Revista de actualidad, cultura y pensamiento

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Marty McFly, el primer neoliberal de la pantalla grande

En Cine por

El cine de Hollywood ha tenido más o menos dos etapas a lo largo del siglo XX, si se entiende este tipo de cine como una especie de diario íntimo del capitalismo contemporáneo. Durante la primera mitad del siglo XX, uno de los géneros predilectos de Hollywood era el Western. Gran parte de nuestros padres o abuelos tienen como referente a Clint Eastwood o la idea del llanero solitario, aquel personaje que intenta conquistar y hacer justicia en un territorio aún salvaje. Es el objetivo central del capitalismo de esa época, es decir, insertar el espacio planetario a las lógicas de la economía mundial (colonialismo).

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Manifiesto de París: Una Europa en la que podemos creer

En Cultura política/Mundo por

Publicamos a continuación el texto en español del Manifiesto de París redactado por una docena de intelectuales europeos de primera línea, entre los que destacan nombres como Robert Spaemann o Rémi Brague. Se trata de un análisis profundo y exhaustivo sobre la idea de Europa y las amenazas actuales para la identidad y la civilización europea, tanto desde el punto de vista de las ideologías como de los modos de gobierno, la deriva de la economía, la organización social, la inmigración y la educación.

La lista completa de autores, así como los intelectuales españoles que se han sumado al manifiesto, pueden consultarse al final de esta página. El documento original, en este enlace. Sigue leyendo

George Steiner: “No nos quedan más comienzos”

En Columnas/Cultura política/Dialogical Creativity/Pensamiento por

Qué comienzo. Qué primera frase para romper el silencio. Qué confesión. Qué contradicción es comenzar un libro con las palabras: «No nos quedan más comienzos». Gramáticas de la creación. «En las cosas, naturales y humanas, el origen es lo más excelso», continúa. Sabor finisecular y pesimista. Expresa el «cansancio esencial» de Occidente, a cuyas espaldas queda un siglo XX cargado de promesas y traumatizado por las guerras mundiales y el fracaso de las utopías. Demasiadas promesas incumplidas: el milagro de la educación y la organización del estado moderno, el milagro de la ciencia y la tecnología, el milagro de la economía y el paraíso del bienestar.
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La ucronía de Ucrania

En Mundo por

Uno de los principados más grandes y ricos de la Europa medieval fue la Rus de Kiev, gracias a su capacidad de comerciar con Europa y con Asia. Sin embargo, la disgregación interna, las invasiones y las nuevas rutas con oriente causadas por las cruzadas, desencadenaron su decadencia.

Kiev, aunque ya no volvería a ser la gran capital eslava, fue el origen de la historia de Rusia y de Ucrania, base de una imbricación asimétrica en favor de la primera, destinada a ciclos de mayor o menor adyacencia que han pasado por el amparo, la absorción y la influencia. Sigue leyendo

Un sueño llamado Europa (II)

En Cultura política/Pensamiento por

 

Nos duele Europa. Nos duele, no sólo por el atentado que hace unas semanas golpeaba París y conmocionaba al mundo. Nos duele también porque Europa, parafraseando a Ortega, “es todo lo que no debía ser, y casi nada de lo que debía ser”.

¿Por qué? ¿Por qué anochece en Europa? ¿Por qué el Viejo continente no da sino muestras de cansancio?

(Viene de un artículo anterior)

Tal vez nos pueda dar una respuesta ese europeo perturbado y genial que fue Nietzsche, que adivinó el ocaso de Occidente mucho antes que sus contemporáneos:

“¿No habéis oído hablar de ese hombre loco que, en pleno día, encendía una linterna y echaba a correr por la plaza pública, gritando sin cesar, “busco a Dios, busco a Dios”?”  Sigue leyendo

Islam y Modernidad: Reflexiones blasfemas

En Cultura política/Pensamiento/Religión por

Más tarde o más temprano, cualquiera que entre a fondo en las Humanidades o se interese por comprender la actualidad más allá de las tertulias periodísticas, termina topándose con las grandes estrellas del pensamiento actual. Toda selección es subjetiva y discutible, pero con toda seguridad el filósofo esloveno Slavoj Žižek (1949) emergerá como una de esas figuras indispensables.

