«De lo que no se puede hablar» es el aforismo siete del final del Tractatus de Ludwig Wittgenstein, un incansable buscador de la verdad que vivió su vida con una intensidad y honestidad única. Y, aunque esta novela no es sobre él, la narración está impregnada de su pensar obsesivo e incansable en busca de la autenticidad, del sentido de la vida.
“El verdadero dolor es inefable, nos deja sordos y mudos, está más allá de toda descripción y todo consuelo. El verdadero dolor es una ballena demasiado grande para poder ser arponeada. Y sin embargo, y a pesar de ello, los escritores nos empeñamos en poner #Palabras en la nada. Arrojamos #Palabras como quien arroja piedrecitas a un pozo radiactivo hasta cegarlo”.
— El microrrelato surge como el último reducto para una sociedad que no lee, llena de urgencias, obsesiones, prisas y reducciones — Con “Por favor, sea breve” revivirá en cuatro líneas un golpe de Estado, leerá la peculiar esquela de un ave Fénix y reflexionará sobre el miedo, la libertad, la muerte, el viaje, la felicidad o la soledad
A principios del siglo pasado, uno de nuestros escritores más queridos, Juan Ramón Jiménez, predijo en su obra Cuentos largos la deriva de la literatura hacia la minificción en las siguientes décadas: «¡Cuentos largos! ¡Tan largos! ¡Ay, el día en que los hombres sepamos todos agrandar una chispa hasta el sol! (…), el día en que nos demos cuenta de que nada tiene tamaño, y que, por lo tanto, basta lo suficiente; el día que comprendamos que nada vale por sus dimensiones (…) y que un libro puede reducirse a la mano de una hormiga porque puede amplificarlo la idea y hacerlo universo».
Existe cierto mantra occidental, cierta idea preconcebida cuyo origen es difícilmente localizable, que asocia a los artistas y las cogorzas de manual como un binomio indisoluble.
“A primeros de julio, después de un calor sofocante…” No es la crónica del tiempo de este verano sino que así inicia uno de los libros más famosos de Dostoyevski y de la literatura mundial, Crimen y Castigo.
“Hacerse mayor” es, además de una expresión horrible, un conjunto de factores y circunstancias que logran –o pretenden- hacer que tu brújula vital se estabilice. O al menos así lo veo yo. Paradójicamente y para que eso suceda, por el camino tienes que desaprender muchas cosas. Desaprendes tanto como aprendes, en un vals incesante de conocimientos y lecciones vitales que esperas que en algún momento te ofrezca un descanso para poder reposar y repasar. Aunque eso raramente sucede, y tú tienes que ir encadenando compases mientras esperas que absolutamente nada se te olvide.
Dorothy Day no es de esas personas planas, que no molestan o dejan indiferente. Siempre fue extrema, en su vida, en sus posiciones y en su personalidad. Vivió su vida consumiéndola y consumiéndose en una intensa búsqueda de la felicidad.
Nace en 1897 en Brooklyn, Nueva York, en una familia protestante de clase media. No parece que su entorno familiar haya sido de lo más acogedor debido a un padre frío y distante. Pero la joven Dorothy, de una gran inteligencia, se apasiona por la literatura y se evade de esta manera. Los autores que más le atraían eran los que hablaban de las condiciones de vida de los pobres como London o Finger. En su adolescencia, se aleja de la religión porque ella misma dice:
“No vi nunca a nadie (en la iglesia) quitarse el abrigo para darlo a los pobres. No vi nunca a nadie, dando un festín, invitar al ciego y al paralitico…No quería de una caridad que se reserva a un pequeño grupo de gente (…)” (Day, 1952, 39) (1)
A los 16 años acaba con antelación el colegio y se inscribe en la Universidad de Illinois para estudiar periodismo. No aguantará mucho tiempo en los pupitres universitarios y nunca acabará sus estudios. Rápidamente sale a la calle para contar como malvive la gente de esta época y trabaja para varios periódicos anarquistas y de izquierdas. Su padre se niega a que Dorothy vuelva a la casa familiar y ella experimenta entonces el frío y el hambre, subsistiendo con el poco dinero que le dan sus artículos. También, milita como feminista y tras asistir a una manifestación para el derecho de voto, la encarcelan en 1917. Esa no será la única vez que esté en la cárcel, pasará allí varios periodos de su vida.
