La historia de la caída de Númenor nos presenta un mundo (Arda) presidido por un Dios creador trascendente y lejano, Ilúvatar, y unos espíritus inferiores que custodian y gobiernan el mundo en su nombre, los Valar. Estos son una mezcla de dioses olímpicos, ángeles y fuerzas de la naturaleza, que protegen Arda al servicio de los hijos de Ilúvatar, que son los elfos y los hombres. Uno de ellos, Morgoth, se rebeló contra la “Música” de Ilúvatar, contra su plan, y buscó engañar y someter a elfos y hombres bajo su poder en vez de servirlos.
(Este artículo examina la antropología teológica contenida en ‘El Silmarillion‘, el libro en el que J.R.R. Tolkien relata el origen e historia de la Tierra Media, en la que tiene lugar la saga de ‘El señor de los anillos’ y ‘El hobbit’.)Sigue leyendo
Durante los últimos meses se ha iniciado un interesante diálogo en medios de comunicación acerca de la presencia cristiana en la sociedad. ¿Dónde están los cristianos?, se preguntaba Diego S. Garrocho en el diario El Mundo. El artículo recibió numerosas réplicas, entre ellas las del filósofo Miguel Ángel Quintana en El Subjetivo, José María Torralba en El Español, Miguel Brugarolas en El Independiente y otras muchas publicaciones. La llamada de atención de Garrocho ponía de relieve la aparente incomparecencia de actores específicamente cristianos en la llamada «batalla cultural». Aquellos que, se supone, representan la fe sobre la que se construyeron Europa y la civilización occidental, ¿qué tienen que decir hoy? ¿Dónde están escondidos? Es más: ¿por qué están escondidos?
Los hombres no tan valiosos habrán experimentado alguna vez este estrangulamiento mío, este estrechamiento íntimo, tan distinto al de quien apenas ha olido aún las delicias de la perfección humana, pero sí se ha convencido de la podredumbre que lo rodea.
Somos unos románticos, enajenados en visiones futuribles de una comunidad dichosa, caminante hacia la belleza que puede salvarla, e integradora en su seno maternal de los débiles y los fuertes.
Somos unos idealistas que esperamos lo que creemos que no ha de llegar, y ese deseo de álgidas bondades es el que nos constriñe una y otra vez a la umbría realidad, cuando nos enfrentamos contra el imponente Saturno que nos resiste, para después, vencidos en la noche de la ciudad posmoderna, devorar nuestra entraña.
La última encíclica del papa Francisco,Fratelli tutti, ha generado reacciones de todo tipo. En la línea de lo que viene siendo habitual en el mundo político desde los inicios de su pontificado, entre posiciones de izquierdas se le ha dado la bienvenida, mientras que el liberalismo de derechas –no así el conservadurismo u otras tendencias de esta familia– se ha apresurado a condenarla. Tanto unos como otros han puesto el centro de atención en la crítica que el Sumo Pontífice ha vertido sobre el llamado “neoliberalismo” y la globalización económica, coincidiendo en la afirmación de que Francisco es un papa alineado con el populismo o, al menos, el socialismo. Pero una lectura detallada de la Encíclica indica que esta interpretación es equivocada. En este artículo no ofreceré ningún análisis de la misma, porque considero que siempre que deseamos saciarnos de conocimiento lo mejor es acudir a las fuentes, y el Papa expresa mucho mejor que yo lo que quiere decirnos. Solamente reflexionaré sobre una cuestión que explica los equívocos que ha generado: la perspectiva desde la que debe ser analizada, que es religiosa y no ideológica.
El título de este artículo es ambiguo. ¿Me refiero a la crítica de la religión que elaboró el propio Marx, o a la crítica que hace del marxismo una encubierta aspiración religiosa?
Son las 19:03 de la tarde. Llueve y ha llovido durante todo el día, por lo que los caminos de tierra de El Retiro son una pista de patinaje arcilloso. Si uno se pasea con mal tiempo por la arboleda contigua al Paseo de Cuba, cerca del estanque, puede apreciar ese tono pestilente que destila el suelo, donde las hojas de los castaños de Indias se pudren entre los charcos.
«¿No debería ser un magistrado, no digo el mejor aplicador de la ley, ni el intérprete más astuto, sino una sonda de acero para llegar a los corazones, una piedra de toque para probar el oro de que está hecha cada alma con mayor o menor aleación?».
Alejandro Dumas, «El Conde de Montecristo».
En anteriores artículos introdujimos que el proceso penal se apoyaba sobre dos basamentos absolutamente artificiosos, risibles; que la farsa se fundamentaba en otras farsas previas que trataron de legitimar el grave crimen legal, que aún hoy se acomete contra Miguel Rosendo da Silva y «Orden y Mandato de San Miguel».
Se trata, en primer lugar, de las conclusiones que obtuvo Manuel Salcidos, sacerdote del «Opus Dei» y visitador canónico por exigencia del Obispo de la Diócesis de Tuy-Vigo —que comentaremos en futuras entregas—. Y en segundo lugar, el informe de un investigador privado sobre la asociación pública de fieles y, principalmente, su fundador.
En pasadas ocasiones prometimos un análisis específico y pormenorizado del documento antedicho. Aquí se lo traemos.
De la credibilidad profesional de don Armando
Armando González Freiría es el investigador privado que firma el informe en el que se define a los Miguelianos como “secta”. FOTO Intelligence Press
El «trabajo de investigación» —el lector atento comprobará lo justificado de las comillas— lo firma Armando González Freiría, al amparo de la sociedad «Investigación Zentral SL», de la que, junto con MA. A. B., es administrador. Fue encargado por una colectividad, representada por don José Lima —de quien hablaremos seguidamente—, con la intención de introducir, posteriormente, una querella contra Miguel Rosendo da Silva en los Tribunales.
