No ha habido ola populista ni soberanista en Europa. El extremismo de izquierdas sufre un importante retroceso en las elecciones municipales y autonómicas de España. Todavía es pronto para entonar un canto para despedir a los populares y los socialdemócratas, a las familias políticas tradicionales de la Unión Europea.
A falta de confirmación del ‘incuestionable’ CIS, la primavera de 2019 ha resucitado un febril amorío en la clase política con los ciudadanos. Aunque estos mensajes no parecen calar del mismo modo en todos los oídos.
“La primera conclusión de estas elecciones es que el Partido Socialista ha alcanzado al Partido Popular”, dijo Pedro Sánchez ayer al empezar su valoración de los resultados electorales en España. Es cosa sorprendente. Cualquier otro menos creativo habría dicho algo así como “La primera conclusión de estas elecciones es que el Partido Popular ha alcanzado al Partido Socialista”.
El PSOE obtuvo en las elecciones municipales de 2011 un total de 6.276.087 votos, mientras que ayer le votaron 5.587.084. En torno a un 11% menos. Por otra parte, el PP obtuvo hace cuatro años un total de 8.474.031 votos, mientras que ayer recibió el apoyo de 6.032.496 personas. Casi un 29% menos.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que ambas formaciones concurrieron en 2011 en una situación excepcional: el PP obtuvo un apoyo muy superior al que acostumbraba, debido a que el PSOE estaba en sus peores horas.
Desde esta perspectiva, lo lógico sería mirar la evolución de los resultados desde 2007, si aceptamos que estas tuvieron lugar en un momento político de relativa estabilidad. Mirado así, la interpretación de lo ocurrido este domingo podría ser perfectamente la de una relativa vuelta de las aguas a su cauce para el PP, sin dejar de tener en cuenta el desgaste importante que ha sufrido (pierde 1,8 millones de votos en lugar de 2,44 millones de votos) y la de un estancamiento del PSOE en su peor momento (de 2007 a 2011 perdió 1,48 millones de votos y de entonces a esta parte ha perdido 689.003 votos más).
No el balde, el PSOE pedía el pasado 19 de mayo que “no había que comparar los resultados con los 2011” porque la situación “es muy diferente”. En realidad no lo es. El PSOE no solamente no ha sido capaz de remontar sino que sigue cayendo, y ahora sus votos los recogen en buena medida quienes sí han sabido tocar las las teclas para hacer bailar a los ciudadanos.
Por suerte para Pedro Sánchez, la espada de damocles que pendía sobre su cabeza hasta hace unos meses ha quedado mellada, al estrellarse contra unos malos resultados en Andalucía por su incapacidad para formar Gobierno. Susana Díaz ha mostrado sus cartas y no tenía más que doble pareja.
Por su parte, el PP se ha pasado de frenada y, pese a haber ganado las elecciones, va a tener que mancharse las sandalias y bajar a la arena política para conservar el suelo bajo sus pies. De no hacerlo, podría encontrarse en cuestión de una semana con que ha perdido prácticamente todo el poder territorial de un plumazo.
Más allá del “aviso” que algunos dirán que ha recibido (yo no estoy del todo seguro que haya sido un voto de castigo tanto como un verdadero cambio de liderazgo), quizá no sea un mal resultado para los populares (no hay que olvidar que han ganado y que son la primera opción de gobierno), y sea más bien una oportunidad para bajarse del caballo y empezar a hacer las cosas bien. No les queda otra.
El líder de Ciudadanos vive ahora su momento dorado. Las encuestas para este domingo le prometían una entrada triunfal en la política al sur del muro (jejeje) y parece que así ha sido. Qué duda cabe de que, con permiso de Iglesias, Rivera ocupa ahora mismo el cargo honorífico de “niño bonito de España”.
Si, en Cataluña, C’s es ya el buque insignia para los votantes asqueados del patio de viejas que es el nacionalismo (según vaticinan todas las encuestas), en otras plazas de gran importancia nacional se ha hecho al primer intento con un buen pellizco de representación política y en algunas regiones clave está en condiciones de negociar intereses con la llave de gobierno en la mano. Sigue leyendo
En toda familia numerosa hay distintos “tipos” de hijo. Todo el que tenga un par de hermanos o más lo sabe. Está el pequeño, casi siempre el más espabilado y popular; el mayor, que tiene que “abrirse camino” entre las expectativas de sus padres y la responsabilidad sobre los pequeños; y luego esta ese otro…
Es fácil reconocerle en las fotografías de familia: es el que está donde no toca, poniendo algún tipo de mueca, sacando la lengua, chinchando a algún otro hermano o, en definitiva, tratando de diferenciarse a costa de llamar la atención y armar jaleo.
Debido al tirón inicial de VOX en noviembre de 2013, con la sonada salida de Santiago Abascal del PP y el afán de los medios por hacer leña del árbol caído (lo que viene a ser buscarle las cosquillas al Gobierno), lo lógico parecería pensar que la formación intentaría coger carrerilla para formular una propuesta de partido capaz de colarse en las instituciones y articular parte del descontento social que, como se vio ayer, existe hacia el partido del Gobierno.
Dicho tirón no fue suficiente para hacerse con el porcentaje de votos necesario para obtener uno de los 54 escaños de España en el Parlamento Europeo, cosa bastante comprensible teniendo en cuenta el poco margen de tiempo (1) para articular una propuesta política sólida y (2) para “crear” un candidato con el liderazgo suficiente como para llamar la atención del electorado. En lugar de eso, en una jugada más que discutible, optó por ceder su marca al ex dirigente popular Aleix Vidal Quadras.
