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Espinosa Martínez

Me desnudo por tu corazón. Desmontando Instagram (I)

En Distopía por

No, no se trata de una novela erótica dando vueltas en un carrusel de gasolinera. Tampoco es una canción – o eso creo- de Álex Ubago o Pablo Alborán.  Es, simplemente, la mecánica con la que influencers, actrices, modelos y los/las populares de clase celebran haber sobrepasado sus metas de seguidores en Instagram.

Ya sean 1.000, 10.000, 100.000 o el dorado del facing: 1.000.000 de avatares con apéndice en la vida real. Si se alcanza el objetivo, la ropa va fuera.

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Esta tendencia arrancó de la mano del famoseo de turno y poco a poco fue permeando en los distintos estratos del smartphone. Aquí vendría la lista de celebridades que recoge a Demi Rose, la Pedroche, Edurne, Paco León u Octavi Pujades. Las/los que ya se desnudaban por dinero o salían en el papel couché portando aquel sobretodo, aquel tanga que justificaba al menos tres apariciones en prime time o un bikini de pasarela que jamás ha catado la arena y colillas de Benidorm, empezaron a hacerlo, con cierta apariencia de gratuidad, en su perfil social.  Las marcas se frotaron las manos cuando Instagram se ubicó entre las redes sociales más utilizadas por lo usuarios. Acababan de descubrir una forma de diseminar y posicionar su producto de forma más o menos encubierta en miles de perfiles de toda índole; ya fuera la última nominada al Óscar o el exuberante tiarrón de Carabanchel. La entrada en vigor de la Ley de Servicios de la Sociedad de la Información y del Comercio Electrónico (LSSI), que fuerza a los influencers a informar a sus seguidores cuando se trata de una imagen patrocinada, fue un terrible varapalo para aquellos que habían encontrado en su carcasa muscular una forma de llenar el buche y recorrer el mundo por la patilla a través de los filtros de su pantalla.  

Sin embargo, las trabas del estado opresor del libre mercado, no les amedrentaron para perseverar en su camino hacia “la cifra”.

Preparando el asalto “a la cifra”. Primero, la imagen

¿Cómo lo podremos conseguir? ¿cómo haremos para aumentar nuestro caché y empezar a decir a todo el mundo que tal marca se ha fijado en nosotros para portar sus vainas? ¿cuándo podré confirmar que soy un chico/chica valla? 

Cuando un instagramer -sin importar lo colgante del género- está rondando las inmediaciones de “la cifra”, es probable que empiece a generar, con más o menos tino, una campaña de expectativa -lo que los publicistas llaman “teaser”- para dar a entender lo que ocurrirá cuando,”juntos” (siempre el plural mayestático para los que enarbolan y viven de la individualidad absoluta), lleguemos a la cima del postureo.

El momento tan esperado, la redondez de las vanidades, se prepara de muy distinta forma. Si ya se lleva un recorrido en esto del ser visto y juzgado, tu agencia te pondrá un fotógrafo profesional delante, alquilará un pequeño estudio, te acostará entre algodones con un ventilador salvaje que cabalgue tu indómita cabellera y jugará con distintas ópticas y distintas capas de ropa para pegarle un buen subidón a tu cuenta de followers.

✨✨ 1 MILLION ✨✨ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ #LoveYouAll #HappyHappy

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Si por el contrario todavía no se ha conseguido la mercantilización total de tu cuerpo, tocará, poco a poco, posado a posado, ir acercándose al objetivo deseado. Entonces, al no disponer de los fondos para una sesión más cuidada, se apostará por expandir la amortización de las vacaciones familiares y en cualquier poto, macetón de Aloe Vera o palmera indiana, tus nalgas romperán la barrera de seguidores. 

Verano del amor

Una publicación compartida de María Araújo (@marriet92) el

¡Ojo! No desmerezcamos este cambio de atrezzo y localización. Supone un salto cualitativo (y estético) importante. Salir a buscar localizaciones con las que alcanzar “la cifra” es salir de los cuartos desordenados, de los espejos del baño del hotel o de las propuestas igual de exóticas como estúpidas de enseñar las mamas antes de una “presumible” comilona.   

Después, el texto y el manejo de “seguidos”

Sin embargo, no todo va a ser la imagen. Queda un veinte por ciento que cubrir para conseguir romper “la cifra”. Esto significa llenar ese aburrido pero indispensable hueco que pone “texto”.