Don Armando ha desempeñado otros cargos de cierto renombre, como el de presidente de la Asociación Gallega de Detectives Privados —que actualmente no figura inscrita en el Registro de asociaciones del Estado ni en el comunitario de Galicia—, el de presidente del Colegio profesional de detectives privados de Galicia o el de profesor asociado en la Universidad de Vigo.
Entrecomillábamos más arriba porque, efectivamente, el caballero firmante se ha limitado, por toda investigación para construir su relato sobre los hechos, a leer los cuestionarios que hubo preparado para los seleccionados —que enseguida comentaremos—, los «informes» y otros documentos aportados por los promotores del proceso que se personarían, ilegítimamente, como acusación particular en el proceso ulterior. Optó por otorgarles credibilidad cuasiabsoluta y apriorística.
Por parte de don Armando, el trabajo se resume en haber revestido los datos facilitados de la forma de relato, y haberlo enriquecido, dudosamente, con textos copiados y pegados de otras fuentes para analizar absurdos que poco tienen que ver con su ámbito de actuación, como la relevancia penal de lo «investigado» y la calificación de la asociación, desde una óptica psicológica, como «secta destructiva»; haber consultado registros públicos para ofrecer información actual sobre determinados bienes, y la introducción de fotografías irrelevantes.
Y eso es todo sobre los hechos: testimonios, casi todos indirectos y muchos contradictorios, que además han evolucionado desfavorablemente para la causa penal —según la reiteradísima jurisprudencia mayor, que no expondremos aquí, y que no entendemos que no se haya aplicado—, cambiando sus versiones, con el tiempo y las circunstancias —sobre todo con las circunstancias—, en aspectos sustanciales.
Desde lo que puede quedar de una investigación privada llegados a estos extremos; desde meras acusaciones, endebles y organizadas, procedemos a continuación a destacar las carencias más flagrantes de este documento. Paupérrimo.
No es nuestra intención denigrar al ponente; no confunda el bienintencionado lector los siguientes párrafos con burdos argumentos ad hominem o falacias similares. Pero nos parece necesario destacar la débil credibilidad profesional del autor del trabajo: las faltas de ortografía, o en general gramaticales, abundan en un texto plagado adicionalmente de errores de formato y tipográficos; el investigador adjunta imágenes intercaladas con el texto que son del todo inútiles. La chapuza es de tal calibre que apenas alguna fotografía de algún texto es ligeramente legible. Ni siquiera ha estado afortunado con las capturas de la página web de Orden y Mandato de San Miguel, tan pixeladas que es difícil reconocer la esencia del elemento.
Se come letras en algunas palabras, confunde otras con términos similares y, al resaltar un vocablo en negrita, a veces aplica el formato solo a algunas de sus letras. Indicios que nos sugieren que don Armando no ha tenido a bien leer una sola vez siquiera su trabajo después de escribirlo. Algún párrafo, todavía, en la fuente «Comic sans» y en color verde azulado, entre esos fragmentos textuales que pega íntegramente de fuentes pretendidamente relevantes, que además encierran, en algunas ocasiones, graves contradicciones en sí mismos. Por ejemplo, este fragmento (página 112):
«La Doctrina [se antepone] sobre la Persona. Esto quiere decir que antes de las inquietudes o necesidades del individuo o persona de dentro del grupo está la doctrina que promulgan y que practican. Es decir, se anteponen las necesidades del fiel a la doctrina que practica incluso en el caso de que ambas fueran contradictorias».
El texto, además, está subrayado por don Armando.
Parte del informe se centra en tratar de ofrecer pruebas fácticas sobre el carácter sectario de la asociación pública de fieles. A eso se ordena que el autor desautorice, en repetidas ocasiones, las prácticas de los correligionarios bajo la dirección de Miguel. Decide adoptar una postura arbitral, con presunciones de dominio de la Doctrina y las prácticas de la Iglesia Católica, para sentenciar que tal cosa, de entre lo acontecido bajo las siglas de Orden y Mandato, no es acorde a tal enunciado magisterial.
Pretensiones las del investigador que nos vemos obligados a desmentir: en primer lugar, es francamente risible que don Armando se refiera, reiteradas veces —¡todas las veces!…—, a la figura del «visitador canónico», que tan relevante papel ha jugado en el devenir de esta injusticia, con la locución «visitador canónigo». El autor confunde la institución canónica con ensaladas o catedrales.
Más divertido nos ha parecido que confunda las siglas «CIC», acrónimo de la expresión «Codex Iuris Canonici» (Código de Derecho Canónico), con el «Catecismo de la Iglesia Católica». Los fatales párrafos están en la página 62 del informe, y así dicen:
«El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) que es la presentación de la doctrina oficial de la Iglesia católica Romana, que incluye multitud de temas organizados en párrafos enumerados de forma consecutiva (autorizado por el Papa Juan Pablo II en la clausura del vigésimo aniversario del Concilio Vaticano II en sesión extraordinaria del Sínodo de Obispos el 25/01/1.985), es instrumento de derecho público para la Iglesia Universal al exponer los aspectos de la doctrina y los principios de la moral y la liturgia.
»Los artículos (can. 594 y 595.1) del CIC establecen que los Institutos de Derecho diócesano (sic), los erigidos por el Obispo (tal cual es el caso de la Orden y Mandato San Miguel Arcángel), están bajo el cuidado especial de Obispo (sic) (en este caso y fecha, el de D. Luis Quinteiro Fiuza, Obispo de Tuy-Vigo), e indica cuáles son sus competencias respecto de tales Institutos».
Creemos que don Armando se habría dado cuenta del grave error si hubiera consultado las referencias; habría comprobado que sólo el Código de Derecho Canónico se organiza en «cánones», y que el 594 reglamenta, efectivamente, los institutos de derecho diocesano, mientras que el punto 594 del Catecismo de la Iglesia Católica —el citado por don Armando— resume los enunciados precedentes que confiesan a Jesucristo como único Dios y Salvador.
