Para homenajear al fallecido pintor y arquitecto Viktor Hartmann (1834-1873) se organizó una exposición con obras suyas, la cual sirvió de ocasión para un nuevo homenaje: los Cuadros de una exposición (1874), de su amigo Modest Musorgski. La obra, originalmente escrita para piano, es seguramente más conocida por la orquestación de Maurice Ravel, aunque existen, además, numerosas versiones a manos de los más variados músicos “doctos” y “populares”.
Creo que si Dios pudiera gozar de una genitalidad definida, tuvo que venirse arriba cuando David Bowie pergeñó “Heroes”.
Himno del Berlín occidental y el de la resistencia oriental años antes de la caída del Muro, es la historia, tal y como la cuenta David Granda en Vanity Fair, de dos alcohólicos amantes, artista él y artista ella, cuyo amor, visto desde una ventana por el propio Bowie, era una oda al eterno y divino momento del ahora.
Creo que si estamos en disposición de aceptar la posibilidad de un orden creador, por no hablar de apellidos con credos y suras, es relativamente fácil concluir que la vida está hilvanada de momentos y circunstancias hechas para que alguien se maraville con el crecimiento de la hierba, el cantar de los gorriones comunes en el alfeizar de una venta de Carabanchel o el rumor de un vespino que te lleva al callejón donde ocurrió tu primer beso de verano.
La vida se desenvuelve sin permiso. Quizá nosotros tengamos que aplicar algo de esa canallesca para sacarle hasta la última gota; a navajazos si es preciso con tal de que salga el arrabal que llevamos dentro.
Seguro que la pillería terminará por merecer la pena cuando la muerte, ya sea de cáncer, en un choque estúpido con el coche o sentado en el único trono que conoce todas nuestras miserias, nos de el jaque mate.
En fin. Salgan del coche y miren al cielo. Ya que no las pueden ver, imagínense los alfilerazos blancos que permiten que transpiremos en un infinito sin demostrar. Tal vez así merezca la pena decir con un suspiro de alivio, mientras suena un riff en el aire tras un punteo invisible, “que podríamos ser héroes sólo por un día”.
Puede decirse que Donald Glover, más conocido como Childish Gambino, es uno de los tipos del momento. La ínclita marca alemana en su versión de vestir, Adidas Originals, ha hecho del actor y cantante su bandera más preciada. Aprovechando el lanzamiento del nuevo mediometraje de Amazon “Guava Island”, que el propio Glover ha escrito y protagonizado junto a -¡oh, dios mío!- Rihanna, la multinacional alemana acaba de lanzar la línea bautizada como “Donald Glover presents” en la cual, cuando se escribió este artículo, mostraba tres modelos de zapatillas, en palabra de la propia marca, “con aspecto envejecido como símbolo de las experiencias de la vida”. El lanzamiento se ha fechado para el 26 de abril y, para anunciarlo, han sacado en redes una serie de vídeos cortos escritos y protagonizados por el propio Glover que dan a entender la filosofía de la nueva línea.
El nacimiento de un determinado movimiento artístico siempre ha sido el resultado de un cúmulo de circunstancias especiales. Situaciones propicias en las que el talento de algunos se une al hambre de otros. En definitiva, puestos a simplificar, podría ser como ese momento en el que el aire de la habitación está demasiado cargado y se abren todas las ventanas de la casa. La reticencia a lo demodé es otra cuestión a tener en cuenta como la punta de lanza de unos cuantos jóvenes melenudos en busca de algo diferente.
Haber sido concebido en una familia grande tiene todo tipo de peajes. Aunque, sin duda, el más feliz de todos ellos es la época de bodas. Les juro que cuando llega marzo miro mi agenda y parece que, por curiosidades inexplicables del destino, a mi mesa ha ido a parar el calendario del Duque de Kent en lugar del de un desgraciado madrileño cuya única culpa es la de tener muchos primos.
A lo largo de los meses de agosto y septiembre, municipios de media España se visten con el atuendo propio de las fiestas patronales. Cada localidad o barrio se engalana con multitud de rojigualdas en honor a San Juan, San Lorenzo, San Mames, San Roque, San Bartolo o cualquiera sea el santo que por tradición venera.
Pedro Pastor Guerra lleva toda su vida unido a la música, desde los 13 años que compusiese su primera canción hasta sus 23 actuales. Con cuatro discos y cientos de conciertos tras de sí basados en un trabajo de autogestión que a través de multitud de ritmos da voz a mensajes de libertad, empoderamiento, política y amor libre. Se palpa en su música una cercanía a América Latina, a la historia, a colectivos sociales y, sobre todo, a experiencias en una primera persona poco convencional que cada vez llama a un público más numeroso.
