¿El hombre del futuro, pese a todo el conocimiento que adquirirá, querrá vivir más allá de la muerte, superarla y traspasarla? En la ciencia ficción especulativa que aborda el transhumanismo, sus personajes habitan futuros distópicos que plantean dilemas morales sobre la expansión de nuestro tiempo en la tierra. Dilemas tales como si merece la pena vivir prolongadamente, pagando el precio de convertirnos paulatinamente más bien en humanoides con pasado humano, deshumanizándonos progresivamente, olvidando nuestra fecha de caducidad natural. Viene al caso >Observer_, un videojuego de producción polaca ambientado en una Polonia cyberpunk de 2084, evidente homenaje, un siglo después, al título más reconocido de George Orwel, 1984.
Frente a otros novelistas, Eric Arthur Blair no se equivocó en la fecha. Siempre parece que se equivocan los autores de distopías, por exceso o por defecto, a la hora de situar en el tiempo la fecha de llegada de ese futuro lleno de miedos, marcado por el apocalipsis o habitado por el último hombre. Pero Eric, que había adoptado el pseudónimo de George Orwell, no lo hizo, al situar en 1984 la trama de su inmortal novela del mismo nombre; ese año aun sobrevivía, aunque escondiendo su debilidad terminal, la utopía comunista que denunció casi a contracorriente. Había muerto décadas antes el inspirador del personaje del todopoderoso cerdo Napoleón, pero el Animalismo revolucionario seguía vigente (al menos formalmente) y el todopoderoso Gran hermano perduraba todavía (aunque solo sobreviviría un lustro más a esa fecha icónica).Sigue leyendo
El uso indiscriminado de neologismos que fuerzan el lenguaje y provocan un efecto de artificialidad se ha vuelto frecuente en nuestra sociedad en cuanto instrumento para la defensa de distintas causas sociales, como la crítica del “heteropatriarcado” o del “especismo”. Detrás de este uso orientado ideológicamente, se percibe el aliento prometeico de un servicio benemérito a la sociedad, una honda preocupación por contribuir a su bienestar y a la destrucción de todas aquellas actitudes, hábitos y mentalidades que bloquean su perfeccionamiento.
Ya está aquí la cuarta temporada de Black Mirror, la aclamada serie británica empeñada en plantearnos inquietantes reflexiones sobre el ser humano y la tecnología. El primer episodio, del que trataremos de extraer algunas ideas que consideramos interesantes, se titula “USS Callister”.
[A partir de aquí, comienzan los temidos spoilers]Sigue leyendo
“El Proceso garantiza que sólo los mejores disfrutarán de Mar Alto.
Pase lo que pase, tendréis lo que os merecéis”.
Hace exactamente un mes, Netflix estrenó una de las propuestas más estimulantes del panorama seriéfilo actual. En la estela de influyentes sagas distópicas como Los juegos del hambre o El corredor del laberinto, 3% plantea una aventura de trasfondo socio-político dirigida al público juvenil.
¿Qué tiene de diferente? Aparte de tratarse de un fenómeno (cuasi)-inédito en la producción y distribución internacional de series, 3% se atreve a poner en tela de juicio uno de los mayores mantras de la política actual: el mérito. Pero la serie no sólo ofrece una excelente distopía de la meritocracia, también tiene una estética minimalista de lo más evocadora y uno de los villanos más complejos y virtuosos de los últimos tiempos. Sigue leyendo
Firefly y Battlestar Galáctica son dos series de TV, ¿o son dos naves espaciales? Firefly (Serenity) es una nave de carga, usada principalmente para el noble arte del contrabando. Galáctica es un crucero militar, una estrella de combate, el último bastión de una civilización acorralada y a punto de extinguirse. Ambas huyen. Ambas surcan el espacio infinito. Ambas explotan lo mejor de su género: la aventura y la epopeya. Sigue leyendo
La maquinaria pensante del nuevo comunismo chino ha encontrado en el concepto de ‘gamificación’ (‘ludificación’, según la Fundeu) la que quizá sea la piedra filosofal del totalitarismo de un futuro no lejano. Sesame Credit es, posiblemente, la piedra angular de la tecnología política que permitirá, en caso de funcionar, integrar los beneficios que reporta al Estado el liberalismo en términos de productividad y la seguridad (poder) que comporta el control ideológico de la población.