También atribuye, con exclusividad, determinadas tareas a los presbíteros sacramentalmente ordenados, y reprueba que Miguel las haya desempeñado (apoyado, como siempre, sólo en los testimonios de los acusadores); se trata de acciones como haberse revestido de alba litúrgica, o haber expuesto o reservado el Santísimo Sacramento. Lo cierto es que son conductas que pueden ser desempeñadas por los fieles laicos en determinadas ocasiones. En particular, la primera —revestirse de alba— es obligada cuando se realiza algún oficio o ministerio en la Liturgia.
En la página 77 también alude a la «Diócesis del Obispado de Madrid», aunque puede tratarse de uno de los innumerables errores de que rebosa el documento y no deberse directamente a la profundísima impericia del investigador privado.
Pincha en la imagen para acceder a la página del especial.
Los cuestionarios del informe
El documento que presenta la sociedad limitada presenta la siguiente estructura: en primer lugar, se adjunta el modelo de un cuestionario al que don Armando somete a los elegidos, con las respuestas obtenidas; segundamente, se ofrece un relato de los hechos, siempre basado en los testimonios que ofrecen los encuestados, protegiendo su identidad con códigos identificativos de la fuente, y se adorna con fotografías inútiles y otras referencias irrelevantes, a excepción de aquellas que aluden a otros documentos o materiales aportados por las partes acusadoras; por último, se presenta un apartado recogiendo las conclusiones.
Como se ha avanzado más arriba, los cuestionarios consisten en el núcleo de las «investigaciones» de don Armando; conjuntamente con algunas entrevistas realizadas con los mismos encuestados y otros que acudieron a él por propia iniciativa —el autor las denomina «operativas»—, comprenden la totalidad de las indagaciones realizadas por el investigador en la dimensión de los hechos.
Respecto de los encuestados seleccionados, el investigador dice así en la página 6 del informe: «Este grupo está conformado, en sus distintas épocas de relación con el asunto de interés, por clientes de FMRD [Feliciano Miguel Rosendo da Silva] en sus diferentes consultas y tiendas de herboristería (con preferencia en c/ Cruz Blanca, 7-bajo, de Vigo), miembros fundadores del Grupo de San Miguel Arcángel y miembros y familiares del anterior y de la Asociación Orden y Mandato de San Miguel Arcángel (INFORMADA)».
Nosotros hemos querido especificar más: el número de los encuestados asciende a 23 (usamos las cifras en lugar de los cardinales, ahora y en adelante, para una mayor claridad expositiva). De ellos, solo 20 conocen personalmente a Miguel Rosendo da Silva (página 8). De 23, 10 no formaron parte nunca de Orden y Mandato de San Miguel —la asociación contaba con cerca de 200 integrantes, según el propio investigador privado (así se lee en la página 28); cabe preguntarse por las dificultades de don Armando para encontrar informadores más cercanos—. De estos 10, a su vez, 9 son padres de miembros de la asociación que fueron alarmados previamente por los instigadores de la «investigación» privada.
Es decir: casi la mitad de quienes rellenan los cuestionarios no puede ofrecer testimonios directos sobre la asociación pública de fieles; como se expondrá más adelante, la única conclusión obtenida por don Armando es que se trataba de una «secta destructiva». Pues bien: casi la mitad de quienes rellenan los cuestionarios son escasamente relevantes para el enjuiciamiento de tal cuestión.
Por otro lado, casi la mitad de los encuestados —la mitad de quienes conocen a Miguel— es parcial en el relato de su versión; se trata de quienes dirigen la querella contra Miguel y la asociación, de quienes se conciertan bajo la representación nominal de José Lima para construir este relato y solemnizarlo en la forma de «investigación» privada.
Más adelante se detallan las principales contradicciones en torno al contenido de los cuestionarios.
Sobre la imparcialidad de don Armando
Sorprende que, en algunas ocasiones —aunque escasas—, el autor introduzca injustificadamente juicios de valor negativos en lo tocante a Orden y Mandato y a Miguel, tratándose de un documento con pretensiones de objetividad e imparcialidad.
Además, creemos indudable que interpreta torticeramente, muchas veces, los cuestionables datos a que accede. Los casos más clamorosos son los siguientes.
En la pregunta 90 del cuestionario, únicamente una persona manifiesta que Miguel se identificaba como la reencarnación del arcángel san Miguel —posteriormente se facilitan datos que nos han permitido descubrir el código bajo el que se ampara el anonimato del encuestado, que es el IC.2416/29. Lo juzgamos de gran relevancia para lo que se expondrá más adelante—.
En ninguna ocasión más se hace referencia alguna a supuestas reencarnaciones. No obstante, don Armando considera, en la página 32, que Miguel actuaba «haciéndoles creer, al menos en una ocasión, (código IC.2416/29) “… que el espíritu de San Miguel entraba en su cuerpo”». Sugiere así, a partir de un testimonio aislado, único —y carente de credibilidad, según se expondrá más adelante—, que ocurría en más casos. Sin más datos que lo corroboren.
Para culminar la vergüenza —reiteramos, sin ofrecer en todo el informe una sola referencia más a la reencarnación—, en la página 106 concluye así respecto de la espiritualidad de Orden y Mandato de San Miguel: «Destaca el componente pseudo espiritual-religioso (sic), mezcla de catolicismo, budismo (reencarnación) […]». En la página 108 también concluye en parecidos términos: «FMRD se autoidentificaba como Padre Miguel, Vigía, Enviado de Dios, Reencarnación de San Miguel o el mismo Dios».
En varias ocasiones interpreta que el cambio de nombre de los miembros, en el momento de su consagración a Dios, constituye un elemento propio de las sectas que despersonaliza profundamente a los integrantes. Elemento, por lo demás, común a innumerables órdenes religiosas, solamente en el ámbito de la Iglesia Católica.
En la página 54 se dice lo siguiente, respecto a la afinidad a la asociación pública de fieles de Olalla Oliveros y Tamara Falcó:
«Este tipo de informaciones (sic) se asemejan a elementos promocionales utilizados para difundir el nombre e ideario de movimientos o grupos tales como la Cienciología y otros a través de personajes de relevancia pública (mayormente artística), como el actor norteamericano Tom Cruise o, también, por los propios protagonistas para recuperar presencia pública.