¡Toca o haz click en la imagen para ir a nuestro auxilio!
Hay tierras que tienen que ser muy aradas par dar fruto
Empieza a rodearse de un círculo de artistas bohemios y pensadores anarquistas. Escribe una novela autobiográfica, The Eleventh Virgin, en la cual describe el ambiente en el que se mueve en esta época. Se enamora locamente de un hombre, Lionel Moise, y se queda embarazada de él a los 22 años. Por miedo a que la abandone, decide abortar. Él la dejará de todas formas poco después. Según los testimonios de varios de sus amigos (2) tras el abandono de Moise, Dorothy intenta suicidarse varias veces. Después de este trauma, se casa por despecho con un hombre que casi le dobla la edad y se dedica a viajar por Europa durante un año con él. Poco después y nada más volver a Estados Unidos se divorcian.
En 1925, se enamora de Foster Batterham, ecologista ferviente que le enseña a contemplar la naturaleza y con quién encuentra un poco de paz. De nuevo se queda embarazada y decide quedarse esta vez con el bebé. Batterham le deja la decisión a ella, no está ni a favor ni en contra. Estando embarazada, se opera un cambio en Dorothy, busca acercarse a Dios. De manera muy progresiva se acerca a la fe católica pero con un gran sufrimiento interior. Foster, el gran amor de su vida, es ateo convencido y le ha advertido que en caso de que se convierta, él no seguirá a su lado.
“Simplemente no quiero escribir relatos como todos los demás. El héroe de guerra no siempre tiene un desfile. A veces, se vuela la cabeza. Quiero crear una nueva forma de escribir. Una forma moderna sobre la sociedad moderna en la que el dolor de nuestra existencia se expone honestamente para ser visto”.
Probablemente “Rebelde entre el centeno” sea una película para escritores y sucedáneos. De la misma manera que “Los archivos del Pentágono” fue una película para periodistas y etc. Esto se debe a que todos los artefactos cinematográficos que ocurren en los 103 minutos de película están pensados para seducir y curar de espanto al que quiera consagrarse a juntar letras, como lo hizo en su momento J.D. Salinger.
Merece la pena ir a verla. Es ágil, sencilla y funcional ya que nos acerca a la vida del huraño más famoso del siglo XX sin tropiezos reseñables. Quizás, por poner la nota oscura, sobra algún que otro minuto en las escenas que ubican al escritor en la II Guerra Mundial.
La película comienza con un Salinger veinteañero interpretado por Nicholas Hoult (“Mad Max” y “Skins”). Consagrado a quemar la vida entre vanidades y fracasos universitarios, su madre, al ver el talento natural de su hijo para la escritura, “fuerza” a su padre para que le pague una estancia en Columbia.
La rebeldía contra el padre, que quiere convertirle en el próximo “Rey del Beacon” con el negocio familiar, junto a una imperiosa necesidad de no estar enfadado con la vida, serán los detonantes para que Salinger se atreva a decir en voz alta “quiero ser escritor”.
¡Toca o pincha en la imagen para ir a nuestro auxilio!
En el curso de escritura creativa conocerá a Whit Burnett, interpretado por el ahora defenestrado Kevin Spacey, con el que entablará una relación de maestro discípulo que funciona bien a lo largo de la película y que es, seguramente, lo más reseñable del último trabajo de Danny Strong, su director y guionista.
Hay cierta arrogancia intrageneracional, algo de humanidad y mucho criterio literario que da gusto ver.
La endogamia del mundo editorial, el postureo intelectualoide de los años cuarenta, el fracaso en el amor y los locos de Salinger, aquellos que con sus gorras de cazador se apostaban frente a su casa para preguntarle por qué le habían encerrado en una novela, aderezan “Rebelde entre el centeno” que ya está disponible en los cines españoles.
¿Te ha interesado? Suscríbete a nuestro boletín semanal para recibir un resumen de los artículos.
Cuando se escucha hablar de los escritores de la conocida “generación perdida”, en el París de los años 20, lo común es pensar en un grupo de americanos que viajaron a París a vivir una vida bohemia, llena de excesos, de alcohol, de fiesta, de jazz, de mujeres. Nos los imaginamos sentados en los cafés escribiendo sus cosas, fumando cigarrillos y, como la concepción que a veces se tiene del artista, comportándose de forma bohemia. Para algunos, unos personajes dignos de admirar por su talento; para otros, unos parias de la sociedad que se dedicaban a la bebida y a la “buena vida”.
