En las inundaciones (exceso de agua) el principal problema es la falta de agua potable. Igual ocurre con el exceso de información producido por el llamado periodismo ciudadano, las redes sociales, etc. La superabundancia va en detrimento de la calidad. Frente al ingente volumen de noticias es necesario reivindicar el papel del periodista como intermediario entre la noticia y el lector, como profesional que selecciona, valora e interpreta. Muchos ciudadanos han llegado a creer que los periodistas ya no son necesarios. Pero, como en el caso de las inundaciones, cuando hay abundancia de un elemento, paradójicamente hay ausencia de ese elemento.
Este fue uno de los problemas abordados recientemente por el Laboratorio de Periodismo de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM), que en la última sesión se dedicó a abordar el tema de “La independencia de los medios españoles: nuevas formas de presión y autocensura”.
Los orientadores del debate (directivos, periodistas y colaboradores de varios medios de comunicación impresos y digitales) partieron de que una de las condiciones para la libertad de información es la independencia de los medios, y de que esa independencia se ve condiciona por presiones externas e internas.
Uno de los orígenes de esa presión es que los medios tradicionales han dejado de ser, en su mayoría, propiedad de editores “que amaban la tinta” y han pasado a ser propiedad de grandes corporaciones, de grandes grupos de comunicación, que defienden sus propios intereses y para los que la información es simplemente un negocio o una forma de influencia. Y el director del medio ha pasado de ser un defensor de la redacción a convertirse en un defensor de los propietarios de la empresa.
A este problema se añade el de la disminución del número de redactores en los medios, debido a la crisis económica y a las novedades tecnológicas, y el de que los periodistas se autocensuren por temor a perder el puesto de trabajo. Según el Informe Anual de la Profesión Periodística de 2015, cerca del 77 por ciento de los periodistas reciben presiones, y el 75 por ciento de ellos ceden a esas presiones, que les llegan de los grupos políticos y de los económicos a través de los consejos de administración y de los anunciantes.
A estos problemas se añade el apuntado al principio, el contacto directo de la audiencia con la información debido a la revolución digital, lo que llega a provocar una cierta tiranía de los lectores.
Colectivos y políticos inundan al medio y al periodista con insultos en cuanto se sienten ofendidos.
Alguno de los ponentes apuntó a que de muchas de las presiones externas sobre los medios es culpable el sistema judicial, que permite con más facilidad que en otros países la presentación de querellas, y son muchos los empresarios, por ejemplo, que se querellan frecuentemente, porque tienen dinero y abogados para poder hacerlo. Reconoce la existencia de autocensura porque los colectivos y los políticos, en cuanto se sienten ofendidos por un artículo, inundan al medio y al periodista con insultos y críticas.
En el interior, según el mismo orientador, hay presiones de la propia empresa contra algunos redactores por ser autores de informaciones que atacan los intereses empresariales, y los periodistas ceden por temor a perder el empleo. También hay presión interior de los propios compañeros, que cuestionan algunas informaciones porque temen que vayan contra la empresa y al final les hagan perder el puesto de trabajo, y puso como ejemplo que en el diario ABC, cuando los atentados del 11-M, un periodista criticó agriamente a los compañeros que defendían la autoría islamista, por si no era verdad y al final el periódico tendría que despedir empleados).
La mayoría de los intervinientes en el laboratorio coincidieron en que para que un medio sea independiente tiene que ser solvente económicamente. La independencia marca la diferencia entre la información y la propaganda. El problema arranca en el cambio de modelo de los medios en la década de los 90 del siglo pasado, cuando la propiedad pasó a ser de los acreedores de los medios (los bancos, por ejemplo).
Para luchar contra la disminución de la credibilidad de los periodistas (otro de los problemas), habría que convencer a la audiencia a fin de que les valorara y, además, para que pagara por la información. Recuperar la credibilidad para los periodistas pasaría por demostrar que son los profesionales los que eligen los temas y no los directivos, y convencer a la gente de que debe pagar por la buena información. Debe haber una especie de compromiso: yo, lector, pago para que el medio me informe bien. Para resolver el problema, en los Estados Unidos se están creando fundaciones sin ánimo de lucro a fin de que se establezcan medios de comunicación que solo se dediquen a la información. Aunque la idea, de la que fue un ardiente defensor el candidato y senador John McCain, está teniendo menos éxito del esperado.
Debe haber un compromiso: Yo, lector, pago para que me informen bien.
Varios ponentes reiteraron que el problema de la situación actual arranca en los 90, cuando las empresas editoras consideran que el periodismo es solo un negocio, porque los ejecutivos provienen de otros campos que no son el periodístico. En los medios han entrado accionistas que solo buscan influencia política y económica. Además, la publicidad se ha concentrado en pocas compañías y por eso los medios son más vulnerables a la presión. Antes, los ingresos de los periódicos eran de la publicidad y de la venta al 50%, pero ahora la proporción es del 75% de la publicidad y solo del 25 de la venta o suscripción. Otro problema es que no se sabe todavía cómo pagar la información digital porque no hay conciencia ciudadana de que hay que pagarla. La gente cree esa información debe ser gratuita.
En definitiva, que presiones externas, presiones internas, autocensura, superabundancia de información sin control son factores que influyen en la credibilidad de los medios y de los periodistas y que afectan a su independencia.
*FOTO: Juanedc (Flickr)