La verdad en movimiento: frente a la banalidad del mal
Kaltenbrunner le dijo: «¿Por qué no entras en las SS?», y él respondió: «Sí, ¿por qué no?». Así anduvieron las cosas.
El mal cotidiano del que quisiéramos liberarnos tiene esta forma banal, ridícula, incluso cómica aún cuando horrible. Eichmann no era un sádico, no era un malvado sanguinario, sino un hombre absolutamente normal, uno como tantos, el hombre típico, el hombre medio o el hombre masa. De hecho, Eichmann podría ser yo.
Creer estar exento de los abismos del crimen, incluso los más despiadados, quiere decir no haber comprendido el significado efectivo del mal ni la identidad de aquellos que -entonces, como hoy y siempre- se han dejado seducir por él: ni ellos son personas distintas de mí ni aquel cejará de tentarme.