»[…] En el caso del grupo, coadyuva a […] su capacidad para la captación de nuevos miembros o colaboradores».
Durante los dos párrafos en que se tratan estas relaciones, únicamente se expone el hecho. Nada más. Así lo interpreta, con tamaña arbitrariedad, don Armando. Eso sí, el párrafo anterior lo introduce con la siguiente fórmula: «En este contexto y sinprejuzgar la génesis vocacional religiosa [de las dos mujeres] […]».
Las otras conclusiones
Ya hemos avanzado que al investigador privado solo le vale el informe para concluir —a nuestro juicio, indebidamente— que Orden y Mandato de San Miguel constituye una «secta destructiva». No llega, sin embargo, a afirmar que se hubieran producido los supuestos abusos sexuales por los que se le juzga.
A este respecto, en las preguntas 113 y 114 del cuestionario, solo dos personas afirman que los «bastones» (algunas consagradas) dormían con Miguel, y únicamente una manifiesta que mantenían relaciones sexuales. En el número 140 se pregunta directamente: «Presenció o tiene conocimiento de la práctica de alguna actividad o hecho delictivo dentro de la Asociación o de la Orden», y solo contestan válida y afirmativamente tres personas. Una lo acusa de «quedarse con el dinero destinado a la Organización para su uso personal»; solo dos personas denuncian la comisión de abusos sexuales, y una de ellas se retracta posteriormente ante la policía.
Más adelante, en la página 49, don Armando detalla: «Al respecto de esta posible relación “intima” (sic) entre FMRD y sus bastones, los testimonios obtenidos son indirectos teniendo, eso sí, algunos de ellos, su origen en manifestaciones verbales de una (sic) de tales bastones a, entre otras (sic), sus propios padres».
Por último, en el apartado en que expone sus conclusiones, don Armando incluye este párrafo: «Respecto de las supuestas relaciones sexuales ( que algunos denominan abusos), entre FMRD y algunas mujeres y “religiosas” de la Orden y Mandato (sic) y según las cuales ” mediante la intermediación de su cuerpo -el de FMRD- (sic), comulgabas con Dios -las mujeres-“, no ha podido obtenerse autorización para el uso de testimonios directos (verbales o documentales) sobre estas prácticas (de resultar veraces) de interés en el ámbito penal (…)».
Desconocemos los motivos de las supuestas víctimas para no denunciar los hechos que hubieron padecido, habida cuenta de que toda declaración iba a estar amparada por un perfecto sigilo respecto a cualquier elemento que permitiera identificarlas. En cualquier caso, don Armando no considera ciertos tales relatos.
Como se avanzó más arriba, exponemos a continuación algunas de las más flagrantes contradicciones en las respuestas a los cuestionarios.
Ante todo, resulta sorprendente que, de 23 personas encuestadas, responda a determinadas preguntas un número tan reducido de participantes. A modo de ejemplo, a la pregunta «Cómo supo de la consulta [de Miguel]» contestan solamente 13 personas. Cualquiera con una relación suficientemente cercana con Miguel o con Orden y Mandato tiene —tenía— conocimiento de tal consulta.
Nos parece oportuno recordar, antes de continuar, que 10 de los encuestados participan posteriormente en la querella, constituidos como acusación particular.
En primer lugar, destacan determinadas preguntas relativas a situaciones objetivas, que no admiten subjetividad alguna en la respuesta, en las que, sin embargo, se obtienen contestaciones que se excluyen entre sí. Abundan, pero algunos casos destacan por el número de cuantos se oponen. Así, ejemplificando, a la pregunta «Se presentan, en Asamblea, las cuentas de la Asociación», 7 personas responden afirmativamente y 7 negativamente; a la pregunta «Estaban los miembros de la Orden sujetos al voto de pobreza», contestan 8 que sí y 8 que no; a la pregunta «Convivían ellos [los menores de edad] con sus padres», responden 5 afirmativamente y 6 negativamente.
En la pregunta 58 se inquiere: «Habitaba D FMRD la misma vivienda que su familia»; responden solo 3 que sí y 14 que no. En la número 60, se pregunta: «Quienes (sic) convivían con D FMRD», 8 responden que su familia; solo 5 confirman que no vive con su familia.
La contradicción más patente es la relativa a las aportaciones económicas efectuadas por cada uno de los encuestados. A la pregunta 40 («Realizó aportaciones de dinero a la asociación») responden afirmativamente 17 personas; las mayores cantidades son una cifra de 20.000 € y otra de unos 84.000 € al cambio respecto de las antiguas pesetas, procedentes de la venta de un piso por 14 millones de pesetas, contraprestación entregada, según los pagadores, íntegramente a Miguel.
Se trata de José Lima —ya aludido en este artículo— y Maricarmen Santana, integrantes posteriormente de la acusación particular en el proceso penal y padres de miembros de la asociación pública de fieles, enfrentados a ellos y que niegan su relato. En la página 50 del informe se indica su código identificativo, y es precisamente aquel al que nos referíamos anteriormente, IC.2416/29, al que negamos toda credibilidad.
En la pregunta 82 («Hizo usted aportaciones económicas a OMSMA [Orden y Mandato de San Miguel Arcángel]»), responden afirmativamente solo 11 personas, 6 menos que a la pregunta 40, idéntica semánticamente, y solamente 8 personas detallan la cuantía cuando se les exige, en un subapartado, «Estime la cuantía total». Aquí, José y Maricarmen «olvidan» hacer referencia a su piso.
Todavía más: en la pregunta 153, se pide: «Cantidad total estimada por Vd., aportada (sic)»; 11 personas reseñan las cantidades estimadas. Sin embargo, difieren sustancialmente de las presentadas en la pregunta 82; solo coinciden dos cifras, de 20.000 € y de 10.000 €. Una vez más, vuelve a estar ausente el montante de 84.000 € procedente del piso de José y Maricarmen.
