Jesús abre la puerta con el cepillo de dientes en la mano. “¿Tú quién eres?” pregunta de camino al baño. “Yo soy Jesús, el telefonista. Me encanta coger el teléfono”. Y antes de cerrar la puerta del baño definitivamente, repite “soy Jesús, el telefonista”. Mientras, en el comedor, los demás están acabando de comer. Comen juntos, en las mismas mesas, profesores y alumnos.
En una época donde los mandobles políticos están a la orden del día, aunque con mucha menos clase e inteligencia que en tiempos pasados, cualquier gesto de conciliación entre las dos Españas es de agradecer. Por ello cobra relevancia la amistad y el buen rollo que se profesan el cantante Willy Bárcenas y el trapero Cecilio G en unas conversaciones emitidas por Vodafone.
El año pasado una de mis hijas menores empezó la universidad y después del primer día de clase llegó llorando a casa. No era como los demás “que tienen más facilidad para hacer amigos”; además, va en silla de ruedas.
Un año después del referéndum del 1 de octubre, Cataluña sigue siendo España. Lo es de una forma peculiar, con un Govern presuntamente más comedido en sus acciones -aunque no en sus declaraciones-, dedicado a internacionalizar el conflicto, al tiempo que, desde el Ejecutivo socialista, se buscan fórmulas de consenso. ¿El objetivo? cambiar la “herencia política” del Partido Popular para con Cataluña y darle un nuevo giro que posibilite un diálogo real y fructífero con Torra y sus socios políticos.
La internacionalización del proceso secesionista, la situación económica de la comunidad autónoma y la problemática educativa, son algunas de las cuestiones que vemos en este artículo.
La palabra «dialéctica» tiene en la antigua Grecia en un sentido técnico. El método, en lo esencial, consiste en que alguien defiende la razonabilidad de una afirmación o una postura al tiempo que otro trata de refutar la validez de esa afirmación o de esa postura. El objetivo final sería llegar a conclusiones que validan, invalidan o matizan el planteamiento inicial.
Aristóteles aclara en su Organum que la dialéctica no es un método adecuado para la ciencia (si el agua hierve a 100 grados centígrados o si el hombre es un animal racional no es algo que se discuta, sino algo que se muestra o se demuestra). Sin embargo, la dialéctica es el método válido para discutir sobre los asuntos humanos: si una interpretación de los hechos (en un caso judicial) es más razonable que otra, o si la aprobación de una determinada ley será conveniente o inconveniente para el conjunto de la ciudad. También subraya Aristóteles que la dialéctica exige cierta actitud y aptitud entre las partes.
Escuchar es para el alma lo que comer es para el cuerpo. Esta idea, al menos tan antigua como Sócrates, debería orientar nuestra dieta mediática. Pero no se trata sólo de cuidar lo que recibimos, sino también de cuidar con quién hablamos. En principio, y por principio, conviene abrirse al diálogo con cualquiera. Esta es para mí una máxima o, si se quiere, una aplicación de esa máxima moral por la que hay que hacer siempre el bien y evitar el mal.
Ahora bien, ocurre que los principios no siempre pueden alcanzar una aplicación a la altura de nuestros anhelos, y que el mejor bien posible en cada caso, el deber ser de cada situación, no siempre responde a nuestras expectativas (explicar el porqué de esto, habrá que dejarlo para otra ocasión).
La Ética más exigente recoge algunas claves para el discernimiento sobre el mayor bien –o el menor mal- realmente posible en cada caso, mediante fórmulas como la del «mal menor» o, en este caso, como la «defensa propia». Es por cuidado de uno mismo –por evitar recibir mal, o por evitar realizar un mal no querido– por lo que conviene no leer, escuchar o exponerse a algunas cosas o personas, y por lo que Aristóteles explica, en sus escritos sobre dialéctica, que «no hay que discutir con todo el mundo». En Twitter encontramos a diario decenas de ejemplos en los que convendría atender al consejo de Aristóteles.
