El padre Nasir tiene una sonrisa acogedora, hay algo en sus gestos que destila jovialidad. No se queja a pesar de que hemos acudido a la cita con una hora de retraso. Islamabad ha amanecido con un bochorno de lluvia. Nuestro conductor se ha retrasado y nosotros nos hemos retrasado grabando los rostros de un mercado que nos ha imantado. Las caras de Islamabad, la capital de Pakistán, se parecen muchas veces a las caras de la India, con mujeres engalanadas con los colores más bonitos del mundo. Pero en otras ocasiones se parecen a las caras de Afganistán, con el gesto severo de los pastunes, con sus gorros que parecen tartas de trapo, con sus barbas largas que quieren demostrar una gran piedad.
Todavía nos quedan muchos años que seguir oyendo hablar de yihadismo, pero no está mal echar la vista de vez en cuando un poco más allá, hacia un Oriente Medio que después de décadas de hegemonía cultural islamista trata de dar un giro, cuando hasta en Arabia Saudí el príncipe heredero Mohamed Bin Salman anuncia que quiere abrir una nueva etapa a nivel económico y político, pero también cultural y religioso.
Aparte de las valoraciones sobre la viabilidad de esta proclama saudí, es difícil que la reforma religiosa que tantos invocan pueda llevarse a cabo realmente si no se toma en serio la insistente demanda que resuena desde 2011: libertad. Después de años de violencia yihadista, sectarismos, derivas neo-autoritarias, volvemos a partir de aquí. De lo contrario, nos adentraremos cada vez más en una guerra total. Sigue leyendo
Publicamos a continuación el texto en español del Manifiesto de París redactado por una docena de intelectuales europeos de primera línea, entre los que destacan nombres como Robert Spaemann o Rémi Brague. Se trata de un análisis profundo y exhaustivo sobre la idea de Europa y las amenazas actuales para la identidad y la civilización europea, tanto desde el punto de vista de las ideologías como de los modos de gobierno, la deriva de la economía, la organización social, la inmigración y la educación.
La lista completa de autores, así como los intelectuales españoles que se han sumado al manifiesto, pueden consultarse al final de esta página. El documento original, en este enlace.Sigue leyendo
En los últimos 20 años la sociedad occidental ha tratado de enfrentar la problemática medioambiental a través de la política y la economía con escaso éxito hasta ahora. Este marco abre la puerta a nuevos interrogantes, con respuestas que a muchos de nosotros, a priori, pudiera sorprendernos.
¿Y si existiera una posibilidad de que la religión tuviera una respuesta más eficaz? El Islam está en ello y considerando su ritmo de crecimiento demográfico, parece ofrecer una alternativa sólida. El 22% de la población mundial profesa el Islam y tiene una tasa de crecimiento del 2.9%, superior a la del resto de la población mundial. Si el cuidado del medio ambiente se continúa institucionalizando y universaliza en el Islam como requisito de la industria Halal, esta puede ser una vía más para fomentar medidas verdaderamente efectivas en el cuidado de nuestro planeta. Sigue leyendo
El último estudio del Pew Center lo dejaba meridianamente claro: en 2050, la religión islámica (contando todas sus ramas) podría superar por primera vez, en número de fieles, a la religión cristiana (sumando a todas sus confesiones). Una proyección histórica (en el estudio The Changing Global Religious Landscape, 2017) que situaría a dicha religión con más de 3.000 millones de seguidores (reales o teóricos) y el 31% de la población mundial (desde el 24% de 2015 y un 2% más de la proyección realizada ese mismo año); todo ello consecuencia de sus altas tasas de natalidad (casi 2,9 por mil habitantes), el aumento de conversiones (superior ampliamente al resto) y la creciente islamización de países de cultura mayoritariamente musulmana pero de historia secular o con importantes minorías cristianas (de Turquía al Líbano).
