¿Qué ofrece Netflix al público joven? ¿Tan solo mero entretenimiento comercial o algo más a lo que hincarle el diente? La pregunta tiene su importancia, si consideramos el crecimiento de la audiencia de esta plataforma. No sería extraño que, persiguiendo un éxito fácil, Netflix cediera a la tentación del sensacionalismo y los fuegos de artificio. ¿Es eso lo que está pasando o, por el contrario, pretende hacerse un hueco en la cultura joven con un mensaje propio? En caso de que así fuera, ¿cuál sería ese mensaje? En este artículo, analizaremos tres productos de Netflix que, por su impacto y su vocación de crear tendencia, nos darán una pista de qué aguas navegamos. Sigue leyendo
Andrea Barone quería existir. En lo alto del centro comercial Sarca de Sesto San Giovanni buscaba la enésima fotografía que colgar en Instagram diciendo al mundo entero que su vida valía la pena. Es difícil saber qué pensaba o sentía realmente, pero hay deseos y emociones que te llevan a bajar la guardia, a pensar que la realidad se someterá a tu voluntad de poder, a tu necesidad de existir.
“A primeros de julio, después de un calor sofocante…” No es la crónica del tiempo de este verano sino que así inicia uno de los libros más famosos de Dostoyevski y de la literatura mundial, Crimen y Castigo.
“A crowd flowed over London Bridge, so many” (sobre el Puente de Londres la multitud fluía). No es el Puente de Londres, sino Hyde Park. Y tampoco exactamente una multitud, pero sí muchos millennials, universitarios con mochila a las espaldas, auriculares en los odios, solitarios. Todos encaminándose hacia una de las más importantes universidades de Londres. Ciudad irreal, esta vez bajo la luz de una mañana que no acaba de arrancar. Como en el gran poema de Thomas, otra vez, cada cual lleva la vista fija ante sus pies (And each man fixed his eyes before his feet). Vienen muchos de ellos de residencias o pisos compartidos en los que no han hablado durante días con nadie, si acaso unas palabras de cortesía muy británica que distancian aún más.
Algunos de estos estudiantes se forman en las mejores universidades del mundo, las de Londres compiten abiertamente con las top de los Estados Unidos. Aprenden con los mejores profesores, con los mejores investigadores, cuentan con la mejor tecnología, con clases grabadas, con seminarios abiertos, con excepcionales bibliotecas y laboratorios… el máximo de lo deseable.
A un porcentaje comprendido entre el 23 y el 31 por ciento no les resulta extraño sentirse aislados o faltos de acompañamiento.
Antes de entrar en clase, o en la biblioteca, se puede desayunar en cualquiera de los supermercados de camino al campus. Londres, que hasta hace unos años era la ciudad en la que no se podía comer dignamente sin gastar una fortuna, cuenta ahora con un supermercado en cada esquina. Ensaladas para uno, platos preparados para uno, alimentos orgánicos para aquel. La fórmula es económica, saludable. Por poco más de tres libras el almuerzo o la cena están solucionados. No hay que preocuparse por cocinar. Está socialmente aceptado comer a todas horas, comer incluso en clase mientras el profesor imparte sus lecciones. No es necesario socializar para alimentarse. En realidad, sentarse a la mesa va camino de convertirse en una costumbre del pasado.
Acaba la sesión de la mañana, han volado dos o tres horas de clases o de estudio. Y a las doce, el almuerzo.
— Hurry up, please. It´s time. (Dense prisa, por favor. Es la hora).
En los comedores del gran centro universitario, los que los utilizan, se disponen como mónadas. Unos junto a los otros, sin hablarse, entre bocado y bocado una mirada al móvil, a los mensajes de las redes sociales, quizás al capítulo de una serie. Almuerzo rápido para volver a la tarea, mucha agitación.
“I see crowd of people, walking round in a ring” (Veo muchedumbres vagando en círculos).
Después, una tarde larga, intensa, ciencia hasta dejarles exhaustos. Y en la hora violeta, cuando los ojos y la espalda se alzan del escritorio, cuando el motor humano aguarda como un taxi palpitando en la espera (At the violet hour, when the eyes and back turn upward from the desk, when the human engine waits like a taxi throbbing waiting). A la hora violeta, a la hora de la espera, las soluciones. ¿Qué soluciones? Un reportaje de hace unas semanas en The Guardian (How to cope with loneliness at university) ofrecía las recetas para hacer frente a los problemas que una soledad prolongada puede causar en la salud mental. Voluntariado, yoga, baile, clubes, deportes… los expertos recomendaban no obsesionarse con el trabajo, descansar cuando fuera necesario, buscar actividades en las que incrementar el círculo de los conocidos… fórmulas todas sanísimas… pero quizás insuficientes para una palpitante espera. El rigor solo parece reservado para el estudio, la competencia es muy severa.
