En defensa del Parlamentarismo: de los espacios de copertenencia a la representación indirecta
Desde hace algunos años se recurre mucho a la comparación de los acontecimientos de nuestro siglo con los del periodo de Entreguerras del anterior. En términos generales, el populismo de derechas se ha identificado con el fascismo y el de izquierdas con el comunismo, y dentro de nuestras fronteras, se buscan parecidos de políticos conservadores con Franco, se analiza la “podemización” del PSOE a la luz de la “bolchevización” de este partido en los años treinta, o se rastrea la conexión entre Puigdemont y Torra con Macià y Companys. Todo ello en función de la ideología del analista, a veces con acierto y otras con propaganda, y no solamente en la política: gran parte del mundo ha redescubierto la mal llamada “Gripe Española” de 1917 a raíz del Coronavirus, y algunas marcas han resucitado en sus anuncios comerciales el espíritu de los Felices Años Veinte para transmitir optimismo en la venta de sus productos.
Estos análisis son muchas veces derivación del anacronismo, una tentación que siempre acecha al observador del mundo. Pero como escribía Jacques Maritain, “todo error encierra una verdad”. Es decir, todo lo malo o equivocado suele tener un atisbo de bien, indicándonos una tendencia del ser humano que, por la razón que fuere, no se ha desarrollado correctamente. En el caso del pensar anacrónico, nos anuncia que la persona es un animal histórico, y detectarlo a tiempo nos invita a buscar similitudes con el pretérito que hagan de la historia Magistra vitae en lugar de arma política. Con esta intención me gustaría reflexionar sobre un aspecto que me parece de los más característicos de la política actual, y que se presenta al comenzar los años veinte del siglo XXI con unas notas similares –aunque por supuesto, para nada idénticas– a las que eran evidentes en los del XX: la crisis del parlamentarismo. Y lo haré esencialmente de la mano de alguien que lo analizó por aquel entonces, y cuyas reflexiones siempre intento traer a colación por lo perspicaces que fueron: José Ortega y Gasset.
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