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El siguiente caso me parece paradigmático, justo porque no es tan relevante el contenido de lo que se dice como el mal al que conduce el mismo hecho de discutir:
Magnífico el término que usan algunos hispanoamericanos para "tuit": "trino", por gorjeo o canto de pájaro. A menudo nos dan allí lecciones sobre el uso del idioma español.
Sigue el hilo del tuit y verás lo que quiero decir. Aunque paseándote un rato por cualquier trendig topicencontrarás ejemplos que a tu sensibilidad sean, sin duda, mejores.
Citaré ahora con algo más de extensión al bueno de Aristóteles, quien –como Sócrates– tenía bastante experiencia en esto del debate público:
«No hay que discutir con todo el mundo, ni hay que ejercitarse frente a un individuo cualquiera. Pues, frente a algunos, los argumentos se tornan necesariamente viciados: en efecto, contra el que intenta por todos los medios parecer que evita el encuentro, es justo intentar por todos los medios probar algo por razonamiento, pero no es elegante. Por ello precisamente no hay que disputar de buenas a primeras con cualesquiera individuos: pues necesariamente resultará una mala conversación; y, en efecto, los que se ejercitan así son incapaces de evitar el discutir contenciosamente» (Tópicos, 164b).
Es justo decir que esta reflexión está al final de su obra. Al principio de la misma pone en valor el sentido de la discusión pública y, en medio, explica el mejor modo de conducir esta discusión. Sólo en otra ocasión, cuando da algunas claves metodológicas sobre qué es y qué no es objeto de debate, nos previene también de evitar una discusión:
«No es preciso examinar [discutir dialécticamente] todo problema ni toda tesis, sino aquella en la que encuentre dificultad alguien que precise de un argumento y no de una corrección o de una sensación; en efecto, los que dudan sobre si es preciso honrar a los dioses y amar a los padres o no, precisan de una corrección, y los que dudan de si la nieve es blanca o no, necesitan de una sensación. Tampoco hay que examinar aquellos cuya demostración es inmediata o demasiado larga: pues los unos no tienen dificultad y los otros tienen más de la que conviene a una ejercitación». (Tópicos, 105a).
Hoy es objeto de discusión en Twitter «si es preciso honrar a a los dioses o no» y me temo que también «si es preciso amar a los padres o no», pero eso sólo quiere decir dos cosas: primera, que lo que era un tópico o lugar común evidente en tiempos de Aristóteles hoy no lo es; segunda, que los tuiteros no conocen los criterios metodológicos para una buena discusión.
También nos encontramos en Twitter que hay quien necesita discutir argumentos cuya demostración es inmediata , lo cual nos obliga a distinguir –como ya hacía Aristóteles– entre lo que es evidente «en sí» y para los versados, y lo que es evidente para el «vulgo». Por último, hay quien en Twitter tiene la esperanza de demostrar lo que ciertamente se puede demostrar, pero no bajo las condiciones de una sencilla discusión.
Lo propio de una buena discusión es, o bien «proponer», que consiste en «convertir varias cosas en una», o bien «objetar», que consiste en «convertir una cosa en varias». El titular de esta nota sugería que Aristóteles dijo hace más de 2000 años algo sobre Twitter. Es, claramente, una propuesta, pues sugiere que la Dialéctica y la Retórica clásicas tienen mucho que enseñarnos sobre el uso de las redes sociales digitales y sobre la relevancia que el discurso individual ha recuperado hoy para la vida pública.
A esa propuesta cabe hacerle, claro está, una objeción: Aristóteles no menciona a Twitter en sus escritos (seguramente porque aún no se había inventado). Ahora bien, esta objeción no elimina el valor de la propuesta inicial, más bien clarifica su sentido y nos abre a una serie de reflexiones de lo más interesantes.
Siempre, claro está, que la discusión tenga por objeto superar las opiniones particulares en la búsqueda de una verdad común, único lugar de encuentro y sana convivencia entre los hombres. Cuando nos interlocutores no están por la labor, recordemos el consejo de Aristóteles. Incluso Nietzsche le dio la razón en esto, cuando dejó escrito que «donde amar ya no es posible, mejor pasar de largo».
