¿Qué es y qué no es Periodismo? ¿Cuál es la misión del periodista? Uno de los objetivos de la serie The Newsroom consiste en ensayar una respuesta comprometida a estas preguntas. El capítulo cuatro de la primera temporada nos presenta a Will McAvoy como un Quijote que ha recibido una alta misión: la de civilizar. Aunque la formulación de la pretensión es narrada con ironía cervantina, el capítulo define con nitidez lo que entiende por buen y mal Periodismo: Sigue leyendo
The Newsroom 1×03 empieza con el total de Richard Clarke, responsable de la oficina contra el Terrorismo en Estados Unidos durante los atentados del 11S, pidiendo disculpas a la nación por no haber evitado los atentados. Pedir perdón. Un acto humano difícil que implica reconocer nuestras miserias y equivocaciones. Un acto por el que reconocemos nuestra responsabilidad y fracaso: nos decimos “hemos fallado”; decimos “te he fallado”.
Pedir perdón no está de moda. He escuchado argumentaciones muy sofisticadas para despreciar la necesidad de perdonar y de pedir perdón. Sin embargo, el perdón es condición necesaria para un nuevo comienzo. Eso pretende Will McAvoy, protagonista de la serie, al reconocer su fracaso como periodista. En el monólogo con el que da comienzo su informativo, Will confiesa sus pecados como periodista, explica las causas y se propone no volver a fallar. Sigue leyendo
En el debate sobre la desaparición de la filosofía de los institutos españoles vuelve a resonar la famosa cuestión: ¿para qué sirve la filosofía? Una pregunta que se nos hace continuamente a los que hemos decidido dedicar nuestras vidas al estudio, divulgación y enseñanza de la misma. La alegre respuesta con que se intenta sorprender al que pregunta es: “la filosofía no sirve para nada”. Una sonrisa superior, párpados caídos, mueca de ironía… y a otra cosa, mariposa. Sigue leyendo
“Robert, I beg of you,” Ned pleaded, “hear what you are saying. You are talking of murdering a child.”
El rey, Robert Baratheon, está reunido con su consejo. Les ha llegado noticia de que Daenerys, la última superviviente de la destronada y exiliada dinastía de los Targaryens, se ha casado y está esperando un niño. Sigue leyendo
Es una rotunda frase de la presidenta de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), Elsa González, en su reciente asamblea general, mientras expresaba su firme voluntad de actualizar el código deontológico tras la entrada en el mundo digital: “El periodismo de la linotipia y el de internet son iguales en lo moral, y están asentados en los mismos criterios: rigor y ética”. Sigue leyendo
La maquinaria pensante del nuevo comunismo chino ha encontrado en el concepto de ‘gamificación’ (‘ludificación’, según la Fundeu) la que quizá sea la piedra filosofal del totalitarismo de un futuro no lejano. Sesame Credit es, posiblemente, la piedra angular de la tecnología política que permitirá, en caso de funcionar, integrar los beneficios que reporta al Estado el liberalismo en términos de productividad y la seguridad (poder) que comporta el control ideológico de la población.
Más allá de los obvios paralelismos del proyecto del Gobierno chino con algunas de las más famosas novelas distópicas del siglo XX, es necesario comprender la superioridad del planteamiento chino frente a los instrumentos de control del INGSOC o la “soma” y el condicionamiento humano del Mundo Feliz: Sigue leyendo
La “delgada línea roja” es una expresión utilizada generalmente para resaltar la fragilidad, en muchos casos, de la frontera entre lo correcto y lo incorrecto, aunque su origen primitivo fuera la línea de 500 casacas rojas ingleses que detuvo, el 25 de octubre de 1854, a 2.500 jinetes de la caballería rusa en la épica batalla de Balaclava, en la guerra de Crimea.
En el mundo de la comunicación puede usarse para, por ejemplo, señalar la aparente facilidad con que algunos periodistas y algunos medios saltan de la información al espectáculo. En los últimos tiempos hemos vivido algunos ejemplos de esta información-espectáculo, como la imagen conmovedora del niño Aylan Kurdi ahogado en una playa turca durante el viaje de su familia en busca de tierra de asilo en Europa. Aunque son muchas las personas que naufragan huyendo del horror, solo la imagen de Aylan convirtió el horror en noticia. Muchos dirán que en este caso esa imagen despertó la conciencia de muchos europeos y, sobre todo, de sus dirigentes políticos. Y que, en definitiva, su amplia y reiterada difusión fue positiva.
Pero en otros casos sobrepasar esa delgada línea roja establecida por los principios éticos puede hacer saltar las alarmas. Algunos recuerdan todavía la fotografía de un colaborador del New York Post en la que se ve a un hombre que intenta subir al andén después de haber sido arrojado a las vías del metro. A los pocos segundos de que el fotógrafo disparara la cámara el hombre fue aplastado por el tren. Sigue leyendo
En una encuesta reciente de cierto blog dedicado a la lectura, se preguntaba a los participantes cuál sería su género preferido para una lectura veraniega. Las opciones eran: una novela policiaca, un romance y una distopía. De buenas a primeras me llamó la atención que en un blog dedicado a la lectura se presentara la palabra “distopía”, no sólo como existente sino además como un género literario comparable, al menos, a la novela policiaca y al romance.