Cuando nos sumergimos en la lectura de los clásicos, especialmente los grecolatinos, nos encontramos ante una bifurcación difícil. En un póster motivacional leí alguna vez que la diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario está en ese “extra”. Yo creo que algo parecido ocurre en esta bifurcación: las obras se pueden leer sin más, o -con ese pequeño “extra”- pueden ser el núcleo de una rica reflexión. Tomemos la segunda vía y empecemos el viaje. Sigue leyendo
Los creadores de Fantasía y Ciencia-Ficción son proclives a las preguntas últimas. Algunos creen tener las respuestas últimas. Creo que el modo en el que plantean y responden a estas cuestiones tiene mucho que ver con la calidad de sus universos ficcionales. Cuando las obras no plantean estas preguntas, son mero pasatiempo. Cuando las plantean y ensayan tentativas de respuesta que no pretenden acotar el misterio, pero nos iluminan, estamos ante obras que suelen ser releídas, reinterpretadas, que mantienen cierta actualidad, casi al modo de los clásicos. Si las plantean y las responden con simpleza, sabemos que o bien el autor se está haciendo trampas al solitario, o bien pretende adoctrinarnos. Sigue leyendo
Afirmó Francisco de Quevedo que a las grandes almas que la muerte ausenta, las salva la imprenta. Es el caso de Ángel González (Oviedo, 1925 – Madrid, 2008): cuando acaban de cumplirse 10 años de su fallecimiento, permanece muy vivo en los libros, y los jóvenes le siguen escuchando con los ojos, como escuchaba Quevedo a esos muertos que “al sueño de la vida hablan despiertos”.
Nueva York, barrio de Harlem. Gotas de lluvia martillean el cristal. La habitación es cálida, pero hace frío fuera. Es de noche y solo la luz mortecina de unas pocas farolas ilumina la calle. Sobre la mesilla de noche, una novela: Tokio Blues, de Haruki Murakami.
Quizá se tratase del libro adecuado en el momento justo, pero su historia me cautivó, atrapó mis sentidos. Me convertí en prisionero de Japón durante los días que estuve degustando cada pasaje, cada plato de nigiri o coca cola que ingiere el protagonista. Estuve enamorado de las mismas mujeres y apesadumbrado por los mismos fantasmas que Toru Watanabe. Yo también hice el amor con Naoko y sentí nostalgia por un tiempo que nunca había existido.
Portada del libro “Tokio Blues”.
Sí, señores. Soy murakamiano hasta la médula y ya es hora de que alguien lo diga. Parece que la etiqueta de “eterno candidato al premio Nobel” ha borrado la estela de un escritor al que admiro por su forma y contenido. Hacía tiempo que un escritor no me había atrapado de la manera en que lo hizo ese ex barman de Kioto en aquella noche de neón en la gran manzana.
La literatura es algo muy personal, nunca buscaría convencer a alguien que ya probó la píldora del nipón de que debe probarla de nuevo, pero sí busco subrayar y dar brillo a una figura bastante denostada últimamente. Quizá por esa manía hipster de aborrecer cuanto se vuelve mainstream o best seller, como pasa con Murakami en nuestro país.
La escritura del autor de Tokio Blues tiene un tremendo poder sensorial, consigue que sientas la comida y la bebida en el paladar, que escuches los ritmos de los Beatles en tus tímpanos y que te acuestes con alguien sin mover un solo dedo. Su capacidad de volcar sobre el papel un sinfín de sensaciones conduce al lector a través de un vaivén en el que, finalmente, la historia es lo de menos.
Tokio Blues es su novela más redonda, de las que he leído. Luego vino Baila, baila, baila, una novela donde durante páginas y páginas no sucede absolutamente nada. Pero él tiene esa magia. No te interesa lo que le pueda suceder al protagonista que se aloja en el Hotel Delfín, te apasiona su mundo interior, sus sueños, rémoras y cotidianeidad.
La nostalgia juega un rol fundamental en sus libros, es casi como otro personaje, algo que quienes solemos torcer la mirada hacia el pasado encontramos especialmente suculento. Como sucede en Los años de peregrinación del chico sin color, donde Tazaki vive obsesionado con la ruptura de su pandilla de amigos cuando era adolescente.