¿No habrá nadie que se conmueva por esta nueva tierra baldía que hemos construido para nuestros millennials? ¿No habrá nadie que derrame alguna lágrima de racional y dramática compasión? El tiempo es propicio. Vuelve, Thomas, vuelve y pregúntales, a gritos o entre susurros, “Who is the third who walks always beside you?” (¿Quién ese tercero que anda siempre a tu lado?). Vuelve, Thomas y dilo otra vez: “Cuando cuento, solo estamos tú y yo juntos, pero veo frente a mí, por el camino blanco, siempre a otro que camina a tu lado. ¿Pero quién es ese que va tu vera?, ¿que va a vuestra vera? (When I count, there are only you and I together but when I look ahead up the write road, there is always another one walking beside you).
¡Toca o haz click en la imagen para ir en nuestro auxilio!
Este artículo fue publicado originalmente en Páginas Digital y es reproducido aquí con su permiso.
Hasta antes de que estallara la crisis económica en el año 2008, cuyo principal desencadenante en España fue la burbuja inmobiliaria, persistía la mentalidad de que alquilar era “tirar el dinero”. Tanto es así, que en nuestro país a día de hoy casi ocho de cada diez personas son propietarias de su domicilio habitual, concretamente un 78,8% de los españoles. Esta cifra, por encima de la media de la Unión Europea (70,1%), hace de España un país de propietarios.
De acuerdo con los datos del último Eurostat, junto a nuestro país se encuentran en la cima de la clasificación Rumanía (96,1%), Eslovaquia (90,3%), Lituania (89,9%), Croacia (89,7%) o Hungría (89,1%), países con tasas de población propietaria muy altas, pero que cuentan con una historia, en cuestiones de propiedad, bien diferente a la de España
Han pasado 25 años desde que tuve la oportunidad de participar en la Jornada Mundial de la Juventud que se celebró en Czestochowa. Aquellos días acudimos una importante delegación española a un país y a una Europa que había cambiado de manera profunda. Estos días asisto emocionado a todo lo que acontece en Cracovia en estos días por una doble razón.
La primera es observar un legado que durante todo este tiempo y a pesar de los importantes cambios a los asistimos en nuestra sociedad se ha mantenido con fuerza y que ha renovado a otra generación que, al igual que la nuestra hace 25 años, expresa la vitalidad de su Fe, la actualidad de su testimonio y su compromiso en la esperanza que proporcionan a un mundo inmerso en tensiones difíciles de dimensionar y de conflictos en todos los continentes y por todo tipo de razones. Sigue leyendo
Democresía sigue creciendo y esta vez nos hemos propuesto un proyecto ambicioso:
Ricardo Morales se ha vuelto a poner la gorra de reportero (no te pierdas el relato que hizo de su viaje al Atlas), ha dado un par de brincos hasta Cracovia y está cubriendo para nosotros la JMJ de Polonia con sus vídeos y crónicas.
Puedes seguirle de cerca a través de nuestra página de Facebook o en nuestro ESPECIAL #RumboJMJ16 donde además incluiremos los discursos del Papa y análisis, y resúmenes de los principales acontecimientos del encuentro mundial de jóvenes.
Los medios de comunicación nos hicimos eco la semana pasada de un suculento estudio publicado por el Centro Reina Sofía, un organismo dedicado a la realización de estudios sociológicos sobre adolescencia y juventud dependiente de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) titulado ‘Política e Internet’.
Dicho estudio arrojaba dos conclusiones interesantes: la primera, que el interés por la política entre los jóvenes de 18 a 25 años ha aumentado del 26% en 2008 (entonces, ese porcentaje declaraba estar muy o bastante interesado por la política) al 72,6% a finales de 2014. Cerca de un 50% más en seis años de crisis económica. De hecho, el 80% asegura que votará en las próximas elecciones.
La segunda de las conclusiones era que una mayoría amplia de este colectivo no siente prácticamente ningún apego o confianza por la mayoría de las instituciones y organismos en los que se desarrolla la vida política y social española, a excepción de los clubs deportivos, las ONG y poco más.
Ni los partidos políticos, ni el Parlamento, ni el Ejército o las fuerzas de seguridad, ni la Iglesia, ni la patronal de empresarios o los sindicatos, ni otros actores económicos como empresas o bancos son para esta generación actores de los que se pueda esperar algún tipo de avance en las cuestiones que les preocupan.
