Recientemente tuve la suerte de compartir copas con una voz autorizada de la izquierda- izquierda de nuestro país (y no me refiero al PSOE). En un momento, la conversación nos llevó a discutir sobre el hipotético trato que se otorgaría a una persona de profundas convicciones religiosas y conservadoras en un hogar de la nueva izquierda. Y, asimismo, cómo se recibiría a un activista LGTBI por parte de un diputado de VOX. Sigue leyendo
Bajo la hegemonía progresista parece obligatorio abominar de todo legado y tradición. Lo nuevo es bueno por ser nuevo, y todo lo heredado es intrínsecamente perverso por el mero hecho de serlo. Se nos dice que tenemos que reinventarnos constantemente y practicar una política de tierra quemada con cualquier vestigio de sabiduría transgeneracional; nos imponen un adanismo perpetuo, un reinicio diario, con lo que esto tiene de desarraigo y desestructuración social. En lugar de comunidades fuertes y solidarias, de las que cobijan, se prima el seccionarnos en grupos de afinidad enfrentados entre sí y perpetuamente resentidos; quedamos así abocados a luchas identitarias que hacen inevitable la mediación del Estado para gestionar tanta colectividad ofendida.
Como ciudadanos, podemos dejarnos llevar por la corriente, y buscar ansiosos el reconocimiento individual acumulando likes en la red de gente que no abrazaremos nunca, y hacer nuestros los tópicos políticos progres con los que nos bombardean los medios. También podemos declararnos víctimas del mundo y esperar en algún lugar tranquilo a que nos otorguen el derecho a tener más derechos que nuestros vecinos.
O podemos elegir el camino difícil, el de la ética, el de la common decency orwelliana: abrazar la realidad sin aclamar sus injusticias, no deslumbrarnos por lo novedoso por sistema, ser críticos con la modernidad y quedarnos con lo que ésta que tenga de liberadora mientras rechazamos sus esclavitudes… O sea, ser simple y llanamente un conservador, alguien que está más abierto a lo bueno que a lo nuevo.
Claridad e impacto de un pensamiento abandonado
En los podcasts de Triálogos seguimos contando con invitados de excepción. En esta nueva entrega el pedagogo y filósofo Gregorio Luri ha desarrollado los temas que trata en su imprescindible obra La imaginación conservadora.
Vivimos tiempos de polarización política y debates histéricos. Por lo que se agradece escuchar el hablar amable y reposado de un conservador sin estridencias, alguien que no acepta las imposiciones del progresismo ambiental, pero tampoco sueña con cargas de húsares restableciendo algún periclitado poder imperial.
Luri es profesor y se nota en su claridad expositiva. También hay cierta honestidad en sus propuestas, ya que rehúsa a darnos una fórmula infalible para actuar políticamente. Ser conservador es una actitud escéptica que se modula según el territorio y la tradición que se habita, por lo que difícilmente se puede promulgar un catecismo universal conservador.
Aquí le escuchamos derrochar su amable sabiduría, ajena a los academicismos o las petulancias postmodernas. Por ejemplo como cuando suelta joyas tipo que “el psicólogo más grande de Europa era Lope de Vega”, que es lo menos canónico que se puede decir hoy. O cuando defiende sin complejos la libertad educativa frente a las imposiciones estatales, que es una herejía tal y como está el tema en nuestra época.
En definitiva, este programa 35 de Triálogos versa sobre qué significa ser conservador hoy en España, pocos temas son más actuales.
«España es una encina medio sofocada por la yedra. La yedra es tan frondosa, y se ve la encina tan arrugada y encogida, que a ratos parece que el ser de España está en la trepadora y no en el árbol. Pero la yedra no se puede sostener sobre sí misma». Ramiro de Maeztu, 1934
Los recientes acontecimientos vividos en nuestro país han servido para avivar el ya más que longevo debate acerca de la vigencia de ciertas instituciones democráticas. El debate, instigado por algunos partidos políticos, ha girado en torno a la utilidad de la institución monárquica, a la que se le ha achacado cierto grado de pasividad durante la crisis sanitaria (actitud que, por cierto, le es obligada teniendo en cuenta sus limitaciones constitucionales). Quienes han adoptado una u otra postura, como niños delante de una tienda de chucherías, a menudo han optado por un criterio —digamos— “emotivista” a la hora de adherirse a una u otra opinión; guiados no más que por el torrente de circunstancias que rodea a la situación de cada uno; y desdeñando un posicionamiento que tenga en cuenta la relevancia y profundidad que requiere el debate.