Las recopilaciones de relatos Hombres sin mujeres y Detrás del terremoto son claros ejemplos de que Murakami es capaz de otorgar una atmósfera onírica a la historia sin necesidad de muchas páginas. Y es que, precisamente, uno de los baluartes de este autor es que cada libro suyo es una experiencia, un viaje del que uno regresa cambiado y reflexivo.
Sin excesivo barroquismo, el japonés es capaz de elegir la palabra adecuada para que con cada capítulo, leer se parezca a esa experiencia psicotrópica que solía ser la lectura en la niñez y la adolescencia. Sigue la máxima que defendiera Francisco Umbral en Mortal y rosa:
“El arte descriptivo, minucioso, es pueril y pesado. El arte expresivo, expresionista, aísla rasgos y gana, no solo en economía, sino en eficacia, porque arte es reducir las cosas a uno solo de sus rasgos, enriquecer el universo empobreciéndole, quitarle precisión para otorgarle sugerencia”.
Y así lo creo yo. Murakami es un maestro de la sugerencia, capaz de emocionarte e incluso traer recuerdos a tu memoria mediante el relato de introvertidos personajes amantes del jazz que viven su historia en primera persona, como cada uno de nosotros. Tokio Blues comienza con un hombre que recuerda su pasado mientras escucha Norwiegian Wood de los Beatles en un avión. Baila, baila, baila con el protagonista tumbado en la cama al lado de una chica, mientras llueve en la calle y fuma un cigarro. ¿Os suena? Somos lo que leemos.
«Piensa mal y te quedarás corto», dice un reciente refrán. A estas alturas de siglo, ya nadie duda ni tiene miedo de afirmar públicamente –sin ser tachado de lunático– que la intervención militar estadounidense en Afganistán (2001) e Irak (2003) fue por intereses económicos; es decir, una petroguerra que se justificó con muchísimas mentiras y falsedades para ganarse la opinión pública (como las no encontradas armas de destrucción masiva), y para dinamitar «legalmente» los principios de integridad territorial e independencia política de los Estados estipulados por la ONU en la carta de San Francisco; que en otras ocasiones han defendido a capa y espada como parte de su juego geopolítico: «Las guerras modernas se han convertido en la forma en que las naciones realizan sus negocios», afirmaba el militar alemán Colmar von der Goltz en el siglo XIX. Sin embargo… ¿qué son la geopolítica y la geoestrategia?
Pedro Baños (Fuente: geoestratego.com).
¿Por qué Japón no vería con buenos ojos la unificación coreana? ¿Por qué EE. UU. mira con recelos a China tras la creación de un sistema de transacción monetaria que no utiliza el dólar? ¿Qué intereses económicos hay en Libia? ¿Y en Siria? ¿Por qué los africanos ven con simpatía la expansión de China en su tierra y, en cambio, desconfían de los países occidentales? ¿Por qué este país asiático protege al gobernante sudanés Omar al Bashir, acusado de crímenes contra la humanidad? ¿Por qué, entre otras muchísimas preguntas que nos hayamos podido hacer analizando la actualidad o la historia, «con frecuencia, los Estados que muestran mayor interés por la conservación de la paz son los que acumulan más armamentos»? Pues bien, si quieren responder a estas y otras cuestiones, es muy recomendable el libro Así se domina el mundo: desvelando las claves del poder mundial (Ariel, 2017): «Los fuertes hacen lo que desean y los débiles sufren sus abusos», expresó no hace mucho tiempo el historiador griego Tucídides.
Firmado por el coronel del ejército español Pedro Baños, uno de los mayores expertos en geopolítica, relaciones internacionales, terrorismo, estrategia, defensa y seguridad del mundo, en este libro desvela las pretensiones, los objetivos y las tácticas que emplean los países más poderosos para influir, dominar y controlar el panorama internacional. Dividido en seis capítulos escritos de manera muy pedagógica, con numerosos ejemplos, alegorías, mapas e ilustraciones para comprender mejor las lecciones (y con subtítulos tan sugerentes como «El mundo visto como patio de un colegio» o «El que parte y reparte se queda con la mejor parte»), el autor comienza la obra explicando los conceptos clave del juego geopolítico para entender cómo es el mundo actual (la ambición, la hipocresía, la rivalidad, el ambiguo concepto de «rebelde», el uso de la violencia o, entre otros temas, las dificultades que tiene el diálogo para solucionar conflictos cuando la irracionalidad se apropia de alguna de las partes).