Las causas de esta aparente contradicción son del todo conocidas. El informe no aporta ninguna sorpresa en este sentido: corrupción, ausencia de opciones que les representen, desengaño, desánimo sobre la utilidad del voto, decepción tras las últimas elecciones…
Para el director general de la FAD (y del Centro Reina Sofía) el desapego de la juventud hacia los organismos en los que se desarrolla la vida política del país es un signo “preocupante” porque, a su juicio, “ningún país del mundo puede gestionar su convivencia interna sin unas instituciones fuertes“.
En otras palabras, integrar el descontento y las reclamaciones de los jóvenes en un marco político común se presenta como una tarea en la que debe implicarse toda la sociedad, a fin de que estas puedan articularse en un diálogo que beneficie a todos. La alternativa, a todas luces, es el riesgo de una ruptura de la vida política, no para ser sustituida por una nueva fórmula sino para romper todo cauce de diálogo y, por ende, de convivencia.
Decíamos hace unas líneas que la consulta a los jóvenes (un total de 808) fue realizada los últimos meses de 2014. Precisamente ese año se cumplía un siglo desde que uno de nuestros grandes (o de nuestros pocos) pensadores políticos, José Ortega y Gasset, se lamentaba en su discurso ‘Vieja y nueva política‘ del desinterés de la juventud (hoy igualmente pretendida) acerca de las cuestiones políticas y del estatus caduco de las instituciones de la “política oficial“. Decía así:
“Todos esos organismos de nuestra sociedad — que van del Parlamento al periódico y de la escuela rural a la Universidad —, todo eso que, aunándolo en un nombre, llamaremos la España oficial, es el inmenso esqueleto de un organismo evaporado, desvanecido, que queda en pie por el equilibrio material de su mole, como dicen que después de muertos continúan en pie los elefantes“.
Ortega y Gasset, por F. Vicente
Como curiosidad, el filósofo y periodista señalaba a un tal Pablo Iglesias (no el nuestro, sino el fundador del PSOE) como uno de los pocos que no representaban los “odres caducos” de la política de 1875, la de la restauración monárquica.
Aún así, afirmaba que la novedad que suponían los sindicatos y el Partido Socialista de aquel momento (léase hoy como Podemos) “le confundirían si no se limitaran, sobre todo el socialismo, a credos dogmáticos con todos los inconvenientes para la libertad que tiene una religión doctrinal“.
De hecho, y pese a reconocer la “utilidad” de algunos “radicales” que “han ejercido una función necesaria” consistente en “producir una primera estructura histórica en las masas” –lo que hoy viene a ser el clamor por la “regeneración“– acusaba a los responsables de estas fórmulas de ser “buenos demagogos” que “van gritando por esas reuniones de Dios” (pongan aquí “círculos” y tendrán la analogía perfecta).
Sobre las consignas que entonces –y hoy de forma parecida– movían la reivindicación contra la vieja política afirmaba que “son los tópicos recibidos y ambientes, son las fórmulas de uso mostrenco que flotan en el aire público y que se van depositando sobre el haz de nuestra personalidad como una costra de opiniones muertas y sin dinamismo“. “Nuestra política es todo lo contrario que el grito, todo lo contrario que el simplismo –advertía el filósofo– Si las cosas son complejas, nuestra conducta tendrá que ser compleja”.
Por ello, en su discurso, pronunciado en el teatro de La Comedia el 23 de marzo de 1914, abogaba por la recuperación de la “sustancia nacional“, concepto algo vago que no mucho más tarde se emplearía en el auge de los movimientos fascistas, pero que, para Ortega, significaba que “la política no es la solución suficiente del problema nacional“, tal como hemos defendido en este blog anteriormente.
La ruptura de la tradición política –que no el interés político, tal como se aprecia en la encuesta– y, por lo tanto, del derrumbe de la legitimidad o utilidad de sus instituciones a ojos de la nueva generación, proviene del vaciamiento del significado que estas tienen como legado de una convivencia común y articulada (formal y legalmente) como producto de esta.
Es cierto que, como decía el director general de la FAD durante la presentación del estudio, la semana pasada, “es tarea de todos” el reunir a la sociedad y reforzar las instituciones de modo que estos se conviertan en cauces efectivos de comunicación y gobierno para todos. Pero, para ello, es necesario que exista una voluntad mutua de convivir y una preocupación compartida hacia la comunidad.
“Es una ilusión pueril creer que está garantizada en alguna parte la eternidad de los pueblos; de la historia, que es una arena toda de ferocidades, han desaparecido muchas razas como entidades independientes –advertía Ortega– En historia, vivir no es dejarse vivir; en historia, vivir es ocuparse muy seriamente, muy conscientemente del vivir, como si fuera un oficio. Por esto es menester que nuestra generación se preocupe con toda consciencia, premeditadamente, orgánicamente, del porvenir nacional.”