El 17 de febrero de 1998 falleció Ernst Jünger a los 102 años de edad. El vigésimo aniversario de su muerte pasó poco advertido para la crítica y la opinión: la primera versión de este mismo texto, publicada oportunamente para la efemérides, no parece haber ayudado mucho a su memoria.
Este joven masticado por la droga podría reconocernos por la horma irrepetible de nuestros cogotes, si no fuera porque no le queda memoria para nimiedades. Apareció hace cinco años, procedía de esa germinación espontánea de donde vienen todos los yonquis y todos los borrachos. Brotan y ya está. Sin más.
La cuestión que abordo año tras año en mis clases al comenzar el curso, ya sea en la asignatura de antropología fundamental o en la de bioética, es la cuestión epistemológica. Sobre la epistemología podemos decir grosso modo que es la disciplina encargada de delimitar el campo de estudio de una determinada disciplina: señala el objeto de estudio, el enfoque desde el cual se estudia y el método adecuado para abordarlo.
La epistemología nos ayuda a ordenar, a tener claro cuál es el alcance y el método propio de cada disciplina; nos ayuda así a desarrollar un pensamiento riguroso y a saber a qué ciencia debemos hacerle qué tipo de preguntas. Además, se encarga de esclarecer las relaciones entre las diversas disciplinas, que se entreveran sin mezclarse ni confundirse, ayudándonos así a buscar respuestas con amplitud y profundidad evitando reduccionismos o extrapolaciones injustificadas.
Igual que existen los Razzie para galardonar las peores películas y actores del año, Hollywood o Washington -que lo mismo da a estas alturas de legislatura- debiera plantearse la creación del algún tipo de academia o institución para ponderar las goriladas de Donald Trump. Sigue leyendo
“Gilbert Chesterton no ha dejado quien pueda ocupar su lugar. Único en su estilo y sus paradojas, no fundó escuela. Los imitadores que tan a menudo recuecen los restos de un banquete literario, esta vez no han surgido. Queda como un solitario caballero andante que, en su viaje a través de Fleet Street, fue huésped de todas las tabernas de hospitalario ingenio y alegre camaradería”.
Con estas palabras Ada Jones Chesterton definió la vida de su cuñado, Gilbert Keith. Acaso una de las mentes más privilegiadas de los últimos tiempos y, sin lugar a dudas, una de las personalidades más fantásticas de la historia de la humanidad. Y su rareza es el motivo de su falta de escuela. No hay imitadores ni hay continuadores. Hay discípulos y amigos. Personas que se han encontrado con sus escritos y sus escritos les han conducido del misterio al Misterio. Sigue leyendo
Al lado de mi casa, hay un local abandonado que desprende el aroma de las cosas proscritas por el tiempo en que vivimos. No hace mucho, perteneció a uno de esos bancos que la crisis obligó a reinventarse con el apoyo tácito de todos. En la entrada del local, por donde antes pasaban clientes y empleados, alguien ha colgado la fotografía en blanco y negro de una vieja película americana. En ella, aparece un sheriff clásico, con chaleco, estrella y pistola, que te mira directamente a los ojos amenazándote si eres un cuatrero en busca y captura y transmitiéndote la confianza de quien vela tus sueños si eres un honrado miembro de la comunidad.
En un añito, según parece, tendremos en nuestras pantallas Blade Runner 2049, la secuela de la peli de culto de Ridley Scott. La primera era una adaptación de la novela “Do Androids Dream of Electric Sheep?”, y nos lanzaba una pregunta: ¿sería posible fabricar androides “más humanos que los humanos”, como los replicantes de Tyrrell? Dicho en otras palabras: ¿llegará Siri algún dia a ser el mejor amigo del hombre? Sigue leyendo
Firefly y Battlestar Galáctica son dos series de TV, ¿o son dos naves espaciales? Firefly (Serenity) es una nave de carga, usada principalmente para el noble arte del contrabando. Galáctica es un crucero militar, una estrella de combate, el último bastión de una civilización acorralada y a punto de extinguirse. Ambas huyen. Ambas surcan el espacio infinito. Ambas explotan lo mejor de su género: la aventura y la epopeya. Sigue leyendo
En una encuesta reciente de cierto blog dedicado a la lectura, se preguntaba a los participantes cuál sería su género preferido para una lectura veraniega. Las opciones eran: una novela policiaca, un romance y una distopía. De buenas a primeras me llamó la atención que en un blog dedicado a la lectura se presentara la palabra “distopía”, no sólo como existente sino además como un género literario comparable, al menos, a la novela policiaca y al romance.