Aquí tenemos multitud de posibilidades. Están los que prefieren los emojis para acompañar sus contorsiones, los parcos en frases completas, los poetas de saldo, los que roban citas literarias, los/las que sacan frases de su propia cosecha. A mi modo de ver, son los más valientes pues se exponen con sus anacolutos a que haya algún académico ocioso dispuesto a tirarle de las orejas. También están los instagramers que tiran de retahíla cabalística de hashtags para disparar a todo bicho viviente que more por la red social en ese momento. Si eres de estos, saca tus genitales a la palestra. Nada pone más a tono tu cuenta que tener imágenes “censuradas” con dos cáctus dónde debería haber dos pezones. Eso y el mantra #freethenipple seguro que te proporcionan un buen puñado de followers sedientos de travesuras.

Resueltas las primeras imágenes del feed, toca manejar adecuadamente la bolsa de seguidos. Los gestores de comunidad te dirán que al principio conviene usar una estrategia balanceada entre los que te siguen y sigues pero si por algún casual das un pelotazo y sales en una foto, aunque sea de refilón, con alguien de la vanité, deberías despedir a tus amigos del colegio y la universidad y quedarte con aquellos que te puedan aupar a “la cifra”. Para ello, hay que establecer la máxima del “sígueme” sin reprocidad. Hay que ponerse un objetivo de corazones a la semana y hay que ajustar adecuadamente la política de privacidad para ver quién se puede asomar a las distintas parcelas de tu personalidad.  Cuantos más sean los desconocidos que se arrimen a tus bronceados insuperables, más posibilidades tendrás de ir abriéndote hueco hacia tu objetivo. 

Sigue estos pasos y tu dicha, al fin, será completa durante unos segundos. Hasta que aparezca el nuevo reto, “la nueva cifra”, a la que hincarle el diente. Entonces, límpiate el champán que quede en la comisura de los labios y lánzate a buscar una nueva perspectiva de tu vientre plano.

Las consecuencias de los narcisos y narcisas

Este exabrupto no solo ha querido reflejar lo que ocurre cuando dejamos nuestro cuerpo a la intemperie. También existe una vulnerabilidad, no tan manifiesta pero sí palpable a medio plazo, cuando se deja en cueros nuestros ámbitos de relación y los lugares que han tenido una significación en nuestra vida. Nadie en Instagram plasma por voluntad propia sus malos momentos. Siempre está el colorín y la purpurina en un recuerdo edulcorado de lo que alguna vez fue una experiencia. Lo que antes quedaba para el archivo de la memoria o en una fotografía enigmática que explicaba su significado a un grupo reducido de personas y era, por decirlo de alguna manera, el tótem de un momento, es ahora una ventana abierta para que cualquiera pueda verlo y manosearlo. La intimidad, el secreto, han quedado postrados ante lo noticiable. El “yo he sido allí” ha quedado bajo el “yo he estado allí”.

Esa calita secreta en la Costa del Sol, aquella gruta donde ocurrió la primera sensación de éxtasis, los boquerones más sabrosos que te habían sido confiados por dos generaciones de familiares que deseaban que ese chiringuito no saliese en ningún lado para que no estuviera saturado en verano.

Ahora todo está escrito y fotografiado. Y si no, es que no has tenido verano. Lo que es, en nuestros tiempos raros, como no tener una vida “realmente plena”. O sea, estar fuera de juego. O sea, no existir. 

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El terraplanismo hoy

En El astigmatismo de Chesterton por

O una noche con la locura

Hace muchas cenas tuve la ocasión de estar con un tipo que Chesterton tildaría de “pagano”.

No sólo por las exóticas creencias a propósito de la divinidad de Jesús, que entra dentro de lo ponderable y esperable de cualquier conversación de hoy. Más bien era de esos tipos que en algún momento había dejado de creer en el todo y había empezado a creer en la nada. O como diría el artífice de “El regreso de Don Quijote” o “El Padre Brown“, “cuando se deja de creer en Dios; se empieza a creer en cualquier cosa”. Sigue leyendo

El desagüe energético o la batalla de lo absurdo

En El astigmatismo de Chesterton/Humor por

Tengo un amigo que tiene una batalla personal. Probablemente tenga muchas, como todos nosotros. Pero hay una especialmente acuciante, especialmente perseverante e irritante en mi timeline.

En su caso se trata del acoso y derribo sistemático que acomete contra una red de mensajería móvil que utilizamos todos a todas horas.

Tweets, gifs, latigazos verbales… Todo lo que esté a la mano para atacar la última adquisición de Zuckerberg. No habrá día de esta era tecnológica que no se suba a su atalaya para tirar piedras contra esta red social. No conocerá la tierra el descanso de este Job, que va a proferir todos los improperios inimaginables contra el doble tick azul y sus emoticonos anticuados e inanimados.

Este comportamiento, que en ningún caso habría cogido forma de texto si no hubiera sido por mi ociosidad de comienzo de semana, me ha llevado a una reflexión mayor.