En la página 50, decíamos, se revela su código identificativo; se infiere también que es uno de los que acusa a Miguel de haber abusado sexualmente de su hija; relatan que ella misma se lo reconoció. Posteriormente, al interrogar la Guardia Civil a José Lima por estos hechos, reconoce que su hija no le dijo nada parecido, pero que él se «lo imaginaba».
Es también el código IC.2416/29, el de José Lima, el único que afirma que Miguel decía ser la reencarnación de san Miguel Arcángel.
En la misma página 50, se recupera el relato de que vendieron su piso entregando la totalidad de lo obtenido a Miguel, en pesetas. Solo que ahora la cantidad se rebaja de 84.000 a 66.000 € al cambio. 18.000 € menor.
Por último, en la página 57 del informe, el investigador concluye probada la relación de José Lima en lo relativo a las cantidades y el piso, a pesar de la manifiesta contradicción entre los dos montantes referidos. Pero es que, para colmo, ahora la cantidad resulta ser de 72.000 € (12 millones de pesetas).
Un auténtico disparate.
A la pregunta 110 («Le constan entregas de dinero con destino a OMSMA / De qué modo»), un encuestado contesta que le consta, por «haberlo recibido» él mismo, la entrega de 160.000 €. Muy poco más adelante, reconoce el mismo encuestado que «desconoce las cantidades porque iban dentro de sobres y maletines cerrados».
Por último, en la pregunta 136 se inquiere si la permanencia en la Orden era voluntaria u obligatoria: 8 responden «voluntaria» y 4 «obligatoria». Sin embargo, en la pregunta 138 («Le constan acciones coercitivas para impedir el abandono de la Asociación o la Orden»), curiosamente responden 9 en sentido afirmativo y 4 negativamente.
En descargo de don Armando, debemos decir que al menos en este caso, pero solo en este caso, reconoció la abierta contradicción entre los propios encuestados, considerados, esta vez, individualmente:
«Las respuestas anteriores entran en manifiesta contradicción con las obtenidas a (sic) la pregunta 138) del cuestionario referida a si les consta (sic) -a los miembros y afines a OMSMA- (sic) acciones coercitivas para impedir el abandono de la Asociación o la Orden y a la que responden afirmativamente (9) y negativamente (4) (sic)» (página 52).
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Es imposible escribirte estas líneas sin sentir una emoción que me sobrepasa, al grado de tener que secar el teclado de vez en cuando. Me han pedido que te escriba esto y sin pensarlo he dicho que sí y ahora me enfrento a estarhablando con alguien a quien aún no conozco. Sabemos tan poco de ti y aun así nos parece muchísimo. Que eres mujer, que tienes ya uñas, hasta sabemos que eres inquieta y que tu cerebro está “bien irrigado”. Pasamos noches imaginando cómo serás, cómo hablarás, cómo será tu carácter y sobre todo, si podremos cumplir nuestra única misión para contigo: quererte bien para que te sepas amada por El Gran Amor de tu vida, Él, que te creó.
“A primeros de julio, después de un calor sofocante…” No es la crónica del tiempo de este verano sino que así inicia uno de los libros más famosos de Dostoyevski y de la literatura mundial, Crimen y Castigo.
Todavía nos quedan muchos años que seguir oyendo hablar de yihadismo, pero no está mal echar la vista de vez en cuando un poco más allá, hacia un Oriente Medio que después de décadas de hegemonía cultural islamista trata de dar un giro, cuando hasta en Arabia Saudí el príncipe heredero Mohamed Bin Salman anuncia que quiere abrir una nueva etapa a nivel económico y político, pero también cultural y religioso.
Aparte de las valoraciones sobre la viabilidad de esta proclama saudí, es difícil que la reforma religiosa que tantos invocan pueda llevarse a cabo realmente si no se toma en serio la insistente demanda que resuena desde 2011: libertad. Después de años de violencia yihadista, sectarismos, derivas neo-autoritarias, volvemos a partir de aquí. De lo contrario, nos adentraremos cada vez más en una guerra total. Sigue leyendo
“Malick comparte la convicción del filósofo Stanley Cavell (The World Viewed) o del cineasta experimental Nathaniel Dorsky (Devotional Cinema) de que existe una conexión directa entre metafísica y representación cinemática” (“One Big Soul“, Les Cahiers du Cinéma-España, sept. 2011).
Más allá de que consideremos apropiado el calificar a Terrence Malick de cineasta metafísico, su Árbol de la vida supone una ocasión estupenda para retomar algunas preguntas esenciales en torno al cine, al arte y al sentido de la vida. Toda manifestación artística tiende, en general, a representar las inquietudes existenciales del ser humano y a intentar enriquecer su experiencia vital. Entonces, ¿qué tiene el cine de específico que contribuya a esta misión universal del arte? Aunque pudiera parecer improbable, podríamos decir que existe una estrecha relación entre la esencia formal del cine y la capacidad contemplativa del ser humano. Sigue leyendo
Dorothy Day no es de esas personas planas, que no molestan o dejan indiferente. Siempre fue extrema, en su vida, en sus posiciones y en su personalidad. Vivió su vida consumiéndola y consumiéndose en una intensa búsqueda de la felicidad.