Una tierra vista como trágica o mágica, cuna de leyendas históricas aún por descubrir (en su Diccionario Jázaro para Milorad Pavić), reducto de las últimas tradiciones auténticas o de los seculares odios étnicos (en Un puente sobre el rio Drina de Ivo Andrić), de pueblos mezclados o convertidos (en La Boda de Medo Smailagić de Avdo Međedović), de hombres siempre en lucha por su libertad (en Stanoje Glavas de Georgije “Đura” Jakšić) o de un paisaje casi idílico para ojos foráneos (en De la Montaña y bajo la Montaña de Petar Kocić).
Andrés Suárez es un cantautor gallego que se atrevió a coger su guitarra y bajar a Madrid para intentar vivir de unas letras y unos cuantos acordes. Pocas garantías y una ciudad ajena y grande, lo que la hace dos veces ajena para todo lo que tenía como meta. Así las cosas, esto no es una biografía: Andrés tocó mucho y en muchos sitios: en locales, bares, en la calle y el Metro. Pasaron muchos meses, varios discos y ahora llena auditorios, teatros, estadios y todo lo que se ha propuesto hasta la fecha. Todos nos hemos sentido alguna vez Toto, instigados por algún Alfredo a dejar Giancaldo y nuestro Cinema Paradiso para vivir un sueño lejos de casa, pero no todos lo hemos vivido o sabremos lo que es hacerlo; Andrés sí lo sabe.
Llevo unos cuantos días intentando escribir sobre el fenómeno de la vuelta de Operación Triunfo. Primero pensé en hablar sobre la faceta política que está teniendo esta edición y cómo influyen a los jóvenes los temas tratados y la manera de dialogarlos. En segundo lugar, me rondó la cabeza hablar de la incidencia social de un programa primordialmente musical que copa las tendencias de redes sociales y bate récords en reproducciones (todavía no en audiencia) día tras día. Por último, pensé en lo obvio: hablar de la música. Pero, ¿cómo? Pues quiero ir de lo abstracto de la música en la actualidad a lo concreto que es Operación Triunfo porque creo que quiebra el statu quo al que estábamos acostumbrados. Sigue leyendo
La música es probablemente el arte en el que se condensa más creatividad en menor tiempo. Imaginemos por un momento edificios moldeables, que se transforman a cada instante. Alguna vez se me ha ocurrido definir la música como arquitectura, o escultura en movimiento, que el compositor diseña y el intérprete moldea.
Esto es algo que forma parte de su grandeza y misterio. Y luego ¡paf!, desaparece y “solo” queda el recuerdo, quizá algo de la emoción vivida, imposible de fotografiar.
En la música, una pequeña partícula, puede desencadenar una construcción que se va desarrollando en el tiempo pulso a pulso, compás a compás. Si la lógica interna es buena, la construcción prevalece, si no, pierde su interés. Todo depende también del intérprete, quién puede convertir la mejor de las construcciones en una caricatura de sí misma o dignificar una construcción desequilibrada o incompleta gracias a su capacidad de dar sentido, superando en ocasiones al creador de la misma…
Lo contrario de la creatividad es la omisión de ideas, es decir no hacerme caso a mí mismo cuando tengo una idea o a los demás cuándo la tienen, y la falta de confianza y el miedo tienen precisamente este efecto en las personas.
Además, cada vez existe un mayor interés en promover la proactividad en los equipos. Ya no basta con hacer lo que se espera de ti sin fallar, sino que en muchos equipos se valora y exige iniciativa creativa.
Una lógica reacción a esa exigencia, es afirmar que no todo el mundo es creativo, y una sólida respuesta a la misma es puntualizar que lo que nos distingue de máquinas y animales es precisamente esa capacidad de crear, que es además, la que nos va a dar mayor valor añadido como profesionales en cualquier campo, más ahora que son precisamente las máquinas, las que pueden ejecutar aquellas labores más repetitivas y analíticas.
El primer error de base es pensar que o se es o no se es creativo. Puede haber personas con más capacidad creativa y personas con menos, pero en todo caso, todos tenemos un grado, mayor o menor de creatividad. Esa capacidad depende en gran medida de la educación recibida, del entorno y de la confianza que tenemos en nosotros mismos para adoptar esa actitud, porque en definitiva, la actitud es probablemente nuestro mayor aliado para crear. Y aun así, a veces no basta, porque no deja de haber algo misterioso en la creación (por eso siempre hablamos de “inspiración”).
Lo contrario de la creatividad es la omisión de ideas, es decir no hacerme caso a mí mismo cuando tengo una idea o a los demás cuándo la tienen, y la falta de confianza y el miedo tienen precisamente este efecto en las personas. El miedo a fallar puede bloquear hasta tal punto a un músico, que le produzca temblores en las manos que le lleven precisamente al fallo. Casi todos los músicos de cuerda que hemos tenido que tocar ante tribunales conocemos esa sensación de “tiritera del arco”.
