Manifestación a favor del odio
Cuando era pequeño odiaba muchas cosas. Diría que casi todo. Desde la fideuá de mi padre hasta las croquetas frías del colegio; pasando por los besos con lengua seca, las manos mecánicas tornando la pubertad y esa estúpida sensación que se te quedaba los domingos por la tarde cuando veías con perspectiva toda una semana de suplicios y peroratas de adultos hastiados, con halitósis rutilante, cuya principal misión era hacerte la vida imposible.
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