Conclusiones en clave urbanística para entender algo de lo que está ocurriendo actualmente en la capital (continuación del articulo Megalópolis, la quimera de la ciudad mundial).
Madrid se ha incorporado decididamente -si bien aún en escala menor- a la ola que manifiestan las grandes aglomeraciones de nuestro mundo global. Aunque parezca irónico, la realidad es que nos encontramos ante una paradoja nuclear: el mundo se ha empequeñecido de tal manera que el hecho categorial al que nos abocamos es precisamente el de la desaparición de la ciudad. Al final, el hombre -ya mero individuo, eso sí sui iuris en su autodeterminación socializada- exiliado en un espacio cada vez más reducido y del que desea huir, de transportes cada vez más veloces que le permitan obtener destinos a su vez vez más lejanos. Estamos ya más cercanos a la ciudad mundial, donde lo colosal arrumba al hombre en favor de los medios: básicamente vía y transporte. Intransitable por sus dimensiones y existencialmente incomunicable. Si toda ciudad es ante todo comunidad, negado lo último, necesariamente se niega lo primero. Simple constatación: al presente el ciudadano desconoce la ciudad en la que sobrevive, sobrellevando su propio exilio interior.
En el corazón de Madrid, cerca del Rastro, hay un pequeño solar dedicado a actividades sociales. Suele estar ocupado por niños que juegan al fútbol en un campo de tierra con dos porterías oxidadas. Cuando, subiendo por Embajadores, el paseante ensimismado se aproxima al solar, descubre un mercadillo callejero bastante desarrapado donde se venden marcos para cuadros y otros objetos de chamarilería que tienen la apariencia del oro viejo de alguna época olvidada. En la acera de enfrente del solar, se levantan los muros de la iglesia de San Millán y San Cayetano, realmente imponente por su altura y en la que siempre algún pobre con las uñas ennegrecidas de las manos y de los pies extiende su mano al paseante por si, por ventura, este se apiada de su miserable condición.
Iglesia de San Millán y San Cayetano.
El muro lateral de una casa de renta de alquiler antigua da al solar donde juegan los niños bajo el amparo de un barrio en el que el arte urbano, la igualdad de género y el multiculturalismo despiertan fervor y rechazo. En ese muro que, como una divinidad benigna y protectora, vela por los buenos usos del solar, un grafitero famoso por sus corazones de estética pop y al que se conoce como “El Rey de la Ruina” ha dibujado tres iconos ideológicamente reivindicativos: el de una espada rota, el de una mujer joven, guapa, de larga melena negra y en camiseta que mira, segura y tranquila, a un punto indeterminado del horizonte y el de un corazón. El grafiti es poderoso, posee un ligero aire cubista y los diferentes colores que lo ilustran magnifican su carácter lúdico y, al mismo tiempo, solemne. “El Rey de la Ruina” quiere decirnos algo y lo dice con palabras de la comunista de origen polaco-judío Rosa Luxemburgo, detenida, encarcelada y asesinada por los freikorps que, con el apoyo del gobierno, sofocaron la revolución alemana de 1919. La frase de Luxemburgo escogida por el artista reza “socialmente iguales, humanamente diferentes, totalmente libres” y está dividida en tres partes: el socialmente iguales se representa con el icono de la espada rota, el humanamente diferentes, con el de la mujer y el totalmente libres, con el del corazón. El reino de Rosa Luxemburgo se transfigura en la ruina iconográfica de un solar y un muro reinventados por la colorista creación de un grafitero que ha querido expresar simbólicamente el latido más íntimo y secreto de Lavapiés.
