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Cinco razones para detestar a los que dicen que “la gente no lee”

En Literatura por

En muchas ocasiones se escucha (puede que nosotros mismos hayamos prestado nuestra voz a tan ambiguo mensaje) la expresión “La gente no lee” o “No se lee” o “Ya no leen” o sentencias semejantes. Con objeto de poner orden semántico, se ofrecen las cinco acepciones y significados más comunes de esta expresión para que cada cual, según la circunstancia, haga el secreto ejercicio cerebral de descubrir lo que verdaderamente quiere decir el vocero del “La gente no lee”.

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Escuchar con los ojos a los muertos

En Dialogical Creativity/Literatura por

«Algunos años antes de su prisión última me envió este excelente soneto desde La Torre», nos cuenta el editor de Francisco de Quevedo. «La Torre» es La Torre de Juan Abad, pueblecito entre Ciudad Real y Jaén, al pie de la sierra de Segura. Quevedo «reescribe los tópicos de la selección frente a la abundancia, del coloquio y la enseñanza de los que ya murieron, de la experiencia adquirida con la historia, de la vida como sueño», apunta Pablo Jauralde García (Francisco de Quevedo, Antología poética, Austral, Madrid, 2005, 110). En última instancia, es el tema del beatus ille, oda a la vida retirada, sencilla, campestre… e intelectual.

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La escritura

En Viñetas por

Decía Camilo José Cela que “la más noble función de un escritor es dar testimonio, como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir”. La del periodista -con mayor rigurosidad-, va por estar línea. ¿Qué está pasando, entonces? ¿Por qué se lee menos?

Una invitación a leer… mejor

En Democultura/Dialogical Creativity/Literatura por

«Si vale la pena leerlo, vale la pena leerlo dos veces» (p. 11). Los libros de invitación a la lectura son, por sí mismos, una paradoja. Como cuando el profesor recuerda en clase las bondades de asistir a clase; es decir, que se lo recuerda precisamente a los que asisten, y no a los que necesitan ese consejo. Sin embargo, en tiempos de crisis de asistencia y de lectores, el que alguien nos recuerde a los que asistimos y leemos el sentido de hacerlo resulta gratificante. Además, el título del libro pone la venda antes de hacerse la herida. No se trata ya sólo de leer… sino de leer… mejor.

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La pluma y la espada

En Pensamiento por

El tópico literario dice aquello de que “la pluma puede más que la espada”. En los casos de los que hablaremos a continuación, el ejercicio de las armas y de las letras estuvo presente en sus vidas. Fueron soldados y fueron escritores, dos facetas tan distintas en las que conocieron la cara más amarga y gloriosa de la vida.

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Lo que opine el personal

En Periodismo por

 

Al “yo he venido aquí a hablar de mi libro”, de Francisco Umbral, le pasa lo mismo que al “siempre nos quedará París”, de Casablanca. Lo más interesante se dice justo después de la frase que ha pasado a la historia. “Lo habíamos perdido hasta que viniste a Casablanca, pero lo recuperamos anoche”, se viene a decir en la película de Michael Curtiz. “(…) y no a hablar de lo que opine el personal, que me da lo mismo. Porque para eso tengo mi columna y mi opinión diaria”, prosigue el escritor tras una sentencia de cuyo triunfo da fe de la manera en que ha pasado a formar parte del habla popular. Es irresistible como chascarrillo para cualquier autor en promoción. Y aún más, se usa no pocas veces para reorientar una conversación cuando uno de los participantes percibe que ésta se ha desviado de su cuestión fundamental.

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Por qué deberías tener un librero (o varios)

En Democultura/Literatura por

“Que otros se jacten de las páginas que han escrito;/ a mí me enorgullecen las que he leído”. Jorge Luis Borges comenzaba así su famosísimo poema “Un lector”, que es el penúltimo del poemario “Elogio de la sombra”. Este argentino prodigioso, que tanto amaba la lectura, se quedó ciego y, en una “magnífica ironía” que atribuyó a Dios, ocupó el cargo de director de la Biblioteca Nacional de Argentina de forma que le fueron dados, a la vez, “los libros y la noche”. Uno puede imaginarlo tocando los volúmenes y esperando una voz amiga que se los leyese.

