Por un patriotismo de lo cotidiano
Al ejercer nuestra libertad experimentamos a menudo cierto temblor. Hay en ella algo fascinante y trágico a la vez. Nos da miedo – como decía Erich Fromm – y a la vez la anhelamos. Como hombres modernos que somos, hijos de nuestro tiempo, reconocemos que sin ella corremos el riesgo de deshumanizarnos, y de que solo con ella podemos articular nuestra vida religiosa, política y social. La libertad, por presentarla en positivo, es “don”, como supo ver Miguel de Cervantes. En la llamada “civilización europea” (Guizot), la lucha por la libertad política es desde Grecia hasta la actualidad nuestra seña de identidad, el gran estandarte europeo, si bien, constantemente amenazado por enemigos y supuestos benefactores. La libertad se asemeja así a una doncella en constante peligro de profanación.
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