¿Cuáles son las batallas personales que cada uno de nosotros tenemos? ¿Las sabemos identificar? ¿Qué cantidad de tiempo ingente y desproporcionado se nos va en ello? ¿Cuánta energía -energía de la buena, ojo- se nos escapa en blasfemar contra aquel o aquello que nos mina cada día por sus incompetencias (sean del orden que sean)?

Todas estas preguntas (salvo las dos últimas), propias de algún seguidor constreñido de Eckhart Tolle o Paulo Coelho, son pertinentes si nos llevan a identificar a ese canalla, a esa puerta mal cerrada, a esa taza putrefacta con posos de Cola Cao que hace y recoge vida “fungi” detrás del microondas y que le da ese toque de quelque chose a la cocina.

Recordaba en este espacio hace un par de años a un amigo que ante una jugarreta de un mecánico (como ponerle todo el sistema eléctrico del coche sin avisar al que iba a pagar la factura) pensó muy seriamente si coger barra de metal y escaparate o mandarle una carta de prosa delicada y correcciones victorianas. Era filósofo. Y católico. Debió hacer lo primero. Pero terminó haciendo lo segundo.

El caso es que yo tengo un enemigo mortal en lo abstracto. Un ente oscuro, como el manchurrón de chapapote flotante de Lost, que cada mañana, cuando enfilo el hall de mi edificio, me castiga sin piedad.

Se trata, sencillamente, de una puerta abierta. De la puerta que da al garaje, previo paso por el cuarto de basuras. Mi bloque de edificios tiene dos restaurantes en los locales de abajo. Con ellos compartimos cuarto de basuras. La imaginación de cada uno y la literatura francesa y rusa que hayan sido capaces de leer, les dará una idea de las pestilencias que brotan de dichos cubos hasta que son vaciados. Es una peste cansada, como un turno doble de trabajo y sin agua potable cerca. Como una fumada de pipa vieja sin refrigerio. Como un cordero de lechal seco, un flan con nata y un whisky con cenizas de cigarrillo de postre. Todo eso, mezclado por las entrañas de una comadreja enferma del colon.

Después de 243 portazos intensos a las 9 de la mañana de forma sistemática, con la firme convicción de que ese castigo sonoro llegaría a mi verdugo y le haría rectificar su propuesta formal de dejar siempre la puerta del hall, la que colinda con el cuarto de basuras abierta, decidí pasar a la acción.

Enfilé como un verdadero caballero el camino hasta la caseta de administración y allí supliqué algún tipo de mensaje escrito que soliviantase la conciencia del sujeto que siempre deja la puerta abierta.

El mensaje llegó. Pero no hubo ningún tipo de efecto. La puerta al averno nos sigue dando a todos las bienvenida en el bloque 9C.

Tantas veces he soñado con pillar infraganti al infractor, tantas veces he soñado con preguntarle el porqué de su determinación en compartir ese olor medieval, que muchas veces he tenido que frenar a destiempo porque me comía el coche de delante.

También he especulado con escribirle un texto, como ya hiciera a los cuervos de la mazmorra de Vodafone.

Sea como sea, y como tampoco yo soy mucho más valiente que mi amigo el filósofo, aquí va mi misiva. Le dedico unas líneas a mi antagonista invisible con el dudoso fin de que algún día, mientras sube las escaleras y deja la puerta abierta, se tropiece con este escupitajo online.

Estimado vecino/a: 

Durante los últimos meses has tomado una decisión extraordinaria, fuera de lo común, que me ha desconcertado desde todo punto de vista. Pese a las advertencias que ofrece el mensaje en folio A4 y tipografía Calibri, para dejar la puerta del cuarto de basuras cerrada, tú, indolente montaraz de perseverancia febril, desoyes con entusiasmo cualquier tipo de indicación y decides que el pecado es compartido. Que ese olor, tan sutil como un saco de ratas muertas, no debe caer en el ostracismo de lo subterráneo y deber pulular por el hall de nuestra residencia como si de aire vital se tratase.

No conozco tu rostro. No sé de qué pie cojeas. No creo que te vaya a pillar jamás acometiendo tus fechorías. Pero puede que algún día, tu olfato se despierte a la naturaleza del mundo, al orden correcto de las cosas. De lo bueno y de lo malo. De lo agradable y repudiable. Y ese día, de la forma que sea, estaré yo cerca para dejarte los excrementos de mi conejo, mi cerda y mi hija. Todos juntos y apiñados en una tela finísima. Todo con el único objetivo de garantizar tu conversión. De anunciarte el mal que durante tantos días te has emperrado en compartir. De recuperar, en definitiva y por siempre, tu olfato y educación para el bien de la especie humana.

Afectadísimamente, el tipo molesto del 3º5.   

