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Un refugiado en Europa: el efecto ilusorio de estrenar mundo

En Internacional por

Ilusión. Esa es la diferencia de caminar por el Paseo de Gracia o por un camino de tierra en los arrabales de Kampala. De asombrarse con las figuras que decoran los adoquines de Barcelona o con el color rojizo de la tierra en Uganda. Es la forma en la que nuestros ojos decoran lo que ven y la manera en que rellenamos aquello que no alcanzamos a ver. La ilusión se alimenta de olores, sonidos y sensaciones, y los deja en algún rincón de nuestra mente, para que esta recurra a ellos sin previo aviso, cuando necesita rellenar los vacíos de la incomprensión. Es la realidad decorada con nuestros miedos y deseos.

Cuando llegué al campo de refugiados de Rwamwanja, en Uganda, tuve que mostrar mi credencial de periodista ante las autoridades. Como el director del campo – allí se denomina ‘Comandante’ – estaba fuera, me vi en la tesitura de esperar prácticamente todo el día a que volviese, así que decidí dejar mis cosas en la oficina de su secretaria y salir a dar una vuelta por los alrededores.

En aquel pueblo colindante al campo encontré un mercadillo, de esos semanales que parecen conseguir congregar a todos los habitantes del pueblo, ya sea en África o en Europa. Un mercadillo africano llama la atención porque puedes encontrar animales atados o enjaulados, y porque la mayoría de vendedores no tienen puesto; les basta con poner una mesa sobre la que enseñar sus productos. A algunos ni eso: lo ponen directamente sobre el suelo.

Me impresionó una señora tumbada junto a una montaña de restos de pescado: cabezas, raspas, colas y tripas devoradas por las moscas. Era la vendedora. Me impactó que eso se vendiese; que eso se comprase. La vendedora casi podía dormir sobre ese montón de restos y a mí se me hacía casi imposible no cubrirme la nariz con la camiseta. Me sorprendió que alguien pudiese sobrevivir a comerse eso, y más aún que la secretaria del Comandante me dijera que no pasaba nada, “que ese pescado está perfectamente”. Era una imagen que pasaba desapercibida para casi todos los transeúntes, pero a mis ojos era lo más excepcional que ofrecía aquel mercado; por lo chocante, por la intensidad del olor, por el zumbido de las moscas y por que alguien pudiese dormir abrazado a todo aquello, rodeado de un constante tráfico de ruido, polvo y personas. Supe entonces que lo que hacía de esa imagen algo especial eran las expectativas que llevaba conmigo. Era la sensibilidad que se despierta en el viajero cuando se enfrenta a una realidad desconocida, cuando camina cargado de sueños ante una primera vez.

Europa: todo demasiado ordenado y silencioso

Cuando Roger llegó a Barcelona, procedente de aquel campo de refugiados, y salió por primera vez a la calle, lo primero que dijo es que no sabía qué decir, “que todo era como un sueño”, que le impresionaba que todo estuviera tan limpio, que hubiese luz en todas las calles. Así que terminó preguntándome él a mí que cómo había hecho para moverme por Uganda.

Era una tarde de Navidad, de esas que casi nacen siendo noche, pero con la excepción de ser un diciembre atípico, sin bares ni mucha vida en la calle. Una tardenoche en la que Roger conoció el frío, y lo dijo como si fuese un invento de más allá del trópico, y a mí me recordó a cuando Aureliano Buendía recuerda el día que su padre le llevó a conocer el hielo. Le pareció que en Europa todo era demasiado ordenado y demasiado silencioso. Entonces recordé las misas de noche en el campo de Rwamwanja, su música atronadora y las plegarias cantadas que parecían salir de la oscuridad de la montaña y que yo, desde mi habitación del hostal, imaginaba como una enorme fiesta de danzas y rituales africanos bajo la fría luz de los fluorescentes. Mi cabeza mezclaba imágenes del espiritualismo africano, que siempre despierta de noche, y las pintaba con los colores eléctricos de la obsoleta precariedad tecnológica del (‘Tercer’) mundo rural.

Roger parece haberse hecho a vivir rodeado de blancos, a mirar las luces de los semáforos para cruzar la calle, a perderle el miedo a las escaleras mecánicas.

Son colores artificiosos, llenos de contrastes, parecidos a los de la fuente iluminada de Gran Vía de les Corts. Cuando Roger la vio por primera vez la vio tan azul que me preguntó si realmente era agua. Le dije que sí, que “solo es un efecto de luz”. Me pidió que le tirara una foto; imagino que para enseñársela a sus amigos de Uganda y mostrarles cómo es el mundo en Europa. Imagino que aquel azul intenso y artificioso cuadraba con su imaginario de la excepcionalidad tecnológica de Europa, como si esa unión de color, coreografía y luz evidenciase las diferencias con su mundo africano. Pensé que la realidad estaba respondiendo a su ideal y el ideal se estaba convirtiendo en belleza, igual que yo con aquella mujer que dormitaba junto al pescado.

