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Jabalí

Comando cochino; el fin del periodismo

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La semana pasada el periodismo en general, y el español en particular, se permitió echar una canita al aire.

“Una manada de jabalíes mata a tres miembros de Estado Islámico en Irak”, rezaban en sus titulares online El Mundo y La Vanguardia.

“Un grupo de jabalíes acaba con tres terroristas del ISIS cuando preparaban una emboscada”, comentaba en la sección “Animales” el diario digital El Español.

“Donald Trump ficha a un jabalí como Secretario de Defensa”, decía el siempre afilado (y cada día más cercano a la realidad) El Mundo Today.

Esta “noticia”, hilarante cuanto menos, repicada por el mundo con alegría, pone el foco en la realidad informativa que nos toca vivir; donde las creatividades de sofá, los gags de ingenio que nos brotan tras dos paradas de metro y los artículos destacados de los diarios serios, se confunden en una suerte de chiringuito llamado “mundo digital”, donde, definitivamente, todo vale.

Esta “noticia”, que hasta el día de ayer ninguna cabecera se había sentado a darle una vuelta sobre la veracidad o no del relato, fue puesta en marcha por  The Times y The Telegraph, tal y como recogía Patricia R. Blanco en El País, que tuvo la molestia de titular, a petición (probablemente) de algún redactor jefe cebolleta; “La inverosimil victoria de los jabalíes contra los terroristas del ISIS“.

La cuestión es que una vez más, el canon de la facultad de periodismo sobre la imperiosa necesidad de la existencia real de fuentes que acrediten los hechos que nos disponemos a narrar, vuelve a quedar en el tintero de lo teórico y las rectificaciones y matizaciones ante cualquier imprecisión de una información; como un ejercicio para los necios que se detienen a analizar la actualidad.

Tal vez por eso hoy -día internacional de la libertad de prensa- sea un buen momento para reivindicar el fin del periodismo.

Porque, francamente, nadie está hoy en disposición de detenerse dos minutos. Y mucho menos los periodistas y redactores. Lo importante es el flash, el deslumbramiento que las letras todavía nos provocan si son conjugadas de tal manera que sea caldo de retweet o de comentario jocoso en el grupo de Whatsapp de turno.

Si uno de los grandes lo ha dicho, lo diremos todos.  Y si nadie rectifica o matiza la improbabilidad del relato, menos yo. Que la fe de erratas, con algo de mala baba y a estas alturas de la película, podría entenderse como un marco legislativo de esta rat race en la que estamos constreñidos.

Los lectores, fagocitadores empedernidos de datos y que cada día se sienten más capaces de diagnosticar su embotamiento mental (lo llaman “sobreinformación”), se mueven hacia aquello relacionado con la prensa cotidiana con escepticismo, apatía y altas dosis de incredulidad.

Tal vez por eso hoy -día internacional de la libertad de prensa- sea un buen momento para reivindicar el fin del periodismo.

Al menos, de la forma en la que se está llevando a cabo.

Porque en los titulares no confirmados de jabalíes y terroristas, solo puede haber una explicación lógica desde la información regida por empresas privadas. Arrastrar un par de clicks más al contador diario. Conseguir un par de anunciantes más porque “seguimos creciendo” (frase mantra de todas las cabeceras tras las oleadas de EGM).

En definitiva, más pasta para el zurrón para seguir engrasando la rueda. Fenómeno, en cualquier caso, absolutamente legítimo siempre y cuando lo que se edulcore, agregándole cierto atractivo literario al titular, sea una verdad fría que necesite algo de estímulo. Pero estimular no quiere decir adulterar. Y es conveniente que dichas licencias “artísticas” vayan más hacia los editoriales o espacios de opinión que a las secciones generalistas de información de los medios convencionales.

Quizás la duda es si el periodismo tradicional está jugando a no ser convencional. Y si verdaderamente ya no podemos llamar información a lo que otrora fueran los datos que digeríamos, con un periodista entremedias, para componernos una idea de hacia donde va el mundo.

Este acontecimiento porcino-belicoso, uno más en la serie de aventuras chestertonianas a las que nos enfrentamos cada día, puede sin embargo que llegue próximamente a su fin gracias a la tecnología, engrosando con ello, la nutrida lista de periodistas parados. Y podremos echarle la culpa a Quill o Narrativa , o las ideas parecidas que vayan surgiendo de ahora en adelante.

Hablamos de softwares capaces de redactar a través de un algoritmo que recopila datos estadísticos una crónica; articulando y adjetivando -si es necesario- un texto sencillo listo para consumir y olvidar.

Todo al más puro estilo de los redactores de estas pseudo-noticias.

Y no considero que vaya a ser un gran drama. Y seguramente, visto el patio, sea deseable.

Las ventajas para los críticos del periodismo actual son innegables: tendremos menos que criticar. Exigiremos a los valientes que quieran vivir de la información que no se remitan exclusivamente a empaquetarla o a deformarla, sino que se mojen y aporten su bagaje intelectual para refutarla y ponerla en contexto. Habrá un avance hacia la opinión y corresponderá a estas aplicaciones y a los gabinetes de comunicación de las empresas (inclusive la panadería de la esquina) informar sobre lo que a ellos les acontece y el valor que generan en su entorno, documentando su día a día gracias a los usuarios y a los “pelotazos” de interés que sean capaces de llevar a cabo en redes sociales.

Las ventajas para los cínicos son irrenunciables: un programa informático es más barato que una redacción de humanos que quieren comer y vestirse. Los tiempos, una vez que le cojamos el tranquillo a la “cosa tecnológica”, serán más reducidos por lo que podremos embotar con mayor entusiasmo la cabeza de las gentes. A mayor actualidad y mayor presencia a menor coste, más audiencia, más sobreinformación y menos errores de prisma humano.

Sea como sea, el paradigma entre lo que estas nuevas herramientas terminan de implantarse, es para echarse unas risas y tocar el violín con entusiasmo mientras el barco hace aguas.

 

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