Pero estos datos son un simple acercamiento. Las hipótesis más aventuradas señalan que ya es la más numerosa y sobre todo, la más practicada total (ante la amplia confesionalidad de sus países de referencia, y la ausencia de prácticas institucionalizadas al estilo católico o protestante en beneficio de liderazgos diversos y rezos personales) o relativamente, en especial ante la aparente apostasía generalizada en el mundo occidental, en la vida pública y en la práctica privada (quizás atemperada por el renacer de las Iglesias ortodoxas en numerosos países excomunistas o la aparición de las Iglesia evangélicas neopentecostales en América y Asia). Sigue leyendo
El filósofo francés de origen judío Alain Finkielkraut ha estado en Madrid hace unos días presentando su último libro, Lo único exacto y, como no podía ser de otra manera, ejerciendo ante los medios de comunicación esa visión de la filosofía que ya señaló Michel Foucault y que consiste en ser vigía y crítico del presente, atento a cualquier pretensión de reducir la actualidad a una explicación enlatada y miope.
Durante la charla que mantuvo con un grupo de periodistas en el Instituto Francés –en la que tuve la suerte de estar– Finkielkraut embistió contra el discurso dominante que ha querido convertir el renacimiento de los nacionalismos y los movimientos antiglobalización en un regreso de los fascismos y de las problemáticas de los años 30 en Europa. Sigue leyendo
Hace unos años, cuando “España iba bien” podíamos (¿podíamos?) permitirnos el lujo de tener a izquierda y derecha unos partidos mediocres con unos dirigentes mediocres sin correr demasiado el riesgo de un desmembramiento. Estaba todo pagado, crecíamos a un ritmo superior al 3% y, como dice la cita evangélica, construimos graneros y nos confiamos, sin saber que el cataclismo estaba a la vuelta de la esquina. Sigue leyendo
Más tarde o más temprano, cualquiera que entre a fondo en las Humanidades o se interese por comprender la actualidad más allá de las tertulias periodísticas, termina topándose con las grandes estrellas del pensamiento actual. Toda selección es subjetiva y discutible, pero con toda seguridad el filósofo esloveno Slavoj Žižek (1949) emergerá como una de esas figuras indispensables.
Salvo por extractos aislados, fragmentos citados en otras obras y entrevistas en diversos medios, no soy lector de Žižek, lo que significa que debería tomar prestada demasiada información para poder esbozar su perfil intelectual. Por esta razón, el comentario que propongo sobre esta última obra suya se centrará en el contenido de la misma, “descontextualizado” de la trayectoria de su autor. Con todo, de los datos que fácilmente se pueden recoger en la red, a partir de la lectura de este librito sí es fácil certificar algunas de sus señas de identidad, como son la aplicación de categorías del psicoanálisis lacaniano para el análisis cultural o la hibridación del mismo con la filosofía hegeliana. Ah, y que el tipo es un verdadero agitador, en el mejor y peor sentido de la palabra. Sigue leyendo
¡Extra! ¡Extra! La polémica está servida a raíz de la última “ocurrencia” de Francisco. Su respuesta a una pregunta sobre los atentados contra Charlie Hebdo en París la pasada semana ha llegado a las portadas y páginas interiores de los diarios españoles . No tanto así (salvo alguna excepción) en los diarios internacionales.
Una posible explicación podría ser que los medios británicos, estadounidenses y europeos en general son más serios en el tratamiento de las declaraciones del pontífice. La otra –la más probable– es que no les importe tanto el Papa como a los diarios españoles, pese a que algunos les cueste reconocerlo. Sigue leyendo
Recuerdo esta sentencia como si me la hubieran dicho ayer. Fue mi profesor de Historia de segundo de Bachillerato el que me la enunció, y en su momento pensé que estaba desquiciado. Hoy sé que se encuadra en una corriente de pensamiento que se suele denominar teoría cíclica de la Historia, planteamiento que no comparto, aunque tiene sus evidentes aspectos de verdad.
