Historia de un bostezo
Levanté los ojos del periódico al escuchar a dos en la mesa de al lado vociferar salivazos de mal gusto. Gesticulaban con violencia no sé qué de Cataluña, remarcando, con saña patria, la “ñ” de mi vida y de la suya, y arrojando con desdén un manto rojidualdo sobre tierras aragonesas. ¡Qué feas las caras, qué horrendas expresiones! Después, exigieron la cuenta en castellano y la trajeron tal cual fue pedida, sin “ejques” ni acentos malsonantes (así supe que la cafetería no se había proclamado madrileña), y se marcharon, a paso altivo y seguro.
Volví a la lectura de sandeces de un parlamento, molesto por la interrupción, y de nuevo abandoné el artículo por las imprecaciones de los del otro lado, en catalán. A saber; por las imágenes que dibujaban sus mejillas mientras señalaban en dirección a los anteriores, adiviné algún insulto y nada más. Cuando hubieron vomitado toda ira, rogaron de buenas maneras la cuenta del camarero, en castellano, que en castellano se la trajo (así supe que Madrid no estaba en Cataluña), dejaron algo de propina y se marcharon también. Sigue leyendo