La principal lógica de un sistema electoral con segunda vuelta es evitar una repetición de elecciones. O mejor dicho, evitar perder el tiempo de los políticos, de hacerselo perder a los ciudadanos evidenciando la bajeza de miras de los representantes públicos, y de reducir los costes de reorganizar toda la infrastructura electoral desde cero.
Todo discurso -sea deliberativo, forense o demostrativo- busca producir un movimiento de la inteligencia y eventualmente de la voluntad de los oyentes: que el público piense, quiera o haga lo que se les propone.
Iñigo Errejón pasará a la historia por ser el primer político en conseguir ser candidato de dos realidades políticas al mismo tiempo. Este desdoblamiento astral para optar a la presidencia de la Comunidad de Madrid bajo las siglas del movimiento ciudadano de Manuela Carmena -Más Madrid- sin renunciar a Unidos Podemos, ha terminado por desgajar -según informó Pablo Iglesias, todavía su secretario general- el proyecto que se pergeñó, entre cafés y algún que otro carrujo, en la Universidad Complutense de Madrid.
Un año después del referéndum del 1 de octubre, Cataluña sigue siendo España. Lo es de una forma peculiar, con un Govern presuntamente más comedido en sus acciones -aunque no en sus declaraciones-, dedicado a internacionalizar el conflicto, al tiempo que, desde el Ejecutivo socialista, se buscan fórmulas de consenso. ¿El objetivo? cambiar la “herencia política” del Partido Popular para con Cataluña y darle un nuevo giro que posibilite un diálogo real y fructífero con Torra y sus socios políticos.
La internacionalización del proceso secesionista, la situación económica de la comunidad autónoma y la problemática educativa, son algunas de las cuestiones que vemos en este artículo.
Pablo Iglesias e Irene Montero han sometido sus puestos como representantes de Podemos al sufragio de los inscritos en Podemos tras el escándalo de la compra de su chalet. El secretario general de Podemos y la portavoz parlamentaria ganaron la votación que movilizó a un número superior que las últimas consultas del partido, un total de 188.176 personas inscritas que votaron (un 38,5% del censo de militantes) que superó la participación de 155.190 votantes de Vistalegre II. De las 188 mil personas participantes, un 68,42% (128.300 personas) han apoyado a Iglesias y Montero. Don Cástulo tiene claras las motivaciones de sus apoyos.
Llegaron hasta mí hace relativamente poco ciertas declaraciones de Pablo Iglesias que dejaban un poco la sangre helada. La voz era inevitablemente reconocible, no se apreciaba ningún tipo de manipulación sonora y el audio era lo suficientemente largo como para no sospechar que estuviera sacado de contexto. Cabe decir también que, conociendo algunas perlas del pasado del líder de Podemos, el discurso en cuestión no desentonaba del todo.
Entre otras lindezas, Iglesias apelaba a la política “con cojones”, hacía un llamamiento a ocupar viviendas y advertía a quienes les escuchaban, en una escuela de verano de la Izquierda Anticapitalista en 2013, que había que empezar a hacer “gimnasia revolucionaria”, estar “preparados para tomar las armas” y les recomendaba aprender a preparar cócteles Molotov, “de esos que arden y explotan”. Sigue leyendo
Aquello que sales de trabajar un día, te lían y terminas en la Universidad de Verano de Podemos (en otoño), escuchando la ponencia inaugural de Íñigo Errejón. Y, ya que estás, pues te quedas y pegas oreja a ver qué se cuenta.
Un dato curioso: el evento es en mi facultad (Filosofía UCM) y, por primera vez, no flota en el aire el tufillo a marihuana acostumbrado. Primer estereotipo roto.
Entras en un recinto vallado por el aparcamiento. A la izquierda, el “merchandaising” y los libros del líder supremo. Un poco más allá, la barra: cañas a euro y medio y “minis” de cerveza a cinco. Música de ambiente y público heterogéneo avituallándose para hora y media de arenga. Sigue leyendo
El debate de ayer noche fue aburrido se mire por donde se mire. Si hay que buscar un ganador, seguramente fue la selección italiana, que se estrenó de forma brillante ante Bélgica, para deleite de los futboleros (que pudieron aducir motivos religiosos para no tener que comulgar con el mitin electoral a cuatro bandas).
Solamente el hecho de que hubiera tres presentadores era ya un indicador de que, con tantas condiciones de todas las partes implicadas (partidos políticos y televisiones), lo que menos importaba era que se produjera algún tipo de diálogo o choque entre candidatos. Cada uno ocupó su espacio de tiempo, dijo lo que tenía que decir –que es lo que vienen diciendo desde hace seis meses– y se fue tranquilamente a su casa. Lo importante era cumplir.Sigue leyendo
España aún persigue su quimera, la independencia de los medios, y ayer sobrevivió una vez más a las miradas furtivas.