Tras haber esquivado una vez más, con esa arrogancia vergonzosa del paseante cansado de pedigüeños, a uno de los mendigos de San Cayetano, me detuve asombrado ante la obra de “El Rey de la Ruina” en mi último peregrinaje al corazón de la ciudad. Había pasado por allí en incontables ocasiones pero nunca había prestado demasiada atención a lo que consideraba superficialmente una mera manifestación de la tribu progre y multicultural. “Ah, ese bodrio luxemburgués, qué bien quedaría si le diésemos la vuelta y dijésemos socialmente insociables, humanamente contingentes, ambiguamente libres“. Esto pensaba yo con la misma solemnidad y suficiencia de aquellos que me indignaban por su pamplinería, demagogia y superioridad moral.
No sé qué me sucedió en mi último peregrinaje, que tantas otras veces había rematado en una librería del centro de la que salía orgullosísimo después de haber despachado casi sin mirar una docena de títulos que me parecían infames por su mezcla de subversión y corrección política, pero quizá debido al rumor del oro barato y gastado de la chamarilería, a las pantorrillas de los minúsculos futbolistas que se divisaban entre el polvo del solar, y que me recordaron a un partido de mi infancia en el solar que hay enfrente del edificio donde vivían los trabajadores de la Casa de la Moneda, o a la uña negra y acusadora del mendigo me encontré a mí mismo contemplando con arrobo los iconos de un mundo soñado por el que merecería la pena luchar. Y en tal trance ideológico, con el riesgo de que las ruinas de la historia y la historia de perdición de tantas utopías volviesen a cobrar vida alumbrando un reino promisorio, vino a mi cabeza la gran novela visionaria, triste y esperanzada como las más evocadoras quimeras del corazón, de Andréi Platónov, Chevengur.
El destino terrible de Platónov en el estalinismo no le impidió escribir una obra que conmemora la utopía con los acentos elegiacos de su infausto final, de esa memoria del porvenir que nunca llegó a ser lo que auguraba. El protagonista de Chevengur, Dvánov, un huérfano que terminará sumergiéndose en las aguas para encontrarse con su padre muerto, tiene por fiel compañero y paladín a un Quijote de la estepa, el inmortal Kopionkin, que, con su caballo y su espada, en vibrante metamorfosis del caballero de la triste figura, defiende a los humillados y a los ofendidos y ofrenda sus obras de justicia a la memoria de su madre-amante Rosa Luxemburgo. ¿Cómo lo anhelado por el Quijote de la estepa, lo que hizo refulgir su alma piadosa y bondadosa podrá nunca soslayarse como el tesoro perdido del mundo de los hombres? Posiblemente, las ruinas sean eso, ruinas, y los reinos que una vez las cobijaron no sean más que satélites fuera de órbita que flotan en un universo sin oídos para el espíritu. Platónov sabía que así era y, pese a ello, se tragó su desgracia, que incluía la muerte de su hijo tras una detención arbitraria, y pudo vislumbrar el sentido más puro e irrenunciable de los viajes que se emprenden con el corazón propicio.
Sería demasiado fácil decir que, gracias a la rememoración de Chevengur, experimenté una catarsis ideológica, crucé a la otra orilla y me dejé llevar por la sugerencia del grafiti al mundo de los “socialmente iguales, humanamente diferentes, totalmente libres”. Pero sí es cierto que, ante el reino simbolizado por aquella ruina iconográfica que flotaba a la deriva en el Madrid de siempre, sentí que, al gran Kopionkin, le debía un reconocimiento luxemburgués porque alguien que fue amada por el guerrero rojo no pudo equivocarse en lo esencial. Del mismo modo que los libros de caballería que llenan de luz los viejos solares del tiempo no pueden despacharse con suficiencia dado que fueron capaces de engendrar la bienhechora locura del mejor de los hombres. Lo cual quizá sirva para entender que la literatura, que la perspectiva abierta por la literatura en lo más profundo de nuestra alma, trasciende la batalla ideológica y ofrece sobre esta una visión que no es de blancos y negros. Y ello debido a que, en la literatura, las ideas se encarnan en personajes cuya grandeza espiritual derriba y sobrepasa los diques de una empobrecedora lectura ideológica. Por eso, la cita de Luxemburgo, que tanto me repelía en mis paseos madrileños al quedar ilustrada por un grafiti que reúne los tics característicos de la tribu progre y multicultural, asumió un nuevo significado cuando la verdad novelesca personificada por el Quijote de la estepa me permitió situarla en el espacio imaginario de las utopías literarias.