De entonces a esta parte, en un camino que ha llevado del primer “tortazo” europeo al “tortazo” municipal y autonómico, el partido se ha comportado como lo que, en el fondo, es: el hijo de en medio. No haciendo los deberes de articular una propuesta política realista y seria, pretendiendo abanderar cualquier causa con el único objetivo de atraer la atención o haciendo propuestas (tan peregrinas como irreflexivas, irresponsables e inútiles) como otorgar a los padres de familia el derecho a tantos votos como hijos tengan.
De forma parecida a como le ha pasado a Díez con UPyD en los últimos tiempos, da la sensación de que los impulsores de la formación de Derechas se sentían tan especiales y originales que no necesitaban escuchar a la calle para cosechar el apoyo de los electores. Así, mientras los periódicos hablaban de corrupción, Santiago Abascal hablaba de las víctimas del terrorismo vasco; mientras hervía la opinión pública por la precariedad laboral y el desempleo, VOX disertaba sobre la natalidad y la carga presupuestaria que suponen las comunidades autónomas.
Prueba de ello es que todo el que ha participado en manifestaciones a favor de la vida del no nacido y de la mujer embarazada habrá visto con toda seguridad (pese a las prohibiciones de los organizadores) los paraguas verdes de VOX adueñándose de las reivindicaciones. También algunos se los habrán encontrado en la puerta de la Iglesia, esperando a la salida de misa para prodigar lo muy ortodoxos que son.
Pese a todos sus esfuerzos por hacer un hueco en el espacio público desde donde poder comunicar, se llevan siempre un portazo, quizá por no parecer “serios”, “razonables” o por no tener intención ninguna de rebajarse al nivel de discusión de la calle. A ojos de la opinión pública, están bien lejos de ser una respuesta a las incógnitas actuales. No han logrado quitarse el cartelito de “el ala más rancia del PP” que en su día les colgaron.
En este escenario, Ciudadanos le ha rebasado por todos lados, logrando generar (por qué negarlo) altas dosis de ilusión en un sector nada desdeñable de la ciudadanía. Para qué negar que el espacio que ha venido a ocupar Rivera en el espacio político nacional es en gran medida el mismo que pretendía para sí Abascal.
La diferencia está en que el pequeño es casi siempre el más espabilado, el que sabe más lo que se cuece en el mundillo y el que está dispuesto a arremangarse y a meterse en el juego, en lugar de tratar de reclamar para sí lo que nadie va a otorgarle sin más.
Ahora bien, todavía está por demostrar que Ciudadanos haya venido a quedarse. La diferencia, sin duda, la marcarán la humildad, el esfuerzo y el ingenio político que se inviertan a largo plazo. Ahí tiene que decidir VOX si quiere seguir jugando en la liga de Impulso Social o proponer un proyecto político de verdad.
“México o muerte” debió decir a sus hombres el legendario conquistador, tras quemar las naves que habían de llevarle de regreso a España en caso de que la conquista de las Indias se torciera. “España o muerte” (o algo parecido) se repite a sí misma seguramente la lideresa de UPyD, firme en su intención de no retroceder un solo paso en su cruzada personal contra la corrupción y el caciquismo en nuestro país.
(Artículo actualizado el 24 de mayo)
La diferencia entre nuestros dos héroes consiste en que el primero consiguió lo que se proponía y conquistó, con un centenar de hombres, el mayor imperio centroamericano, y la segunda, tras lograr algunas victorias, obtuvo la desbandada de su comitiva y ayer anunció que no volverá a optar al liderazgo del partido, tras una derrota fulminante en las elecciones municipales y autonómicas del 24 de mayo.
La bandera de la transparencia y la honorabilidad de la política no es para UPyD ni –mucho menos– para Rosa Díez, un objetivo político a lograr. Es una cruzada personal. Tanto es así que, si uno se acercaba hasta hace no mucho por los pasillos del Congreso al lugar donde el partido tiene su grupo parlamentario, distinguía estos despachos de los de los demás diputados por estar separados con un muro bajo del resto de puertas, tras el que colgaba un cartel con la leyenda: “Zona libre de corruptos“. La próxima vez me fijaré en si sigue ahí el cartel.
Díez vuelve al colgar el cartel en los despachos de su grupo parlamentario, pese a la prohibición del Congreso. EP
Ahora bien, del mismo modo que Cortés tuvo que pactar con los pueblos indios para acercarse a la capital de los mexicas y ser capaz (no sin grandes esfuerzos) de someterla a la corona de Castilla, viene creciendo cada vez más entre las fuerzas de la formación magenta un clamor a favor de la unidad con quienes, al menos desde esta perspectiva, comparten en buena medida sus objetivos.
La derrota en Andalucía, la sospecha de estancamiento (o incluso de retroceso) que promueven las encuestas para las próximas elecciones generales y la paulatina (cada más evidente) desafección hacia la cúpula amenazan con provocar un derrumbe absoluto, animado en parte por la sensación de que el partido se ha quedado anclado en una suerte de puritanismo elitista y estéril que no conduce a ningún sitio.
A todas luces, se ha producido en las conciencias de quienes dirigen esta formación una asociación inquebrantable entre las ideas ‘UPyD’ y ‘honradez’, hasta el punto de que cualquier otra forma política o individuo ajeno se vuelve para ellos sospechoso de corrupción –“¡impuro!”– y conspirador contra el proyecto de regeneración de la política española.
Esta relación se produce de forma más evidente en la dirigente del partido, quien se ha tomado tan a pecho su vocación de salvar el país, que parece no ser capaz de disociar esta idea de su propia persona.
Como consecuencia de ello, asistimos al desmoronamiento del proyecto de quienes –hay que reconocerlo– llevan predicando años en el desierto, pero han cometido el error de no comprender que, ni en política ni en la lucha contra la corrupción, hay alguien imprescindible.