Los periódicos protestan por el reciente ataque de Pablo al derecho a la información; un discurso en la UCM ante alumnos de Filosofía que reían sus gracias, representando con algo de jira la realidad editorial. Eso de que el jefe del periódico manda sobre el redactor y de que el pez gordo manda sobre el jefe, y que entrambos son capaces de alterar noticias y hasta mentir dolosamente si les conviene. Ha sido poco elegante, pero ayer llevaba en la punta de la lengua el blasón de los profetas. Sigue leyendo
Una simple mañana en el Debate de Investidura ha bastado para saber que no va a haber Gobierno posible. Alusiones, reiteraciones, críticas, achaques e incluso descalificaciones han plagado unos discursos más propios de una campaña electoral que de un Parlamento.
Por si había alguna duda, se ha evidenciado la falta de entendimiento suficiente tanto para formar como para permitir formar un Ejecutivo: el Partido Popular y Podemos no van a votar ni abstenerse en favor de la coalición PSOE – Ciudadanos. Esto es política, y la política, tal y como defendían Anthony Downs, Klaus Von Beyme y demás teóricos reduccionistas, tiende más a semejarse a la economía que a la consigna armónica de la unidad en la diversidad.
Pero dejando de lado los ataques e improperios que los representantes de esta sociedad se lanzan de asiento a asiento, el debate evidencia lo que la mayoría de los españoles augurábamos. Primero, que aquí no hay quién se entienda (por más que se alce la voz) y, segundo, que los discursos empiezan a coger un color llamativamente electoral.
Claras son las posturas de Podemos y PP, visto que no consiguen lo que quieren: sillones, carteras y el control de determinadas instituciones como el CIS (ojito a la importancia de esta herramienta para un partido que tan bien ha sabido estudiar el mercado electoral) además de determinadas medidas políticas o, en el caso de los segundos, sea el hecho simple y directo de gobernar.
Con este panorama, ambos quedan en una posición de beneficio cero de cara al acuerdo y les obliga a marcar un discurso aguerrido y directo. La formación de Iglesias ataca duramente al PSOE, acusándole de deslealtad a su ideología y presentándose a sí mismo como el partido puro de la izquierda. Mientras, el PP se mantiene en sus trece argumentando su legitimidad gubernamental en su mayoría parlamentaria e incidiendo en el punto débil de los socialistas: la estabilidad y recuperación económica.
Podemos: acusa de deslealtad al PSOE y se presenta como el partido puro de la izquierda.
Algo más enrevesada parece la estrategia de Ciudadanos, aunque la intervención de Albert Rivera deja entrever lo que hay bajo el agua. Parecerá difícil de entender su acercamiento al Partido Socialista si, primero, no ha habido ningún guiño especial durante la campaña y, segundo, desde un inicio el propósito de formar gobierno parecía una temeridad. Sin embargo, después de escuchar su discurso en la Cámara y su feroz crítica al PP, el cual se presentaba como un candidato más factible a ofrecer su apoyo que el PSOE y con más opciones de gobernar, ha quedado claro que no ven salida alguna a unas próximas elecciones.
Ciudadanos: primero un acercamiento a la izquierda, después, un ataque al principal partido de la derecha.
Rivera comenzó el asalto a los populares en los puntos flacos tradicionales como la corrupción, el proteccionismo de los intereses empresariales y las puertas giratorias, pero también se lanzó a los puntos que los propios populares utilizan como escudo del miedo en su campaña: unas cifras de paro con las que no nos podemos conformar y la falta a su palabra sobre política fiscal en la campaña de 2011.
¿Es esto una declaración de intenciones? Primero un acercamiento al electorado de la izquierda, cuando tanto se le acusó de ser la marca blanca del PP y después un ataque al principal partido de la derecha. Por si acaso quedaba alguna duda, Rivera volvió a definir a su partido como un partido de centro y liberal. ¿Será esta la estrategia de Rivera ante la quimera de formar Gobierno y al ver que el resto de formaciones ya afila lanzas?
FOTO: Pedro Sánchez durante la sesión de investidura de este miércoles. PSOE
La consultoría electoral persigue desesperadamente alcanzar el momento indicado en el que la opinión pública y el contexto responden positivamente a las acciones que los partidos y candidatos llevan a cabo. La demoscopia permite identificar aquellos temas que en la agenda pública y posibilita la realización de actividades alineadas con los intereses con mayor potencial electoral.
Hace no más de un año, tras el excelente inicio en una candidatura europea, las puertas de la Moncloa parecían abiertas al profesor y tertuliano devenido en político, Pablo Iglesias. La crisis y el desencanto de los españoles promovió el crecimiento exponencial de Podemos otorgándole 5 eurodiputados a tan sólo pocos meses de la creación del partido.
Durante toda la segunda mitad del año 2014 y la primera mitad de 2015, Podemos llegó a posicionarse como el segundo partido político en preferencia nacional (llegando incluso a convertirse en primera fuerza en las estimaciones durante los dos primeros meses de 2015). Hoy el panorama se ve diferente, siendo desplazado por el PSOE y por Ciudadanos en su carrera por convertirse en cabeza de la oposición y alternativa a un nuevo gobierno del Partido Popular. Sigue leyendo
Esta noche, los representantes del Partido Popular, Partido Socialista, Ciudadanos y Podemos se medirán en un debate histórico.