El paso del miedo a la creación podría parecer un click, pero no lo es, porque nuestra psique tiende a traicionarnos e igual que uno arrastra vicios en la postura corporal que nos acarrean dolores y resultan difíciles de corregir, es normal que también existan vicios en la actitud difíciles de cambiar. Es como una especie de síndrome de Estocolmo.
A mi modo de ver el camino para la creatividad es soñar con ella, que es lo mismo que soñar con algo que no se conoce bien, y que en el fondo, valga la redundancia, es exactamente lo que pasa cuando uno sueña de verdad.
Y creer en el poder de la creatividad es imaginar, casi palpándolo, que existe un universo de posibilidades que uno ni siquiera conoce. Y lo más interesante de todo: crear es configurar elementos de la realidad en la medida en que uno mismo puede abarcarlos, o lo que es lo mismo, sentir como propia la relación que generamos con ellos de manera espontánea e instantánea. He aquí que una de las mayores fortalezas que concede la creación a su creador es el sentido de identificación con ella, hasta tal punto, que a veces resulta difícil distinguir si la creación pertenece al que la crea o viceversa.
Esta es la fantástica relación entre la creación y el sentido de pertenencia, cuyos efectos quedan patentes en los procesos creativos de los equipos. La fuerza de la creatividad compartida no recae solamente en el valor de aquello que se genera sino muy especialmente en el compromiso que implica en todos los participantes esa creación, que tiene en sí más energía que la de ningún salario. El tiempo invertido en ella es a mi entender eso: una inversión.
La conclusión es sencilla: no permitir el error genera miedo, el miedo genera falta de confianza, y la falta de confianza bloquea la creatividad, la inexistencia de participación creativa rebaja la motivación y los resultados son inferiores a lo esperado. El desgaste humano es importante y la fuga del talento inevitable.
Al contrario, admitir la posibilidad del error, pero al mismo tiempo la posibilidad de la genialidad, genera confianza, que a su vez genera compromiso y estimula la capacidad creativa. La participación creativa genera sentido de pertenencia y se despliegan nuevas expectativas que superan las anteriores. El entusiasmo se retroalimenta y el talento se desarrolla y se atrae naturalmente.
Algunos, adivinando esta comparación que hago con los equipos de trabajo podrán pensar que ni tanto, ni tan calvo, que la mayor parte de las veces tienes que aplicar la creación de otros, asumiendo como propias estrategias que nada tienen que ver con la propia creatividad.
A éstos les diría que esa la labor es la que tenemos los intérpretes, los “re-creadores” de obras que otros diseñan, quienes aplicamos nuestros esfuerzos para dar sentido y apropiarnos de la obra interpretada. Eso sí, mejor si la obra que te toca es de Beethoven que si es un “Despasito”. Y si es el Gran Tango de Piazzolla, tampoco está mal.
Este artículo ha sido publicado anteriormente en Musical Thinkers y es reproducido aquí de forma exclusiva con el consentimiento de su autor.
El lector debe prepararse para un viaje a tabernas atestadas de humo y antros sórdidos llenos de marineros y presidiarios. Unos y otros tienen su música. Aquéllos cantan los amores perdidos y la nostalgia de los puertos del Mediterráneo y el Mar Negro. Éstos lloran la prisión, la soledad y lo perdido. Unos y otros frecuentan los cafés llamados amán –una palabra árabe-persa que significa “pena”– y locales de mala fama. Allí se canta, se fuman pipas de agua y acuden personas de dudosa reputación por no decir francamente desacreditadas.
Siempre he pensado que si tuviera que ir a algún festival de cine iría a Cannes. No me refiero a una elección a punta de pistola, evidentemente. Simplemente, a veces me gusta imaginar una vida en la que todo es posible y elijo lo que me da la gana. Me encanta. Me imagino levantándome a media mañana, asomándome a la terraza de mi habitación en el Hotel Carlton y encontrando el Mediterráneo entero para mí. En la terraza de al lado está Cary Grant ofreciéndome un pitillo. Junto a él aparece Grace Kelly y está tomando algo de champagne para desayunar. No llevo aquí ni media hora y ya me apetece cotillear, beber, amar y fumar como en Buenos días, tristeza. Miro a los lados, parece que de cualquier rincón saldrá Jep Gambardella dispuesto a dar un largo paseo en el que podamos hablar de la nostalgia.
