Es un hecho que el entorno de nuestras vidas, el medioambiente, lo que de una manera simplificada podemos llamar naturaleza no humana se percibe hoy en día en su plena objetividad. Cada vez estamos más concienciados con el medioambiente, con las amenazas que se ciernen sobre él: calentamiento global, deforestación y desertización, contaminación de las ciudades y los océanos, etcétera. La naturaleza, en este sentido no humano, externo, medioambiental, existe como una realidad innegable, como un límite ecológico que, sin embargo, transgredimos a diario, desde el gesto cotidiano de tirar toallitas húmedas por el retrete o seguir utilizando bolsas de plástico en nuestras compras hasta las grandes expoliaciones de la fauna y la flora realizadas según la lógica neoliberal de un capitalismo salvaje.
Se aboga en el presente por una “conciencia verde“, por prácticas de reciclaje, por una “economía circular“, por el activismo de todos y cada uno de nosotros en el cuidado del planeta, sea una niña preocupada ejemplar y mediáticamente por el negro futuro que les aguarda a las nuevas generaciones si no cambiamos nuestro contaminante estilo de vida o esos grupos de voluntarios que se forman esporádicamente para limpiar de desechos una playa o retirar la basura acumulada en un bosque o un monte.
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