Repetimos
a menudos frases referidas al tiempo que nos tocó vivir, a las peculiaridades
de nuestra época y las particularidades que nuestros entorno nos ofrece y que cambian
nuestro modo de vivir. Pero al final resulta que los temidos cambios no son
drásticos ni tan fieros como los pintan.
«Piensa mal y te quedarás corto», dice un reciente refrán. A estas alturas de siglo, ya nadie duda ni tiene miedo de afirmar públicamente –sin ser tachado de lunático– que la intervención militar estadounidense en Afganistán (2001) e Irak (2003) fue por intereses económicos; es decir, una petroguerra que se justificó con muchísimas mentiras y falsedades para ganarse la opinión pública (como las no encontradas armas de destrucción masiva), y para dinamitar «legalmente» los principios de integridad territorial e independencia política de los Estados estipulados por la ONU en la carta de San Francisco; que en otras ocasiones han defendido a capa y espada como parte de su juego geopolítico: «Las guerras modernas se han convertido en la forma en que las naciones realizan sus negocios», afirmaba el militar alemán Colmar von der Goltz en el siglo XIX. Sin embargo… ¿qué son la geopolítica y la geoestrategia?
Pedro Baños (Fuente: geoestratego.com).
¿Por qué Japón no vería con buenos ojos la unificación coreana? ¿Por qué EE. UU. mira con recelos a China tras la creación de un sistema de transacción monetaria que no utiliza el dólar? ¿Qué intereses económicos hay en Libia? ¿Y en Siria? ¿Por qué los africanos ven con simpatía la expansión de China en su tierra y, en cambio, desconfían de los países occidentales? ¿Por qué este país asiático protege al gobernante sudanés Omar al Bashir, acusado de crímenes contra la humanidad? ¿Por qué, entre otras muchísimas preguntas que nos hayamos podido hacer analizando la actualidad o la historia, «con frecuencia, los Estados que muestran mayor interés por la conservación de la paz son los que acumulan más armamentos»? Pues bien, si quieren responder a estas y otras cuestiones, es muy recomendable el libro Así se domina el mundo: desvelando las claves del poder mundial (Ariel, 2017): «Los fuertes hacen lo que desean y los débiles sufren sus abusos», expresó no hace mucho tiempo el historiador griego Tucídides.
Firmado por el coronel del ejército español Pedro Baños, uno de los mayores expertos en geopolítica, relaciones internacionales, terrorismo, estrategia, defensa y seguridad del mundo, en este libro desvela las pretensiones, los objetivos y las tácticas que emplean los países más poderosos para influir, dominar y controlar el panorama internacional. Dividido en seis capítulos escritos de manera muy pedagógica, con numerosos ejemplos, alegorías, mapas e ilustraciones para comprender mejor las lecciones (y con subtítulos tan sugerentes como «El mundo visto como patio de un colegio» o «El que parte y reparte se queda con la mejor parte»), el autor comienza la obra explicando los conceptos clave del juego geopolítico para entender cómo es el mundo actual (la ambición, la hipocresía, la rivalidad, el ambiguo concepto de «rebelde», el uso de la violencia o, entre otros temas, las dificultades que tiene el diálogo para solucionar conflictos cuando la irracionalidad se apropia de alguna de las partes).
Geopolítica. Ilustración de Robert Maguire.
De esta forma, Baños se adentra en los principios constantes que han regido la geopolítica a lo largo de la historia (la situación de los recursos naturales en el planeta –coltán, oro, caucho…–, la energía –gas, electricidad, petróleo…– y el desarrollo tecnológico), con el propósito de entender por qué han sido y son fuente de conflictividad entre los países. A este respecto, además de analizar el papel que tendrán los recursos extraterrestres (de la Luna, de Marte, de satélites, etc.) como generadores de nuevos problemas entre las naciones, el estratega se apoya en numerosos hechos históricos universales para demostrar sus argumentos (desde las guerras Púnicas –s. III-II a. C.– hasta la actual situación en Ucrania y Rusia, pasando por los conflictos en Oriente Medio, las raíces de la I y II GM, la guerra de Cuba, los intereses que hubo para atacar Libia, los que hay actualmente en Siria, etc.).
Baños se adentra en los principios constantes que han regido la geopolítica a lo largo de la historia con el propósito de entender por qué han sido y son fuente de conflictividad entre los países.
