La última encíclica del papa Francisco,Fratelli tutti, ha generado reacciones de todo tipo. En la línea de lo que viene siendo habitual en el mundo político desde los inicios de su pontificado, entre posiciones de izquierdas se le ha dado la bienvenida, mientras que el liberalismo de derechas –no así el conservadurismo u otras tendencias de esta familia– se ha apresurado a condenarla. Tanto unos como otros han puesto el centro de atención en la crítica que el Sumo Pontífice ha vertido sobre el llamado “neoliberalismo” y la globalización económica, coincidiendo en la afirmación de que Francisco es un papa alineado con el populismo o, al menos, el socialismo. Pero una lectura detallada de la Encíclica indica que esta interpretación es equivocada. En este artículo no ofreceré ningún análisis de la misma, porque considero que siempre que deseamos saciarnos de conocimiento lo mejor es acudir a las fuentes, y el Papa expresa mucho mejor que yo lo que quiere decirnos. Solamente reflexionaré sobre una cuestión que explica los equívocos que ha generado: la perspectiva desde la que debe ser analizada, que es religiosa y no ideológica.
Parece fuera de dudas que esta llamada papal a un nivel superior de compromiso político obedece a la voluntad de revertir la declinación de la influencia y la presencia de Iglesia en el mundo actual.
En el artículo anterior, a partir de la naturaleza política de la Iglesia y la cesura que existe -al menos desde los tiempos de la hegemonía liberal-democrática- entre su praxis política institucional y su discurso apolítico (o no-político), se señalaban variaciones notables en este sentido en la prédica del Papa Francisco, cuyo alcance y trascendencia son todavía difíciles de apreciar. Para ilustrar los efectos que podría tener esta nueva orientación de la Iglesia se mencionaron algunos fenómenos que parecen obedecer a ella.
A pesar de que -como señalara acertadamente Hannah Arendt– desde su misma aparición el Cristianismo supusiera un desafío al poder constituido, se erigiera en una identidad disruptiva de la esfera pública en general y de la política en particular, la Iglesia siempre hizo, hace y hará política. Política interna y externa.
A menudo, pensamos que el paradigma en base al cual el europeo medio interpreta la realidad es el materialismo. Es decir, el credo, más o menos explícito, de que sólo existe la materia y la Ciencia es su profeta que lo explica todo (y lo que no explique hoy, lo explicará mañana). Eso es sólo una media verdad, porque movimientos tan poderosos como el marxismo, feminismo, ecologismo y otros semejantes no son explicables solo desde esa óptica. Sigue leyendo
Las próximas líneas no corresponden a una entrevista aunque la categoría de la página así lo indique.
No lo es porque el personaje evita que lo sea. Hay un número más que generoso de respuestas no acotadas con metáforas que caen con más o menos fortuna en el asunto en cuestión. No hay una línea temática prefijada y parece que el tiempo poco importa en este habitáculo de la calle Alfonso XII, en pleno centro de Madrid.
Juan Manuel Cotelo no prepara guiones, se los encuentra. Dice sentirse incómodo en los preparativos, en el papeleo, en el ir agitando la hucha para producir sus películas. También con las preguntas, con lo excesivamente elaborado, pues esto ahoga, o así lo entiende su interlocutor, la maravilla de lo espontáneo. No tiene ni la más mínima intención de salirse de la etiqueta de “ultracatólico” -signifique eso lo que signifique- y no pretende atraer a las salas donde se pasen sus películas a cinéfilos o entendidos del séptimo arte; pues lo suyo es entretener y tocar el corazón.
Su última película, “El mayor regalo”, nos posibilita un rato con él. En esta casi hora de conversación da la sensación de que pasa de todo estando con las piernas cruzadas.
El pasado 25 de julio tuvo lugar en el NH de Madrid la presentación y lanzamiento de Fertilitas. Se trata de una entidad que busca poner en contacto a matrimonios con dificultades para poder tener hijos con profesionales que verdaderamente les pueden ayudar. De una forma ética y cuidando los fundamentos de la deontología médica y el amor conyugal, las familias encuentran en esta nueva iniciativa un sistema de diagnóstico y tratamiento científico eficaz. Sigue leyendo
Mi amigo es sacerdote católico en Los Ángeles. Mi amigo está infiltrado en un congreso nacional de Homilética en San Antonio, Texas. No oculta, en realidad, su condición ad aeternum; de hecho, un corta-pega traicionero le hizo registrarse con un Fr. antecediendo su apellido. Pero al fin y al cabo, cuántos feligreses se sienten vinculados filialmente a sus pastores también en la inmensidad de iglesias americanas, el apelativo no resulta extraño.