Salvo por extractos aislados, fragmentos citados en otras obras y entrevistas en diversos medios, no soy lector de Žižek, lo que significa que debería tomar prestada demasiada información para poder esbozar su perfil intelectual. Por esta razón, el comentario que propongo sobre esta última obra suya se centrará en el contenido de la misma, “descontextualizado” de la trayectoria de su autor. Con todo, de los datos que fácilmente se pueden recoger en la red, a partir de la lectura de este librito sí es fácil certificar algunas de sus señas de identidad, como son la aplicación de categorías del psicoanálisis lacaniano para el análisis cultural o la hibridación del mismo con la filosofía hegeliana. Ah, y que el tipo es un verdadero agitador, en el mejor y peor sentido de la palabra. Sigue leyendo

Un sueño llamado Europa

En Pensamiento por

Hubo un sueño llamado Europa. Variaciones sobre “Gladiator” en Sol Mayor

– Dime Máximo, ¿por qué estamos aquí?

– Por Europa, mi señor

– ¿Y qué es Europa, Máximo?

(Pausa) 

– Conozco a nuestros enemigos. Son brutales, crueles, oscuros. Europa es la luz” 

Todo el que haya visto ese clásico del cine que es Gladiator, recordará sin duda ese diálogo entre Máximo y Marco Aurelio en el que cruzaban, si no las mismas, por lo menos parecidas palabras.

Europa, Roma, era la luz, sí. Pero también era y sobre todo, como señalaba Marco Aurelio, un sueño. Un sueño amenazado a cada paso por multitud de enemigos, enemigos que iban mucho más allá de las hordas bárbaras del norte. Sigue leyendo

Posmodernos y anti científicos (o la noche oscura de la Razón)

En Ciencia y tecnología/Pensamiento por

Desde las razones para la elaboración de las políticas gubernamentales hasta la elaboración de los currículos educativos, todo pasa por la decisión soberana de la ciencia, que aprueba o desaprueba en último término cada una de las decisiones de la vida del Estado. Incluso para obtener el carné de conducir, uno ha de someterse al examen científico de las propias capacidades físicas antes de poder demostrar que sabe conducir.

Pese a que no considero un error aplicar el raciocinio a todo aquello que es susceptible de ser sometido a su juicio para ser conocido con mayor verdad, lo cierto es que –como casi todo– al convertirse en la “panacea” de una sociedad la ciencia empírica termina por romperse.

Así, más allá del ámbito de la física, la medicina, la estadística o la matemática, el argumento científico se ha convertido en la meretriz de cualquier discusión social entre colectivos y sujetos, arrojándose datos y cifras a la cabeza con independencia de que tengan la autoridad o el compromiso necesarios (o el más mínimo interés) para esgrimir con verdad sus argumentos.

Pongamos un par de ejemplos: la ciencia sirve igual para condenarnos (todavía por razones desconocidas) a los que nos llamamos cristianos que para construir un puente o diseñar un ‘smartphone’. Eso sí, dada su condición de ramera, se la puede abandonar sin remilgos en favor de la conveniencia cuando se trata de abordar la humanidad o no humanidad de un feto o asumir que, simplemente, debe ceder a la legitimidad de los “sentimientos” si se trata de dirimir el “género” de un sujeto.

Feyerabend se equivocó. No es la ciencia la que guía los destinos de nuestra sociedad. En lugar de su “tiranía”, vivimos el auge de la tecnología, la aplicación práctica de la ciencia, cuyo desempeño no exige ningún tipo de compromiso intelectual o moral con la realidad más allá del pragmatismo a cambio del poder de transformar la realidad de acuerdo a nuestros propios intereses, sean estos legítimos o no.

No es que tenga nada contra los ingenieros, cuya labor y aportación a la sociedad es encomiable, pero la preferencia de nuestra sociedad por la “tecnología” frente a la “ciencia” puede servirnos como imagen de la degradación moral que sufrimos consciente o inconscientemente como pueblo.

¿Qué tienen que ver ciencia y moral?

La pregunta que alguno podría haber formulado llegado este punto es: ¿Qué tienen que ver ciencia y moral?

Tanto para alcanzar el descubrimiento como a consecuencia de él, el hombre de ciencia (a partir de este punto abrimos la ciencia también a las disciplinas no empíricas) desarrolla la humildad absoluta ante la realidad que investiga. Ya sea mediante la resignación o a través de la aceptación voluntaria, quien quiere obtener el fruto de la investigación se ve obligado a jugar con las reglas del juego que el universo le impone con su modo de ser y de actuar.

