Nada más poner los dos pies en la salida de Benito Juárez, a lo lejos, tras terminar la fila de taxis -ahora los hay rosa también- hay un puesto de tacos. Res, lengua, tamales, con suerte algo de carnitas con su cebollita y cilantro. Seguro que esa última combinación, con algo de chipotle, debe picar. Y mucho. Al lado de las salsas una caldereta vieja, humeante, suma sus vapores a la pelota climática del Distrito Federal; donde el ruido y las pestes de los casi diez millones de autos tapizan el atardecer con un color que trae nostalgia de costumbres muertas.
Tras una cola sempiterna, a ritmo de banda, cuero negro y perfume de gasolinera, avanzamos bajo la atenta mirada de diputados federales de todas las siglas. Perredistas, Panistas, Priistas y de La MORENA de López Obrador. En México, como en los pueblos castellanos de España, las paredes y la carcoma amarillenta del tiempo parecen indicar que siempre se está votando o repitiendo una misma votación. Sigue leyendo