Este artículo fue publicado primeramente en el blog de su autor y es reproducido aquí con su permiso.
Estamos sobrepasados. Nos reconocemos, quien más quien menos, incapaces de ofrecer la respuesta que se nos pide tal y como se nos pide. Y, si alguna vez somos capaces de ofrecer esa respuesta, es a costa de algunas cosas que consideramos importantes, sacrificando algunos aspectos de nuestra vida que, inevitablemente, tenemos que desatender. Querríamos ser capaces de llegar a todo, de responder y de dar la batalla (¡y ganarla!) en todos los frentes que tenemos abiertos. Y no podemos. Persiste en nosotros, quizá, una sensación de que vamos haciendo todo, pero no lo hacemos del todo.
Cuando el maná bajó de la nube digital, todos quisieron probarlo. Los teclados y ratones ardieron de esperanza. La salvación se puso a un clic de distancia. Algunos peregrinos se apresuraron a poner velas en el Muro del dios Like. Otros se arrodillaron ante el altar de la gramática instantánea y le rogaron al paisaje polaroid. Y todos fueron felices, la salvación estaba a un clic de distancia.
Igual que existen los Razzie para galardonar las peores películas y actores del año, Hollywood o Washington -que lo mismo da a estas alturas de legislatura- debiera plantearse la creación del algún tipo de academia o institución para ponderar las goriladas de Donald Trump. Sigue leyendo
«Pásame la sal», he pensado. Luego: «No, no es suficiente». A ver esto: «Estoy cenando con mi mujer en casa y le digo: “Amalia, pásame la sal”». Ahora sí. Sigue leyendo
Los hijos nos recuerdan continuamente que también nosotros fuimos antes –somos– hijos de alguien. Al menos para mí, la experiencia de ser padre trajo renovada la pregunta o conmoción interior por el origen. Es inevitable. Al mirar a nuestros hijos, al descubrir su fragilidad, su radical desamparo, descubrimos con asombrosa nitidez nuestra enorme deuda, cuya cicatriz llevamos impresa desde el primer momento en ese vestigio gracioso –casi cómico–que es el ombligo.
Siete de la mañana. Noche profunda. Los halógenos iluminan sin agresividad una cafetería del distrito de Moncloa. Un señor que ronda los 70, enjuto, con aspecto de Corto Maltés envejecido, se sienta a mi lado con un café con leche y unas porras.
–Yo vengo aquí todas las mañanas. También al mediodía. Siempre -me dice, conversador. –Ah, muy bien -respondo medio dormido. –Siempre me bebo una cerveza a mediodía. Yo ya no me privo de nada. –Como debe ser. –Fíjate, a mi yerno de 40 años le han dado el otro día un mes de vida. Qué vida esta… Yo ya no me privo de nada.Sigue leyendo
“Txato txibato”, “Txato opresor”, Txato esto, Txato lo otro. “Herriak ez du barkatuko”, es decir, “el pueblo no perdona”. Eran solo pintadas. Palabras envenenadas que fueron apareciendo en las paredes blancas del pueblo en el que se desarrollaPatria, el best-seller de Aramburu.
La novela, por naturaleza, es una ficción que idealmente hacemos nuestra de una manera o de otra. La historia que Aramburu nos narra con una cadencia regular y dolorosa nos lleva por la vida de dos familias, vecinas, amigas de toda la vida, a quienes el nacionalismo vasco dividió. Una historia imaginada, pero que tanta verdad encierra. El dolor de lo que vivieron tantos en una sociedad que perdió la sensatez. La historia de Bittori, del Txato, de Joxian… Es la historia de una Euskadi con unos entramados sociales en estado de putrefacción. Qué tendrá la política de masas que tantas veces acaba con las manos manchadas de sangre. Sigue leyendo
Somos más herederos de Descartesde lo que pensamos. Entre los frutos de su modo de pensar al hombre y al mundo está el desarrollo de las ciencias naturales y exactas modernas y, con ellas, la tecnología que nos rodea y que articula en buena medida nuestra vida cotidiana. Entre las desgracias de su planteamiento está la hipertrofia de la razón, de la mentalidad analítica, que plantea casi como dilemas irreconciliables algunos ámbitos de la vida que, antes del siglo XVI, mantenían una relación armónica y orgánica mucho más humana.