Él y su compañero mexicano-californiano son los únicos católicos que han acudido a la humedad del río que fluye a los pies del mítico Álamo, más concretamente, a la catedral del Rito Escocés, un calco de un templo octástilo corintio sobre un zócalo que le sirve de monte Olimpo. Unos días cumple su función inicial de macrologia para albergar los capítulos del Sur del Estado, y otros acoge obras de teatro, conciertos, exposiciones, seminarios y conferencias. A todos los actos acuden sin falta dos convidados de piedra, George Washington y Sam Houston, esculpidos en el frente para que no pierdan ninguna de las sesiones de la fraternidad a la que pertenecían. La rigidez de su rostro nos dejará con las ganas de ver qué cara ponen al ver a una de las principales atracciones a este evento, Nadia Bolz-Weber. Sigue leyendo
Spotlightha ganado el óscar a la mejor película en la gala de este año. Y como todo comentario sobre temas candentes (si bien el de los abusos en la Iglesia lo es cada vez menos, que el tiempo amansa las emociones), ha separado en dos bandos a los opinantes. Algunos continúan en la ya clásica y aburrida dialéctica bélica del ataque y la defensa.
Por supuesto que es un debate ideológico. Una gran parte de los que han esgrimido en diestra durante estos años la lacra de la pedofilia contra la Iglesia Católica lo ha hecho por anticlericalismo y obedeciendo ciega y oportunamente intenciones retorcidas. Nadie se cree (ellos tampoco) que determinados medios de comunicación o colectivos sociales hayan puesto el dedo en la llaga por amor a las víctimas de los abusos; más bien por odio frío y manifiesto al agresor. Sus motivos tendrán, o no. La verdad es que me trae sin cuidado. Sigue leyendo
Qué asunto tan feo el del juicio a Rita Maestre y Héctor Meleiro. Pinta muy mal. Una vez que Carlos Osoro decide perdonar públicamente la ofensa, el hecho de que Alternativa Española y el Centro de Estudios Tomás Moro decidan seguir adelante con las acusaciones es arriesgado. No sabría señalar si este empeño se trata de un acto carismático, o algo de cierta intrascendencia, o uno de esos hechos que en su pequeñez acaban explicando y anticipando hechos ulteriores mucho más determinantes. Quién sabe si dolorosamente determinantes.Sigue leyendo
El Vaticano es tenido por mucha gente, dentro y fuera de la Iglesia, como círculo de estafadores, palestra de especuladores y pomposo escaparate, a la vez que fraudulento, de inacabables listas de pecados inimaginables; Sede Apostólica de intrigas de poder y ocultas diatribas más políticas que religiosas. O como refugio de mezquinos, relajados e indeseables de tez carmesí y cuernos de carnero, ardientes y fieros tridentes y lengua bífida. Al caso: hoy me trae sin cuidado la mucha gente y sus prejuicios, que no dejarán de serlo aun cuando estuvieren en muchos casos justificados.
No escribo para plegar mi razón sobre círculo alguno de preocupados o de iracundos, de izquierda o de derecha, ultraconservadores o ultraliberales; no es mi intención hacer apología de ideas ni sectarismos, alineándome sobre pensamiento alguno, sino llamar la atención sobre una realidad eclesial novedosa que amenaza para algunos y profetiza para otros. Realidad deprimente y alentadora simultáneamente para un único Cuerpo de Cristo que peregrina a la misma meta, dividido en una grave tensión dialéctica, en anárquico cáncer de cerebro, sobre una cuestión nuclear para la vida de los fieles y la integridad y coherencia de la Tradición recibida de Cristo: el matrimonio. Sigue leyendo
Escribió uno de los renombrados sabios de ayer, abuelo de la Europa de hoy, que la Humanidad es una mole gigantesca que avanza a base de palos. Como la mórbida masa de arcilla de los tornos de alfarería, pero sin torno y sin alfarero, que se mueve informe y grotesca a paso irregular, buscando una forma determinada que le otorgare mayor perfección.
Si un extremo del todo insinúa una figura cualquiera, de viejo bigotudo y rechoncho, calvo y de tez roja, enano y alhajado, el extremo opuesto ha de alzarse con cierto enfado intelectual, y procurar una apariencia joven con un buen afeitado, de individuo delgado y hasta el límite de la anorexia, a un paso de desaparecer dentro de su propio hueso etéreo; melenudo cual sauce llorón, incluso confundiendo cabello con zapato, altísimo y andrajoso al modo cavernícola.
