Intrahistoria de una manifestación politizada
Las manifestaciones las carga el diablo. Lo sabe bien José María Aznar que montó una el 12 de marzo de 2004 para respaldar sus tesis sobre la matanza del 11-M en Madrid y cavó su tumba política. El por entonces todavía presidente del Gobierno de España se trajo a todos los líderes europeos que pudo, escogió un recorrido impecable y simbólico y quiso darle el tono propio del dramatismo y la austeridad castellana. No contó Aznar con dos imponderables. La lluvia que deslució el recorrido y la reacción de la gente, nada espontánea, bien conducida y dirigida para moverle la tierra bajo los pies al, hasta entonces, todo poderoso inquilino de La Moncloa, ya en retirada. No se dio cuenta Aznar de que las manifestaciones se componen de gente, de personas. Individuos que forman colectivos. Seres humanos con sus propias inquietudes y prioridades pero también manipulables, pastoreables, que pierden parte de su identidad individual cuando se agrupan con otros seres humanos como ellos. Sigue leyendo