La La Land… y que siga el baile
Se encienden las luces. Parpadeo para acostumbrarme y sigo un rato en silencio. No tengo palabras. Me invade una sensación agridulce… La película me ha conquistado, pero el final me pesa como una losa. Aún resuenan los acordes de jazz al piano, que no consiguen acallar un “¿por qué?” que se eleva desde mi alma hasta el infinito.
Tan solo unas horas después consigo articular una frase con sentido a mi compañero: “nostalgia, esta película es pura nostalgia”.
Y ahondando en el largometraje de La La Land, me he ido afirmando en esta primera intuición que para nada pretende ser una vara de medir, sino más bien una ayuda para los que, como yo, terminaron con un nudo en el corazón y una sonrisa melancólica en los labios. Sigue leyendo