Voltaire y la piscina de Arganzuela
Ya en el siglo XVIII, lo advirtió Voltaire. El ateísmo filosófico del barón D´Holbach encubría, bajo su ímpetu desacralizador, una actitud pía y reverencial frente a la naturaleza. La sospecha y desconfianza suscitadas por la vieja religión terminaron alumbrando una nueva divinidad, en vez de proscribir, de una vez y para siempre, como hubiera deseado Voltaire, los delirios del fanatismo.
La naturaleza constituía el reverso liberador de la costra de prejuicios y supersticiones sedimentada a lo largo de los siglos. Invocarla significaba penetrar en un reino material objetivo, regulado por leyes universales. Leyes que invisten al hombre y a la sociedad con la aureola de lo justo y necesario, eximiéndolos de trapacerías y corruptelas, oscurantismos y servilismos, de un sistema de poder auspiciado por el interés de aristocracias depredadoras y mezquinas. Sigue leyendo