Nunca antes en la historia democrática de nuestro país se ha visto una confrontación, directa y en el mismo plató, entre cuatro partidos políticos en la televisión por ganarse el voto de la población. Principalmente porque nunca antes cuatro partidos se presentaban con opciones a la Presidencia, o al menos de influir determinantemente, si tenemos en cuenta los resultados de las últimas encuestas. De inicio, el encuentro ya ha dado mucho de qué hablar.
La defensa del PP estará delegada a Soraya Sáenz de Santamaría, de quien son más que conocidas sus tablas dialécticas en el Congreso. El resto de los partidos estarán representados por sus líderes – Sánchez, Rivera e Iglesias – que tratarán de apretar el ritmo en una etapa clave de esta carrera de fondo. Sigue leyendo
Si usted no es uno de los cinco millones de personas que estuvieron el 18 de octubre en el bar “Tío Cuco” en el barrio de Canyelles, Barcelona, este artículo le interesará.
El pasado domingo por la noche tuvo lugar en La Sexta, en el programa “Salvados”, el visionado del encuentro entre la tercera y cuarta fuerza política, en lo que a intención de voto se refiere, de nuestro país.
Con la banda sonora de la genial Whiplash, el programa comienza con un zoom out desde la carretera hasta Albert Rivera, algo impaciente en el interior del coche. Un par de planos más tarde, recoge a Pablo Iglesias. Y como dos viejos amigos del instituto a los que no les va mal de todo, empiezan a charlar de esto y de aquello, de lo agotado que está el de la “coleta morada” (no es la primera vez que se lo escuchamos decir) y de lo extrañada que se queda la pequeña Daniela cuando a su padre le paran en cada esquina para el dichoso selfie. Sigue leyendo
Hay un nuevo zorro en el corral. Otro más, sí, solo que esta vez amenaza con comerse las gallinas del otro lado del “ring” político, el que hoy corre detrás de Pablo Iglesias. Se trata de Ahora en Común, una nueva plataforma procedente de la izquierda y extrema izquierda que aparece para atacar a Podemos desde la retaguardia.
Hasta ahora, el equilibrio que permitía a Podemos campar a sus anchas por la izquierda, e incluso hacer incursiones para robar las gallinas del centro del cuadrilátero radicaba en el hecho de tener cubiertas las espaldas por una IU completamente desactivada y encastada, incapaz de robarle votos por ese costado.
No hay que olvidar que, en su mejor momento, tras décadas encabezando la “resistencia” contra la dictadura de Francisco Franco, el PCE (más adelante IU) obtuvo el 9,3% de los votos en las primeras elecciones democráticas, en junio de 1977.
Tras ese “rechazo” de los españoles a un proyecto más alineado con el tono previo al levantamiento nacional que con la melodía que hizo bailar a los españoles durante la Transición, el proyecto IU se ha mantenido a remolque de la democracia española sin ser capaz de aglutinar en torno a sí más que a los “cenizos” (Pablo Iglesias dixit) que se reúnen –cual fieles parroquianos– a cantar la Internacional y a despotricar contra un sistema que pretenden heredero de la dictadura (por aquello de creerse todavía necesarios).
Prueba de ese inmovilismo es que, con los años, sus resultados apenas han conseguido igualar el porcentaje de votos de la formación en las sucesivas elecciones generales. Ni siquiera antes de que Podemos viniera a rentabilizar el desastre que José Luis Rodríguez Zapatero supuso para la izquierda española y que ni Rubalcaba ni Sánchez han sabido remontar.
Conscientes de ello, la estrategia ganadora de Podemos consiste en, desde una posición fuertemente asentada en la izquierda, “emplumarse” lo suficiente para ganarse a las gallinas del centro, a la par que transmitir a los suyos una narrativa de “misión” que, avalada por los poco acostumbrados resultados en las encuestas, fuera capaz de ilusionar a los “cenizos” sin ceder al discurso casposo de IU y sus socios.
Los idus de marzo
Ocurre, sin embargo, que de tanto estirar los brazos hacia el resto del corral y hacia la política “de verdad” ha quedado hueco para una el recelo y la conspiración entre los suyos.
A nadie se le pasa por alto que, desde que en enero de 2014 apareció un joven con coleta que se proclamó heredero del 15-M y proponía gobernar España mediante asambleas de vecinos, hasta la presentación –la semana pasada– de un controvertido sistema de primarias para elegir candidato a la presidencia del Gobierno, ha pasado algo más que meses: ha habido un cambio rotundo del proyecto Podemos.
Dicha evolución supone –desde cualquier perspectiva que se mire– una traición a casi un año (el primero) de discursos sobre la renovación política y el déficit democrático que, a juicio de ese sector de la izquierda española, sufre España.
