Todo cambio ha surgido de un grito previo; del grito colérico y encabritado, de la indignación profunda, del sacrosanto: “se acabó“. Es furor desbocado, agresiva aversión al mal que ha poseído a todos los hombres de bien que por el bien han batallado, a sablazos sangrientos e incansables; es el motor de la santidad la ira santa, que ha de verse siempre completada por el amor del bien, por el deseo del fin.
No espere el lector encontrar en estas líneas crítica constructiva alguna. No espere el lector soluciones, fórmulas algorítmicas o la vacuna definitiva de nada: ni las tengo ni las huelo. Lo único que poseo en mi alma, negro e inflamable como el alquitrán, es un grito que se resiste a resignarse.Sigue leyendo
“La primera conclusión de estas elecciones es que el Partido Socialista ha alcanzado al Partido Popular”, dijo Pedro Sánchez ayer al empezar su valoración de los resultados electorales en España. Es cosa sorprendente. Cualquier otro menos creativo habría dicho algo así como “La primera conclusión de estas elecciones es que el Partido Popular ha alcanzado al Partido Socialista”.
El PSOE obtuvo en las elecciones municipales de 2011 un total de 6.276.087 votos, mientras que ayer le votaron 5.587.084. En torno a un 11% menos. Por otra parte, el PP obtuvo hace cuatro años un total de 8.474.031 votos, mientras que ayer recibió el apoyo de 6.032.496 personas. Casi un 29% menos.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que ambas formaciones concurrieron en 2011 en una situación excepcional: el PP obtuvo un apoyo muy superior al que acostumbraba, debido a que el PSOE estaba en sus peores horas.
Desde esta perspectiva, lo lógico sería mirar la evolución de los resultados desde 2007, si aceptamos que estas tuvieron lugar en un momento político de relativa estabilidad. Mirado así, la interpretación de lo ocurrido este domingo podría ser perfectamente la de una relativa vuelta de las aguas a su cauce para el PP, sin dejar de tener en cuenta el desgaste importante que ha sufrido (pierde 1,8 millones de votos en lugar de 2,44 millones de votos) y la de un estancamiento del PSOE en su peor momento (de 2007 a 2011 perdió 1,48 millones de votos y de entonces a esta parte ha perdido 689.003 votos más).
No el balde, el PSOE pedía el pasado 19 de mayo que “no había que comparar los resultados con los 2011” porque la situación “es muy diferente”. En realidad no lo es. El PSOE no solamente no ha sido capaz de remontar sino que sigue cayendo, y ahora sus votos los recogen en buena medida quienes sí han sabido tocar las las teclas para hacer bailar a los ciudadanos.
Por suerte para Pedro Sánchez, la espada de damocles que pendía sobre su cabeza hasta hace unos meses ha quedado mellada, al estrellarse contra unos malos resultados en Andalucía por su incapacidad para formar Gobierno. Susana Díaz ha mostrado sus cartas y no tenía más que doble pareja.
Por su parte, el PP se ha pasado de frenada y, pese a haber ganado las elecciones, va a tener que mancharse las sandalias y bajar a la arena política para conservar el suelo bajo sus pies. De no hacerlo, podría encontrarse en cuestión de una semana con que ha perdido prácticamente todo el poder territorial de un plumazo.
Más allá del “aviso” que algunos dirán que ha recibido (yo no estoy del todo seguro que haya sido un voto de castigo tanto como un verdadero cambio de liderazgo), quizá no sea un mal resultado para los populares (no hay que olvidar que han ganado y que son la primera opción de gobierno), y sea más bien una oportunidad para bajarse del caballo y empezar a hacer las cosas bien. No les queda otra.
Un hombre va al médico aquejado con un fuerte dolor de estómago. El doctor, llamémosle PSOE, le estudia detenidamente y concluye, erróneamente, que el paciente tiene una úlcera gravísima. Rápidamente, le receta un medicamento buenísimo con una eficacia asegurada en el 100% de los casos. El individuo vuelve a casa y sigue el tratamiento al pie de la letra, pero el dolor de estómago no desaparece.
Decide pedir una segunda opinión y se dirige a un especialista llamado PP que anuncia tener la solución para los males de estómago. Confiado, se deja realizar muchísimas pruebas y espera impaciente el diagnóstico del doctor. “Usted padece una gastroenteritis aguda”, le dice equivocadamente. Le promete que si hace una dieta estricta y toma unas pastillas de última generación, su problema desaparecerá en poco tiempo. El hombre entusiasmado cumple a rajatabla las indicaciones del médico, pero su dolor se incrementa cada día. Sigue leyendo