Revista de actualidad, cultura y pensamiento

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Felicidad

En defensa de las zonas de confort

En Asuntos sociales/No sabría decirte por

El otro día presencié una escena un tanto dantesca mientras caminaba por la calle. Un chico discutía por el móvil con su padre, aparentemente le acababan de despedir por haber llegado tarde varias veces, o eso entendí. El chaval apenas podía sostener su enorme móvil en la oreja con todas las bolsas de ropa y regalos que llevaba colgando de las muñecas. Llevaba una camiseta en la podía leerse “Magic happens outside of your confort zone” y no paraba de chillar a su preocupado interlocutor frases de reverso de caja de cereales, como “Pufff…voy a lograr todo lo que me proponga” o un doloroso “No tienes ni idea papá, yo tengo mentalidad ganadora, cosa que tú no.” Aquella persona me pareció una broma andante, de esas que la vida nos manda, con moraleja incluida, de vez en cuando para aquellos que nunca dejamos de escudriñar la realidad.

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Dostoyevski para el siglo XXI

En Democultura/Literatura por

“A primeros de julio, después de un calor sofocante…” No es la crónica del tiempo de este verano sino que así inicia uno de los libros más famosos de Dostoyevski y de la literatura mundial, Crimen y Castigo.

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‘El arte de la fragilidad’, según Alessandro D´Avenia

En Antropología filosófica/Pensamiento por

Cuando en nuestras sociedades se considera la perfección y el éxito como el único horizonte posible, el escritor y profesor italiano Alessandro D’Avenia acude con su libro El arte de la fragilidad para proponer un camino alternativo, “una forma erótica y heroica de estar en el mundo”,  en donde reconocer la inconsistencia y fragilidad humana no implica renunciar a ese fuego interior que nos permite llegar a ser nosotros mismos.

En este original ensayo Alessandro D’Avenia recorre las edades del hombre, planteando un diálogo atemporal y a corazón abierto con el poeta y erudito romántico Giacomo Leopardi (1798-1837), al que el escritor italiano considera su referente. Sigue leyendo

¿Por qué nos acostumbramos tan rápido a lo bueno?

En Dialogical Creativity por

Una de las ventajas (o desventajas) de las redes sociales digitales es que nos permiten compartir un estado de ánimo con nuestros conocidos. A veces no pasa de un mensaje sin respuesta lanzado a un puñado de posibles lectores. Otras supone el comienzo de algo más serio. Tal vez un encuentro real para charlar, una complicidad en la respuesta, una oración por la persona afectada o incluso una reflexión.

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Buy Now

En Asuntos sociales/Economía por

Cuando el 11 de Septiembre de 2001 colapsaron las torres gemelas, asistíamos, bajo los efectos de un impresionante shock colectivo, a la macabra representación que simbolizaba el final de una era. Con ellas, se derrumbaba en aquel instante y sin darnos cuenta, todo un sistema político-social que había funcionado, no sin algunos altibajos, desde el fin de la segunda guerra mundial. Un modelo de pensamiento psicosocial y convivencia que había durado aproximadamente unos cincuenta años y que tanto había costado levantar sobre una Europa llena de cadáveres y tierra quemada.

Con el punto final a aquella guerra, y con su recuerdo vivo y perpetuo en todas las generaciones que la vivieron, todos los mecanismos políticos, institucionales, mercantiles, administrativos y sociales, se pusieron al servicio de una paz que debía amortiguar seis años atroces los cuales habían esquilmado a una sociedad cansada y afligida por tanta violencia, penuria y devastación. Sigue leyendo

Hacia Rutas Salvajes: «la felicidad sólo es real cuando es compartida»

En Dialogical Creativity por

«Hay placer en los bosques sin hollar
hay éxtasis en las costas solitarias
hay sociedad, donde nadie se inmiscuye,
junto al hondo mar, y música en su rugido;
no amo menos al hombre, sino más a la naturaleza».