Sin embargo, responde también a la constatación evidente, por parte de los líderes de Podemos, de que pretender gobernar siquiera un partido (ya no digamos un país) exclusivamente a base de reuniones en la calle lideradas por el frutero, el arquitecto, el peluquero y el responsable de marketing de una pyme no solamente es una chiquillada sino que supone una tremenda pérdida de operatividad respecto a las demás opciones políticas, mucho más ágiles en la toma de decisiones gracias a su “injusto” sistema vertical y su sentido de lealtad partidista.
No hay que dejar de recordar la salida (hace varios meses) de Juan Carlos Monedero del partido debido a discrepancias con la estrategia de la formación, o el hecho de que incluso la muy aclamada Manuela Carmena (la primera en arrebatar el Gobierno de la capital a la derecha) se ha desdicho rápidamente de su pretensión de adoptar un gobierno horizontal, al afirmar que el programa electoral elaborado mediante participación social eran meras “sugerencias”.
En lugar de eso, el “gobierno de los ciudadanos” de Carmena ha quedado reducido a una postura poco menos que estética basada en un recorte de sueldo y unas cuantas fotos en el metro, pero no ha supuesto un aumento real de la participación social en la toma de decisiones.
Como resumen de todo ello, ha quedado un hueco que se ha convertido en lugar de encuentro para los “cenizos” y los puristas del proyecto original de Pablo Iglesias. De este hueco nace Ahora en Común.
Es obvio que el “bombazo” que ha supuesto la irrupción de Iglesias en el escenario político español no se corresponde con un cambio drástico del espectro político en el que sitúan los españoles (la extrema izquierda continúa siendo minoritaria) sino más bien al éxito de Podemos en la construcción de un relato capaz de atraer a buena parte de la izquierda y del centro.
Por ello, perder pie (aunque solo sean unos dedillos) en su principal caladero de votos, obliga a Podemos a tener que tomar la decisión de apostar más fuertemente por el centro (y perder la base de apoyo que le permite estar más sólidamente asentado que Ciudadanos, por ejemplo), o fundirse con la izquierda y resignarse a ser un proyecto residual, como lo es IU.
Los medios de comunicación nos hicimos eco la semana pasada de un suculento estudio publicado por el Centro Reina Sofía, un organismo dedicado a la realización de estudios sociológicos sobre adolescencia y juventud dependiente de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) titulado ‘Política e Internet’.
Dicho estudio arrojaba dos conclusiones interesantes: la primera, que el interés por la política entre los jóvenes de 18 a 25 años ha aumentado del 26% en 2008 (entonces, ese porcentaje declaraba estar muy o bastante interesado por la política) al 72,6% a finales de 2014. Cerca de un 50% más en seis años de crisis económica. De hecho, el 80% asegura que votará en las próximas elecciones.
La segunda de las conclusiones era que una mayoría amplia de este colectivo no siente prácticamente ningún apego o confianza por la mayoría de las instituciones y organismos en los que se desarrolla la vida política y social española, a excepción de los clubs deportivos, las ONG y poco más.
Ni los partidos políticos, ni el Parlamento, ni el Ejército o las fuerzas de seguridad, ni la Iglesia, ni la patronal de empresarios o los sindicatos, ni otros actores económicos como empresas o bancos son para esta generación actores de los que se pueda esperar algún tipo de avance en las cuestiones que les preocupan.
Las causas de esta aparente contradicción son del todo conocidas. El informe no aporta ninguna sorpresa en este sentido: corrupción, ausencia de opciones que les representen, desengaño, desánimo sobre la utilidad del voto, decepción tras las últimas elecciones…
Para el director general de la FAD (y del Centro Reina Sofía) el desapego de la juventud hacia los organismos en los que se desarrolla la vida política del país es un signo “preocupante” porque, a su juicio, “ningún país del mundo puede gestionar su convivencia interna sin unas instituciones fuertes“.
En otras palabras, integrar el descontento y las reclamaciones de los jóvenes en un marco político común se presenta como una tarea en la que debe implicarse toda la sociedad, a fin de que estas puedan articularse en un diálogo que beneficie a todos. La alternativa, a todas luces, es el riesgo de una ruptura de la vida política, no para ser sustituida por una nueva fórmula sino para romper todo cauce de diálogo y, por ende, de convivencia.
Decíamos hace unas líneas que la consulta a los jóvenes (un total de 808) fue realizada los últimos meses de 2014. Precisamente ese año se cumplía un siglo desde que uno de nuestros grandes (o de nuestros pocos) pensadores políticos, José Ortega y Gasset, se lamentaba en su discurso ‘Vieja y nueva política‘ del desinterés de la juventud (hoy igualmente pretendida) acerca de las cuestiones políticas y del estatus caduco de las instituciones de la “política oficial“. Decía así:
“Todos esos organismos de nuestra sociedad — que van del Parlamento al periódico y de la escuela rural a la Universidad —, todo eso que, aunándolo en un nombre, llamaremos la España oficial, es el inmenso esqueleto de un organismo evaporado, desvanecido, que queda en pie por el equilibrio material de su mole, como dicen que después de muertos continúan en pie los elefantes“.