Más allá de los obvios paralelismos del proyecto del Gobierno chino con algunas de las más famosas novelas distópicas del siglo XX, es necesario comprender la superioridad del planteamiento chino frente a los instrumentos de control del INGSOC o la “soma” y el condicionamiento humano del Mundo Feliz: Sigue leyendo
En una encuesta reciente de cierto blog dedicado a la lectura, se preguntaba a los participantes cuál sería su género preferido para una lectura veraniega. Las opciones eran: una novela policiaca, un romance y una distopía. De buenas a primeras me llamó la atención que en un blog dedicado a la lectura se presentara la palabra “distopía”, no sólo como existente sino además como un género literario comparable, al menos, a la novela policiaca y al romance.
Pero mucho más importante que la posible incongruencia de la encuesta (a la que no hay que dar mayor importancia), resulta la presunción del problema subyacente. La literatura de los últimos años, tras el éxito explosivo del Señor de los Anillos y de la saga de Harry Potter, ha renqueado de un intento a otro por lograr un estilo divulgativo de novela que saciara la sed épica de los lectores de J.R.R. Tolkien, J. K. Rowling, C.S. Lewis o R. Jordan. Primero autores como R.R. Martin, J. Dashner y S. Collins, y, tras su estela, V. Roth, K. Class o L. Lowry (con lectores de todo tipo y edad, seamos sinceros) hicieron una propuesta que pareció dar en el clavo: La nueva épica es la distopía. Sigue leyendo
Iré al grano. Acabo de ver el especial de Navidad de ‘Black Mirror’, esa afamada (afamadísima) serie británica que con tan solo siete capítulos en tres años ha conseguido escandalizar, deslumbrar y levantar pasiones en todo el mundo a partes iguales.
Quizá su éxito se deba solamente al morbo que genera lo rocambolescamente cruel que resultan las distopías presentadas por Charlie Broker en cada uno de los episodios. Personalmente prefiero creer que no, aunque tengo mis dudas. De ser así, las abultadas cifras de audiencia y el reconocimiento social y cultural obtenidos por la serie no vendrían sino a confirmar lo que proponía el terrorista del primer capítulo: que somos una raza despreciable.
La otra hipótesis, la improbable, es que el creador de ‘Black Mirror’ haya conseguido crear lo que en literatura se definiría como un clásico, es decir, una obra que habla de la condición humana, de lo universal.
Pese a los muchos ingenios y artimañas tecnológicas que emplea Broker para presentarnos cada una de las situaciones que plantea en la serie, resulta obvio que, se haya dicho lo que se haya dicho, ‘Black Mirror’ no es una distopía tecnológica, es una distopía a secas.
La diferencia de matices está en que el mal que presenta no proviene de los dispositivos que imagina sino de lo más viejo que existe en este mundo: la corrupción humana. En este caso, dicho mal viene en algunos de los capítulos disfrazado de un puritanismo justiciero que lo hace, si cabe, aún más terrorífico. Es lo que ocurre en ‘White Christmas’, el capítulo estrenado estas Navidades después de casi un año de parón de la serie.
Dicen que cuando el sabio señala la luna, el tonto mira el dedo. Lo mismo ocurre cuando hacemos una lectura de la serie en clave “el problema es la tecnología”, como ya hicieron los amish en su momento (aunque tengo entendido que todavía existen algunos). La tecnología es poder, tanto la de ayer como la de hoy, y el proceso de empoderamiento del hombre es algo que viene produciéndose, por poner una fecha, desde que el primero de nosotros consiguió encender una hoguera en una cueva.
Por eso, cabe sospechar que para que se produzca el mal hasta los extremos que presenta la serie no es estrictamente necesario que se produzca un salto cualitativo a nivel tecnológico sino que termine de producirse otro proceso que viene desarrollándose de forma paralela (sin que exista relación de causa-efecto) al desarrollo de la tecnología: el abandono de la moral.
Claro está que comprender la moral como diez preceptos en una tabla de piedra no nos solucionará (al menos no del todo) el problema de qué hacer con el poder que hemos alcanzado. Más bien cabría encararla como un modo de tratar la realidad y a los otros teniéndolos en cuenta en su integridad.
Como se imaginarán, dicha tarea es casi nada. Quizá por ello hay tan pocos santos. Para este trabajo ‘Black Mirror’ no da la solución. Es labor de cada uno o, aún mejor, de cada sociedad y cada civilización recorrer el camino que sea necesario para recuperar (o alcanzar) el mejor modo de hacer uso de su poder para la felicidad del hombre, es decir, para el bien de toda la realidad.