Situación eterna de asimetría e inestabilidad, que habrá de solucionarse encontrándose con cierta violencia los polos en el centro y originando una nueva realidad, una nueva cara equilibrada, ni niño ni niña ni anciano, ni corto ni largo, ni blanco ni negro, ni catalán ni andaluz. La suma perfección, la reunión de las virtudes de ambos sin los vicios de ninguno, la constitución definitiva del ser humano, que sin embargo durará un año. O dos a lo sumo. Será marginado el centro al lado más lejano del círculo de lucha, y enfrente de él, en la inmensa lejanía, volverá a erigirse su contrario, con quien deberá guerrear para dar origen a la nueva perfección, siempre mejor que entrambos y peor que la siguiente.
Hubo un tiempo en que en Europa sólo existía una forma de pensar permitida. Los edificios más altos de cada ciudad habrían de ser las catedrales, la única religión la católica romana, el único poder decisorio el varón y dos más dos serían cuatro. El sol giraría en derredor de nuestro planeta, las circunferencias no podían ser cuadradas y se confesaría que Adán y Eva se montaron su festín prohibido por el que la Humanidad sigue reprobada.
Pero hubo insensatos que osaron dudar de las verdades no demostradas que se legaban los hombres generación a generación. Galileo retomó la tesis de Copérnico y blasfemó contra la Sagrada Biblia mentiras desarraigadas, sandeces de críos; Lutero compitió por la hegemonía religiosa con la Todopoderosa Roma y otros tantos se atrevieron a negar el dogma, la cátedra sentada por unos seres de gorros violetas, rojos y blancos.
El Index Librorum Prohibitorum, un documento eclesiástico que recogía, hasta su desaparición el siglo pasado, los títulos de los libros prohibidos por la Santa Sede, empezó a engrosarse sin mesura llegada la era de la diosa Razón, aquella prostituta de la mitología francesa que se entregaba a gordos y a flacos. El hombre se dio cuenta de que a lo mejor la fe era un producto fantasioso de abuelos desmejorados y que la tradición generacional, aquel legado de sabiduría entre padres e hijos, podía ser un bonito embuste. Un tal Descartes se atrevió a revolucionar el pensamiento dudando de todo (por dudar, llegó hasta a intentarlo consigo mismo, cosa que el bendito halló imposible), y enseñó a sus coetáneos a poner en tela de juicio cualquier observación. Todo era mera apariencia de verdad, a no ser que por su nivel de evidencia produjera certeza ineludible. Pero el camino era ése: eludir la certeza.
La Santa Madre Iglesia, con su petréa vara de medir, continuó latigando las espaldas de los primigenios librepensadores, y cuando no lograba acallar el “error”, se chivaba a su marido, el Estado, para que reprimiera con la hercúlea y despiadada diestra de la forma que la mujer nunca se atrevió a pensar. Luego veía la sangre de aquel hijo común que amenazaba con arruinar a sus hermanos, y prefería callar si el adolescente rebelde cesaba en su empeño de dar problemas. No eran necesarias más lágrimas si con una bastaba.
Immanuel Kant
Pero la sangre de los mártires regó la sementera de nuevos corderos que se ofrecieron a tributar a la verdad con su carne maniatada sobre el ara, y proliferó la heterodoxia por doquier, hasta que el famoso filósofo de Königsberg consagra el movimiento del que es heredero y pronuncia la sentencia de muerte del dogma, que se ha hecho popular entre quienes se llaman librepensadores: atrévete a pensar por ti mismo.
Acabóse, la causa de la libertad comenzaba a brillar con luz propia, destellando su aureola blanquecina, pura, sobre la conciencia del hombre moderno. Una nueva religión se abría paso desde las nalgas de la madre libertad, y después vendría otra, y otra. Europa se vio sacudida; el europeo medio se veía confundido, habiéndose derrumbado la infalibilidad magisterial de la Santa Madre Iglesia y surgiendo heterodoxos a punta de pala, de bajo tierra donde tuvieran su escondrijo. Ahora era lícito pensar, se canonizan en religiosa ceremonia las dudas de fe y las dudas de ciencia, y se proclama la victoria final: el dogma ha muerto; es la era de la opinión.
Las primeras declaraciones de derechos articulan las libertades básicas de pensamiento y de conciencia, y pese a intentonas infantiles y periodos de mayor restricción estatal (véase la Historia de nuestro pueblo español), se abandera en mano izquierda el librepensamiento como un derecho: la Libertad, aquella dama entre el verde y el azul del Nuevo Mundo, subió su antorcha al cielo y alumbró el Universo. Pronto se reconocería el derecho como inalienable y fundamental en todos los instrumentos internacionales.
