Pedro Sánchez es el nuevo-viejo secretario general del Partido Socialista Obrero Español.
En una noche plagada de gestos, de instantáneas fugaces de los tres candidatos como muestra claroscura de “unidad”, de corrillos incesantes de votantes y militantes que hablan a la par de esperanza y de hecatombe.
En unos comicios con una participación histórica, donde el 50,21% de los militantes apostaron por el Sí es Sí que otrora fuera el No es No…
Susana Díaz ha actuado como si ya fuese la Secretaria general del PSOE. Ha hecho un Rajoy para entendernos. Pedro Sánchez ha volcado sus esfuerzos en conservar los apoyos que tiene. Una especie de prietas las filas que pocos apoyos va a sumar por falta de visión y de ambición. Patxi López ha hecho el mejor debate dejando en evidencia a sus dos oponentes, cosa poco complicada, la verdad. Sale vivo del debate pero sabe que su batalla de verdad empieza el día 22 de mayo y le ha de llevar hasta el 17 y 18 de junio. El Congreso Federal del PSOE que dibujará los equilibrios de poder tras esta batalla tan fraternal como fratricida.
Nunca un proceso interno del PSOE, en la historia reciente, ha sido tan cainita. Ni en Suresnes, entre la vieja guardia y los jóvenes cachorros del interior. Ni a finales de los ochenta entre guerristas y renovadores. Ni en la pugna entre Almunia y Borrell en el 98 (la victoria más clara, por cierto, en un proceso de este tipo, que se decantó a favor del catalán por 21.394 votos). Ni la de Zapatero y Bono en 2000. Ni la de Rubalcaba y Chacón en 2012. Ni las primarias de 2014 que convirtieron a Pedro Sánchez en Secretario general por 16.352 votos. Sigue leyendo
Hay una cuestión que es innegable. Susana Díaz tiene temple. Tiene aguante.
Es una mujer que desde el primer momento de su carrera política ha tenido que demostrar que está ahí por su carácter, independientemente de los dedos de los siempre bajo sospecha Chaves y Griñan. Por la contundencia de su discurso, siendo éste en ocasiones -como la presente- nulo. Porque lo que ha descolocado a los fagocitadores de exclusivas que se apostan amanecer tras amanecer en la sede de Ferraz ha sido el mutismo de Díaz.
¿Se va a presentar a la Secretaría General? Sigue leyendo
“La primera conclusión de estas elecciones es que el Partido Socialista ha alcanzado al Partido Popular”, dijo Pedro Sánchez ayer al empezar su valoración de los resultados electorales en España. Es cosa sorprendente. Cualquier otro menos creativo habría dicho algo así como “La primera conclusión de estas elecciones es que el Partido Popular ha alcanzado al Partido Socialista”.
El PSOE obtuvo en las elecciones municipales de 2011 un total de 6.276.087 votos, mientras que ayer le votaron 5.587.084. En torno a un 11% menos. Por otra parte, el PP obtuvo hace cuatro años un total de 8.474.031 votos, mientras que ayer recibió el apoyo de 6.032.496 personas. Casi un 29% menos.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que ambas formaciones concurrieron en 2011 en una situación excepcional: el PP obtuvo un apoyo muy superior al que acostumbraba, debido a que el PSOE estaba en sus peores horas.
Desde esta perspectiva, lo lógico sería mirar la evolución de los resultados desde 2007, si aceptamos que estas tuvieron lugar en un momento político de relativa estabilidad. Mirado así, la interpretación de lo ocurrido este domingo podría ser perfectamente la de una relativa vuelta de las aguas a su cauce para el PP, sin dejar de tener en cuenta el desgaste importante que ha sufrido (pierde 1,8 millones de votos en lugar de 2,44 millones de votos) y la de un estancamiento del PSOE en su peor momento (de 2007 a 2011 perdió 1,48 millones de votos y de entonces a esta parte ha perdido 689.003 votos más).
No el balde, el PSOE pedía el pasado 19 de mayo que “no había que comparar los resultados con los 2011” porque la situación “es muy diferente”. En realidad no lo es. El PSOE no solamente no ha sido capaz de remontar sino que sigue cayendo, y ahora sus votos los recogen en buena medida quienes sí han sabido tocar las las teclas para hacer bailar a los ciudadanos.
Por suerte para Pedro Sánchez, la espada de damocles que pendía sobre su cabeza hasta hace unos meses ha quedado mellada, al estrellarse contra unos malos resultados en Andalucía por su incapacidad para formar Gobierno. Susana Díaz ha mostrado sus cartas y no tenía más que doble pareja.
