Dos judíos haredíes viajan en tren llevando, con extremo cuidado, un rollo de la Torah. Una mujer se acerca y se inicia una conversación. Le pregunta al mayor de ellos, el rabino Shulem Shtisel,si puede besar la Torah. Esta mujer, judía y laica, ha comenzado el camino del retorno, baal teshuvá.
Sobre la escucha se ha escrito desde el principio de los tiempos. Sin embargo, la tradición nos ha legado pocas palabras. Importantes, pero pocas. Como estas de Pitágoras: «El silencio es la primera piedra del templo de la sabiduría». O las primeras palabras de la Regla de San Benito: «Escucha, hermano…» Seguramente no era necesario decir más porque escuchar era algo que el hombre antiguo hacía más o menos habitualmente. O quizá lo hacía poco, pero muy intensamente, pues era un privilegio tener la posibilidad de dedicarse sólo a escuchar. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, la escucha se ha vuelto un asunto problemático.
El primer monográfico dedicado al tema -aunque sea indirectamente- del que tengo constancia es El arte de callar, del abate Dinouart. Lo escribe en tiempos revueltos: cuando la imprenta permite la proliferación de cientos de libros y la burguesía encuentra placer –y negocio– en la lectura. Sin esos factores, gran cantidad de libros no se hubieran escrito o no se hubieran difundido, pues las dificultades previas a la aparición de la imprenta hacía que sólo las mejores obras merecieran el esfuerzo de ser dictadas y copiadas por los monjes. Sigue leyendo