Ortega y Gasset, por F. Vicente
Como curiosidad, el filósofo y periodista señalaba a un tal Pablo Iglesias (no el nuestro, sino el fundador del PSOE) como uno de los pocos que no representaban los “odres caducos” de la política de 1875, la de la restauración monárquica.
Aún así, afirmaba que la novedad que suponían los sindicatos y el Partido Socialista de aquel momento (léase hoy como Podemos) “le confundirían si no se limitaran, sobre todo el socialismo, a credos dogmáticos con todos los inconvenientes para la libertad que tiene una religión doctrinal“.
De hecho, y pese a reconocer la “utilidad” de algunos “radicales” que “han ejercido una función necesaria” consistente en “producir una primera estructura histórica en las masas” –lo que hoy viene a ser el clamor por la “regeneración“– acusaba a los responsables de estas fórmulas de ser “buenos demagogos” que “van gritando por esas reuniones de Dios” (pongan aquí “círculos” y tendrán la analogía perfecta).
Sobre las consignas que entonces –y hoy de forma parecida– movían la reivindicación contra la vieja política afirmaba que “son los tópicos recibidos y ambientes, son las fórmulas de uso mostrenco que flotan en el aire público y que se van depositando sobre el haz de nuestra personalidad como una costra de opiniones muertas y sin dinamismo“. “Nuestra política es todo lo contrario que el grito, todo lo contrario que el simplismo –advertía el filósofo– Si las cosas son complejas, nuestra conducta tendrá que ser compleja”.
Por ello, en su discurso, pronunciado en el teatro de La Comedia el 23 de marzo de 1914, abogaba por la recuperación de la “sustancia nacional“, concepto algo vago que no mucho más tarde se emplearía en el auge de los movimientos fascistas, pero que, para Ortega, significaba que “la política no es la solución suficiente del problema nacional“, tal como hemos defendido en este blog anteriormente.
La ruptura de la tradición política –que no el interés político, tal como se aprecia en la encuesta– y, por lo tanto, del derrumbe de la legitimidad o utilidad de sus instituciones a ojos de la nueva generación, proviene del vaciamiento del significado que estas tienen como legado de una convivencia común y articulada (formal y legalmente) como producto de esta.
Es cierto que, como decía el director general de la FAD durante la presentación del estudio, la semana pasada, “es tarea de todos” el reunir a la sociedad y reforzar las instituciones de modo que estos se conviertan en cauces efectivos de comunicación y gobierno para todos. Pero, para ello, es necesario que exista una voluntad mutua de convivir y una preocupación compartida hacia la comunidad.
“Es una ilusión pueril creer que está garantizada en alguna parte la eternidad de los pueblos; de la historia, que es una arena toda de ferocidades, han desaparecido muchas razas como entidades independientes –advertía Ortega– En historia, vivir no es dejarse vivir; en historia, vivir es ocuparse muy seriamente, muy conscientemente del vivir, como si fuera un oficio. Por esto es menester que nuestra generación se preocupe con toda consciencia, premeditadamente, orgánicamente, del porvenir nacional.”
Desde que comenzó el año, se aprecia una moda morbosa entre los votantes naturales de la derecha (si es que existe de eso en España) que consiste en preguntarse entre sí: ¿Oye, y tú a quién vas a votar?
Si bien no es extraño que empiecen a removerse las aguas conforme se acercan las muchas citas electorales a las que estamos llamados este ejercicio, lo que sí es novedoso es lo hagan en esta orilla.
Vertebra la moral política de una parte de la población una llamada a la prudencia —¡Prudencia!— antes de hacer una “locura” y votar a según quien, sin necesidad de referirse a quienes (obviamente) no son un reclamo para esta clase de votantes.
Pese a todo, en muchos parece como si quedara un resquemor tras tomar la determinación de, cual héroe odiseico, atarse al mástil de la virtud –la más alta de todas, según los grandes filósofos– y quedarse con las ganas de desahogarse: ¿Oye, y tú a quién vas a votar? (como si buscaran algún “disidente” a modo de tentación).
Y ya que hemos apuntado una metáfora, continuemos con ella. ¿O no son cantos de sirena las constantes encuestas que una y otra vez nos bombardean, espoleando la “furia” de unos, el “miedo” de otros, la “responsabilidad” de estos y la locura de todos?
Dijo un francés perspicaz que “cada nación tiene el gobierno que se merece“, algo que se ha repetido hasta la saciedad en esta nación nuestra, la española. Lo dijo en el siglo XVIII, cuando cada hombre votaba a aquel candidato que, según creía, representaba mejor sus propios intereses e ideas, sin ‘trending topics’, ‘encuestas de estimación de voto’ o minutos televisivos que le disuadieran de hacerlo así.
Ocurre, ahora que los gobiernos no son ya el espejo del sentir (y el pensar, por qué no) de la calle, sino una ponderación de reclamos, miedos, prejuicios, e ilusiones orquestados a un tiempo por los propios ciudadanos, los partidos políticos y por una abundacia tal de sobreinformación (valga la redundancia) que cualquiera se aturde con tan solo tratar de comprender. En un marco así: ¿Quién se arrogará el valor de votar por sí mismo?