Asimismo, entre otros interesantes temas que descubrirán sumergiéndose en la lectura, el autor nos revelará las extrañas, interesadas y efímeras alianzas entre países (Japón y Alemania, la URSS y los nazis, EE. UU e Irak, Rusia y EE. UU. etc.) y por qué «en las guerras futuras se multiplicarán las hostilidades financieras, en las que un país será subyugado sin que se derrame una gota de sangre». También, a lo largo de las páginas, podrán comprender a través de innumerables ejemplos históricos, las infalibles artimañas y estrategias que han llevado a cabo los Estados más fuertes –de toda índole política e ideológica–, y algunas organizaciones terroristas (como Daesh, Hamás, etc.), para conseguir sus objetivos (intimidaciones, controles, manipulaciones, disuasiones, engaños, operaciones de falsa bandera, cercos, espionajes, desinformaciones, presiones, abusos, divisiones, debilitamientos, dominaciones, interferencias, fraudes, trampas, mentiras y un largo etcétera): «El enemigo con problemas internos está maduro para ser conquistado», señaló hace poco el teórico de la política italiano Nicolás Maquiavelo.
Finalmente, Baños profundiza en los errores geopolíticos que han provocado que los países se tropiecen una y otra vez contra la misma piedra, imposibilitando el alcance de sus objetivos: como la ignorancia sobre la idiosincrasia de los pueblos (por ejemplo, Afganistán, Vietnam, Somalia, Rusia, etc.), la subestimación del enemigo, la exposición de las debilidades, el exceso de información y de confianza o la carencia de flexibilidad, entre otros. Por último, nos expone «los pecados capitales de la geopolítica» (el egoísmo, la soberbia, la avaricia, la gula, la pereza, la ira, la envidia e incluso la lujuria) como desencadenantes de los conflictos internacionales: «Las pasiones y las motivaciones humanas han cambiado poco en el transcurso de los milenios», dijo el periodista y analista político Robert D. Kaplan.
En definitiva, como afirma el autor, si quieren estar «alerta y no acabar manejados como meros títeres en manos de los grandes artífices del mundo»; si buscan conocer aún más la condición humana y saber cómo funciona el mundo desde el punto de vista geopolítico; por qué hay tantas desigualdades, injusticias e hipocresía, cuáles son las causas de los enfrentamientos actuales, de las guerras pretéritas y futuras, cómo nos afectan las decisiones de nuestros gobernantes, o las que emiten los que gobiernan a nuestros políticos y economistas… esta obra –que muy pronto se convertirá en un clásico de las relaciones internacionales– es una magnífica oportunidad para responder a sus inquietudes.
Este artículo ha sido reproducido aquí con el permiso expreso de Homo Viator
Ayer concluía en “Salvados” la segunda parte de la entrevista a Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela.
Más allá de entrar en cuestiones de la propia técnica periodística o valoraciones generales sobre el contenido, donde recomiendo echar un vistazo a los artículos publicados por Ignacio Pou en “El Debate Hoy”, quisiera detenerme en el estilo de Maduro. El estilo que tiene Nicolás Maduro para hablar de política.
Uno se queda con una mueca, que no sonrisilla de incrédula superioridad intelectual, ante el despliegue audiovisual que tiene ante sí. Es como estar atrapado en un diálogo capeado y sempiterno en la catedral de Vargas Llosa. Es como una pelota de mucosidad instalada en el lóbulo frontal que se convierte en palabra viva al decir “no me lo creo”.
Porque esa es la sensación que le queda a uno cuando Évole pregunta y Maduro responde. De alucinar, de no dar crédito a que uno de los dos que hay en esa mesa sea el presidente de 31 millones de personas.
Las salidas de tono, las respuestas sin sentido, la doble moralidad raruna, los aspavientos de trailero en mitad de un atasco, el corte de camisa a la coreana, los reseteos cerebrales, las gesticulaciones “violentas”, las carcajadas que más parecen de barra y Cerveza Polar que de encuentro periodístico.
La duplicidad parlamentaria en Venezuela con la aparición de la Constituyente -la cual no cuenta con un solo representante de la oposición y que ahora se ocupa del poder legislativo del país-, la limpia de magistrados del Supremo y del Constitucional, el cinismo desde el que dicta sentencia internacional a través de recortes de telediarios españoles, de las colas de lo absurdo -del noqueo económico y social- de la gente que tiene que invertir toda su potencialidad intelectual y el tiempo que Dios le ha dado en comprar el pan y “papel de culo”.
“Su respuesta no es muy consistente”. “La verdad es que usted impone”.
En definitiva, un aura, “unas energías” que diría la todopoderosa Claire Underwood de Managua, que chocan frontalmente con los usos y costumbres de la entrevista política. Al menos del formato clásico al que estamos acostumbrados en occidente.