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La vida es para el verano (I)

En La angustia de vivir por
Acabo de terminar de leer un libro. Fue hace un par de noches. El libro me ha gustado. Ha sido más que un buen compañero, mucho más de lo que fue Alfredo para Elisa De Santis. No sé en qué campaña publicitaria he escuchado que los libros son para el verano. Mi eterna pose de intelectual me impide suscribir al cien por cien un eslogan, pero he de decir que hay algo de real en ello. La verdad es que los libros son para cualquier momento. Pero en verano se tienen más momentos. Ay, el verano. El mensaje hace una clara referencia al título de la obra de Fernando Fernán-Gómez: Las bicicletas son para el verano. Con eso también estoy de acuerdo, pero no se puede entrar en todo.
Volvamos a esa noche. Pasé la última página. La siguiente estaba en blanco. Y la siguiente.  Las pasé con decisión. No sé muy bien la razón pero soy un verdadero escéptico con el final de las obras de ficción (bueno, con cualquier cosa). Siempre doy una oportunidad más. Igual hay otro capítulo corto esperándome, en todos los sentidos. Creo firmemente que es uno de los traumas propios de una generación que ha crecido con escenas después de los créditos de las películas de animación.
He de decir que me tomo esta clase de momentos muy en serio. El mundo para de girar. Respiré profundamente y me quedé un rato mirando por la ventana. Puede que en tu pueblo de veraneo no, pero en Madrid esta clase de cosas le dan a uno un cierto aire de nostálgico. Terminar un libro que te ha gustado es comparable a los grandes momentos de una vida posmoderna tipo: el final de temporada de tu serie favorita, la primera copa que te tomas, un cigarrillo a escondidas, el beso de una chica en una noche de verano o la primera vez que ves el césped del Bernabéu. Conforma una suerte de síndrome de Stendhal para un millennial como yo, los patos de mi Central Park particular.
Únicamente las noches de julio y agosto brindan la oportunidad de apreciar estos incorruptibles suspiros del tiempo y permiten hacer una irracional (aunque no por ello menos veraz) radiografía de la coyuntura. Porque en verano siempre se está al borde del precipicio. Y eso lo cambia todo. Como decía Cuartango en El club de los corazones solitarios: “Esa conciencia de la fugacidad hace más precioso cada instante, porque en él se condensa toda la eternidad”.  Ay, el verano. La vida es para el verano. 

Contra la lectura

En Democultura por

En la Antigüedad lo normal era no saber leer ni escribir. No por ello las personas eran menos inteligentes, ni pensaban peor, ni se realizaban menos. La escritura era un conocimiento meramente funcional. Quien necesitaba conocerla por cuestiones mercantiles o religiosas, por ejemplo, le daba un valor bastante circunstancial al hecho mismo de saber leer y escribir.

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Cinco grandes libros para las navidades

En Democultura/Literatura por

Siempre he dicho que recomendar libros en general, es una gran injusticia. Creo que recomendar un libro es, en gran medida, una labor de sastre. Hay que tomar las medidas adecuadas de la persona a la que se lo vas a recomendar: conocer sus gustos en estilo, saber lo que ya ha leído, qué es lo que busca (entretenimiento, formación, enriquecimiento personal, dominio de una época o de un autor, acercarse a los clásicos, etc.).

A continuación presentaré cinco grandes obras sobre la Navidad. Las recomiendo por ser muy navideñas, no sólo en el tema, sino también en el tono, en el ambiente y en el significado simbólico. Véase como una percha de pantalones de diversas tallas en unos grandes almacenes: a falta de sastre, el mismo modelo de pantalón -el mismo corte- en tallas distintas.

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Confesiones de un escritor borracho

En Pensamiento por

Recuerdo que una vez en el colegio un profesor, no recuerdo de qué asignatura, me preguntó a quemarropa: “¿tú cuál crees que ha sido el mejor invento de la Historia?“. No me detuve a pensar un solo momento acerca de la cuestión, convencido como estaba entonces de que la sabiduría consiste en haber reflexionado sobre todas las cuestiones –y haber obtenido respuestas– en un tiempo ignoto pero siempre anterior al de la inquisición de terceros. Contesté altaneramente que el candidato perfecto había de ser el coche.

El profesor había estado aguardando con cierta curiosidad mi resolución, como si intuyera que había de sorprenderle, y cuando me escuchó hizo una mueca de aceptabilidad y resignación y se marchó. Sigue leyendo

Antes muerto que sin libros, ay que sin libros, ay que sin libros

En El astigmatismo de Chesterton por

Algún guasón que lleve el espíritu contento quizás ha entonado sonidos de ultratumba al leer el titular de este nuevo despropósito. Un ritmo con deje sevillano y de verbena que todos, con más o menos dientes, bailamos en pleno boom de lo efímero. Apostaría en monedas fuera de curso, maravedís me valen, a que un porcentaje ridículo de quien esté leyendo este artículo sabe algo a día de hoy de María Isabel, la chiquilla que puso a España a presumir de vanidades.

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