¿Habéis oído hablar de la cara oculta del poder? El profesor de Stanford, Terry Moe, explica que el poder puede ser explícito mediante leyes y decisiones emanadas de los órganos a los que el sistema esa facultad. No obstante, también hay una segunda cara oculta, no necesariamente presente en las instituciones formales, pero con una fuerza en el ecosistema político que es capaz de bloquear decisiones formales.
El autor ejemplifica esta cara oculta en las prácticas racistas y la segregación racial en grandes partes del sur de Estados Unidos. Me explico. En estos estados, a pesar de unas leyes que aseguraban la igualdad, y a pesar de la famosa sentencia de la Corte Suprema Brown vs. Board of Education U.S. 483 (1954) que prohibía la segregación en las escuelas, el racismo fáctico fue parte del espacio público durante años. Terry Moe señala que la privación del derecho a voto de gran parte de la población negra y el segregacionismo en las escuelas continuó debido a la pervivencia de un statu quo racista que se expresaba mediante la ocupación de poderes intermedios por parte de personas con una cultura racista y perteneciente, en muchos casos, a entidades racistas. Estos frenos a cambios institucionalizados es lo que el autor llamaría la cara oculta del poder.
¿Cuándo terminó la Transición? En eso no hay consenso. Las primeras elecciones generales (15 de junio de 1977), la aprobación en referéndum de la Constitución (6 de diciembre de 1978), el fracaso de un intento de golpe de Estado (23 de febrero de 1981) o los primeros comicios que trajeron una alternancia en el Gobierno (28 de octubre de 1982) suelen ser los momentos más señalados. Sí existe cierta coincidencia en cuándo el reinado de Juan Carlos I alcanzó el cénit de su prestigio. (Así lo dice, por ejemplo, el podcast de Spotify XRay). Fue en los Juegos Olímpicos de Barcelona, inaugurados el 25 de julio de 1992. Si usted ronda mi edad, recordará el momento con cierta emoción. El arquero Antonio Rebollo tenía que conseguir que su flecha cayera exactamente encima del pebetero para encender la llama olímpica. “Pero, ¿y si falla?”. A los ocho años el ridículo del fracaso hipotético centra toda la atención del instante, convenientemente cebado por los comentaristas, Olga Viza y Matías Prats. Pero Rebollo no falló y el lanzamiento culminó con el fuego y los aplausos.
Al ejercer nuestra libertad experimentamos a menudo cierto temblor. Hay en ella algo fascinante y trágico a la vez. Nos da miedo – como decía Erich Fromm – y a la vez la anhelamos. Como hombres modernos que somos, hijos de nuestro tiempo, reconocemos que sin ella corremos el riesgo de deshumanizarnos, y de que solo con ella podemos articular nuestra vida religiosa, política y social. La libertad, por presentarla en positivo, es “don”, como supo ver Miguel de Cervantes. En la llamada “civilización europea” (Guizot), la lucha por la libertad política es desde Grecia hasta la actualidad nuestra seña de identidad, el gran estandarte europeo, si bien, constantemente amenazado por enemigos y supuestos benefactores. La libertad se asemeja así a una doncella en constante peligro de profanación.
Existe un viejo anhelo humano que persigue la inconsciencia del olvido, como si fuera un fármaco infalible contra el dolor y la inminencia de la muerte. Como en aquel lúgubre poema de Rubén Darío, a veces nos da por envidiar la dicha de los árboles y las piedras. En realidad, detrás de este ejercicio de escapismo se esconde un exceso de racionalidad, pues en el fondo no estamos dispuestos a renunciar a nuestra amada consciencia. Pessoa expresó esta paradoja con la imagen del observador que se proyecta sobre la campesina, que canta sin pensar, como un pajarillo: “Ah, poder ser tu, sendo eu!“. Así es cómo la fantasía del olvido, alegre y despreocupado, se nos vuelve en contra con dureza, recordándonos, nunca mejor dicho, su futilidad.
La salida de Toni Roldán escenifica la crisis interna de Ciudadanos. Su insistencia en beber de una sola fuente empieza a mermar su capacidad vitamínica. La naranja pierde rojo en detrimento del azul, lo que le hace parece cada vez más mandarina o limón.