Pero tampoco quisiera desviar la cuestión por ahí. Son los personajes, estos personajes, lo que hacen que la entrevista sea algo extraordinario. Es un producto sui generis que tiene más de perfil psicoanalítico que aproximación a un agente internacional con cierta relevancia. Parece un retrato emotivo de un hombre que no tuvo nada, lo tuvo todo y vuelve a no tener nada, con la salvedad de que nadie se ha parado a explicárselo y le han dejado que siga la función, igual que al bibliotecario de Chesterton que jugó a ser un don Quijote con tintes decimonónicos.
También está presente en los cortes y el tono, lo que hace que las conclusiones que cabe extraer, además de ser muy sabrosas y placenteras para el ojo, queden, cuanto menos, en entredicho.
Por tanto, de la visualización de esta “entrevista” saco dos conclusiones: inquietantes los humanos sin rostro que figuran como parte del atrezzo, al final del tiro de cámara, junto a las cortinas rojas. Y que Maduro, tal y como queda retratado, me podría caer bien.
No había ninguna duda. Los atentados de agosto del 98 contra las embajadas de EEUU en Nairobi y Dar es Salaam estaban diseñados para presionar al Gobierno de Washington. Los atentados del 11-M estaban diseñados para presionar al Gobierno de España. Los atentados del 7-J de 2005 estaban diseñados para presionar al Gobierno de Londres. Las diferencias operativas y organizativas de una organización terrorista como Al Qaeda respecto de otras organizaciones precedentes eran evidentes pero su propósito era más bien tradicional. Fijar unos objetivos, identificar como conseguirlos y golpear allí donde había un flanco débil para lograr los objetivos. Sigue leyendo
Parece, a tenor de las sorpresas de los últimos meses (Brexit, Colombia, Trump), que poco o nada sabemos de las sociedades en que vivimos. Hablamos y hablamos de nosotros mismos hasta la náusea, no dejamos de mirarnos el ombligo, perseguimos al hombre de la calle para que nos dé su opinión…incluso de la lluvia que cae o deja de caer. Hemos acercado tanto el foco que nuestra imagen se ha distorsionado y ya no vemos sino sombras gesticulantes que se mueven en todas las direcciones. Apariencias de realidad que acechamos con periodística persistencia siempre con la cámara encendida, el micrófono abierto y las redes sociales dispuestas a prolongar el ruido y la furia sin tedio ni descanso. Insaciable e infatigable es nuestra búsqueda de…qué.
Somos rehenes de unos lenguajes, de unas maneras de hablar de la realidad que hemos equiparado acríticamente con esta sin reparar en la limitación de dichos lenguajes. El periodismo, la psicología, la pedagogía y la sociología, por poner solo unos pocos ejemplos, nos han encerrado en una cárcel de cristal que impide hacerse cargo de la opacidad irreversible de las cosas y las personas, del misterio que las envuelve. Estas perspectivas intelectuales han colonizado una parte importante de la esfera pública hasta el punto de consolidarse como discursos de especialistas y analistas. Sigue leyendo
Carl Schmitt (Plettenberg, Alemania, 1888-1985) es conocido fundamentalmente por dos rasgos que contribuyen a agigantar su caricatura: primero, el hecho
El gobierno turco se fortalece a través del golpe militar fallido, ha iniciado una gran purga y expone su deriva autoritaria con una multitudinaria manifestación de apoyo en donde se habla de reinstaurar la pena de muerte. La concentración se abrió con el himno nacional, lecturas coránicas y el despliegue de pancartas que mostraban a Erdogan flanqueado por Atatürk, el padre de la Turquía laica y Mehmed II, sultán que tomó Constantinopla. Sigue leyendo
Que el frente político que construyó Mauricio Macri para llegar la presidencia de la República Argentina se llame CAMBIEMOS no es casualidad, pero no deja de ser llamativamente significativo en relación al periodo histórico que se abre en la Argentina.
Muchas cosas CAMBIARON en estos últimos meses para que esto suceda, pero hubo una que sin lugar a dudas resume a todas ellas por su causalidad: la participación en política de un sector de la sociedad que había sido esquivo a todo lo relacionado con lo público.
Durante años el argentino se lamentó con pensamientos simplistas como “tenemos los políticos que nos merecemos” o “la política todo lo corrompe”. Para una gran parte de la sociedad, la política no era esa noble ciencia que centra su estudio y práctica en la solución de los problemas del prójimo, de la sociedad, sino un sinónimo de lo oscuro, sucio o corrupto. Sigue leyendo
Hay un nuevo zorro en el corral. Otro más, sí, solo que esta vez amenaza con comerse las gallinas del otro lado del “ring” político, el que hoy corre detrás de Pablo Iglesias. Se trata de Ahora en Común, una nueva plataforma procedente de la izquierda y extrema izquierda que aparece para atacar a Podemos desde la retaguardia.