Nace en 1897 en Brooklyn, Nueva York, en una familia protestante de clase media. No parece que su entorno familiar haya sido de lo más acogedor debido a un padre frío y distante. Pero la joven Dorothy, de una gran inteligencia, se apasiona por la literatura y se evade de esta manera. Los autores que más le atraían eran los que hablaban de las condiciones de vida de los pobres como London o Finger. En su adolescencia, se aleja de la religión porque ella misma dice:
“No vi nunca a nadie (en la iglesia) quitarse el abrigo para darlo a los pobres. No vi nunca a nadie, dando un festín, invitar al ciego y al paralitico…No quería de una caridad que se reserva a un pequeño grupo de gente (…)” (Day, 1952, 39) (1)
A los 16 años acaba con antelación el colegio y se inscribe en la Universidad de Illinois para estudiar periodismo. No aguantará mucho tiempo en los pupitres universitarios y nunca acabará sus estudios. Rápidamente sale a la calle para contar como malvive la gente de esta época y trabaja para varios periódicos anarquistas y de izquierdas. Su padre se niega a que Dorothy vuelva a la casa familiar y ella experimenta entonces el frío y el hambre, subsistiendo con el poco dinero que le dan sus artículos. También, milita como feminista y tras asistir a una manifestación para el derecho de voto, la encarcelan en 1917. Esa no será la única vez que esté en la cárcel, pasará allí varios periodos de su vida.
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Hay tierras que tienen que ser muy aradas par dar fruto
Empieza a rodearse de un círculo de artistas bohemios y pensadores anarquistas. Escribe una novela autobiográfica, The Eleventh Virgin, en la cual describe el ambiente en el que se mueve en esta época. Se enamora locamente de un hombre, Lionel Moise, y se queda embarazada de él a los 22 años. Por miedo a que la abandone, decide abortar. Él la dejará de todas formas poco después. Según los testimonios de varios de sus amigos (2) tras el abandono de Moise, Dorothy intenta suicidarse varias veces. Después de este trauma, se casa por despecho con un hombre que casi le dobla la edad y se dedica a viajar por Europa durante un año con él. Poco después y nada más volver a Estados Unidos se divorcian.
En 1925, se enamora de Foster Batterham, ecologista ferviente que le enseña a contemplar la naturaleza y con quién encuentra un poco de paz. De nuevo se queda embarazada y decide quedarse esta vez con el bebé. Batterham le deja la decisión a ella, no está ni a favor ni en contra. Estando embarazada, se opera un cambio en Dorothy, busca acercarse a Dios. De manera muy progresiva se acerca a la fe católica pero con un gran sufrimiento interior. Foster, el gran amor de su vida, es ateo convencido y le ha advertido que en caso de que se convierta, él no seguirá a su lado.
¿Acaso alguien nos ha prometido algo? Entonces, ¿por qué esperamos? Esta frase, escrita por Cesare Pavese hacia finales de 1945 en su diario, El oficio de vivir, se cita a menudo para poner de relieve la inexorabilidad del deseo humano y la aparente ausencia de respuesta por parte de la realidad.
Pavese escribió esta frase movido por sus insatisfacciones amorosas, que no hacían otra cosa que agudizar la esperanza de hallar la perfección. Solo una línea antes de la cita, de hecho, escribe: “En la juventud se anhela una mujer; en la madurez, la mujer”.
Estamos sobrepasados. Nos reconocemos, quien más quien menos, incapaces de ofrecer la respuesta que se nos pide tal y como se nos pide. Y, si alguna vez somos capaces de ofrecer esa respuesta, es a costa de algunas cosas que consideramos importantes, sacrificando algunos aspectos de nuestra vida que, inevitablemente, tenemos que desatender. Querríamos ser capaces de llegar a todo, de responder y de dar la batalla (¡y ganarla!) en todos los frentes que tenemos abiertos. Y no podemos. Persiste en nosotros, quizá, una sensación de que vamos haciendo todo, pero no lo hacemos del todo.
No hará más de dos semanas, coincidí con el fotoperiodista de guerra Manu Brabo en la presentación de un nuevo proyecto. En esta ocasión no hablaba de guerra, pero en algún momento dejó escapar un comentario sobre lo que le ha convertido en merodeador en multitud de conflictos bélicos: la guerra cambia los cauces de la vida tal como los conocemos, revela un mundo distinto y totalmente desconocido, en el que la amistad, la vida, la familia o tantos otros valores tienen un peso y una consistencia distintos.
Lo que en la paz experimentamos a menudo como algo superfluo -desde el agua corriente hasta el vínculo familiar o la devoción religiosa- en guerra es el vértice de cada decisión, de cada acto moral. Hay una serie de virtudes, un tipo de heroísmo, que encuentran la mejor ocasión para florecer cuando lo tienen todo en su contra, en medio de la desolación y el peligro inminente. Sigue leyendo
Con suma agudeza, Borges advertía que “nombrar es olvidar diferencias” y bien sabemos que sobre este axioma se construyen cada uno de los lenguajes. Por ende, el lenguaje es una ficción que estructura la realidad para más tarde percibirla y pensarla. Análogamente, podemos decir que la religión estructura nuestra realidad social para luego construir nuestra propia sensibilidad.
Entonces, si queremos saber porqué nos desagradan determinados sucesos y nos agradan otros, debemos analizar primeramente nuestra fe; fe en tanto apuesta moral, porque aunque la fe dirige su mirada hacia lo celestial, ella misma no constituye ningún misterio sobrenatural. En otras palabras, tenemos fe en una determinada religión de la misma manera que tenemos fe en la lengua española. Pese al “olvido de diferencias” que nos obliga a practicar un idioma, no por ello lo abandonamos; por el contrario, reforzamos la apuesta. En este sentido, veremos que la religión es un hecho tan ineludible como el resto de los lenguajes. Sigue leyendo
Se nos dice a menudo que no podemos cambiar el pasado, que lo hecho, hecho está, y que no vale la pena darle vueltas. En efecto, desde el punto de vista de los efectos materiales de nuestros actos, “agua pasada no mueve molino” y lamentarse amargamente por decisiones, actos o palabras que no podemos cambiar no suele ser el deporte más sano para el alma humana, siempre acosada por empeños y fuerzas que escapan de cualquier racionalidad.