Geopolítica. Ilustración de Robert Maguire.
De esta forma, Baños se adentra en los principios constantes que han regido la geopolítica a lo largo de la historia (la situación de los recursos naturales en el planeta –coltán, oro, caucho…–, la energía –gas, electricidad, petróleo…– y el desarrollo tecnológico), con el propósito de entender por qué han sido y son fuente de conflictividad entre los países. A este respecto, además de analizar el papel que tendrán los recursos extraterrestres (de la Luna, de Marte, de satélites, etc.) como generadores de nuevos problemas entre las naciones, el estratega se apoya en numerosos hechos históricos universales para demostrar sus argumentos (desde las guerras Púnicas –s. III-II a. C.– hasta la actual situación en Ucrania y Rusia, pasando por los conflictos en Oriente Medio, las raíces de la I y II GM, la guerra de Cuba, los intereses que hubo para atacar Libia, los que hay actualmente en Siria, etc.).
Baños se adentra en los principios constantes que han regido la geopolítica a lo largo de la historia con el propósito de entender por qué han sido y son fuente de conflictividad entre los países.
Asimismo, entre otros interesantes temas que descubrirán sumergiéndose en la lectura, el autor nos revelará las extrañas, interesadas y efímeras alianzas entre países (Japón y Alemania, la URSS y los nazis, EE. UU e Irak, Rusia y EE. UU. etc.) y por qué «en las guerras futuras se multiplicarán las hostilidades financieras, en las que un país será subyugado sin que se derrame una gota de sangre». También, a lo largo de las páginas, podrán comprender a través de innumerables ejemplos históricos, las infalibles artimañas y estrategias que han llevado a cabo los Estados más fuertes –de toda índole política e ideológica–, y algunas organizaciones terroristas (como Daesh, Hamás, etc.), para conseguir sus objetivos (intimidaciones, controles, manipulaciones, disuasiones, engaños, operaciones de falsa bandera, cercos, espionajes, desinformaciones, presiones, abusos, divisiones, debilitamientos, dominaciones, interferencias, fraudes, trampas, mentiras y un largo etcétera): «El enemigo con problemas internos está maduro para ser conquistado», señaló hace poco el teórico de la política italiano Nicolás Maquiavelo.
Finalmente, Baños profundiza en los errores geopolíticos que han provocado que los países se tropiecen una y otra vez contra la misma piedra, imposibilitando el alcance de sus objetivos: como la ignorancia sobre la idiosincrasia de los pueblos (por ejemplo, Afganistán, Vietnam, Somalia, Rusia, etc.), la subestimación del enemigo, la exposición de las debilidades, el exceso de información y de confianza o la carencia de flexibilidad, entre otros. Por último, nos expone «los pecados capitales de la geopolítica» (el egoísmo, la soberbia, la avaricia, la gula, la pereza, la ira, la envidia e incluso la lujuria) como desencadenantes de los conflictos internacionales: «Las pasiones y las motivaciones humanas han cambiado poco en el transcurso de los milenios», dijo el periodista y analista político Robert D. Kaplan.
En definitiva, como afirma el autor, si quieren estar «alerta y no acabar manejados como meros títeres en manos de los grandes artífices del mundo»; si buscan conocer aún más la condición humana y saber cómo funciona el mundo desde el punto de vista geopolítico; por qué hay tantas desigualdades, injusticias e hipocresía, cuáles son las causas de los enfrentamientos actuales, de las guerras pretéritas y futuras, cómo nos afectan las decisiones de nuestros gobernantes, o las que emiten los que gobiernan a nuestros políticos y economistas… esta obra –que muy pronto se convertirá en un clásico de las relaciones internacionales– es una magnífica oportunidad para responder a sus inquietudes.
Este artículo ha sido reproducido aquí con el permiso expreso de Homo Viator
Estaba claro el propósito de Aldous Huxley, George Orwell, Ray Bradbury y el resto de autores de este tipo al escribir sus historias. La distopía es uno de los géneros narrativos más claro y ambicioso: escriben para que el lector cambie su parecer en cuanto al mundo, al desarrollo, al poder. Escriben para buscar trascendencia, luchar contra la artificialidad, para aceptar la realidad humana como cualidad y no como castigo del que huir o evadirse. Imagino a estos autores haciendo mapas conceptuales, estudiando la historia y cómo evocar elementos que apelaran de lleno a quien los lea.