El animal que más ha impresionado a Roger en Europa es el perro. Primero porque “en Uganda todos son callejeros” y aquí van atados; y segundo, porque jamás pensó que pudiesen existir tantas razas, ni que un perro pudiese ser viejo y pequeño al mismo tiempo.

Tiempo después, Roger parece haberse hecho a vivir rodeado de blancos, a mirar las luces de los semáforos para cruzar la calle, a perderle el miedo a las escaleras mecánicas y a moverse en metro siguiendo los colores. También hay realidades que sigue resolviendo con su imaginación, como la de los africanos que encuentra por la ciudad, hablando en plazas o cargando carros de chatarra. Piensa que pueden ser mafias y teme que le quieran meter en su sistema, así que evita acercase a ellos.

En lo poco más de tres meses que Roger ha dejado de ser refugiado en Uganda para ser estudiante en Barcelona, la ciudad ha cambiado mucho a sus ojos. Aún hay muchas cosas que no termina de entender y que, seguramente, en su silencio, va rellenando con su propia imaginación, dejando que su subconsciente complete los huecos del desconocimiento con miedos e ilusiones. Algo parecido a lo que hacemos todos al proyectar nuestro futuro. Probablemente, en el caso de Roger su imaginario sea muy distinto al de hace un año, cuando solo era un refugiado en el Tercer Mundo, y ahora se permita soñar con ser diplomático y conseguir un trabajo digno. De ahí que, en ocasiones, ilusión signifique lo mismo que esperanza.

Puedes conocer la historia completa de Roger en Refugio, el documental de Manuel González. Disponible en Filmin y Amazon Prime.

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¿Qué perdemos cuando decimos «migrantes» donde antes decíamos «inmigrantes»?

En Pobreza e inmigración por

Desde hace unos meses se escucha con frecuencia en los medios de comunicación la palabra «migrante», en detrimento de las más habituales «inmigrante» y «emigrante». El cambio ha sido repentino y bastante globalizado, como si buena parte de los medios de comunicación españoles hubieran reescrito simultáneamente sus libros de estilo respecto de esta cuestión.

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Inmigrantes, estáis mejor callados

En Viñetas por

Seguimos a vueltas con el “Dr. Fraude”, con el excortesano Villarejo, con “tu me hiciste aquello mientras yo te hacía esto”… Entretanto, a nuestras fronteras siguen llegando los inmigrantes, el hambre, la miseria, el desconsuelo, la esperanza, la oportunidad de ver en el otro a un igual... ¿Por cuánto tiempo les vamos a seguir callando? 

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[RÉPLICA] Ni el miedo ni Žižek sirven para interpretar la inmigración en España

En Cultura política/Pobreza e inmigración por

Los lectores de Democresía ya saben que me es prácticamente imposible escribir sin filosofar, sin citar a otros o sin acudir a fuentes y estudios que retuercen mis líneas hasta alejar a despistados y ocasionales. Prometo moderar estos “vicios” para contestar al breve artículo sobre la inmigración en España a través de Žižek que apareció en esta revista a mediados de agosto. Pero, por si no lo consigo, les adelanto ya mi jab (el miedo a la diferencia explica el afán de seguridad pero no el rechazo al inmigrante) y mi uppercut (la violencia sistémica es un concepto vaporoso, dogmático e incitador de violencia). A partir de ahora, ya pueden volver a sus redes sociales… o leer lo que sigue, con el agradecimiento por adelantado de quien lo firma.

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Uganda, el país del millón de refugiados

En Mundo por

El pasado 16 de febrero, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) anunció que Uganda había alcanzado oficialmente el millón de refugiados procedentes de Sudán del Sur. Si le sumamos el número de refugiados originarios del Congo y otros países limítrofes, la cifra llega hasta 1.400.000 personas.

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Todos los caminos conducen al Mediterráneo

En Asuntos sociales por

Los últimos acontecimientos en su entorno natural instan a Italia a hacer todo lo contrario al premeditado retraimiento de su flamante gobierno.

