Elogio del vanidoso
Un amigo me preguntó maliciosamente hace unos días por qué dedico una parte de mi tiempo a escribir. El interrogante me pilló tan a contrapié que necesité tomarme unos segundos de cavilación. Finalmente respondí que escribo por muchos motivos, sí, pero ninguno tan poderoso como el afán de reconocimiento. Si me siento a escribir un artículo o un relato, afirmé, es porque los elogios posteriores compensan con creces el esfuerzo. Debo confesar que no quedé del todo satisfecho con mi réplica, que podría haber sido más agradable. Podría haberle dicho a mi amigo que concibo la escritura como una «vía de expresión de mi subjetividad» o como «un medio para realizarme personalmente», en plan gurú de baratillo posmoderno. También podría haber optado por una alternativa menos pretenciosa, y haberle espetado que escribo por el mismo motivo por el que unos juegan al golf y otros pintan: porque me gusta. Pero respondí como respondí, y mi amigo reaccionó con cierto desaire; de hecho, tras pronunciar un sermón demasiado prolijo para resultar mínimamente efectivo, me acusó de vanidoso y yo, elegante, encajé la acusación.
Sigue leyendo