Una voz puede ser aguda, rasgada, firme, suave o chillona. Al emitirse, tiende a desvelar el sentir de quien la desprende. Una voz puede sugerir extrañeza o familiaridad, pero ante todo, la palabra pronunciada resulta siempre nueva, resucitada para nombrar la realidad de las cosas, provocar un encuentro o aliarse con el desafecto. La voz, en acto, remite al instante presente.
No es absurdo pensar que el coronavirus sea el gran revulsivo del sector educativo de los últimos cien años. La escuela y la institución del maestro apenas han cambiado respeto a otras entidades sociales como el hospital, pero esto puede cambiar con una rapidez inusitada. Podemos estar ante cambios no solo forzados por las circunstancias, sino por la aceleración de procesos que de otro modo hubieran tardado mucho más en materializarse.
Según el Global Risks Report 2019 publicado por el Foro Económico Mundial, la Cuarta Revolución Industrial está marcada por una línea borrosa entre lo humano y lo tecnológico. En este marco, diversos fenómenos, como la crisis del 2008, los atentados terroristas o la gran oleada migratoria, han ido confluyendo en un punto que genera determinados posicionamientos ideológicos.
¿Cómo acaba la historia de Ulises, el marino griego? Según la versión que nos vendieron a todos, regresa a casa, se carga a los malos, rescata su mujer y comen perdices por siempre jamás.
“Represéntate hombres en una morada subterránea en forma de caverna, que tiene la entrada abierta, en toda su extensión, a la luz. En ella están desde niños con las piernas y el cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar sólo delante de ellos, porque las cadenas les impiden girar en derredor la cabeza”.
“Si una civilización superior alienígena nos mandara un mensaje diciendo, “Vamos a llegar en unas décadas”, ¿sólo contestaríamos “Vale, llamadnos cuando estéis aquí- os dejaremos las luces encendidas”? Seguramente no – pero eso es lo que está sucediendo más o menos con la inteligencia artificial. “(1)
Esas palabras no son las de un lunático sino las de Stephen Hawking firmando conjuntamente con otros científicos una columna en The Independent en 2014. La inteligencia artificial (IA) es, en la mente de muchos, un tema de ciencia ficción o en el mejor de los casos una etapa de un futuro muy lejano. A pesar de ello, las grandes empresas de Silicon Valley están ya invirtiendo millones de dólares en investigación sobre IA. Hace unos meses, Facebook ha abierto su centro internacional de investigación sobre inteligencia artificial en París y Google participa también en numerosos proyectos, hasta tal punto que financia su propia universidad denominada la Singularity University.
La veo y me atribulo al sentirme devorado por augurios entre cómicos y esperpénticos. Veo a mi hija con el móvil y los cascos puestos sentada junto a mí en el mullido sofá del salón y, por el rabillo del ojo, desde la esquina vergonzante del alma paterna, escruto la pantalla y creo adivinar un pulular de jóvenes que cantan, ríen, bailan en un frenesí digital y hedonista.
A veces, me mira y se sonríe y yo me quedo tranquilo porque esa sonrisa es la confirmación de que el solipsismo tecnológico no la ha devorado como a mí mis cómicos y esperpénticos augurios.
Cuando el maná bajó de la nube digital, todos quisieron probarlo. Los teclados y ratones ardieron de esperanza. La salvación se puso a un clic de distancia. Algunos peregrinos se apresuraron a poner velas en el Muro del dios Like. Otros se arrodillaron ante el altar de la gramática instantánea y le rogaron al paisaje polaroid. Y todos fueron felices, la salvación estaba a un clic de distancia.
Pese a que los millennials estamos hasta las narices de que se nos eche en cara lo inútiles e inmaduros que somos, se hizo viral hace no mucho un vídeo de un tal Simon Sinek, en el que se pone el dedo en la llaga haciendo un acertado diagnóstico de nuestra entrañable “Y generation” .
Si no conocen a Camilo y a Peppone, no saben lo que se pierden. En una Italia post-guerra mundial en la que el comunismo ganaba cada vez más números para ocupar el vacío de poder dejado por el fascismo, un periodista italiano, Giovanni Guareschi, imaginó a aquellos dos magníficos personajes: un reaccionario cura de pueblo, Don Camilo, y su antagonista, el alcalde comunista Don Peppone. A cada cual más bruto, más auténtico, más tierno.