El investigador no inventa, reconoce. No es un proceder creativo en tanto que no consiste de la modificación de aquello en lo que centra su atención y solo por amor a la realidad (sin el cual no es posible mantener en el tiempo el enorme esfuerzo y desgaste personal que supone investigar) desarrolla la creatividad necesaria para encontrar los escalones que hacen falta hasta llegar a la contemplación de aquello que apenas se vislumbra.

La lista de valores, virtudes y actitudes que derivan del ejercicio de la ciencia es larga. No pensaba detenerme en ella para no alargarme más de lo necesario (su tiempo es valioso) pero, si les interesa, les recomiendo vivamente la lectura de un buen libro que me prestó un buen amigo : ‘Solo el asombro conoce‘.

Humildad, creatividad y amor, el punto de partida

La civilización occidental, desde sus primeros estadios hasta el día de hoy, se ha caracterizado por ser la única capaz de desarrollar una cultura “científica”. Es decir, por fundar su modo de vivir y su cosmovisión en la búsqueda y el descubrimiento de lo que las cosas son realmente, en lugar de apoyarse sobre el mito y cerrarse a la crítica.

¿Verdad contra convivencia?

Hoy en día, como ocurrió también en la historia reciente, cometemos la imprudencia de abandonar el espíritu científico para echarnos en brazos de la “realidad particular” afirmada por encima de la realidad completa. En el pasado fueron las ideologías comunitaristas (nacionalismo, socialismo o nacionalsocialismo son algunos ejemplos) y en la actualidad el fenómeno se ha reducido al ámbito y a los intereses del yo.

Esta afirmación suprema del nosotros o del yo supone renunciar al orden natural del mundo en que vivimos para ordenar el valor de las cosas de forma que el interés de quien sostiene esta posición se vea inmediatamente beneficiado. No es ya la realidad que es la que impone la ruta a seguir de nuestras sociedades sino que la hemos sometido al cómo debería ser para que nuestros deseos queden saciados (cosa que nunca llega a ocurrir).

De este modo, redefinimos el género, la persona y la familia, destruimos el medio ambiente, separamos la sociedad en castas o identidades “nacionales” contrapuestas (por poner algunos ejemplos de actualidad) como justificación ideológica para ejercer la violencia sobre aquella parte de la realidad que, a nuestro juicio, nos impide alcanzar la satisfacción de nuestras aspiraciones.

Así, convertimos el odio en herramienta transformadora de la realidad bajo la premisa de que la naturaleza está mal hecha, en lugar de buscar en los fenómenos del hombre, la sociedad y el mundo la forma correcta de mirar y tratar lo ajeno a nosotros mismos. ¿Cabe esperar que no sea así?

El hombre occidental está llamado a ser científico, no desde el laboratorio sino en su relación con los otros y con el mundo. Todo lo que hemos alcanzado lo hemos hecho desde la observación atenta y la comprensión de aquello que nos rodea, de forma que, respetando el mundo, hemos obtenido de él el mejor modo de convivencia. La tecnología de que disfrutamos es buena muestra de ello.

Ahora bien, desde el momento en que hemos dejado de mirar asombrados a cuanto y quienes nos rodean, de estudiar con pasión, pero también con humildad, amor y creatividad, nos hemos condenado a pelear, unos con otros, por los restos de la civilización y del mundo. Hemos convertido al mundo y a los otros en instrumento para nuestro beneficio (o enemigo de él) en lugar de hogar y compañía de nuestras vidas, respectivamente.

Son muchos y muy complejos los problemas por los que pasa España en estos momentos. Desde la difícil comprensión de las causas y de la salida de la crisis económica (obviando reduccionismos ideológicos que se enmarcan en la visión dialéctica que acabamos de describir) hasta la convivencia entre los distintos, ya sea por el nacionalismo o por la integración de la inmigración; pasando por el conflicto entre dignidad humana e interés personal (aborto, eutanasia, desahucios, precariedad laboral…), los retos a que nos enfrentamos requieren de lo mejor que nos ha dado nuestra civilización.

De no poner todo nuestro empeño, toda nuestra ciencia, y de no empuñar nuestros mejores dones (humildad, creatividad y amor) para reconocer y comprender los conflictos y corregir el rumbo de nuestra sociedad, nos veremos abocados de forma inevitable a la guerra, ya no entre comunidades ideológicas, sino del yo contra el otro. Será el fin de nuestra civilización.

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