El pañal que cambió mi suerte
Cuando Borja Negrete sacó su libro “El cine que cambió mi suerte”, pensé al instante que algún día le fusilaría el título para un texto.
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Sigue leyendoDecía Enrique Meneses que el periodista ha de entender su oficio como el de un aventurero. Ante cada obstáculo, cada revés del destino, se le presenta la oportunidad de probar su valentía, su raza. Y puede que en algunas honrosas ocasiones, cuando se haya metido tan hasta el fondo con un tema en el que los actores implicados tengan que emplear el soborno o manipulación para acallar su historia, se den las circunstancias para sacar a la luz su calado moral; ese que se aprendía más en las meriendas con Nocilla que en las cañas de la facultad.
Sigue leyendoEn Liberty Island, en el puerto de Nueva York, se alza la estatua más colosal del mundo. Desde allí Libertad, vestida de diosa romana, alza en su mano derecha una antorcha iluminando el mundo y sostiene una tabula ansata en la izquierda, defendiendo la ley y la autodeterminación de los pueblos. Su rostro es sereno, imperturbable, con una gravedad que parece juzgar el mundo violento en el que vivimos y encontrar sus muchas carencias. O simplemente observar indiferente el monótono ir y venir de las vidas de los hombres.
Sus símbolos se agotan rápidamente y nos dejan insatisfechos. Apreciamos su monumentalidad y su valor para la humanidad. Proclama el valor de la libertad desde las costas de un pueblo que ha asumido históricamente la tarea de defenderla en todo el mundo. Sigue leyendo
“Lo que más echaba de menos era la información”. El senador norteamericano y excandidato a presidente John McCain ha confesado que durante los casi seis años que estuvo prisionero tras la guerra de Vietnam lo que más echó en falta no era la familia ni los amigos, ni la libertad, la comida o la comodidad. Lo que realmente echó de menos era la información.
Y es cierto que necesitamos la información para vivir. Y para establecer vínculos, para identificarnos, para incrementar nuestra cultura, para ser libres, para gobernarnos. Esa información es la que suministran los medios de comunicación y la que elaboran los periodistas, a quienes la sociedad ha encargado que presten ese servicio, como a los arquitectos ha encargado que diseñen las viviendas y a los médicos que cuiden nuestra salud. De los periodistas la sociedad espera una información veraz, exacta y ecuánime, que permita a los ciudadanos ser más libres.
Pero lo que el ciudadano desea, o debería desear, es rechazar el rumor, el insulto, el acoso y las conclusiones precipitadas disfrazados de opinión. Y el rumor, el insulto, el acoso… proliferan desgraciadamente en los tiempos actuales, amparándose en la amplitud de Internet y en la abundancia de redes sociales, y lo que hacen es contaminar al auténtico periodismo. Por eso el periodismo está atravesando una crisis de confianza en una época de transición como la que estamos viviendo.
El ciudadano desea o debería desear rechazar el rumor, el insulto, el acoso y las conclusiones precipitadas disfrazados de opinión.
Es cierto que esta no es la primera vez que en la historia del periodismo se vive una etapa de transición. Ha ocurrido y ocurre cuando se producen cambios sociales y tecnológicos importantes. Pero en esta ocasión, con el auge de Internet, entre otras razones, el choque es quizás más dramático. Entre otras causas, porque proliferan las empresas que no son periodísticas, aunque se dediquen a publicar y transmitir noticias, y lo que consiguen es que la información sea sustituida por un comercialismo interesado y la prensa pierda su papel de vigilante de los otros poderes de la sociedad.
Son muchos los que se preguntan si, pese a todo, la prensa verdaderamente informativa sobrevivirá. La respuesta depende de los periodistas y también de los ciudadanos, si les importa recibir una información auténtica, precisamente por su condición de ciudadanos. Ahora, las nuevas tecnologías permiten a cualquiera que tenga un ordenador y un módem afirmar que hace “periodismo”. Y, junto a ello, la tecnología permite que aparezca una organización económica del periodismo que no sigue las normas de la profesión.
Pero ni la tecnología ni la técnica definen al auténtico periodismo. El objetivo del periodismo sigue siendo proporcionar a los ciudadanos la información que les permite ser libres.
Ni la tecnología ni la técnica definen al auténtico periodismo. Sus primeros mandamientos son la obligación es la verdad y la lealtad a los ciudadanos.
Dos autores norteamericanos han concretado en unos puntos los elementos que la historia y la experiencia han señalado como básicos para fijar la fidelidad del periodismo. Según escriben Bill Kovach y Tom Rosenstiel en Elementos del periodismo, el primero de esos “mandamientos” es tener en cuenta que la primera obligación del periodismo es la verdad. Además, el periodista debe ser leal, ante todo, al lector, al telespectador, al oyente; es decir, a los ciudadanos. Y para alcanzar sus objetivos debe imponerse como disciplina la verificación de la información.
Kovach y Rosenstiel recuerdan que el periodismo debe mantener su independencia respecto a aquellos de quienes informa y que debe ejercer un control independiente del poder. Los autores apuntan a que los medios de comunicación deben ofrecer un foro público para el comentario y la crítica. Y como normas de actuación de los periodistas, insisten en que las noticias sean exhaustivas y proporcionadas. A las empresas periodísticas les recuerdan que deben respetar la conciencia individual de los profesionales. Se trata, en resumen, de que el periodismo se base en sólidos principios para que los ciudadanos reciban la información que esperan, esa información que el senador John McCain tanto echó de menos durante su cautiverio en Hanoi.
En las encuestas, en las tertulias políticas, en las asociaciones de periodistas… Son muchos los ámbitos en que se habla, día sí y día no, de la crisis en la credibilidad de la prensa. Han pasado bastantes años desde que la prensa dejó de aparecer en los primeros lugares de las preferencias de los españoles como una de las actividades, instituciones, etcétera en que más creían y confiaban. Quizás la novedad en los últimos tiempos es que ahora son los propios periodistas los que empiezan a asumir que también ellos son culpables de esta crisis de credibilidad. Sigue leyendo
Analistas y expertos del mundo de la comunicación denuncian cada vez más que el periodismo se adultera cuando se mezcla con el espectáculo. Un ejemplo de ello es que en los noticiarios de televisión predominan los sucesos y los deportes, en detrimento de la información general.
Y así, cuando surgen noticias importantes, como un atentado, lo que predomina es el aspecto espectacular, y no la explicación de las causas, por ejemplo, y no se sitúa al telespectador en el contexto político del hecho. Generalmente, la información se limita a entrevistas con personas que expresan su lógica emoción ante el trágico suceso y a ofrecer al espectador duras imágenes de la tragedia. La información se limita a ser una extensión del espectáculo. Sigue leyendo
Al principio todo va bien, los trabajadores se unen en función de sus intereses y los dos grupos mayoritarios se van alternando el poder. Los hijos de los trabajadores se educan en las escuelas y todos reciben asistencia sanitaria gratuita.
Pronto, las dos agrupaciones se van acomodando en el poder. Aceptan sobornos, roban el dinero de la empresa, despilfarran los recursos y recortan las partidas destinadas a sanidad y educación.
Los empleados empiezan a enfadarse. Cada vez viven peor, sus sueldos son más bajos, los precios más altos y la corrupción es escandalosa. Un buen día, uno de ellos alza la voz y denuncia los desmanes de los gobernantes. Pero no para ahí. Dice también que la culpa es de las normas que la dueña de la empresa estableció en su día. Por ellas, dice, se ha llegado a esa situación. Ergo la culpa es de ella. De la democracia. Sigue leyendo