No pretendo decir otra cosa que la realidad es algo complejo y ambiguo, que tiene muchas capas y dimensiones y que la ficción forma parte de los instrumentos de que disponemos para abordar su conocimiento. Causa definitiva, a mi parecer, de que un esmerado paseante de los barrios madrileños que rodean el centro del universo deba, si quiere tocar el cielo de la embriaguez callejera, ser capaz de alumbrar en su cabeza dos ideas contradictorias al mismo tiempo. Como, por ejemplo, la ruina ideológica representada por ideales que no pasan de ser un brindis al sol, bellas e inanes palabras, y el reino literario configurado, de una vez y para siempre, gracias al impulso que aquellos mismos ideales dieron a corazones propicios.
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Andrés Suárez es un cantautor gallego que se atrevió a coger su guitarra y bajar a Madrid para intentar vivir de unas letras y unos cuantos acordes. Pocas garantías y una ciudad ajena y grande, lo que la hace dos veces ajena para todo lo que tenía como meta. Así las cosas, esto no es una biografía: Andrés tocó mucho y en muchos sitios: en locales, bares, en la calle y el Metro. Pasaron muchos meses, varios discos y ahora llena auditorios, teatros, estadios y todo lo que se ha propuesto hasta la fecha. Todos nos hemos sentido alguna vez Toto, instigados por algún Alfredo a dejar Giancaldo y nuestro Cinema Paradiso para vivir un sueño lejos de casa, pero no todos lo hemos vivido o sabremos lo que es hacerlo; Andrés sí lo sabe.
Después de muchos años, uno diría que casi toda una vida, he vuelto a leer este verano Fortunata y Jacinta. El recuerdo asombrado que tenía de ella no solo se ha renovado, sino que ha alcanzado un punto de disfrute que me ha impulsado a enviarle esta misiva como forma de humilde agradecimiento.
“Cuando llegaba la primavera, incluso si era una primavera falsa, la única cuestión era encontrar el lugar donde uno pudiera ser más feliz. Si estábamos solos, ningún día podía estropeársenos, y bastaba esquivar toda cita para que cada día se abriera sin límites. Sólo la gente ponía límites a la felicidad, salvo las poquísimas personas que eran tan buenas como la misma primavera”, Ernest Hemingway, París era una fiesta.
No muchos pueden presumir de una biografía tan repleta de aventuras, encantos y desencantos como la de Hemingway, un hombre de acción bendecido por el don de la sensibilidad artística. Fue combatiente en la Primera Guerra Mundial, corresponsal en África y en la Guerra Civil española. Su experiencia le granjeó fama y la típica imagen de tipo pasado de vueltas que no se amilana ante cualquier cosa. Sigue leyendo
Comienza 2017 con los poderes públicos en plena forma, haciendo gala de su afán de omnipresencia en nuestras vidas y de sus celos hacia todo lo que no puedan controlar directamente y manipular a su antojo. Esta vez le ha tocado el turno nada menos que a la tradicional cabalgata de los Reyes Magos.
Se trata de un momento mágico para muchos niños, y por tanto ideal para llamar su atención sobre determinados mensajes políticos que parecen ser la única cosa que entretiene y ocupa las entumecidas mentes de muchos de los adultos. En Vic y otras localidades catalanas SS.MM. de Oriente serán recibidos entre banderas denominadas “esteladas”, un diseño de fantasía de inspiración cubana que data de la época de entreguerras. Sigue leyendo
(La Navidad…) «es cristiana y la belleza de esa fiesta es que ha desbordado su contenido y sus valores y ha hecho que sea una fiesta internacional» (1 de diciembre de 2016).