Con estos versos de lord Byron arranca Into the Wild (Hacia rutas salvajes, 2007), una película dirigida con más inteligencia que agilidad por Sean Penn. Esta adaptación al cine de una novela inspirada en hechos reales (escrita por Jon Krakauer) cuenta la historia de un joven graduado con sobresaliente y amante de los libros que abandona a su familia y su futuro asegurado de éxito programado para recorrer Alaska, lejos de cualquier vestigio de una humanidad que considera corrupta y falsa. Sigue leyendo

No hay caramelos para los ateos

En Filosofía/Pensamiento/Religión por

“Esperad… El sabor… Y ya se escapa…”;

“Manzana llena, pera y plátano, grosella… Todo esto habla en la boca de la vida y de la muerte“.

Rainer Maria Rilke, Sonetos a Orfeo.

Comienzo este artículo paladeando un caramelo de naranja, una de mis frutas preferidas. Adoro el sabor ácido de los cítricos y esa indescriptible reacción en la lengua. No puedo entender por qué en el tarro que sobró de la repartición de Halloween sobreviven numantinamente tantos de los míos. ¡Oh, otros!, siempre seréis una incógnita. Sigue leyendo

Hay poetas que solo leemos en otoño

En Democultura por

Se fue ya el verano, la estación orgiástica en que se disipan las obligaciones y florecen por doquier los latentes anhelos, esos que hibernan de crepúsculo a crepúsculo y amanecen solo al calor del mediodía.

Vacaciones, descanso u holgazanería, el tiempo de vacío en que cabe al fin la realización de los hombres. Donde alcanzan el ser los proyectos gestados en el invierno, bajo la gelidez de la nieve que sabe a nada, a modo de solución fantástica al tedio que anegara la ciudad –los corazones en la ciudad–. Mañanas en que se alza el sol como jugando en casa, y no con la timidez fugaz de diciembre; con decisión y poderío, dominando el cielo con báculo de fuego, inundando la vida de calor y movimiento, hasta abrasar la piel y aun el alma. Sigue leyendo

La filosofía no sirve para nada

En Filosofía/Pensamiento por

En el debate sobre la desaparición de la filosofía de los institutos españoles vuelve a resonar la famosa cuestión: ¿para qué sirve la filosofía? Una pregunta que se nos hace continuamente a los que hemos decidido dedicar nuestras vidas al estudio, divulgación y enseñanza de la misma. La alegre respuesta con que se intenta sorprender al que pregunta es: “la filosofía no sirve para nada”. Una sonrisa superior, párpados caídos, mueca de ironía… y a otra cosa, mariposa. Sigue leyendo

Rilke, el odioso vacilón

En Pensamiento por

Nosotros somos los errantes.
Pero el paso del tiempo
no lo toméis en cuenta
frente a lo que perdura.

Todo lo apremiante
habrá ya pasado;
pues sólo lo permanente
puede consagrarnos. Sigue leyendo

La lírica del eterno dominguero

En Democultura/Literatura/Pensamiento por

¿Cuándo ha de volver
lo que acaba de pasar?
Hoy dista mucho de ayer.
¡Ayer es nunca jamás!

Así se preguntaba un hastiado Machado para sus adentros. ¿Qué será de lo que fue? Mejor dicho: ¿qué queda de ayer, si el pasado pasó dejando vana huella? Y es una pregunta en modo alguno absurda.

Es una evidencia palpable la sed del hombre concreto, sus ansias de felicidad: el hombre quiere gozar, necesita el placer de la completa satisfacción. El hombre quiere poseer el bien que dé muerte a su insaciable e ineludible apetencia.

¿Por qué no decirlo con claridad? El hombre es un eterno dominguero. Hay por ahí pobres desgraciados que se afanan en proclamar que estamos hechos para trabajar (yo suelo responder que estoy naturalmente confeccionado para cobrar la prestación por desempleo), o para hacer el bien. Como si fuéramos volcán fiero que pugna por abrasar la superficie, en continuo surtidor de candor hacia fuera. Yo debo ser marciano si acaso.