Pero frente a la libertad de elección que gobernó el momento, aunque ahora lamentemos el uso que le dimos en algunos de aquellos, existe otra posibilidad de elección más general y menos perecedera. Se trata de la elección moral, basada en la idea de que nuestras acciones no deben basarse exclusivamente en nuestra voluntad, sino que deben sujetarse a unas normas o condiciones que las hacen más adecuadas a la dimensión espiritual que envuelve y rodea nuestra mundana existencia. No hay nada, ni siquiera los pantalones de campana, menos de moda en nuestros días que la auto-negación, entendida como el ejercicio paradójicamente libre de restringirnos a nosotros mismos en aquello que deseamos, normalmente una necesidad material, en aras de un bien de otro tipo que consideramos superior.
Para comprender el alcance de este segundo tipo de libertad, la que hemos denominado “libertad moral”, debemos tener en cuenta dos elementos:
La incondicionalidad temporal de la decisión moral.
El carácter unitario de los valores.
La incondicionalidad temporal implica que podemos ejercer en el presente una decisión moral sobre el pasado. Cuando hacemos esto reconocemos un error cometido, reconocimiento que, aunque no altera por sí solo las consecuencias en el presente de lo ocurrido pues no puede ya afectar a la decisión material tomada, supone por sí mismo una nueva determinación moral diferente a la tomada en su momento. Es decir, en la medida en que la decisión moral se puede “actualizar” en cualquier momento de nuestra vida, no se ve determinada por el factor tiempo mientras dure ésta.
El segundo elemento, la unidad de los valores, resulta un hueso duro de roer para la mentalidad relativista que impera en nuestros tiempos. Digamos, siguiendo a Dietrich Von Hildebrand, que existe un paso previo al ejercicio de todo valor moral que es la aceptación, el “sí” consciente y voluntario, a los valores en su conjunto. Es decir, antes de decidir algorítmicamente cuál de los caminos disponibles se ha de tomar, se han aceptado unos principios o valores que implicarán que se apliquen a la decisión ciertos criterios o normas morales. La propia naturaleza de las cosas hace que los valores, o los disvalores, estén interrelacionados, de modo que, por ejemplo, la soberbia tira de la codicia o del desprecio por la vida de otros seres, la paciencia de la castidad y la templanza, o la solidaridad de la generosidad. Sea cual sea la lista de valores que tomemos, o si aceptamos como tales las virtudes del cristianismo, está claro, por muy relativistas que pretendamos ser, que existe un elemento de cohesión en cada lista de valores digna de ese nombre que los enlaza a todos en una misma dirección.
El error moral no es pues lo mismo que el error práctico, ya que el primero refleja un daño de tipo espiritual en nuestra persona y tal vez también en otras.
Pero, ¿cómo se produce esa actualización de las decisiones morales? En primer lugar, como acabamos de decir, debemos dar una aceptación a los valores en su conjunto, como una unidad. Esa aceptación es también una decisión moral, y no vale con haberla realizado una vez y creer que permanece en el tiempo, sino que es preciso actualizarla ante cada nueva elección. De hecho, la actualización sincera de esta decisión general es el elemento clave que nos puede permitir introducir cambios en las fases siguientes.
En segundo lugar, debemos intentar observar las decisiones pasadas a la luz de la mayor objetividad que el presente pueda proporcionarnos, no justificándonos ni tampoco mirando atrás con melancolía. Reconocer el error moral no es tarea fácil. A veces las circunstancias padecidas nos llevan a pensar que no podríamos haber obrado de otra forma, y en algunos casos es posible que así sea. Puede que en aquel momento cosas como negar nuestra ayuda a alguien que la necesitaba o dar por terminada una relación sentimental nos parecieran la mejor opción, y que dicha decisión tenga un sentido constructivo en el plano de la vida práctica. Pero al tomarlas, incluso aunque exista cierto elemento de inevitabilidad, no hemos hecho sino aportar más disarmonía a un mundo ya de por sí caído. El error moral no es pues lo mismo que el error práctico, pues este último se refiere a las consecuencias materiales en tanto que el primero refleja un daño de tipo espiritual en nuestra persona y tal vez también en otras.
Al reconocimiento del daño moral ha de seguir el arrepentimiento que implica una cierta angustia por el mismo. Solo el reconocimiento del error y la consiguiente actualización de la decisión moral tomada nos permitirá liberarnos de dicha angustia. Estos pasos, que tanto y con tanta razón nos suenan a los requisitos para la confesión, han de darse para poder actualizar la decisión moral con independencia de las creencias personales, si bien en el cristianismo se pone de manifiesto mediante la reconciliación, adquiriendo en el catolicismo la sublime condición sacramental.
Como era de esperar, la última fase del proceso de actualización está relacionada con el propósito de enmienda. No siempre es posible reparar exactamente el mismo daño que hemos realizado, pero en un plano estrictamente moral siempre podemos intentar devolver al mundo parte de la armonía que le hemos robado. Es importante, en este sentido, reconocer que nos hallamos ante un mundo caído también por nuestra propia culpa, que nosotros también aportamos disarmonía al mundo en que vivimos. Esto último resulta especialmente difícil en nuestros tiempos, en los que resulta una actitud común de las personas el considerarse a sí mismo una especie de “ángel en medio del abismo”, como si todo lo malo que sucede en el mundo fuera siempre culpa de “otros”. Esta cómoda y cínica mentalidad, que niega la posibilidad de actualizar las decisiones morales al justificarlas a priori por la propia persona que las realiza, suele desembocar en esa actitud de exigencia extrema hacia los demás y nula hacia uno mismo que está tan extendida hoy en día.
La tesis calvinista de la predestinación se fundamenta sobre una comprensión errónea acerca de la naturaleza del tiempo.