Esta frase no es de la última carta pastoral del obispo de Madrid, ni del último discurso del Papa Francisco en el último ángelus. Es una cita de la alcaldesa de Madrid, la Excma. Sra. Manuela Carmena.
A veces asombra la intuición que tienen los de fuera para explicar lo que hay por dentro. El cristianismo nunca ha tenido el menor reparo en compartir su fe. Se quiera o no, su vocación es católica, término cuya etimología griega apunta a la universalidad (“kata”- sobre; “olos”- todo). Sigue leyendo
“Es un cabrero de Nebraska que colapsa la capital de España“. Así han denominado a Bruce Springsteen en algunos medios de comunicación, después del éxito arrollador de su paso por la Península en la gira The River Tour. Pero, ¿es eso cierto? La verdad que la envidia es gratuita.
El pasado 21 de mayo asistimos 55.000 personas al estadio Santiago Bernabéu para vivir uno de los conciertos más esperados de la gira. Bruce Springsteen no venía solo, le acompañabaThe E Street Band, un grupo musical estadounidense de rock conocido por su trabajo con el artista desde su debut en 1973 con Greetings from Asbury Park, N.J. y sus colaboraciones con otros músicos como: Bob Dylan, Neil Young, David Bowie o Carlos Santana, entre otros.
El pasado Bruce Frederick Joseph Springsteen, más conocido como Bruce Springsteen llegaba a Madrid junto a The E Street Band para dar su 44º concierto en España dentro del el tour internacional.
Esta locura capaz de colapsar las calles cercanas al estadio madridista comenzaba el 3 de octubre de 1980 con la gira original The river Tour, con la que dieron 140 conciertos memorables con una única receta: un gran directo y una puesta en escena incansable. La misma que sigue hoy acompañando al Boss en cada una de sus giras y con la que pisó por primera vez España.
Desde entonces, ha vuelto un total de cuarenta y cuatro veces haciendo en cada una de sus apariciones nuevos seguidores que, cada vez que anuncia una nueva visita a España, se lanzan a una nueva Odisea para poder disfrutar la ilusión del rock.
“Imposible procesar tu petición”
La aventura que tuvimos que vivir esta vez comenzó el 8 de marzo a las diez de la mañana, cuando se abría la veda para adquirir la entrada. Menos de tres horas después las páginas de venta de entradas colgaban el cartel de “Agotado”.
La única forma de conseguirlas era por internet, con precios que oscilaban entre los 65 y los 115 euros. Springsteen actuaría también en Barcelona y en San Sebastián, sólo tres conciertos en España que hicieron desatar la locura entre sus seguidores. La frase “Imposible procesar tu petición (superado el número máximo de usuarios en cola)” fue el mensaje que, apenas cinco minutos después de las diez de la mañana, encontraba quien buscaba entradas para el concierto de Bruce Springsteen en Madrid. Solo el que perseveró pudo disfrutar de la gira del Boss con su The E StreetBand.
El Ilusionista
Antes de la televisión y el cine, los magos eran las grandes figuras del entretenimiento, las estrellas del rock de su época. Springsteen y la E Street Band son ahora los grandes ilusionistas del espectáculo, capaces de brillar por sí solos sobre el escenario sin adulterarlo con los grandes avances tecnológicos.
Bruce encandiló al público con su fastuosa maquinaria de Rock & roll. El concierto del Boss fue puro “ilusionismo musical”, zambullirse de lleno en un mundo de rock que te fascina. El eje del concierto es el disco de la gira. En cada silencio, antes de una canción, los espectadores tratan de contener la respiración con los primeros acordes que van apareciendo. Después de cada canción, la obstinación de los espectadores es conocer la próxima y superar el éxtasis que han vivido.
