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Nicolás Maduro

Europa retratada

En Mundo por

El Nuevo Mundo vuelve a ser estos días el espejo en el que se refleja el Viejo Mundo. La respuesta a la crisis de Venezuela y la posición ante Juan Guaidó retrata la situación de una Europa que está en vísperas de unas elecciones decisivas. Es muy probable que, si la “operación Guaidó” se hubiera retrasado algunos meses, con el nuevo Parlamento Europeo ya constituido, el respaldo a los venezolanos que se movilizan para recuperar su libertad no hubiera sido tan contundente como el obtenido la semana pasada (439 votos a favor –de los populares, socialistas y liberales– y 104 en contra). Antonio Tajani, presidente de la Cámara, era claro horas después de que los eurodiputados reconocieran al presidente interino: “hay países europeos a los que les falta coraje para defender la democracia”. La falta de coraje denunciada por Tajani, que ha provocado el retraso en el reconocimiento de España y la negativa de Italia, Grecia y Austria, salvo sorpresa, aumentará tras las elecciones de mayo con el incremento de representación de los populismos.

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Venezuela, el cambio desde abajo

En Mundo por

El proceso de transición que ha puesto en marcha Juan Guaidó, el presidente juramentado de Venezuela, tiene muchos de los ingredientes necesarios para convertirse en el cambio que necesita el país. La materialización de ese cambio depende, en gran medida, de un giro del ejército en el que Cuba tiene mucho peso. Pero Guaidó lidera una reconstrucción del sujeto democrático sin el que el final del chavismo no es posible.

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Nicolás Maduro y el pájaro silbó de nuevo

En Periodismo por

Ayer concluía en “Salvados” la segunda parte de la entrevista a Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela.

Más allá de entrar en cuestiones de la propia técnica periodística o valoraciones generales sobre el contenido, donde recomiendo echar un vistazo a los artículos publicados por Ignacio Pou en “El Debate Hoy”, quisiera detenerme en el estilo de Maduro.  El estilo que tiene Nicolás Maduro para hablar de política.

Tanto en la primera como en la segunda parte, hay momentos de extraordinario valor ficcional, de escafandra tintada de negro, de malabarismo mental.

Uno se queda con una mueca, que no sonrisilla de incrédula superioridad intelectual, ante el despliegue audiovisual que tiene ante sí. Es como estar atrapado en un diálogo capeado y sempiterno en la catedral de Vargas Llosa. Es como una pelota de mucosidad instalada en el lóbulo frontal que se convierte en palabra viva al decir “no me lo creo”.

Porque esa es la sensación que le queda a uno cuando Évole pregunta y Maduro responde. De alucinar, de no dar crédito a que uno de los dos que hay en esa mesa sea el presidente de 31 millones de personas.

Las salidas de tono, las respuestas sin sentido, la doble moralidad raruna, los aspavientos de trailero en mitad de un atasco, el corte de camisa a la coreana, los reseteos cerebrales, las gesticulaciones “violentas”, las carcajadas que más parecen de barra y Cerveza Polar que de encuentro periodístico.

La duplicidad parlamentaria en Venezuela con la aparición de la Constituyente -la cual no cuenta con un solo representante de la oposición y que ahora se ocupa del poder legislativo del país-, la limpia de magistrados del Supremo y del Constitucional, el cinismo desde el que dicta sentencia internacional a través de recortes de telediarios españoles,  de las colas de lo absurdo -del noqueo económico y social- de la gente que tiene que invertir toda su potencialidad intelectual y el tiempo que Dios le ha dado en comprar el pan y “papel de culo”.

Es como si el pájaro que estimuló al panteísta de Caracas no hubiese dejado de revolotear por Miraflores, intercalando su onomatopeya particular con dialéctica bolivariana.

“Su respuesta no es muy consistente”. “La verdad es que usted impone”.

En definitiva, un aura, “unas energías” que diría la todopoderosa Claire Underwood de Managua, que chocan frontalmente con los usos y costumbres de la entrevista política. Al menos del formato clásico al que estamos acostumbrados en occidente.

Pero tampoco quisiera desviar la cuestión por ahí. Son los personajes, estos personajes, lo que hacen que la entrevista sea algo extraordinario. Es un producto sui generis que tiene más de perfil psicoanalítico que aproximación a un agente internacional con cierta relevancia. Parece un retrato emotivo de un hombre que no tuvo nada, lo tuvo todo y vuelve a no tener nada, con la salvedad de que nadie se ha parado a explicárselo y le han dejado que siga la función, igual que al bibliotecario de Chesterton que jugó a ser un don Quijote con tintes decimonónicos.

Lo decía Bustos la semana pasada: en el programa de Évole impera “lo cinematográfico” por encima de lo periodístico. Lo vemos con la entradilla de los dos programas, que le da a uno la sensación de estar viendo un spoiler de la cuarta temporada de Narcos porque ya sabemos que la tercera es en México. ¡Ojo! A ver si vamos a tener que pedir royalties a la plataforma digital porque hay antecendetes familiares, como las hazañas de los dos sobrinos de Maduro, que nos puedan dar la premisa para otro buen rato de plata o plomo.

También está presente en los cortes y el tono, lo que hace que las conclusiones que cabe extraer, además de ser muy sabrosas y placenteras para el ojo, queden, cuanto menos, en entredicho.

Por tanto, de la visualización de esta “entrevista” saco dos conclusiones: inquietantes los humanos sin rostro que figuran como parte del atrezzo, al final del tiro de cámara, junto a las cortinas rojas. Y que Maduro, tal y como queda retratado, me podría caer bien.

El que quiera entender, que entienda.

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