Es una concepción que se vincula a F. Nietzsche y su eterno retorno, pero que ya formuló en su día la escuela estoica: no hay novaciones reales en el tiempo de los hombres, la Historia no es lineal sino circular; todo hoy fue ayer y será mañana otra vez. Sigue leyendo
Yo no soy Charlie Hebdo y sé que muchos de ustedes tampoco. No quiero decir con ello que no condene el atentado terrorista que ayer terminó con la vida de 12 compañeros periodistas y un agente de la policía, a quienes hoy se homenajea como a héroes de la libertad.
Hasta ayer, la revista gráfica francesa no era más que una publicación socarrona, a menudo zafia e irreverente, conocida fuera de las fronteras galas por las amenazas de islamistas radicales por las famosas viñetas de Mahoma, más que por la calidad o la altura de su periodismo.
Si quieren ejemplos de libertad y periodismo, dirijan sus miradas a quienes permanecen encerrados por contar lo que ocurre en Irak o Siria, en Cuba o Corea del Norte, a quienes denuncian la violencia del narcotráfico en México o, aquí, a quienes se enfrentan a la corrupción y a la injusticia aún a riesgo de perder –como poco– su puesto de trabajo.
No me malinterpreten, lamento y aplaudo lo ocurrido. Me llena de rabia y de impotencia el asesinato de las víctimas de Charlie Hebdo y aplaudo el movimiento social generado en todo Occidente como reacción al crimen y en defensa de uno de los mayores logros de la civilización, al margen de Willy Toledo, la libertad de expresión.
Tener la capacidad (técnica y cultural) para acceder, comprender, valorar y expresar nuestra posición acerca de todo cuanto acontece no es algo natural en el hombre. No solamente es patrimonio casi exclusivo de los países que hoy consideramos Occidente y tiene su origen en ellos; sino que, además, exige una tensión ética constante por parte de las sociedades que han alcanzado esta cota de libertad.
Siempre ha habido, hay y habrá quién quiera someter a los medios de comunicación, quien proscriba determinadas ideas o colectivos del espacio público y quien pretenda erradicar determinadas cuestiones o posiciones de toda discusión. Si en su día ocurrió en el marco de una mala comprensión del mensaje de Cristo (entre otros muchos marcos) ocurre hoy también entre quienes se erigen a sí mismos en paladines del progreso, en rechazo del mismo mesías.
La libertad de expresión, como cualquier otra libertad, es siempre libertad para algo. Es la condición necesaria para que podamos juzgar como cierto cualquier acto humano, tanto si es para reconocer la Verdad como si es para caer en el insulto o en el error, como a menudo ha hecho Charlie Hebdo.
Ahora bien, es necesario que seamos capaces de sustraernos del hecho de que las viñetas, al igual que los artículos, las acciones, las decisiones políticas o el modo en que educamos a nuestros hijos son siempre buenos o malos (mejores o peores).
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Este acto de suspensión del juicio, que podría ser tachado de hipócrita o de indeseable, supone dar un paso atrás en la perspectiva y afirmar que no hay bien que pueda decirse o hacerse mayor que quién está tras las palabras o los actos. En cambio, no hay mal que pueda decirse o hacerse, que pueda eclipsar el bien que supone su hacedor.
Este acto de fe, que en otras palabras llamamos dignidad humana, no es solamente condición necesaria para hacer posible que en nuestras sociedades exista la libertad, sino condición indispensable para que, además, con un poco de esfuerzo, pueda producirse el Bien.
Por eso, más allá del simbolismo que, a la luz de los últimos sucesos, han cobrado las viñetas publicadas por Charlie Hebdo sobre Mahoma, es infantil pretender que el insulto (la crítica es otra cosa) sea el signo de la libertad. Por eso, pese a que los propios medios hemos adoptado la reacción de republicar las viñetas de la revista francesa como desafío al terror, declaro firmemente que “Yo no soy Charlie Hebdo”.
En lugar de ello, les propongo una cita apócrifa de otro francés:
“Je déteste ce que vous écrivez, mais je donnerai ma vie pour que vous puissiez continuer à écrire.”