Hasta ahora, el equilibrio que permitía a Podemos campar a sus anchas por la izquierda, e incluso hacer incursiones para robar las gallinas del centro del cuadrilátero radicaba en el hecho de tener cubiertas las espaldas por una IU completamente desactivada y encastada, incapaz de robarle votos por ese costado.
No hay que olvidar que, en su mejor momento, tras décadas encabezando la “resistencia” contra la dictadura de Francisco Franco, el PCE (más adelante IU) obtuvo el 9,3% de los votos en las primeras elecciones democráticas, en junio de 1977.
Tras ese “rechazo” de los españoles a un proyecto más alineado con el tono previo al levantamiento nacional que con la melodía que hizo bailar a los españoles durante la Transición, el proyecto IU se ha mantenido a remolque de la democracia española sin ser capaz de aglutinar en torno a sí más que a los “cenizos” (Pablo Iglesias dixit) que se reúnen –cual fieles parroquianos– a cantar la Internacional y a despotricar contra un sistema que pretenden heredero de la dictadura (por aquello de creerse todavía necesarios).
Prueba de ese inmovilismo es que, con los años, sus resultados apenas han conseguido igualar el porcentaje de votos de la formación en las sucesivas elecciones generales. Ni siquiera antes de que Podemos viniera a rentabilizar el desastre que José Luis Rodríguez Zapatero supuso para la izquierda española y que ni Rubalcaba ni Sánchez han sabido remontar.
Conscientes de ello, la estrategia ganadora de Podemos consiste en, desde una posición fuertemente asentada en la izquierda, “emplumarse” lo suficiente para ganarse a las gallinas del centro, a la par que transmitir a los suyos una narrativa de “misión” que, avalada por los poco acostumbrados resultados en las encuestas, fuera capaz de ilusionar a los “cenizos” sin ceder al discurso casposo de IU y sus socios.
Los idus de marzo
Ocurre, sin embargo, que de tanto estirar los brazos hacia el resto del corral y hacia la política “de verdad” ha quedado hueco para una el recelo y la conspiración entre los suyos.
A nadie se le pasa por alto que, desde que en enero de 2014 apareció un joven con coleta que se proclamó heredero del 15-M y proponía gobernar España mediante asambleas de vecinos, hasta la presentación –la semana pasada– de un controvertido sistema de primarias para elegir candidato a la presidencia del Gobierno, ha pasado algo más que meses: ha habido un cambio rotundo del proyecto Podemos.
Dicha evolución supone –desde cualquier perspectiva que se mire– una traición a casi un año (el primero) de discursos sobre la renovación política y el déficit democrático que, a juicio de ese sector de la izquierda española, sufre España.
Sin embargo, responde también a la constatación evidente, por parte de los líderes de Podemos, de que pretender gobernar siquiera un partido (ya no digamos un país) exclusivamente a base de reuniones en la calle lideradas por el frutero, el arquitecto, el peluquero y el responsable de marketing de una pyme no solamente es una chiquillada sino que supone una tremenda pérdida de operatividad respecto a las demás opciones políticas, mucho más ágiles en la toma de decisiones gracias a su “injusto” sistema vertical y su sentido de lealtad partidista.
No hay que dejar de recordar la salida (hace varios meses) de Juan Carlos Monedero del partido debido a discrepancias con la estrategia de la formación, o el hecho de que incluso la muy aclamada Manuela Carmena (la primera en arrebatar el Gobierno de la capital a la derecha) se ha desdicho rápidamente de su pretensión de adoptar un gobierno horizontal, al afirmar que el programa electoral elaborado mediante participación social eran meras “sugerencias”.
En lugar de eso, el “gobierno de los ciudadanos” de Carmena ha quedado reducido a una postura poco menos que estética basada en un recorte de sueldo y unas cuantas fotos en el metro, pero no ha supuesto un aumento real de la participación social en la toma de decisiones.
Como resumen de todo ello, ha quedado un hueco que se ha convertido en lugar de encuentro para los “cenizos” y los puristas del proyecto original de Pablo Iglesias. De este hueco nace Ahora en Común.
Es obvio que el “bombazo” que ha supuesto la irrupción de Iglesias en el escenario político español no se corresponde con un cambio drástico del espectro político en el que sitúan los españoles (la extrema izquierda continúa siendo minoritaria) sino más bien al éxito de Podemos en la construcción de un relato capaz de atraer a buena parte de la izquierda y del centro.
Por ello, perder pie (aunque solo sean unos dedillos) en su principal caladero de votos, obliga a Podemos a tener que tomar la decisión de apostar más fuertemente por el centro (y perder la base de apoyo que le permite estar más sólidamente asentado que Ciudadanos, por ejemplo), o fundirse con la izquierda y resignarse a ser un proyecto residual, como lo es IU.