Pero como así es la mole de arcilla humanoide, si frente al viejo carca de aquella lejanía se levantó el joven irreverente de este lado tan cercano a nosotros, alguno de centro podría bostezar aburrido y cansado de la espera de aquella síntesis dialéctica, de esa búsqueda de equilibrio que demandan el progreso y la evolución. Si el anciano dicta sentencia en materia de todo cuanto se le antojare (aquel viejo que todavía para muchos es mitrado), aquí, en el lado del jovenzuelo, no hay quien se ponga de acuerdo; no hay opinión coincidente ni teoría concomitante, es francamente imposible encontrar de entre los sabios dos que concuerden en todo. Se discute desde la entrada por detrás de Pepe (que no se note mi alma blaugrana) o la cartulina de Mateo de la Hoz hasta el origen de las especies y, por discutir, el color de la pared.
Me encanta lo de la pared: yo sólo distingo dos tonos de verde, a saber, el claro y el oscuro. Pero hay superhombres capaces de distinguir tres, cuatro y hasta cinco tonalidades del color. Los expertos han teorizado sobre la posibilidad de que un sujeto distinga incluso seis verdes. ¡Seis verdes! Aún no se ha visto ninguno.
Tengo que confesar los quebraderos que me causa esta trivialidad con mi pareja. Donde yo veo naranja, un naranja claro lindando con el rosa, ella ve rojo, y donde yo veo azul, ella se aferra al verde. O el azul es el sexto tono del verde o, realmente, tenemos opiniones distintas. ¿Se imaginan cuando haya que elegir el color de la pared del dormitorio?
No hay consenso, nunca lo hay. Los jóvenes irreverentes y heterodoxos es lo que tienen: no se dejan convencer por nada ni por nadie; todo vale, todo es opinable. Hemos sustituido la verdad por la idea; lo que importa no es la cosa que no hay diablo que la escudriñe: lo válido es la mente, lo que “uno buenamente cree”. Y como por ella hay que guiarse, procurando que se adecúa a la misma realidad, la entronizamos en el templo del conocimiento, y a la opinión la llamamos sabiduría. Todo ha cambiado.
Estatua de la Libertad
Todo ha cambiado: la cosa ya no tiene la sílaba tónica. La nieta de aquella prostituta francesa, la diosa Razón, nieta que es la diosa europea de ahora, la puta Opinión; la puta opinión, decía, que se da a todos y a ninguno, es la batuta que concierta el mundo circunstante. Pero como hay tantas opiniones como hombres pensantes (u opinantes) se ha de constituir un nuevo pilar para la convivencia social que las personas civilizadas ya han integrado en sus almas (con perdón): la sacra Tolerancia. La Tolerancia es aquella señora, ni vestida ni desnuda, ni alta ni baja, o mejor sin cuerpo, sin parecido con nadie, que arbitra para que ninguna Opinión carca, al modo de la Razón inveterada, recrimine su libertinaje a las putas Opiniones, que tan grotescamente dejan ver senos y vergüenzas a la primera Idea que asoma a su alcoba. Y cuando se cansaren, a por la siguiente, y así sucesivamente.
Lo que no logra la sacra Tolerancia, aquel espíritu omnipresente que todo lo ordena, es concertar la idea con la realidad. Tanto es así que a cuantas opiniones en el <<mundo>> convienen tantos <<mundos>> unipersonales. Somos como Truman, o como los buzos de ayer, con aquellas escafandras claustrofóbicas, pero opacas, que contienen un mundo entero que es el único que interesa al ser buceante. Nadie quiere ver más allá porque a nada interesa: ¿qué es la verdad? Aquella cuestión tan espinosa e incómoda. No importa qué diantre sea la verdad, ésa es la única verdad.
Total, si un buzo, por ciego artificial, choca con otro buzo de otro mundo, ahí estará Tolerancia para preservar la integridad de las escafandras. Mandará a uno y a otro a mirar contra la pared. La pared…
Tanto es así que un tal Heidegger llegó a preguntarse, con la seriedad del claustro universitario:
¿Es el <<mundo>>, en definitiva, un modo de ser del hombre? Entonces, ¿no tendrá por lo pronto cada hombre su propio mundo? ¿No se convierte así <<el mundo>> en algo subjetivo? ¿Cómo podría, en ese caso, ser todavía posible un mundo <<común>>, <<en>> el que sin duda estamos? Y cuando se plantea la pregunta por el <<mundo>>, ¿a qué mundo nos referimos?