Lo genial de las historias de aquella pareja era su terrible humanidad –siendo ambos como eran un par de cabestros– y el elemento cómico que suponía llevar las grandes luchas ideológicas del siglo XX al ámbito hogareño de un pueblo rural, en el cual su gravedad se tornaba irremediablemente grotesca. Al final, Don Peppone acaba siempre escondiendo en su casa al curita de las masas a las que él mismo ha instigado contra la Iglesia y Camilo –tan reaccionario como es él– no puede evitar sacar de más de un apuro a su enemigo político, jugándosela para preservar el buen nombre del alcalde entre sus cuadrillas de comunistas.Sigue leyendo
El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho
Miguel de Cervantes Saavedra
Leía, hace ya bastante tiempo, que eran pocos los que hoy en día dedican parte de su tiempo a la mera errancia, al paseo desinteresado. Algo similar a un caminar sin rumbo predeterminado, que decide su dirección en un presente radical, y que puede variar a medida que dicho caminar va realizándose. Es, en el fondo, un caminar de lo más puro, es él mismo sin fines ulteriores, que entraña una liberalidad casi desaparecida hoy en día en nuestros andares cotidianos.
A lo largo de mi vida, he podido comprobar que muchos problemas, de todo tipo, se podrían haber evitado si nos hubiésemos informado mejor. Simplemente, he observado que una gran parte de los errores que cometemos son por ignorancia.
Todo lo relacionado con los viejos usos y maneras de la enseñanza va quedando atrás con esa sensación de vértigo que procura vivir en un tiempo histórico tecnológicamente acelerado. El profesor que habla, el alumno que escucha, la memoria, los apuntes, los exámenes, incluso el mismo concepto de asignatura empiezan a despedir ese aroma vetusto de una especie cultural a punto de extinguirse. El vacío resultante se envuelve con el manto prestigioso de un progreso sin controversia posible, de un evangelio educativo de obligado cumplimiento tanto por su potente base tecnológica como por su orientación pedagógica.
Entre las muchas virtudes de la innovación educativa, se encuentra la proscripción del aburrimiento. Dado que el alumno, más que el conocimiento, es el protagonista absoluto, todo se orienta a la estimulación de sus capacidades, habilidades y competencias, lo cual solo puede hacerse en un entorno proactivo que evite la pasividad del oyente de un discurso manufacturado. Como si esa pasividad fuese consustancial al hecho de escuchar a un profesor disertando sobre un asunto particular. Profesor que, por acomodarse a un estilo antiguo de docencia, quedaría desacreditado al reproducir una pauta de comunicación intelectual con fuertes resabios autoritarios y jerárquicos. Sigue leyendo
¿Cómo apelar emocionalmente a alguien embebido con Pokemon Go! o con las mejores caídas de YouTube a la realidad y complejidad de un conflicto, cruel y abominable, como es el de Siria? ¿Qué le dice esta guerra a él mismo como persona? ¿Es posible que esa guerra le pueda apelar, conmover, en un plano de realidad tan fuerte (a miles de kilómetros de distancia) que lleve al alienado a salir de sí mismo y encontrarse con el otro?
Publicamos en las redes un falso “estado”, imaginando que siempre tenemos algo importante o interesante que decir, algo vital para el otro pero que en realidad no encierra sino una ensortijada maraña de superficialidades. Nuestros ascensos por un puñado de likes, promociones por promocionar la miseria o alimentar el fluir de cadenas de mensajes de índole esotérico, donde lo cuantitativo (pasa este mensaje a 10 personas o se te caerán las pestañas para siempre) y no la experiencia cualitativa, es lo que te salva.
Desde que la app Pokemon Go ha salido al mercado, no han dejado de sucederse noticias y artículos críticos que analizan los pros y contras del fenómeno mundial. No es difícil encontrar detractores de esta nueva práctica, alegando razones de seguridad vial, espionaje internacional o desapego de la realidad.