Nuestra mentalidad moderna está muy influida por culturas y líneas de pensamiento que, si bien en nuestros días presentan formas totalmente secularizadas, tienen su origen en el cisma espiritual e intelectual que vivió la sociedad occidental con la denominada Reforma Protestante. Especialmente las teorías calvinistas sobre la predestinación y la “doctrina de la prueba”, que llevan al individuo a una actitud de confianza supersticiosa en sí mismo y de justificación a priori de sus propios actos, siguen teniendo en nuestros días eco en la actitud fundamental de las personas hacia los valores morales. Estas ideas, importadas a través de la universalización de la cultura anglosajona, incluyen elementos, como las nociones de “ganador” y “perdedor”, que inmanentizan y convierten en apriorística la idea cristiana de la salvación humana, dejando poco o ningún terreno para la posibilidad de la redención. Si el Cielo ya está aquí y ya hemos sido juzgados, dándosenos a cada uno según nuestra condición, el reconocimiento del error moral supone el reconocimiento de la propia perdición, de nuestra condición de “perdedor” como equivalente terreno al concepto escatológico de “perdido”. Por lo tanto, el individuo tratará de evitar a toda costa dicho reconocimiento del error. Bajo esta perspectiva, el individuo se ve sometido a una constante autoevaluación justificativa, a un ejercicio de auto-convencimiento acerca de su propio valor y virtud, pues éstos se entienden inherentes e inmutables. Con semejante actitud, la actualización de las decisiones morales resulta prácticamente imposible.
La tesis calvinista de la predestinación, que hunde sus raíces en el paganismo y en la herejía gnóstica, se fundamenta sobre una comprensión errónea acerca de la naturaleza del tiempo. Se basa en la visión de tiempo como un marco general que engloba y limita las acciones tanto de los hombres como del mismo Dios, y no como un concepto de la realidad física al igual que el espacio, al que está ligado. Un Dios Todopoderoso no podría estar sometido a las limitaciones del tiempo, como tampoco lo está a las del espacio, de modo que la libertad individual sería compatible con el conocimiento divino de nuestra decisión moral fundamental. El hecho de que esta incomprensión sobre la naturaleza del tiempo haya sido superada por la ciencia moderna, así como el fenómeno de la secularización, no han impedido que, como apuntó el gran Weber, las huellas que las ideas calvinistas dejaron en el ethos de buena parte de la sociedad occidental permanezcan indelebles.
El plano de la acción moral no se ve por tanto limitado por el factor temporal, como no lo está tampoco por el espacial. Pertenece a otro ámbito de cosas propias del ser que no están limitadas por el despliegue del mismo, en términos heideggerianos, en el espacio y el tiempo, sino que pueden verse actualizadas a lo largo de éste. Esta actualización, dada nuestra humana e imperfecta condición, es imprescindible para poder avanzar en el camino de la vida. Con ello no cambiaremos los resultados materiales de las decisiones tomadas anteriormente, pero sí que actualizaremos la dimensión moral de nuestra persona respecto de dichas cuestiones. Se trata no solo de un reconocimiento del error, sino de una verdadera actualización de la decisión, de un “sí” actual a los valores en su conjunto que invalida desde el punto de vista moral decisiones fraccionarias del pasado.
En occidente existen diversas tradiciones que son características de los últimos meses del año y que llegan incluso a traspasar fronteras. Desde el Halloween anglosajón, pasando por el Día de Todos los Santos, el Día de Muertos en México, o el Thanksgiving Day en Estados Unidos, hasta las festividades propias del mes de diciembre, que nos son comunes en esta parte del hemisferio.
Es acercándonos al final del año cuando, inevitablemente, los medios de comunicación, los establecimientos comerciales y la familia, nos recuerdan que se acerca la Navidad, festividad que pareciera que se prepara con mayor antelación cada año. Ya no es extraño comenzar a ver árboles, luces o decoraciones navideñas en venta desde antes de que pase Halloween. Sigue leyendo
«Encuentra tu tribu» es un consejo que ha popularizado Ken Robinson en el ámbito educativo (Cf. El Elemento), pero es también un mantra típico para el desarrollo de equipos creativos. Parece un descubrimiento actual, importado del continente africano («Hace falta toda una tribu para educar a un solo niño») y, sin embargo, es una idea clásica en Occidente, sólo eclipsada por el individualismo de los últimos siglos. ¿Por qué necesitamos encontrar nuestra tribu? ¿Para qué la queremos? ¿Es realmente importante para nosotros tener una tribu? Sigue leyendo
Navega por las redes sociales con éxito inusitado un vídeo del filósofo suizo Alain de Botton predicando el ateísmo. Un ateísmo muy atractivo, sin lugar a dudas, porque se beneficia de todo cuanto de positivo hay en el ateísmo y de cuanto positivo hay en la religión.
Para el orador de Ted el gran problema del ateísmo es su carácter esencialmente negativo –la negación de la existencia de Dios y del valor, por lo tanto, de los sistemas religiosos–. Ese punto se puede conceder. Para revertir esta situación, al parecer, basta con proporcionar a los ateos los beneficios que los fieles de otras religiones encuentran en su religión. Hacer del ateísmo una religión. Sigue leyendo
Mi amigo es sacerdote católico en Los Ángeles. Mi amigo está infiltrado en un congreso nacional de Homilética en San Antonio, Texas. No oculta, en realidad, su condición ad aeternum; de hecho, un corta-pega traicionero le hizo registrarse con un Fr. antecediendo su apellido. Pero al fin y al cabo, cuántos feligreses se sienten vinculados filialmente a sus pastores también en la inmensidad de iglesias americanas, el apelativo no resulta extraño.
Él y su compañero mexicano-californiano son los únicos católicos que han acudido a la humedad del río que fluye a los pies del mítico Álamo, más concretamente, a la catedral del Rito Escocés, un calco de un templo octástilo corintio sobre un zócalo que le sirve de monte Olimpo. Unos días cumple su función inicial de macrologia para albergar los capítulos del Sur del Estado, y otros acoge obras de teatro, conciertos, exposiciones, seminarios y conferencias. A todos los actos acuden sin falta dos convidados de piedra, George Washington y Sam Houston, esculpidos en el frente para que no pierdan ninguna de las sesiones de la fraternidad a la que pertenecían. La rigidez de su rostro nos dejará con las ganas de ver qué cara ponen al ver a una de las principales atracciones a este evento, Nadia Bolz-Weber. Sigue leyendo