Nos toca bostezar, hasta que viejo carca y joven irreverente tengan a bien pegarse a brazo partido y nazca la nueva diosa: la verdad de libre asentimiento.
A raíz de una polémica que nada tiene que ver con la “cuestión fundamental” hemos podido ver a todo el mundo aplaudiendo a Madonna, quien muy acertadamente dijo la semana pasada que los niños fabricados en probetas “tienen alma” y no son “niños sintéticos” como había sugerido cierto personaje.
Imagen de ‘Huffington Post’. Por otra parte, para Madonna el alma de todo niño justifica la fecundación in vitro y los vientres de alquiler, cosa de la que ya hablaremos…
El hecho es que no deja de tener gracia que, si lo que dice la diva del pop acerca de los susodichos niños “químicos”, lo dijera cualquier otro acerca de los que son gestados en el vientre de sus madres, la reacción sería muy distinta.
Recuerdo que hace unos meses, tomando unas cañas –con Madonna no, obviamente– llegamos no se sabe muy bien cómo a la discusión sobre el aborto.
Un buen amigo con quien discrepo en casi todo, pese a que ambos compartimos espacio en este blog, y a quien tengo en muy alta estima quiso dejar de lado cualquier discusión bizantina diciendo:
-Todo se reduce a una única pregunta: el feto, ¿es o no es humano?
Y lo cierto es que –aquella vez sí– no pude estar más de acuerdo con él, aunque ambos tuviéramos una respuesta distinta para la misma pregunta.
El tema no es baladí. La diferencia entre una respuesta u otra es la que hay entre el asesinato de un niño a manos de sus padres o una operación para retocarse la nariz. No parece que quede mucho espacio para esos “grises” en los que tanto gustamos de refugiarnos cuando nos conviene.
Ocurre sin embargo que, por alguna clase de defecto de la lógica social, la respuesta a esta pregunta rara vez se mueve en el espacio de las dos salidas posibles: sí o no, y punto. Si no, ¿Cómo se explica que, ante una pregunta por el ser (¿es o no es?) las respuestas más comunes sean las siguientes?:
a) el hambre en África:
Estáis en contra del aborto “porque se mata una vida” y no decís nada de los niños que se mueren de hambre en África día tras día #respect
Por favor dignidad para las mujeres #Ley de aborto y aborto seguro ahora! — Xaviera de la Vega (@xavidelavega) marzo 18, 2015
e) la Iglesia Católica
“¡quitad vuestros rosarios de nuestros ovarios!” — xipirona (@xipirona) julio 22, 2012
f) Franco
En la epoca de Franco el aborto estaba prohibido. Esa es la postura que defienden l@s pro-vida, que curiosamente son de derechas — Rolan (@rolan_luigi) marzo 19, 2015
g) la felicidad y el sufrimiento (en abstracto, por supuesto)
Si quieren abortar; que lo hagan, ellas son las que lo van a sufrir, pues no crean que es un picnic. ¿Y necesitamos más niños sufriendo? — Berenoza (@Berenoza) agosto 23, 2014
h) la masturbación (la clásica pregunta de: ¿Si te masturbas estás abortando?)
Entonces, la masturbación es abortar millones de espermatozoides. Ostia soy un asesino.. puta ley nueva.. — Miguelo (@MiguelGallardo_) diciembre 24, 2013
i) los curas que abusan
Las mujeres no podemos abortar porque es pecado. Pero los curas pueden violar niños porque después rezan 40 padrenuestros y Dios les perdona — Zelda (@Katiaa97) marzo 9, 2014
j) la cultura medieval
El PP no ha hecho la reforma del aborto que querían, sino la q la sociedad ha consentido Su reforma era medieval. #L6Ncvillalobos — César BarbaRoja (@Cesarsvlla) febrero 21, 2015
k) Y así hasta desquiciar al más razonable…
En definitiva, el resultado de formular una pregunta aparentemente sencilla tiende de forma irremediable a producir una ensalada de intervenciones, cada una más peregrina y creativa que la anterior, que pretenden matizar atendiendo a razones “prácticas”, teológicas, o de “progreso” a una pregunta que nada tiene que ver: ¿Es o no es humano?
Quiero creer y creo que no somos tan estúpidos. Prefiero pensar simplemente que todo cuenta si se trata de no enfrentarse a la pregunta: ¿Existe el derecho a matar por cuestiones de “utilidad” social o particular? Que, a su vez, precisa de una cuestión anterior: ¿Existen jerarquías entre hombres, cuando se trata de derechos?