Nostálgicos tomistas y otros defensores del realismo filosófico se unen a Green Peace y seguidores de Captain Fantastic y demás amantes de la naturaleza que apelan al empoderamiento de los osos polares y los huertos urbanos frente al desapego que originan todas las formas alienantes de lo virtual. Sigue leyendo
La maquinaria pensante del nuevo comunismo chino ha encontrado en el concepto de ‘gamificación’ (‘ludificación’, según la Fundeu) la que quizá sea la piedra filosofal del totalitarismo de un futuro no lejano. Sesame Credit es, posiblemente, la piedra angular de la tecnología política que permitirá, en caso de funcionar, integrar los beneficios que reporta al Estado el liberalismo en términos de productividad y la seguridad (poder) que comporta el control ideológico de la población.
Más allá de los obvios paralelismos del proyecto del Gobierno chino con algunas de las más famosas novelas distópicas del siglo XX, es necesario comprender la superioridad del planteamiento chino frente a los instrumentos de control del INGSOC o la “soma” y el condicionamiento humano del Mundo Feliz: Sigue leyendo
Iré al grano. Acabo de ver el especial de Navidad de ‘Black Mirror’, esa afamada (afamadísima) serie británica que con tan solo siete capítulos en tres años ha conseguido escandalizar, deslumbrar y levantar pasiones en todo el mundo a partes iguales.
Quizá su éxito se deba solamente al morbo que genera lo rocambolescamente cruel que resultan las distopías presentadas por Charlie Broker en cada uno de los episodios. Personalmente prefiero creer que no, aunque tengo mis dudas. De ser así, las abultadas cifras de audiencia y el reconocimiento social y cultural obtenidos por la serie no vendrían sino a confirmar lo que proponía el terrorista del primer capítulo: que somos una raza despreciable.
La otra hipótesis, la improbable, es que el creador de ‘Black Mirror’ haya conseguido crear lo que en literatura se definiría como un clásico, es decir, una obra que habla de la condición humana, de lo universal.
Pese a los muchos ingenios y artimañas tecnológicas que emplea Broker para presentarnos cada una de las situaciones que plantea en la serie, resulta obvio que, se haya dicho lo que se haya dicho, ‘Black Mirror’ no es una distopía tecnológica, es una distopía a secas.
La diferencia de matices está en que el mal que presenta no proviene de los dispositivos que imagina sino de lo más viejo que existe en este mundo: la corrupción humana. En este caso, dicho mal viene en algunos de los capítulos disfrazado de un puritanismo justiciero que lo hace, si cabe, aún más terrorífico. Es lo que ocurre en ‘White Christmas’, el capítulo estrenado estas Navidades después de casi un año de parón de la serie.
Dicen que cuando el sabio señala la luna, el tonto mira el dedo. Lo mismo ocurre cuando hacemos una lectura de la serie en clave “el problema es la tecnología”, como ya hicieron los amish en su momento (aunque tengo entendido que todavía existen algunos). La tecnología es poder, tanto la de ayer como la de hoy, y el proceso de empoderamiento del hombre es algo que viene produciéndose, por poner una fecha, desde que el primero de nosotros consiguió encender una hoguera en una cueva.
Por eso, cabe sospechar que para que se produzca el mal hasta los extremos que presenta la serie no es estrictamente necesario que se produzca un salto cualitativo a nivel tecnológico sino que termine de producirse otro proceso que viene desarrollándose de forma paralela (sin que exista relación de causa-efecto) al desarrollo de la tecnología: el abandono de la moral.
Claro está que comprender la moral como diez preceptos en una tabla de piedra no nos solucionará (al menos no del todo) el problema de qué hacer con el poder que hemos alcanzado. Más bien cabría encararla como un modo de tratar la realidad y a los otros teniéndolos en cuenta en su integridad.
Como se imaginarán, dicha tarea es casi nada. Quizá por ello hay tan pocos santos. Para este trabajo ‘Black Mirror’ no da la solución. Es labor de cada uno o, aún mejor, de cada sociedad y cada civilización recorrer el camino que sea necesario para recuperar (o alcanzar) el mejor modo de hacer uso de su poder para la felicidad del hombre, es decir, para el bien de toda la realidad.