“Detesto lo que escribes, pero daría mi vida porque pudieras continuar escribiendo.” (atribuida a Voltaire)
Musulmán armado con la Shahada (“No hay más dios que el Dios, Muhammad es el mensajero del Dios”)
Muchos años de vida carga a su espalda la guerra santa en Oriente: los ataques de las células yihadistas en países arábigos se remontan muchos años atrás, y el mundo civilizado se acostumbró tiempo ha a titulares bélicos mensuales en las noticias. Boko Haram no es nada nuevo en África, ni IS en Asia: son dos caretas de una misma persona que ya es asesina multicentenaria.
Pero los sucesos de la Primavera Árabe que todos conocemos, en Libia con el ya olvidado Gadafi, en Túnez o en Siria, llamaron poderosamente la atención en “Occidente”. El ciudadano de a pie (de entre los ciudadanos informados) lo tomó como una revolución francesa a lo arábigo, y seguía las noticias con relativa atención. Y las grandes potencias industriales, movidas por intereses prioritariamente económicos, decidieron involucrarse en los conflictos, apoyando a los militantes de un signo y de otro (como Francia y Rusia). Al menos hasta que, en plena rebelión siríaca contra Bashar al-Asad, determinados medios de comunicación comenzaran a llamar la atención sobre la evidente participación de células terroristas como Al-Qaeda en el levantamiento popular. Y así sigue Siria, dividida entre dos tiranías, oprimida por derecha e izquierda.
El caso es que el Yihad volvió a los teleinformativos con inusitada fuerza, y las cuestiones fundamentalistas se hicieron su hueco en la mente colectiva. Pero no ha sido hasta hace unos meses, cuando se redoblaron las amenazas desde IS hacia Inglaterra, Francia, EEUU o España, una verdadera preocupación para el español medio. Y aun hoy, es una vaga idea que amenaza, pero que no se nota ni se siente, por lo que sólo es relevante mientras nuestro sujeto imaginario lee el periódico.
El caso es que ha resurgido con vigor en la sociedad desarrollada una pregunta clásica: ¿es esto el Islam? ¿Es religión, o es culto al mal? ¿Humaniza al hombre, o lo derruye y lo vuelve un monstruo?
Cuando se veía la situación afgana en la tele desde el sofá, era fácil despachar el problema con la todopoderosa remisión a “cuestiones de cultura“. “¡Ná, si es que estos árabes son unos burros!”, y a otra cosa mariposa. Pero cuando tantos periodistas compatriotas, o cercanos internacionales, pierden la vida delante de su propia cámara, o cuando el vecino del tercero que jugaba con el hijo de uno cuando eran pequeños viaja a combatir el Yihad, la cosa cambia y la anterior respuesta es fútil y desechable.
El Islam es una religión del libro. Esta expresión tiene un origen distinto, pero ha servido durante mucho tiempo como ataque contra las religiones, para mostrarlas como productos de fantasía y contrarios a toda razón, y así contrarios al hombre mismo. El creyente supuestamente tiene que seguir a rajatabla un precepto en un libro, por innumerables que sean los argumentos contrarios que se puedan levantar.
Muchos son los que han dicho que las principales religiones del libro son el judaísmo, el cristianismo y el Islam. A mi parecer, la frasecilla no es definitoria: es sólo una expresión descriptiva. El judaísmo actual en la mayor parte de las ocasiones se deja seducir por la exclusiva literalidad de la Torá, como lo prueban, entre otros muchos casos, las filacterias. Pero me parece muy simple aplicar la locución a la religión cristiana. Cierto es que algunas adulteradas formas de cristianismo, como la encabezada por Martín Lutero, se enfrentan a una Tradición que se remonta a las primeras comunidades cristianas y proclaman los imperios de la “sola fidei” y de la “sola Scriptura” (en las mismas palabras del teólogo alemán), eliminando toda referencia a la razón humana. Por lo que respecta a la Iglesia Católica, siempre se ha valorado la intervención activa de la razón en la comprensión de los textos bíblicos y del contenido de la revelación cristiana, destacando documentos modernos como Providentissimus Deus del Papa León XIII, Fides et ratio de san Juan Pablo II o Verbum Domini, de Benedicto XVI, la explicación oficial más cercana en el tiempo, en la que se llama la atención explícitamente sobre la “necesidad de trascender la <<letra>>” (VD 37 y 38).