La E Street Band y Bruce Springsteen suman el tandem perfecto, compensando con sus respectivos talentos las carencias del otro. Representan las dos caras de un mago: la habilidad de artista y la banda consiste en crear ilusión -el acto mágico en sí mismo-, mientras se acepta el sacrificio necesario para producirla. Ellos saben que son el maestro del espectáculo que tiene que vender un truco a la audiencia. Bruce y su banda buscan la reacción de la audiencia a la ilusión signo inefable de que algo trascendente ha ocurrido, de que la ilusión ha generado la experiencia de lo genuinamente nuevo. La relación que se establece entre ambos, cantante y banda, no es la de dos competidores en busca de un mismo objetivo, es la mezcla capaz de concebir la magia del espectáculo. Tanto uno como otro hacen un énfasis en el espectáculo con una habilidad en la que se aprecia el poder creativo, mientras saben que no pueden rechazar el sacrificio que requiere el arte musical.
A pesar de las críticas que ha recibido hacia su gira europea por no ser fiel al álbum The river, cuando vives el concierto en primera persona te das cuenta de cómo la magia está todo el tiempo en el ambiente porque los magos saben escuchar al público. Es común en los conciertos del Boss que la gente lleve pancartas con sus canciones favoritas, Bruce está atento a los deseos de su público y va cambiando el repertorio a medida que crea la magia.
Después de tres horas y media de concierto sin descanso, el estadio ve salir a su héroe con guitarra en mano. A medida que se desaloja el campo se escuchan las primeras impresiones, un grupo de “Odiseos” veteranos muestran su satisfacción por haber conseguido ver al Boss otra vez: la conclusión que sacan del último viaje a Itaca es que Bruce Springsteen “es como el buen vino, mejora con el tiempo”. Y es que los verdaderos magos son aquellos que tienen canas por la experticia de buscar la ilusión en el rostro de la gente.
La madrugada del jueves sonaba en el “Partido de las 12” un histórico del balón. Paulo Futre, el “Hijo del viento”, uno de los cuatro magníficos de la historia del Atlético de Madrid. Todo Futre, según recogió el vídeo de COPE, era un caldo de nervios. Sacaba con gusto y movimientos pendulares, como un chisporroteo de madera húmeda, sus dejes portugueses, sus secretos e inquietudes sobre lo que se avecina esta noche para el equipo colchonero. Larrañaga lo había traído para que contrastase la historia de Simeone y su tropa cholista con su propia aventura con el Oporto, cuando conquistó la primera Copa de Europa allá por 1987 frente al Bayern de Múnich. Aquella noche fue insólita si comparamos a los dos equipos. El equipo del Duero era ostensiblemente menor al rodillo alemán de Matthäus, Flick o el pequeño de los Rummenigge, que venían de golear al otro finalista de Milán, al Real Madrid de Butragueño, Sanchís, Hugo Sánchez y el sempiterno vacile para cualquier banquillo; Michel. Sigue leyendo
O la febril historia del tipo que le robó la Luna a Calígula
Existe un no sé qué seudo romántico en los que defienden la ideología como único subterfugio del hombre. Como única vía de realización del proyecto del “bien común”.
Son arquitectos de sueños que con la libertad, la igualdad y la memoria histórica llevan a la acción –porque se consideran los únicos moralmente válidos para titánica tarea- el proyecto de dibujar lo imposible; contentar al derrotado. Éste se considera de esta condición por la pérdida de “su bando” en el campo de batalla. Si se le pregunta si su derrotismo no puede ser algo fútil de la vida como que no le conteste al WhatsApp la chica deseada, te reclama con mirada encendida y te echa una perorata sobre las relacionas plásticas y la falacia histórica de las identidades sexuales. Sigue leyendo
Según Greenpeace, la contaminación atmosférica provoca
20.000 muertes prematuras en España al año. J.Lemon
Aire con sabor. El dibujante J. Lemon nos trae su primera viñeta poniendo el dedo en el cielo. Una vez pasadas las lluvias… Nuestras inmundicias volverán a enroscarse la boina.