Pero mucho más importante que la posible incongruencia de la encuesta (a la que no hay que dar mayor importancia), resulta la presunción del problema subyacente. La literatura de los últimos años, tras el éxito explosivo del Señor de los Anillos y de la saga de Harry Potter, ha renqueado de un intento a otro por lograr un estilo divulgativo de novela que saciara la sed épica de los lectores de J.R.R. Tolkien, J. K. Rowling, C.S. Lewis o R. Jordan. Primero autores como R.R. Martin, J. Dashner y S. Collins, y, tras su estela, V. Roth, K. Class o L. Lowry (con lectores de todo tipo y edad, seamos sinceros) hicieron una propuesta que pareció dar en el clavo: La nueva épica es la distopía. Sigue leyendo
Iré al grano. Acabo de ver el especial de Navidad de ‘Black Mirror’, esa afamada (afamadísima) serie británica que con tan solo siete capítulos en tres años ha conseguido escandalizar, deslumbrar y levantar pasiones en todo el mundo a partes iguales.
Quizá su éxito se deba solamente al morbo que genera lo rocambolescamente cruel que resultan las distopías presentadas por Charlie Broker en cada uno de los episodios. Personalmente prefiero creer que no, aunque tengo mis dudas. De ser así, las abultadas cifras de audiencia y el reconocimiento social y cultural obtenidos por la serie no vendrían sino a confirmar lo que proponía el terrorista del primer capítulo: que somos una raza despreciable.
La otra hipótesis, la improbable, es que el creador de ‘Black Mirror’ haya conseguido crear lo que en literatura se definiría como un clásico, es decir, una obra que habla de la condición humana, de lo universal.
Pese a los muchos ingenios y artimañas tecnológicas que emplea Broker para presentarnos cada una de las situaciones que plantea en la serie, resulta obvio que, se haya dicho lo que se haya dicho, ‘Black Mirror’ no es una distopía tecnológica, es una distopía a secas.
La diferencia de matices está en que el mal que presenta no proviene de los dispositivos que imagina sino de lo más viejo que existe en este mundo: la corrupción humana. En este caso, dicho mal viene en algunos de los capítulos disfrazado de un puritanismo justiciero que lo hace, si cabe, aún más terrorífico. Es lo que ocurre en ‘White Christmas’, el capítulo estrenado estas Navidades después de casi un año de parón de la serie.
Dicen que cuando el sabio señala la luna, el tonto mira el dedo. Lo mismo ocurre cuando hacemos una lectura de la serie en clave “el problema es la tecnología”, como ya hicieron los amish en su momento (aunque tengo entendido que todavía existen algunos). La tecnología es poder, tanto la de ayer como la de hoy, y el proceso de empoderamiento del hombre es algo que viene produciéndose, por poner una fecha, desde que el primero de nosotros consiguió encender una hoguera en una cueva.
Por eso, cabe sospechar que para que se produzca el mal hasta los extremos que presenta la serie no es estrictamente necesario que se produzca un salto cualitativo a nivel tecnológico sino que termine de producirse otro proceso que viene desarrollándose de forma paralela (sin que exista relación de causa-efecto) al desarrollo de la tecnología: el abandono de la moral.
Claro está que comprender la moral como diez preceptos en una tabla de piedra no nos solucionará (al menos no del todo) el problema de qué hacer con el poder que hemos alcanzado. Más bien cabría encararla como un modo de tratar la realidad y a los otros teniéndolos en cuenta en su integridad.
Como se imaginarán, dicha tarea es casi nada. Quizá por ello hay tan pocos santos. Para este trabajo ‘Black Mirror’ no da la solución. Es labor de cada uno o, aún mejor, de cada sociedad y cada civilización recorrer el camino que sea necesario para recuperar (o alcanzar) el mejor modo de hacer uso de su poder para la felicidad del hombre, es decir, para el bien de toda la realidad.