¿Qué es hacer el bien? ¿No es en última instancia hacer feliz al de al lado? “Amans amato bonum velit“, decían los clásicos en el lugar de nuestro “hacer el bien”. El amante quiere el bien para el amado porque quiere hacerle feliz, porque sabe que la felicidad del amado es que posea el bien. Y así la suya propia, pues su bien es el del otro. En línea análoga concluye el mismo autor el mismo poema:

Moneda que está en la mano
quizá se deba guardar:
la monedita del alma
se pierde si no se da.

Pero volvemos a las mismas: el hombre es un eterno dominguero. El que hace el bien no quiere “hacer el bien”, sino que otro lo posea y así poseerlo él; el que trabaja no trabaja por trabajar, sino que se afana en algo que poseer. Se preocupa, se esfuerza, suda por ser feliz mañana.

Ser feliz es tumbarse sobre la hierba espiguita en boca y sombrero en rostro a contemplarse uno mismo: nos llevan engañando una eternidad con falsas proclamas sobre la maldad del amor propio o la pluscuamperfección de salir hacia fuera; abnegación, ascesis, y pantomimas por el estilo. Mortificación llegaron a decir algunos. ¿Renuncia al desorden, o renuncia al deseo? Darse muerte, morir: ése es el significado de la palabra mortificación.

Ser feliz es sentarse a gozar de la posesión del bien; es aquella “Hermosura” de Unamuno:

Nada deseo,
mi voluntad descansa,
me voluntad reclina
de Dios en el regazo su cabeza.
Y duerme y sueña…
Sueña en descanso
toda aquesta visión de alta hermosura.
¡Hermosura! ¡Hermosura!
Descanso de las almas doloridas,
enfermas de querer sin esperanza.

Pero una vez se va… ¿qué ha sido la felicidad…?

Porque se va, ¡vaya si se va! El bien es caduco, acaba. Puede entretener un rato, pero a fin de cuentas termina y el hombre regresa a su apatía. En vez del cristiano descanso dominical llega lo que Viktor Frankl llamara neurosis del domingo. Un escozor grisáceo en el pecho que vela la mirada de todo. Las cosas pierden su color; gana Qohelet con su aterradora sentencia: “vanidad de vanidades; todo es vanidad“.

El hombre es un eterno dominguero sentado sobre el gran teatro del mundo. Mientras posee el bien y su voluntad descansa; mientras sueña en descanso visión de alta hermosura, el sol brilla con espléndida majestad, los pájaros cantan, el arroyo fluye murmurando bendiciones sobre la piedra que acaricia, con un deje de ternura; la brisa sopla fresca rodando sobre la piel, y uno llega a exclamar jubiloso con Celaya:

¡La fiesta! ¿Cómo ignorar que en el mundo todo es fiesta
y que tan sólo los hombres penan cuando piensan?

Pero cuando lo que tuviera se evapora entre sus manos, el hombre se apaga, lo maravilloso se trueca en amargo y el sol se despeña en Occidente, el pájaro enmudece, se acaba el arroyo que deja de pasar y vuelve a la mente aquella copla de Jorge Manrique:

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
qu’es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
e consumir.

Todo se queda vacío cuando muere el bien que a uno le satisficiera. ¡Qué claridad en el habla de Gabriel y Galán, que así sentencia tras la muerte de su mujer!

¡La vida en la alquería
se tiñó para siempre de tristeza!
(…) ¡Qué días y qué noches!
¡Con cuánta lentitud las horas ruedan
por encima del alma que está sola
llorando en las tinieblas!
Las sales de mis lágrimas amargan
el pan que me alimenta;
me cansa el movimiento,
me pesan las faenas,
la casa me entristece
y he perdido el cariño de la hacienda.
¡Qué me importan los bienes
si he perdido mi dulce compañera!

El hombre es un dominguero eterno. Es feliz, o lo parece, y de repente, “un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal” derriba el tesoro rutilante de ayer. Ayer… Aquel ayer de Machado; hoy dista mucho de ese ayer, y ayer es nunca jamás.