Esta semana se ha montado una enorme polémica con el festival de Cannes, aunque ya ni siquiera recuerdo lo que era una polémica de andar por casa, si soy sincero. Almodóvar contra Netflix. El primero defiende las salas de cine, el segundo defiende que pueda verlo mientras hace sus necesidades. En concreto, el director se refería con dureza a la negativa de la productora (y plataforma de vídeo en internet) a mostrar sus películas previamente en las salas de cine de Francia. Todo ello ha conllevado que se desatara la furia en las redes, como siempre. Sigue leyendo
Si busca estilos de música en cualquier explorador digital, libro de música o enciclopedia que se precie, a buen seguro que encontrará más de los que era capaz de imaginar. Probablemente por eso de que la música no es más que el lenguaje del alma. Y como cada uno de nosotros cargamos con una –con mayor o menor esfuerzo – significa que lo hacemos con banda sonora propia. Así que he aquí el primer consejo: no se molesten en cuantificar la música.
La inevitable tendencia a la categorización del ser humano hacia toda realidad, incluido el arte, hará que ante usted aparezca una interminable lista de estilos y variantes. De entre todos ellos, hay uno que encarna a la perfección la máxima anteriormente señalada: el estilo libre. Sigue leyendo
Putin ha ganado. La victoria electoral de Trump, la tregua en Siria, la dominación de zonas de Ucrania, las victorias de presidentes pro-rusos en Moldavia y Bulgaria, el mantenimiento de los precios del petróleo, el apoyo creciente de movimientos identitarios en Europa Occidental. El 2017 abría con este gran titular, la prensa de medio mundo proclamaba su triunfo sin paliativos. Obama se marchaba, su alter ego mediático e ideológico (y supuestamente geopolítico), y él se quedaba sine die, pero no solo como presidente todopoderoso en una Rusia denunciada como “oscura y amenazante”, sino supuestamente en los parlamentos y ordenadores de las democracias occidentales. Sigue leyendo
De Borges recuerdo un poema llamado Un poeta menor que decía: “La meta es el olvido, yo he llegado antes”. El paso del tiempo todo lo borra, antes o después nosotros y las cosas que para nosotros han sido importantes se diluirán hasta desaparecer. Quizá lo importante sea tratar de alcanzar esa meta anticipada por Borges lo más tarde posible.
Tengo para mí que no será Guillermo Rodríguez, conocido como Arkano, uno de los primeros en llegar. Su carrera musical ha sido una sucesión excepcional de éxitos habiendo ganado con 21 años dos campeonatos nacionales de la Red Bull Batalla de los Gallos y una Final Internacional, que lo consagró como mejor del mundo de habla hispana en Chile el año pasado. El pasado fin de semana, sin ir más lejos, batió el récord mundial de improvisación tras rapear durante más de 24 horas en la Puerta del Sol de Madrid. Pero no es eso, siendo mucho, lo que a mi juicio pone un punto y aparte entre Arkano y el resto de raperos, y lo que le convierte en una artista llamado a perdurar. Sigue leyendo
El pasado 6 de octubre el profesor Pablo Velasco publicó en el blog “El Tea Party Dilanyano” sus elucubraciones sobre Bob Dylan y su perenne candidatura al Nobel de Literatura.
La conclusión de su breve escrito era la siguiente: Sigue leyendo
Hace unas semanas recibí un correo electrónico de un amigo. El asunto del correo era este: “La música que me gustaría que sonara en mi funeral”.
Una vez superado el segundo durante el que pensé con terror que estaba ante una forma melodramática (nunca mejor dicho por la propia etimología de la palabra) de despedida, y siendo consciente de que el emisor del mensaje no frivoliza así como así con “el tema”, pude continuar: “Te envío un par de enlaces a canciones de Bill Fay”. Sigue leyendo
Iba a comenzar con un “a los melómanos nos suele ocurrir que…”, pero no seamos exclusivistas. Se trata de una experiencia bastante común. Recuperamos una canción de hace tiempo. No la hemos escuchado en años. Y, al oírla de nuevo, no sólo recordamos la letra (o parte de ella) sino que revivimos sensaciones. La canción sigue siendo la misma, pero nosotros no, por lo que —en algún sentido— podemos paladearla con cierta virginidad y, si se quiere, reapropiárnosla de un modo más cabal.
Me ha ocurrido recientemente con el disco I’m Not Dead (2006), de la cantante norteamericanaPink(de nacimiento, Alecia Beth More). Mi terreno natural es el rock moderno, pero no me cuesta admitir que sigo a Pink desde aquel Missundaztood (2001) donde encajaba temazos gracias a su voz y al talento letrista de Linda Perry. Realmente, el interés melómano de escuchar los compactos de Pink tiene más que ver con la lista de compositores y productores que incorpora para cada entrega, pues son de lo mejorcito de la industria. Para I’m Not Dead —y para sus dos siguientes álbumes— el fichaje que hizo que escuchara el disco con atención fue Butch Walker, el prestigioso cantautor y productor que ha hecho de todo y con todo el mundo. Sigue leyendo