No una apelación leve sino una apelación que hiciese tomar conciencia del peligro que corre el hombre al cegarse en el desarrollo, en la ignorancia o en la sumisión. ¿El lector acaso es consciente de por qué aborda unas obras y no otras?, ¿para qué lo hace? O simplemente la lectura es un pasatiempo que pasa por encima de estas cuestiones. Sigue leyendo
En los próximos dos años celebraremos la publicación en Inglaterra de quizás dos de las más representativas obras del terror gótico, una de ellas creadora de uno de los monstruos más populares de la cultura occidental, y la otra, fuente de inspiración además para una de las obras cumbres del género y que, a finales de ese siglo, contribuirá a la creación de la imagen definitiva de otro de los grandes monstruos de la literatura y el cine.
Hace 61 años moría el gran actor húngaro Blaskó Béla Ferenc Dezső (1882-1956), que ha pasado a la historia como Bela Lugosi. Había nacido en la Transilvania del Imperio de los Habsburgo –aún no se había perpetrado la destrucción que consumaría el Tratado de Trianón– en el territorio de lo que hoy es Rumanía. Provenía de una familia de la pequeña burguesía -su padre era empleado de banca- y luchó en la I Guerra Mundial como teniente de infantería en el Ejército Imperial y Real. Como tantos jóvenes de su tiempo —recuerden la descripción de aquellos años turbulentos que nos legó Koestler— se acercó a la izquierda.
Franco Nembrini es un pedagogo italiano nacido en Italia en el año 1955. Es profesor de literatura italiana e historia en la enseñanza secundaria y miembro de varios consejos educativos públicos y privados de la Italia actual.
«Me llamo Stephen King, y escribo el primer borrador de este texto en mi mesa de trabajo, una mañana de nieve de diciembre de 1997. Tengo varias cosas en la cabeza. Algunas son preocupaciones; otras, en cambio, son agradables; pero ahora mismo tiene prioridad el papeleo. […] La publicación de este libro está prevista para finales de verano o principios de otoño del año 2000. De confirmarse el dato, tú, querido lector, estarás a cierta distancia cronológica de mí» (KING, Stephen. Mientras escribo, BeBolsillo, Barcelona, 2016, 115-116 · stephenking.com).
Esta posibilidad de que King, tú y yo estemos ahora mismo, a pesar de la distancia espacio-temporal, compartiendo lo que hay en nuestras conciencias, es lo que maravilla de la escritura al maestro del terror. On Writing (Mientras escribo) es el libro de Stephen Kingsobre el oficio de escribir. [Gracias, querido Juan Serrano, por revelarme su existencia]. A la pregunta «¿Qué es escribir?» King responde: «Telepatía, por supuesto […] Telepatía de verdad, ¿eh? Sin chorraditas místicas» Sigue leyendo
“Que otros se jacten de las páginas que han escrito;/ a mí me enorgullecen las que he leído”.Jorge Luis Borges comenzaba así su famosísimo poema “Un lector”, que es el penúltimo del poemario “Elogio de la sombra”. Este argentino prodigioso, que tanto amaba la lectura, se quedó ciego y, en una “magnífica ironía” que atribuyó a Dios, ocupó el cargo de director de la Biblioteca Nacional de Argentina de forma que le fueron dados, a la vez, “los libros y la noche”. Uno puede imaginarlo tocando los volúmenes y esperando una voz amiga que se los leyese.
La ciudad y los libros. Estas eran las razones que esgrimía Fernando Aramburu, autor de Patria -uno de los éxitos editoriales de España en los últimos dos años- para haberse salvado de ETA. En una entrevista concedida a La Linterna de Juan Pablo Colmenarejo, el autor donostiarra explicaba lo sencillo que podría haber sido para él haber terminado arrojando un cóctel molotov contra los txakurras en el centro de San Sebastián.
— “Si yo estuve en el mismo lugar, sometido a las mismas condiciones sociales, al mismo adoctrinamiento, cerca de la misma estética. ¿Por qué yo no empuñé armas y ese otro sí? El hecho de haber vivido en una ciudad es una gran diferencia respecto a haberlo hecho en un pueblo pequeño donde todos se conocen y donde el control de los ciudadanos es mucho más sencillo.Sigue leyendo