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Jesús abre la puerta con el cepillo de dientes en la mano. “¿Tú quién eres?” pregunta de camino al baño. “Yo soy Jesús, el telefonista. Me encanta coger el teléfono”. Y antes de cerrar la puerta del baño definitivamente, repite “soy Jesús, el telefonista”. Mientras, en el comedor, los demás están acabando de comer. Comen juntos, en las mismas mesas, profesores y alumnos.
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El tiempo, que pasa; el dolor, que no se mira; la superficialidad, con la que se huye; la mediocridad, en la que uno se instala; el corazón, que sigue gritando; y la vida cotidiana, donde todo sigue sucediendo. La experiencia de todo en las apenas 50 páginas de Sucederá la flor.
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El miedo en la literatura nos ha legado a varios autores que han trascendido su obra para convertirse en iconos culturales, como ha sido el caso de Edgar Allan Poe, Howard Phillips Lovecraft y, más recientemente, Stephen King. Con ello no queremos descartar por supuesto, a Mary Shelley, cuya máxima obra gótica está por cumplir su bicentenario, a Joseph Sheridan Le Fanu, Bram Stoker, Arthur Machen, M.R. James, Robert Bloch o a William Hope Hodgson, por citar algunos escritores.
Sin embargo, más allá de la ficción contenida en los relatos y cuentos de terror, horror o misterio, algo que resulta por demás llamativo es el cúmulo de símbolos y significados inmersos en la narrativa, y que inexorablemente nos remiten a la propia personalidad del autor.