En fin. Identifiquemos nuestras batallas, las más absurdas y peliagudas y dediquémosle unas líneas en lo público o en lo secreto para descargar nuestra ira. Que luego esos desagües energéticos nos lo subimos a casa, al coche o al trabajo y nos juega una mala pasada una puerta mal abierta.

 

Amistades II: la necesidad de construir una comunidad

En El astigmatismo de Chesterton por

De pequeño marzo era un mes malo.

Demasiado frío para correr en el patio, demasiado embarrada la tierra como para llevar el vaquero al suelo y hurgar con un palo en los poros de la roca. Siempre, el joven homo sapiens sapiens, en búsqueda activa de arcilla con la que pringarse las manos.

Las peonzas no rodaban, los gogos se manchaban y arañaban, los tazos se perdían en los charcos y las Magic, los cromos de la Liga y los Pokemon de cartón perdían color y la textura propia de sobre nuevo recién abierto. Obviamente, este problema era cosa ajena a los que tenían el mazo plastificado. Benditas madres. Sigue leyendo

Un mamífero excelente

En El astigmatismo de Chesterton por

De las diatribas que nos podemos encontrar en los escritos de Chesterton, seguramente, una de las más divertidas, se encuentra en “La paradoja de Mr.Pond”.

En ella, el propio Mr. Pond, con elocuencia victoriana y algo de mirada alucinada —como todos los genios que se asombran del vuelo de un diente de león— argumentaba con un jurista de tres al cuarto un intrincado caso policial.

Mientras iba aumentando la temperatura de la conversación, Mr. Pond más plácidamente se explayaba en sus argumentaciones y más se maravillaba de la estupidez de su contrincante.

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[RELATO] Casilda sabe multiplicar

En Asuntos sociales/Internacional por

Que estas líneas nos sirvan para ubicar al Otro en el otro.

Espinosa Martínez, seudónimo de Ricardo Morales Jiménez  — Codirector de Democresía

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Por el sugus que te partió la boca

En El astigmatismo de Chesterton por

El amor es el primer reclamo del hombre, por encima incluso de la felicidad;  por encima incluso del sufrimiento.

Dicha certeza se sostiene en la cotidianidad de la vida: en la contemplación de nuestros propios y ajenos. En la observancia militante de los gestos, pinceladas, de quienes día tras día componen nuestro cuadro de rostros.

Despertar con ternura frente a un ovillo fraterno; cuya faz está vetada por el pelo,  donde se intuye una boca de cuyo interior Tolkien habría podido sacar diez señores más oscuros que el propio Nigromante, es amor. O se le parece. Sigue leyendo

A los malditos doctorandos

En Columnas/Educación/El astigmatismo de Chesterton por

Escupitajo sin remordimiento alguno a los que se atreven a especializarse en una materia de las periferias del conocimiento humano y se empeñan en hacernos partícipes de ello 

Recientemente, un buen amigo de la universidad acaba de presentar su tesis doctoral.

Le recibimos con vítores comedidos y elogios reservados el grupúsculo de comadrejas intelectuales con los que el futuro doctor se junta de vez en cuando. Manos blandas. Palmadas sin el cariño esperado. Por dentro nos regurgitaba la pregunta.

¿Cuánto tardará en caer enfermo? Sigue leyendo

Arrabaleros, toscanos y ruidos celestiales en el AZ60

En El astigmatismo de Chesterton por

Antes volar era una cosa importante. El giro perfecto para las elucubraciones de un niño. Era el punto que necesitaba su locura, su divina inmadurez, para dotar de plausibilidad a una horda  de aviadores  nazis, de reporteros héroes heridos de bala que encandilaban a mujeres sofisticadas de vestidos rojos y sin ningún atractivo sexual reseñable.

El componente avión, que por norma general solo aparecía en la vida de un niño de clase media en el viaje familiar de verano, implicaba, necesariamente, preparar la historia con mucha antelación,  pues lo mejor de la aventura, salpicado de eternas caminatas y carreras de museo, era el vuelo de ida. Sigue leyendo

Érase una vez…

En Columnas/El astigmatismo de Chesterton/Elecciones 20D/España por

Érase una vez un país extraordinario.

Repleto de rostros, rasgos, lenguas e intereses.

Con montañas, ríos, valles, desiertos, rincones de azahar y sendas con escorpiones a ambos lados.

Durante mucho tiempo, pues este país fue nación antes que cualquiera, ilusionistas y magos de capas largas y gastadas fueron haciendo y deshaciendo sus embrujos y pociones, sin tener muy en cuenta —pues jamás faltaron té con churros a los brujos— a los que a las faldas de los castillos y abadías se peleaban por cuatro migas de pan negro. Sigue leyendo

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