Pero mucho más importante que la posible incongruencia de la encuesta (a la que no hay que dar mayor importancia), resulta la presunción del problema subyacente. La literatura de los últimos años, tras el éxito explosivo del Señor de los Anillos y de la saga de Harry Potter, ha renqueado de un intento a otro por lograr un estilo divulgativo de novela que saciara la sed épica de los lectores de J.R.R. Tolkien, J. K. Rowling, C.S. Lewis o R. Jordan. Primero autores como R.R. Martin, J. Dashner y S. Collins, y, tras su estela, V. Roth, K. Class o L. Lowry (con lectores de todo tipo y edad, seamos sinceros) hicieron una propuesta que pareció dar en el clavo: La nueva épica es la distopía. Sigue leyendo
Nos decía ayer, 3 de febrero Javier Sampedro en el País –a propósito de la “técnica de los tres padres genéticos”– que “la oposición a la técnica aprobada en Londres no es bioética: es religión”.
Según esto, dicha técnica no presentaría “ningún” problema bioético, y la oposición que ha suscitado sería otro fenómeno de la incomprensible e irracional agresividad de la Iglesia- de las religiones en general- contra la Ciencia.
La afirmación resulta tan gratuita que resultaría cómica, si no se tratara de un tema tan grave. ¿De qué religión y de qué bioética estamos hablando? Sigue leyendo
“Cada cachorro crece para convertirse en gato. Se ven tan inofensivos a primera vista, pequeños, callados, lamiendo la leche de su platillo. Pero apenas tienen garras lo suficientemente largas hacen sangrar la mano que les da de comer. Para aquellos escalando a la cima de la cadena alimenticia no puede haber misericordia. Solo hay una regla: cazar o ser cazado. Bienvenidos.”
Así, con un plano a cámara en el que el político Frank Underwood se dirige directamente al espectador, termina el primer episodio de la segunda temporada de ‘House of cards’, la serie estadounidense que relata las intrigas de la Casa Blanca y las luchas internas por el poder.
Su actuación como protagonista en la serie le ha valido a Kevin Spacey un Globo de Oro al ‘Mejor actor de drama’, que ha recibido este fin de semana, tras ocho nominaciones a los premios en ediciones anteriores sin ganar ninguno. Además, el próximo mes de febrero está previsto que arranque la tercera temporada de la serie.
Pero vayamos al grano:
¿Quién es Frank Underwood?
El arranque de la serie (primera temporada) nos presenta a un experimentado político, líder de la bancada republicana en el Congreso de los EE.UU. que, después de lograr que su candidato gane las elecciones presidenciales, ve esfumarse la promesa de ser el segundo de abordo, en favor de un líder más manejable.
A partir de aquí –al más puro estilo de una humillada ‘Scarlet O’hara’– hace un juramento a su mujer (otro personaje fascinante, su alter ego) de vengar la ofensa y tomar, no solo aquello que le corresponde, sino la presidencia de Gobierno.
Durante las dos temporadas que lleva la serie, su creador, Beau Willimon, nos lleva de la mano de Underwood, quien con sus esporádicos monólogos a cámara nos invita a ser espectadores de la crudeza de los actos y razonamientos que emplea para mover los hilos del poder a su favor.
En definitiva, es un hombre frío, profundamente consciente de sus propias fuerzas, y todavía más consciente de las fuerzas de los demás; que carece del límite que en otros denominaríamos el factor humano y que él sabe aprovechar con crueldad para lograr sus fines.
De su boca hemos escuchado frases como:
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En él vemos la lógica aplastante de quien sabe aprovecharse del “pensamiento débil” que sustenta la ética y la afectividad del hombre moderno –por lo general desprovista de fundamento– y que hace a quienes la ejercen no solo vulnerables sino “carnaza” para quien está dispuesto a saltarse los convencionalismos y aprovechar cualquier debilidad para subyugar al contrincante o eliminar obstáculos.
Así, bajo esta premisa, le hemos visto mancharse las manos de sangre en más de una ocasión (empezando por el primer capítulo) sin producir más horror que al aprovechar cada bajeza y cada virtud de quienes se encuentra para machacarlos, todo ello hilado en una trama inteligente y adictiva.
Es inevitable que surjan algunas preguntas: ¿Es posible la existencia de un hombre como este? ¿Resistiría la antropología una conducta mantenida al margen de todo respeto al más mínimo resquicio de idea de bien, fuera de sí? O, todavía más importante, ¿Resistiría nuestra civilización a alguien con esa “libertad” de espíritu?
Al fin y al cabo, no podemos dejar de recordar que el principio y fundamento de nuestra sociedad es un crucificado, signo de la mansedumbre, y lo más opuesto al superhombre de Nietzsche, un engendro maquiavélico que se nos presenta bajo la piel del respetable y poderoso Frank Underwood.
Una y otra vez, la pregunta es la misma: ¿Quién es el hombre?