Dos jóvenes rabinos discutían sobre si la tradición apoyaba unos u otros ritos. Fueron a exponer su disputa a uno de los más sabios. «Yo creo que la tradición es…», dice el primero. «No, esa no es la tradición», contesta el viejo rabino. Entonces el otro, envalentonado, espeta: «Claro que no es esa; la tradición es…». Pero el anciano contesta: «No, esa no es la tradición». Confusos, ambos piden la respuesta al sabio, para así evitar seguir discutiendo. «¡Ah! Discutir. ¡Esa es la tradición!», contestó el anciano.
Hay quien relata esta anécdota como un chiste sobre la cultura judía, pero otros saben que es verdad. Es propio de judíos discutir entre ellos el sentido correcto de sus tradiciones. Es propio de griegos discutir el origen de cada cosa y el sentido de las decisiones a tomar. Es propio de romanos discutir sobre política, derecho y guerras. Es propio de cristianos discutir de todo, incluso de Teología y aun cuando durante un tiempo se jugaran la vida al hacerlo. Es, en definitiva, propio de Occidente, creer que existe la verdad, que no la inventamos nosotros –ni como personas, ni como pueblos– y que está en nuestras manos, gracias al debate, llegar a certezas sólidas que dirijan nuestra vida, y no dejar ésta al capricho, la opinión o la moda. Sigue leyendo