Por su parte, el PP se ha pasado de frenada y, pese a haber ganado las elecciones, va a tener que mancharse las sandalias y bajar a la arena política para conservar el suelo bajo sus pies. De no hacerlo, podría encontrarse en cuestión de una semana con que ha perdido prácticamente todo el poder territorial de un plumazo.
Más allá del “aviso” que algunos dirán que ha recibido (yo no estoy del todo seguro que haya sido un voto de castigo tanto como un verdadero cambio de liderazgo), quizá no sea un mal resultado para los populares (no hay que olvidar que han ganado y que son la primera opción de gobierno), y sea más bien una oportunidad para bajarse del caballo y empezar a hacer las cosas bien. No les queda otra.
Las elecciones en Andalucía, como ocurre la mayoría de las veces con los resultados electorales, sirven para poner el freno a los desvaríos de los gurús apocalípticos, y al mismo tiempo para dar pábulo a los de otros con no mayor credibilidad.
Entre los análisis que hemos desayunado la mañana de este lunes, jornada post electoral, hay conclusiones para todos: batacazo del PP, batacazo de Podemos, Susana Díaz cotiza al alza, Ciudadanos se come a UPyD, IU camino de la desaparición (este último podría ser cierto).
Lo que está claro es que, al igual que en los pasados comicios andaluces, las elecciones de este domingo se han producido en un clima especial como ocurrió en 2012, esta vez marcadas por la crisis y las profecías de la llegada del mesías con coleta, como en aquel momento por el vacío de poder y credibilidad del PSOE, tras el hundimiento del Zapaterismo y la explosión de los ERE de Griñan.
Así pues, los dos puntos más destacables de los resultados de este domingo son, por un lado la vuelta de las aguas a su cauce “natural” (victoria del PSOE) y la irrupción de dos nuevos partidos con una fuerza quizá inédita en nuestra democracia.
Por muchas ganas de revolución que tengamos (las revoluciones son siempre adictivas) y por más que agitemos los datos para augurar el batacazo del PP, no es serio olvidar que Andalucía es y ha sido siempre el patio de la casa de los socialistas (y como tal la han tratado), y que el PP no ganó las elecciones en 2012 por méritos propios (solo subió tres) sino por que el PSOE prácticamente no se presentó a aquellos comicios, en los que perdió nueve diputados (pese a lo cual obtuvo suficiente apoyo para poder gobernar).
No en balde, el PSOE manda en Andalucía desde que dejó de hacerlo Franco –se dice pronto– lo que hace, si cabe, más extraño que el mensaje de Díaz tras ganar la elecciones es que “quiere dejar una Andalucía mejor de la que le dejaron sus padres”. ¡Será que no han tenido tiempo!
Comentario aparte merecería la candidatura de Moreno, un tipo muy majete pero sin carisma ninguno, que llegó desde Madrid elegido a dedo tras ocupar la Secretaría de Estado de Servicios Sociales e Igualdad, donde era la cara visible de los recortes en el sistema de ayuda a la dependencia y en los servicios de atención a las víctimas de violencia de género. Una jugada maestra.
El desconocimiento del candidato, sumado al desgaste gubernamental de la crisis hace comprensible el desgate que ha sufrido el partido, aunque a mi juicio no ha perdido respecto a los resultados de 2012 sino respecto a los de 2008, frente a un Javier Arenas curtido en batalla que en aquel año obtuvo el apoyo del 38,8% del electorado, un 12% más que el de este domingo.
Dicho lo cual, la primera e indiscutible conclusión tras el fin de semana es, guste o no guste, la resistencia de los adalides del denominado “bipartidismo” frente a la pretendida ansia de cambio de toda la sociedad que reflejaban los medios de comunicación. A día de hoy, PP y PSOE son los partidos con mayor representatividad política en aquella comunidad, por mucho que haya quien quiera arogarse la voz de la ciudadanía con peores resultados.
El segundo y no menos incuestionable veredicto es que, más allá de quienes han querido ver en los 15 escaños un “batacazo” electoral, lo cierto es que tanto la representación obtenida por la formación morada como la de los naranjitos (que han sacado 9 diputados) es poco menos que un “milagro político” en una democracia en la que no ha ocurrido nada semejante en las últimas décadas.
Más allá de las voces de quienes ven al lobo por todas partes (los mismos que disfrutan de predecir como irrevocable el apocalipsis bolivariano), lo cierto es que no sé si se puede hablar de que otro partido haya logrado algo parecido en la historia de nuestra democracia. La deforme percepción de la realidad a que a menudo inducen el miedo y las encuestas preelectorales no debe dejarnos apartar la mirada de que tanto una como otra formación política se han abierto un hueco muy reseñable en uno de los sistemas electorales más estáticos de esta España nuestra.