La cuestión es que años luz separan catolicismo e Islam. Los musulmanes están obligados a la fe en el Alá de Mahoma a expensas de la razón y por encima de cualquier duda sobre cualquiera de las realidades relativas. De hecho, ni les está permitido: es un impío el que cuestione lo que ocurrió en aquel retiro del Profeta, que san Gabriel le entregó el Corán de parte del único Dios. Porque, así las cosas, el Corán se recibe como revelación para todos los tiempos por la comunidad musulmana… ¡Y quién se atreverá a llevar la contraria a Alá, el único Dios!
Pero en muchas ocasiones parece que Alá se contradice a sí mismo: por ejemplo, en el mismo Corán se ordena el combate para extender el nombre de Alá, degollar a los enemigos del Islam y guerrear contra judíos y cristianos, a no ser que pagaren tributo y se sometieren. Y en otros versículos del mismo libro sagrado se compara el asesinato con la incredulidad, uno de los peores pecados en que puede incurrir un musulmán.
Ante este dilema, la mayor parte de la histórica comunidad musulmana llevó su atenta mirada a la expresión coránica: “obedece a Dios y a su mensajero” (Corán 3, 32). Si era difícil escuchar a Dios, el obstáculo debía salvarse atendiendo a la santa vida del Profeta, y así se recopila la Sunna, una colección de dichos y hechos de Mahoma para una correcta interpretación del Corán. El problema es: ¿quién diantre interpreta a Mahoma?
Porque Mahoma fue un yihadista hasta las trancas. En el Islam, el Yihad es un concepto mucho más amplio que el de “guerra santa” que nosotros exclusivamente le atribuimos. Diferencian entre el Yihad menor y el Yihad mayor. El Yihad menor sería la acción externa dirigida a extender el Estado Islámico y el nombre de Alá, que en ocasiones deberá tomar la violencia como aliado (así, la “guerra santa” es una parte del Yihad menor), y el mayor constituye la conversión interna a Alá.
Pues bien: Mahoma debió ser “yihadista mayor” como nadie, no quiero ponerlo en duda. El caso es que también alzó sobre sí la espada en señal de lucha, también degolló y también predicó la violencia. Y señala cómo es posible llegar al Yihad mayor a través del menor, si bien el camino natural, también según su magisterio, debe ser el contrario.
La clave está en el carácter de lucha o de defensa de la fuerza ejercida. Pero, como dije antes, ¿quién interpreta a Mahoma? No es el uso de la razón lo que separa a un buen musulmán pacífico de un buen musulmán terrorista: es la interpretación del Yihad, del mandato de Alá de extender el Estado Islámico. Y repito: como la razón no importa en el universo coránico, sino la revelación de Alá por encima de todo, lo que nosotros condenamos como asesinato un estudioso neutral del Islam debiera atribuirlo a divergencias de interpretación. Fethullah Gülen, uno de los estudiosos más importantes del Islam y de mayor trascendencia a nivel internacional, atribuye el fundamentalismo no al contenido del Islam (del que dice que es contrario), sino a un fallo educativo en la estructura del mundo musulmán, y argumenta que la guerra de Mahoma era defensiva siempre frente al agresor, que amenazaba con la extinción de la Palabra de Alá. Pero, ¡quién sabe…! O si no que le pregunten a Bin Laden sobre pureza religiosa. ¿Cuál es, con Corán y Sunna en mano, la interpretación correcta del Islam? La cuestión es que sólo Alá lo sabe.