En 2011, coincidiendo con el inicio de la “Primavera Árabe”, las llegadas de inmigrantes y refugiados a las costas italianas se incrementan exponencialmente; la caída del régimen de Ben Ali en Túnez y la guerra civil en Libia serán la propulsión de un fenómeno que se reafirmará tras la muerte de Muamar el Gadafi. Libia se convierte en el principal país de tránsito hacia Italia, gracias a una inestabilidad que también ha generado el caldo de cultivo ideal para el brote de redes de traficantes de seres humanos. Sigue leyendo

De refugiados a aporofobia: esto cuenta la palabra del año

En Asuntos sociales/Pobreza e inmigración por

La Fundación del Español Urgente (Fundéu) selecciona anualmente desde 2013 una ‘palabra del año’ entre todos los términos de la lengua española. No es una palabra nueva, o no tiene que serlo, sino que debe ser una que suscite un interés lingüístico “por su origen, formación o uso” y, enfatiza la organización, “haber tenido un papel protagonista en el año de su elección”. En este caso, la palabra que más ha cumplido estos requisitos ha sido aporofobia.

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Los Godos de Pérez-Reverte

En Cultura política/Pensamiento por

Leí hace bastante tiempo un artículo de Pérez-Reverte, terriblemente lúcido, llamado “Los Godos del emperador Valente”. En él enuncia las sombras que se ciernen sobre Europa, fruto de la amenaza terrorista, la presión migratoria y sus debilidades internas, en un audaz paralelismo con la caída del Imperio Romano, para acabar sentenciando:

“El problema que hoy afronta lo que llamamos Europa, u Occidente (….)  es que (…) tiene fecha de caducidad y se encuentra en liquidación por derribo. Incapaz de sostenerse. De defenderse. Ya sólo tiene dinero. Y el dinero mantiene a salvo un rato, nada más”. Sigue leyendo

[RELATO] Casilda sabe multiplicar

En Asuntos sociales/Internacional por

Que estas líneas nos sirvan para ubicar al Otro en el otro.

Espinosa Martínez, seudónimo de Ricardo Morales Jiménez  — Codirector de Democresía

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Polonia: la contrarrevolución conservadora en el siglo XXI

En Mundo por
  1. Europa y la identidad nacional

El 13 de septiembre de 2016 el Parlamento europeo, en sesión monográfica y extraordinaria, se reunió para debatir, y condenar, la considerada como “deriva autoritaria” del Gobierno de Polonia, dominado desde el año anterior por el partido conservador Ley y Justicia (Prawo i Sprawiedliwość, PiS). Se denunciaba, especialmente desde los grupos socialistas y liberales de la Eurocámara, el proceso de crecimiento de sus posturas eurofóbicas contrarias a los Derechos humanos. Así se cuestionaban públicamente, y en primer lugar, sus intentos de reforma unilateral del Tribunal constitucional; en segundo lugar, el control de los medios de comunicación, tanto  públicos como privados; en tercer lugar, su postura antiinmigración contraria a la acogida de refugiados; y en cuarto lugar, sus medidas de protección de la Familia natural y de limitación del aborto. Sigue leyendo

Los 5 tabúes que la izquierda debe superar según Žižek

En Cultura política/España/Pensamiento por

Hace unos años, cuando “España iba bien” podíamos (¿podíamos?) permitirnos el lujo de tener a izquierda y derecha unos partidos mediocres con unos dirigentes mediocres sin correr demasiado el riesgo de un desmembramiento. Estaba todo pagado, crecíamos a un ritmo superior al 3% y, como dice la cita evangélica, construimos graneros y nos confiamos, sin saber que el cataclismo estaba a la vuelta de la esquina. Sigue leyendo

La Grecia postelectoral: prioridades, pactos y seis escaños

En Mundo por

Desde finales del siglo XIX, con la progresiva democratización de los “Estados Modernos” han surgido diversas formas de ver, comprender y actuar en torno a la realidad presentada. Esta cosmovisión y manera de actuar es lo que conocemos como ideologías, ya que como su propio nombre indica –ideo: idea, forma y logía: razón – se trata del conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el comportamiento de una persona o colectivo.

Pues bien, parece que esta lógica ha llegado a su fin. Y el ejemplo no puede ser más reciente. Este domingo Syriza ganó las elecciones griegas con un 35,5% de votos, lo que equivale a 95 escaños del Parlamento griego. Al ser la fuerza más votada, la ley electoral griega estipula que se le concedan otros 50 escaños, lo que hace un total de 145. Como el Parlamento está compuesto por 300 asientos, Syriza sólo necesitaría seis puestos más para obtener mayoría en el hemiciclo. Hasta aquí todo muy sencillo y lógico. Sigue leyendo

Refugiados: ¿Hasta dónde debemos ayudar?

En Asuntos sociales/Pobreza e inmigración por

Este no es otro artículo rasgándose las vestiduras sobre el hecho de que, tras cuatro años de guerra en Siria y 1.600 ahogados en el Mediterráneo solo en 2015, nos hayamos dado cuenta ahora –ahora que la foto de un niño ahogado ha abierto las portadas de todos los medios– de que algo hay que decir ante esto.

