone investigar) desarrolla la creatividad necesaria para encontrar los escalones que hacen falta hasta llegar a la contemplación de aquello que apenas se vislumbra.

La lista de valores, virtudes y actitudes que derivan del ejercicio de la ciencia es larga. No pensaba detenerme en ella para no alargarme más de lo necesario (su tiempo es valioso) pero, si les interesa, les recomiendo vivamente la lectura de un buen libro que me prestó un buen amigo : ‘Solo el asombro conoce‘.

Humildad, creatividad y amor, el punto de partida

La civilización occidental, desde sus primeros estadios hasta el día de hoy, se ha caracterizado por ser la única capaz de desarrollar una cultura “científica”. Es decir, por fundar su modo de vivir y su cosmovisión en la búsqueda y el descubrimiento de lo que las cosas son realmente, en lugar de apoyarse sobre el mito y cerrarse a la crítica.

¿Verdad contra convivencia?

Hoy en día, como ocurrió también en la historia reciente, cometemos la imprudencia de abandonar el espíritu científico para echarnos en brazos de la “realidad particular” afirmada por encima de la realidad completa. En el pasado fueron las ideologías comunitaristas (nacionalismo, socialismo o nacionalsocialismo son algunos ejemplos) y en la actualidad el fenómeno se ha reducido al ámbito y a los intereses del yo.

Esta afirmación suprema del nosotros o del yo supone renunciar al orden natural del mundo en que vivimos para ordenar el valor de las cosas de forma que el interés de quien sostiene esta posición se vea inmediatamente beneficiado. No es ya la realidad que es la que impone la ruta a seguir de nuestras sociedades sino que la hemos sometido al cómo debería ser para que nuestros deseos queden saciados (cosa que nunca llega a ocurrir).

De este modo, redefinimos el género, la persona y la familia, destruimos el medio ambiente, separamos la sociedad en castas o identidades “nacionales” contrapuestas (por poner algunos ejemplos de actualidad) como justificación ideológica para ejercer la violencia sobre aquella parte de la realidad que, a nuestro juicio, nos impide alcanzar la satisfacción de nuestras aspiraciones.

Así, convertimos el odio en herramienta transformadora de la realidad bajo la premisa de que la naturaleza está mal hecha, en lugar de buscar en los fenómenos del hombre, la sociedad y el mundo la forma correcta de mirar y tratar lo ajeno a nosotros mismos. ¿Cabe esperar que no sea así?

El hombre occidental está llamado a ser científico, no desde el laboratorio sino en su relación con los otros y con el mundo. Todo lo que hemos alcanzado lo hemos hecho desde la observación atenta y la comprensión de aquello que nos rodea, de forma que, respetando el mundo, hemos obtenido de él el mejor modo de convivencia. La tecnología de que disfrutamos es buena muestra de ello.

Ahora bien, desde el momento en que hemos dejado de mirar asombrados a cuanto y quienes nos rodean, de estudiar con pasión, pero también con humildad, amor y creatividad, nos hemos condenado a pelear, unos con otros, por los restos de la civilización y del mundo. Hemos convertido al mundo y a los otros en instrumento para nuestro beneficio (o enemigo de él) en lugar de hogar y compañía de nuestras vidas, respectivamente.

Son muchos y muy complejos los problemas por los que pasa España en estos momentos. Desde la difícil comprensión de las causas y de la salida de la crisis económica (obviando reduccionismos ideológicos que se enmarcan en la visión dialéctica que acabamos de describir) hasta la convivencia entre los distintos, ya sea por el nacionalismo o por la integración de la inmigración; pasando por el conflicto entre dignidad humana e interés personal (aborto, eutanasia, desahucios, precariedad laboral…), los retos a que nos enfrentamos requieren de lo mejor que nos ha dado nuestra civilización.

De no poner todo nuestro empeño, toda nuestra ciencia, y de no empuñar nuestros mejores dones (humildad, creatividad y amor) para reconocer y comprender los conflictos y corregir el rumbo de nuestra sociedad, nos veremos abocados de forma inevitable a la guerra, ya no entre comunidades ideológicas, sino del yo contra el otro. Será el fin de nuestra civilización.

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