En estos momentos es necesario en España un partido, o un movimiento, o que los partidos se centren en la cuestión social y en la cuestión medioambiental, así como en el avance del municipalismo (sin abandonar la conciencia de que el mundo se ha globalizado). Esto es poner a la persona en el centro, y no al dinero, a las leyes, a los valores.
A las promesas electorales les sigue un largo periodo de negociaciones que ni se sabe bien cuándo empieza, ni cuándo acaba. Meses y legislaturas enteras de ‘tiras y aflojas’ donde se evidencian las voluntades de los elegidos y las decepciones de los electores.
El miedo es el hilo conductor de nuestra historia, desde la época de los grandes conflictos en Europa, las “guerras civiles de religión”, los conflictos de clases y la llamada guerra civil europea el siglo pasado, hasta nosotros y el renacimiento del nacionalismo, el llamado soberanismo y el racismo, denominados “supremacismo blanco”. Las situaciones que hemos creado, empezando por el Estado, son hijas del miedo, no de la confianza.
Escribo estas líneas en la mañana del 28 de abril, es decir, a pocas horas de que España pase de tener un sistema parlamentario tetrapartidista a uno pentapartidista.
Pues verán… ¿Qué quieren que les diga? A mí, el debate del lunes me decepcionó bastante. Sospechaba, visto lo visto, que iba a ocurrirme lo mismo con el debate del martes, pero no fue así. Cierto que el lunes hubo un claro ganador de la contienda, el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, pero la realidad es que fue un debate decepcionante. No dejó de sorprenderme el modo en que Pablo Casado, candidato del PP, desaprovechó esa primera oportunidad ofreciendo una imagen excesivamente moderada en comparación con la que venía siendo su actitud durante la campaña electoral, cediendo todo el espacio de liderazgo de la derecha a Albert Rivera, quién al mismo tiempo que le robaba ese puesto a Casado hacía todo lo posible por distanciarse del corrillo de la derecha para posicionarse en el centro político.
Cuando se apela a la testosterona de forma implícita en la política, las comparaciones son inevitables. A ver qué pasa a partir del 28 de abril, cómo quedan los escaños y qué pactos se generan.
“Gobernar es pactar; pactar no es ceder”, decía Gustave Le Bond. El miércoles, el Congreso tumbó los Presupuestos Generales del Estado presentados por el Ejecutivo. “Los más sociales”, decían. Los autónomos, no obstante, respiran tranquilos. Ahora toca esperar. Nuevos comicios. Pedro Sánchez, el campeador parece -ya sí- haber muerto.
Es muy difícil abordar un tema histórico con la suficiente objetividad cuando dicho tema es tergiversado hasta la saciedad por distintas ideologías. Unos en un sentido, y otros en otro. En el caso de la conquista del Imperio inca por los adelantados españoles (afirmación que debe ser matizada), es claro: para unos, los españoles (todos en un mismo saco) fueron al Perú para exterminar y robar, mientras que el Tahuantinsuyu era un dechado de buen gobierno, libertad religiosa y anodina felicidad en general. Para otros, los incaicos eran poco más que bestias sin corazón, ávidas de sacrificios humanos y con la imperiosa necesidad de ser civilizados, siendo los españoles la personificación de esa bondad gratuita de la civilización, el orden, la paz y, en definitiva, las bondades de la cultura occidental. Pues bien, hay que saber, y hay que dejarlo claro, que esas visiones falaces y maniqueas de unos y otros no son ciertas. Pero por suerte, libros como el de Antonio Espino López, Plata y sangre. La conquista del Imperio inca y las guerras civiles del Perú, publicado en Desperta Ferro Ediciones, dejan de manifiesto la realidad, compleja, cambiante y sin ideologías, de procesos históricos como el de la conquista del Imperio inca, amén de las guerras civiles del Perú.
Asistimos, una vez más –tras la alternancia gubernamental- al intento de reformar la legislación que ordena la educación no universitaria en España. Se trata de demostrar que el anterior gobierno erró, y que el rumbo va a ser corregido, siempre a mejor. Entre idas y venidas legislativas, la educación, como sabemos los profesionales del ramo, no deja de deteriorarse.
“La pasión puede ser destructiva y feroz cuando la mueven el fanatismo y el racismo. La peor de todas, la que ha causado más estragos en la historia es la pasión nacionalista”, decía el Nobel de Liteatura Mario Vargas Llosa. Al final, habrá que tener ‘sangre estelada’ para ser reconocido como catalán…