Como consecuencia de ello, son los ciudadanos los que, a través de las muchas y variadas encuestas, modelan sus decisiones a modo de “pacto”, para terminar votando a unos políticos incapaces de pactar entre sí, pese a ser ese (y no el de los ciudadanos) su trabajo. En definitiva, o vota uno mismo, o votan las encuestas.
De la misma manera, parece que son los ciudadanos y no los políticos quienes han de hacer gala de su responsabilidad y prudencia, acudiendo a las urnas con la pinza en la nariz si es necesario, para obviar la podredumbre y la corrupción que, bajo toda apariencia, impregna las instituciones del Estado, del Congreso a los ayuntamientos.
Déjenme darle la vuelta a la imagen, ya que parece poco heroísmo para nuestro Ulises renunciar a su Penélope para quedarse con Circe. Si van a atarse a un mástil, que no sea el de la prudencia sino el de la verdad. Y si han de escuchar a las sirenas, que no sean las encuestas sino las noticias.
Nos hemos acostumbrado ya a que los telediarios abran con noticias sobre corrupción, detenciones, irregularidades, contratos un tanto sospechosos y adjudicaciones
Un hombre va al médico aquejado con un fuerte dolor de estómago. El doctor, llamémosle PSOE, le estudia detenidamente y concluye, erróneamente, que el paciente tiene una úlcera gravísima. Rápidamente, le receta un medicamento buenísimo con una eficacia asegurada en el 100% de los casos. El individuo vuelve a casa y sigue el tratamiento al pie de la letra, pero el dolor de estómago no desaparece.
Decide pedir una segunda opinión y se dirige a un especialista llamado PP que anuncia tener la solución para los males de estómago. Confiado, se deja realizar muchísimas pruebas y espera impaciente el diagnóstico del doctor. “Usted padece una gastroenteritis aguda”, le dice equivocadamente. Le promete que si hace una dieta estricta y toma unas pastillas de última generación, su problema desaparecerá en poco tiempo. El hombre entusiasmado cumple a rajatabla las indicaciones del médico, pero su dolor se incrementa cada día. Sigue leyendo
Una de de las evidencias más claras de la religiosidad humana es la cantidad de iluminados que se han alzado a cada momento histórico reivindicando para sí el signo de los tiempos y la salvación de su generación. Todavía más sorprendente y vergonzoso para el género humano resulta el apoyo con que siempre han contado dichos mesías y la fe ciega con que en muchas ocasiones han sido elevados por la multitud, aunque no por todos.
Montaje que circula por Internet
Como es natural –a excepción de algún honroso caso– todos ellos tienen una duración limitada o muy limitada y tanto su persona como su legado son, por lo general antes de consumar sus aspiraciones, desenmascarados y convertidos en víctima sacrificial a través del escarnio, la burla y el disimulo de quienes antes los habían elevado sobre el común de los mortales.
La lección que sacamos de todo ello -o la que no terminamos de aprender, según se mire- es que el hombre es, por definición, un ser imperfecto y condenado a caer una y otra vez en lo que la cultura judeocristiana ha venido a llamar “pecado” y que se explica por la debilidad de la voluntad humana. Tanto más, cuanto más amplio es el grupo de los llamados a redimir el mundo.
La cuidada pero vieja estrategia de Podemos va precisamente en esta dirección. A través de la clasificación de los españoles entre los buenos y los malos, la “casta” y el “pueblo“, se han erigido en portadores de una verdad moral cuya manifestación política y órgano redentor es Podemos.
El mismo nombre de la formación recoge en la acción indefinida (el verbo sin complemento directo) cualquier aspiración o esperanza con que se quiera adornar a quienes llevan la corona (no pretendida) de someter a la “casta” a su juicio final y llevar al “pueblo” al paraíso. Ya en su momento lo intentó Gordillo cuando al prometer su cargo de diputado del Parlamento Andaluz, lo hizo comprometiéndose con “las criaturas humanas, la utopía, el pueblo andaluz, la nación andaluza, la insumisión y la libertad”.
Aunque más pueblerino, estrafalario y algo menos agraciado, el edil de Marinaleda afronta, como le tocará en su momento al apuesto profesor universitario, el destino histórico de completar el círculo natural de todos los mesías y pasar por el ara sacrificial, como es de rigor.
Así, independientemente del ámbito en que se pretenda la “salvación” de los hombres, el mesianismo es una de las más explosivas formas de promoción social (si no, recuerden quién era Pablo Iglesias en enero de 2014) pero también una de las más difíciles de mantener. Su efectividad radica en lo más íntimo de la antropología: en su sentido religioso. Sin embargo, a diferencia del resto de líderes, (a quienes se podrá vituperar si caen) al mesías no se le permite bajar del pedestal si no es con una piedra de molino al cuello.
El mito griego de Ícaro y Dédalo ilustra bien lo que ocurre a quienes se olvidan de la debilidad de la condición humana.