No se escandalicen, el hombre siempre ha sido así. Yo no he ido a Jordania a ayudar a los refugiados y usted tampoco lo ha hecho. Las cadenas de mensajes de Whatsapp y los vídeos e imágenes que ha compartido en su Facebook de poco le han servido a nadie, así que dejemos el tema por ahora.

Precisamente ayer me tocó cubrir la reunión entre los consejeros de las comunidades autónomas y la ministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Báñez, para “coordinar esfuerzos” y preparar lo que, a todas luces, va a ser una llegada masiva de refugiados sirios a España.

Es significativo el hecho de que si en julio se hablaba de acoger a 3.000 personas procedentes del holocausto sirio, hasta esta semana las cifras que se manejaban rondaban las 15.000. A día de hoy el ministerio ha dejado de emplear esa cifra, con toda probabilidad debido a que serán muchos más quienes acudan a nuestro país en busca de auxilio.

Ahora bien, volviendo a lo que nos interesa ¿por qué nos impresiona tanto el dolor ajeno? ¿Por qué la intuición general da por sentado el hecho de que nosotros (los países “ricos”) tenemos algo que decir ante la avalancha de gente buscando ayuda?

No me malinterpreten. Soy de la misma opinión. Pero son preguntas que es necesario hacerse, por lo menos con la misma urgencia que la siguiente: ¿Hasta dónde debemos ayudar?

Si traigo estas odiosas preguntas hoy aquí es precisamente por el deseo de ir un poco más allá de la indignación generalizada, de la pataleta del flipadillo que clama contra “Occidente” y el “comercio de armas” y de los aires de los representantes públicos que ayer callaban como muertos y hoy acaparan minutos de televisión sosteniendo que “todo es poco para nuestros queridos refugiados sirios” y haciendo ascos a cualquiera que no demuestre estar, por lo menos, tan “comprometido” como ellos.

Lo cierto es que la broma nos va a costar un pastón: en las próximas semanas y meses vamos a procurar alojamiento a miles de familias, escolarizar a miles de niños, procurar manutención y atención sanitaria, tramitar conforme a la legalidad los visados de refugiados, pagar transportes, invertir en clases de español para los recién llegados y poner en marcha programas de orientación laboral para que quienes puedan trabajar tengan alguna posibilidad de ganarse la vida en nuestro país.

No hace falta que me extienda en el hecho de que esta inversión va a salir de algún lado y que, tras años de carestía, la ayuda a los refugiados no saldrá de lo que “sobra” en las cuentas del Estado, esas que nutrimos entre todos.

¿Hasta qué punto estamos moralmente obligados a ello? Solamente hasta donde podamos, desde luego, y donde podamos es un límite que de forma responsable han de determinar nuestros representantes con el apoyo de la ciudadanía. Es necesario hacer una tarea conjunta, un examen de conciencia, para medir nuestro corazón frente a la tragedia y dar una respuesta que vayamos a ser capaces de mantener.

Con todo ello, lo único que pretendo decir es que si, como indica el CIS, hay un 77,8% de la población que aprueba que España se comprometa con quienes hoy sufren las atrocidades que –por fin– nos han conmovido, es necesario que el compromiso sea de todos, y que asumamos que la causa vale la pena, incluso si hemos de renunciar a algo nosotros.

En palabras de la nueva lideresa de Barcelona, es necesario que aceptemos y enfrentemos que la acogida se hará por encima de nuestro propio “miedo a vivir un poco peor”. Y sucederá.

Pero el miedo es sólo eso: miedo. Nuestro miedo a vivir un poco peor contra su miedo a no sobrevivir. Nuestro miedo a tener que compartir una pequeña parte del bienestar contra su miedo al hambre y a la muerte, tan profundo que les ha dado el valor de arriesgarlo todo, para venir sin otro equipaje que el propio miedo.

Miedo contra miedo. Y el suyo es más fuerte.Ada Colau, 28 de agosto.

 

¿Y qué pasará con aquellos a quienes no podamos atender? Solo Dios lo sabe. Ante las dimensiones de la tragedia, la tentación de creer que nosotros podemos con todo (y que solo es cuestión de “voluntad política”) es muy fuerte, pero no es justa. Si bien la ayuda no puede limitarse a compartir “lo que cae de la mesa” de los países ricos, tampoco sería razonable endeudarse para asumir más de lo que nuestra capacidad real permite.

Anteayer un amigo me dijo que se había ofrecido voluntario para acoger a una familia siria en su piso. Fue una provocación inmensa.

 

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