Y bien dijo ese pobre desgraciado: hasta se olvida lo que fue. A veces ni la vaga idea permanece; ni el mísero rastro de la existencia, que es el recuerdo, queda para testimoniar la verdad histórica. Él mismo fue profeta y mártir de su predicación, tanto que unos años después de ese día bendito, refiriéndose a aquel Collioure francés en que el poeta andaluz enterrara todo para reunirse con los muertos, así le describía y con justicia Blas de Otero:

Miró hacia atrás y no vio
más que cadáveres sobre
unos campos sin color,
su jardín sin una flor,
y sus bosques sin un roble.
(…) Profeta ni mártir
quiso Antonio ser
y un poco de todo lo fue
sin querer.

Y es que el hombre es dominguero por naturaleza, pero es eterno: quiere gozar, pero quiere gozar ahora, siempre. No vale ayer.

Quiere contemplarse eternamente a sí mismo, aun sin agotarse en sí; uno no se basta o de lo contrario seríamos solos. ¿Qué necesidad habría de lo demás? ¿De los demás?

Uno no se basta: uno necesita mirarse, pero tiene que ver algo más dentro de sí; tiene que contemplarse como poseedor. Tiene que ver un bien dentro de sí, y tiene que verlo ahora; si no, se muere. No vale ayer.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba.
Agustín de Hipona

Se muere si se ve solo. ¡Ah, qué mala es la soledad, qué mala! Envenena al hombre. El hombre vacío, solo en su interior, que ha perdido el bien, ése se muere. Puede huir, pero al final el tiempo vence y encorva la espalda del triste solitario para que se allegue a sí mismo y se mire. Y entonces se da profundo asco, y llora, y se queja: ya no es poseedor, ya no es feliz.

¡Ah de la vida! ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La fortuna mis tiempos ha mordido,
las horas mi locura las esconde.

¡Que sin saber cómo ni adónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue, mañana aún no ha llegado,
hoy se está yendo sin parar un punto,
soy un fue y un será y un es cansado.

En el hoy, mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
Quevedo

El hombre es un dominguero eterno, y si un bien caduca y se acaba no es humano. Es bien para un perro que no quiere, para un caballo que no pretende tener más de lo que tiene. El hombre quiere hoy, y hoy dista mucho de ayer. Si el bien se diluye soga al cuello en manos del tiempo, será bien, pero no bien humano. Será pasado.

¿Y qué es el pasado? ¡Nada!
Nada es tampoco el porvenir que sueñas
y el instante que pasa
transición misteriosa del vacío
¡al vacío otra vez!
Es torrente que corre
de la nada a la nada.
Toda dulce esperanza
no bien la tocas
cual por magia o encanto
en recuerdo se torna,
recuerdo que se aleja
y al fin se pierde,
se pierde para siempre.
Miguel de Unamuno

Al hombre no le basta con ser dominguero: necesita un domingo eterno, continuo, jugueteando en su pecho con el bien respetado que felizmente posee. Uno que no pase, que deje huella de presente y junte en armonía continua pasado y futuro: el hito en la vida del hombre, felicidad en plenitud que asfixie su voluntad, que la sumerja en agua cálida y allí descanse.

Porque sí: estamos hechos para mirarnos y ver maravillas en nosotros, en nuestro sacrosanto ombligo.

Ensayo sobre el hombre perdido

En Pensamiento por

Es un lugar común entre los historiadores de la Filosofía afirmar que estamos en una nueva era, la postmodernidad (al menos respecto al razonamiento discursivo), caracterizada si no por un encarnizado escepticismo, o más aún el fundamentalismo nihilista, sí por una profunda desconfianza frente a toda pretensión de verdad.

No en vano dijo el afamado filósofo y psiquiatra Viktor E. Frankl, desde el campo de concentración en que fue deportado por el régimen nazi de A. Hitler, que la barbarie del S. XX traía consecuencia de las mesas de los sabios: fueron los grandes pensadores de la edad moderna, sobre todo un Hegel en que el antisemitismo tuvo su epicentro, quienes teorizaron en ese sentido sobre la verdad del hombre y la inferioridad de la raza judía. Sigue leyendo

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