Hay que reconocer que Iglesias ha sido valiente, y que hará falta más que una entrevista con Ana Pastor para empañar el brillo de la estatua de oro con que presuntamente le adoran cientos de miles, quizá millones, de españoles. Es posible incluso que, independientemente de lo equivocado de sus ideas, en lo personal sea “trigo limpio”. Lo desconozco.
El error original de la formación que lidera, sin embargo, es olvidar la condición natural del hombre, y la verdad de que, independientemente de la bondad de las propias ideas, todo el mundo es capaz de convertirse en casta. Si no, que se lo digan a Errejón.
No tenerlo en cuenta es infantil, presuntuoso y peligroso, pues, aunque uno pueda engañarse a sí mismo, el “pueblo” que ahora le adora terminará por aborrecerle. La pregunta es si caerá antes de las elecciones generales, o habrá que cargar con él durante la próxima legislatura.
“La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado“. Art. 1.2 CE.
“Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política“. Art. 6 CE.
“Las Cortes Generales representan al pueblo español y están formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado”. Art. 66 CE.
A muchos españoles que se sienten despojados.
No sé tú, pero yo miro arriba y abajo, a izquierda y derecha, y no me reconozco. No me reconozco en esa sociedad que se dice española y en la que debiera estar integrado. No soy uno más en ese todo orgánico que llaman “pueblo” y no coincido con nadie ni nada.
Yo soy la España muda.
Miro allá arriba, a las altas esferas de la vida política. Política, voz castellana que, dicho sea de paso, procede del término helénico “polis“, y que trataba de significar la administración de la ciudad, acaso también su gobierno entendido en el sentido democrático (como dirección, como órgano rector, no como instrumento de lucro y dominio). Ésa de ahí arriba es una estancia inaccesible; se me antoja una nueva clase aristocrática fundada en un sistema de influencias y mutuos intereses de los interesados, y siempre a expensas del pueblo. Sí, por qué no: esa casta deleznable, repugnante, de que grita y grita Pablo Iglesias, ese grupito de agraciados que parasitan el sacrosanto corpúsculo social, que chupan sangre retorcidamente del fornido, pero estúpido, individuo corporativo, que es la nación española. Igual da: PP o PSOE, todos prometen, nosotros les votamos ilusionados y esperanzados, les atribuimos el poder en aras de construcción y progreso, y luego, mano a la saca y metálico embargado.
Política, que ya no es lo que era y quizá nunca fuera lo que tendría que haber sido. La bacanal del hombre con recursos, el poder compartido y pactado, la fiesta perpetua de una gordísima sanguijuela, la lujosa cubierta de una galera que avanza con dificultad a costa de sudor y lágrimas, de sangre y dolor, de hombres desconocidos que no importan. La escoria nacional.
Ésa es la opinión, al menos mía, de la generalidad (que no totalidad) de los “seres politicantes” que moran determinados edificios prostituidos, como el Congreso o la Moncloa, que un día fueron signos de la victoria del Pueblo sobre quien ostentaba el poder que le fuera arrebatado. Yo miro hacia arriba y no veo más que una estupefaciente e inmutable golfería, la corrupción más escandalosa y extendida y una cara dura, una sinvergonzonería, una desfachatez que clama al cielo, y me deja boquiabierto.
Ésos son los hombres que nos representan, que ejercen la soberanía única tuya y mía; yo sólo sé que no sé nada, pero de ninguna manera me siento representado por partido o candidatura algunos, y me siento robado, despojado de participación en la soberanía popular, olvidado de la política y de las instituciones del Estado.
Miro aquí abajo el légamo y la podredumbre de unos cuantos, y el agobio ante la escasez de casi todos. Algunos son culpables por idiotas, y no es un recurso literario: algunos son reos por la soberana estupidez (y nunca mejor dicho) del ejercicio ingenuo del voto. Nosotros somos quienes hemos escogido a los hombres que nos gobiernan, somos los que hemos confiado en quien no debimos confiar, y la causa remota de semejante desastre, de esta hecatombe política-social. Oigo mucho griterío en la calle y mucha protesta de quienes se sienten traicionados por los “seres politicantes“, y me río a carcajada suelta. Me río por no morder pómulos furibundo: tú, hipócrita, eres cómplice de la desgracia, y tú el primer responsable de que yo esté donde estoy y como estoy. Así que te callas, y a cargar conmigo con la enorme roca que has arrojado sobre nuestra espalda, que no mereces despegar los labios. ¡Tú, sí tú! ¡Cállate!
Otros son inocentes, sufren sin culpa de ningún tipo. Son legatarios, como lo somos casi todos, de una herencia despreocupada de la “patria” (¡que alguien me explique qué es la patria…!), pero si tomaron parte en la situación, fueron parte contraria. Han sido castigados al desempleo, al empleo en condiciones indignas (a la explotación personal: bienvenidos a la nueva Revolución industrial) o en las condiciones medias del país, que permiten pobres espectativas de futuro. Son los desengañados, resignados a la actualidad de los acontecimientos, y autoceñidos exclusivamente a las propias preocupaciones: sacar adelante la economía familiar, ofrecer el mejor futuro posible a los hijos, levantar en lo factible a quien se hunde a la vera y rogar ayuda cuando el naúfrago es uno, etc. Pero la política… ¡La política…! ¡Qué importa la política…! Cambiarás de banco, pero no de ladrón, que decían nuestros sabios ascendientes. ¡Que le den a la “política”…!
Miro a mi derecha y es esto lo que veo: indiferencia resignada. Ansias de cambio, pero latentes en una profundidad abisal; una desesperación política y social que emerge y se dilata.
Y luego miro a la izquierda y me avergüenzo: pasiones, aclamaciones, voceríos y expresiones del diablo. Confrontaciones violentas, ataques rabiosos y sin mesura a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado (policías y agentes de seguridad que son tan víctimas como otro cualquiera y que trabajan por los mismos motivos que otro cualquiera), griteríos encendidos contra todo y símbolos de todo tipo: hoces y martillos, puños en alto y cantos que debieran haberse agotado el siglo pasado. Mucha verborrea, mucho sentimiento y muy poquita reflexión. Y todos hoy agrupados en torno a un idealista, si no profundamente malvado y estafador, que alaba la represión política y social, la decadencia económica y la dictadura del régimen “fascista” de Maduro en Venezuela; que apoya la labor de un partido etarra, de asesinos de españoles inocentes y de inmediatos responsables de décadas de terror y barbarie, como es Bildu; que provoca a la sedición y a la rebeldía; que pretende enajenar todo lo relativo a la educación para que el Estado sea el único mentor de las mentes del mañana, el verdadero controlador de tus hijos y los míos; que proclama el hundimiento de la economía española mediante la estatalización (que no nacionalización) de toda empresa privada; y que, mientras tanto, factura clandestinamente cientos de miles de euros a través de su productora, cobra becas fraudulentas y recibe miles de euros por su exaltante retórica.
La gran estafa: Pablo Iglesias
Y los españoles (el 28,3 % de los españoles) hacen oídos sordos a la voz de la conciencia política-social, acceden a exaltarse y a alzarse al pretendido paraíso comunista, drogados por ilusas pasiones de libertad y emancipación y rinden tributo al Mesías social, muchos en nombre de la corrupción del PP y del PSOE y olvidando el lucro ilegal de Podemos con sólo diez meses de vida.
Y, boquiabierto, me callo. Yo me callo: porque me enmudece la contrariedad a toda evidencia, porque no sé argumentar lo manifiesto y lo patente. Me callo, perplejo, profundamente asombrado.
Y ante situación tan fácil y tan imposible, yo, y como yo muchos otros, bajo la cabeza y sigo con lo mío. Las Cortes Generales se han separado de nosotros, y no me veo ni siquiera potencialmente representado en ellas; me veo despojado de la soberanía popular, me siento un ente etéreo que vaga sin dejar huella por los campos de mi nación querida. Y me gritan: “¡idiota! ¿No ves que lo que se cuece en el Congreso hoy te afectará de lleno a ti mañana?”. Y me vuelvo a callar: porque tienen razón, pero me niego a idealizar una alternativa que brama con furia pero no ofrece opciones viables, y me niego a disculpar cegado por la emoción sus primeros coletazos, que sólo han vaticinado hundimiento y catástrofe. Me callo, porque no sé qué más decir ni qué puedo hacer.
Y me siento a la mesa del bar con mis compatriotas, con los constituyentes de la España muda, bebo una cerveza y río bagatelas e irrelevancias. Y cuando se haga el silencio, entre trago y trago, volveré impotente a recordar aquel canto miguelhernandiano al toro de España:
Bajo su frente trágica y tremenda,
un toro solo en la ribera llora,
olvidando que es toro y masculino.
y volveré a sacudirme la cabeza y a apurar la cerveza, y plañiré con Blas de Otero, patriota vasco que hoy renegaría de Bildu:
¡España! ¡No te olvides de que hemos sufrido juntos!
Y esto último que copio y pego, para quien lo entienda y lo sitúe en su contexto histórico, pretende también ser un aviso.
Venían como salvadores, como abanderados de la pureza y de la honradez, venían envueltos en un halo de superioridad moral cuasi mesiánica. Ellos eran el Pueblo -ente abstracto e indefinido que todo lo justifica- y los demás éramos casta. Dijeron que limpiarían el país de corruptos, que nos librarían del yugo del ‘neoliberalismo’ (sic) y que traerían un gobierno del Pueblo para el Pueblo. Solo les faltó prometer la Suprema Felicidad Social del Pueblo, aunque eso ya está inventado por su modelo a seguir.
¿Qué más da que su programa electoral haya sido redactado por un unicornio multicolor en la calle de la piruleta? ¿Qué más da que fueran -y sigan siendo- incapaces de concretar ni un solo detalle de cómo diantres pretenden llevarlo a cabo? La combinación de populismo y omnipresencia mediática es más que suficiente para triunfar en un país donde el votante medio no se ha leído un programa electoral en su vida (ni tiene la más mínima intención de hacerlo). Sigue leyendo