Una de las esquizofrenias del hombre moderno es la oposición entre la teoría y la práctica, muy vinculada a la falsa dicotomía entre palabra y acción. Hoy, teoría y práctica nos parecen asuntos radicalmente distintos y así los tratamos, generando discursos, disciplinas científicas, sistemas educativos, obras culturales, profesiones, formas de organizar la vida social, etc., que fragmentan y separan aún más ambas dimensiones de la vida humana, produciendo consecuencias traumáticas en el interior de cada persona y en todos los órdenes ya mencionados. Sigue leyendo
Este fragmento de The Newsroom (1×02) nos introduce en la primera reunión del día del equipo deNoticias Noche 2.0. Los periodistas proponen temas y discuten su pertinencia y enfoque. Mac, recién nombrada jefa de Producción, explica el nuevo ideario del programa. Sus nuevas reglas del juego suscitan las siguientes preguntas:
¿Sólo el periodismo político es buen periodismo?
¿Qué convierte a una fuente en relevante?
¿La amplitud de datos es más noticiosa que un rostro humano?
¿Cómo discriminar cuál o cuáles son los mejores argumentos (enfoques) de cada historia?
¿Cómo administrar el tiempo (o el espacio) del que disponemos para dar una visión lo más completa y rica posible de las noticias del día?
Repetimos elecciones. Es la primera vez que nos pasa. ¿Qué ha sucedido? Estábamos acostumbrados a que las urnas nos dieran un gobierno, con mayoría absoluta o apoyos más o menos afines. Por vez primera, las pasadas elecciones ponían encima del tapete la necesidad de llegar a acuerdos más amplios de gobierno, pactando, dialogando, cediendo, más allá de las siglas y de las ideologías. No ha sido posible.
Antes de acudir de nuevo a las urnas sería bueno que nos preguntáramos por qué no ha sido posible el acuerdo. Confiarse a un nuevo equilibrio parlamentario tras el 26-J se antoja una huida hacia delante. Y todo parece indicar que ingenua. Como miembros de la sociedad española, ¿podemos aprender algo de lo que ha sucedido?
En primer lugar tendríamos que preguntarnos si no hay más remedio que abandonarnos a la constatación clásica de Hobbes de que “el hombre es un lobo para el hombre”, es decir, que el adversario político es un enemigo cuya influencia debe ser neutralizada, con el que no hay nada que dialogar. Si es así, solo nos queda esperar a que las urnas favorezcan alianzas que, con el 51%, gobiernen en contra del 49% restante, ahorrándonos la cultura del encuentro.
¿Cómo nos movemos en nuestra vida cotidiana, cuando convivimos con personas de ideologías muy diferentes a la nuestra?
¿Es esto inevitable? Preguntémonos, ¿cómo nos movemos en nuestra vida cotidiana, cuando en nuestra familia o en nuestro trabajo convivimos con personas de ideología muy diferente a la nuestra? ¿Es posible construir juntos o nos vemos abocados a la ruptura o a la indiferencia? En nuestra experiencia como nación tenemos, además, un ejemplo reciente de convivencia en circunstancias más difíciles que las actuales.
La democracia que ahora disfrutamos es fruto de una generación que sufrió el horror del enfrentamiento fratricida pero que aprendió en sus propias carnes que el camino no era anular al adversario. El deseo de paz, de convivencia, e incluso de perdón mutuo y de reconciliación, hizo que los políticos de la Transición fueran menos presuntuosos, menos impermeables al diálogo, conscientes como eran de su necesidad, de modo que llegaron a acuerdos que hoy nos parecen imposibles.
Podemos aprender de nuestra experiencia, tanto personal como comunitaria. No hay que resignarse al escepticismo. Es necesario que encuentre espacio en nosotros la experiencia elemental de que el otro, incluso el adversario político, es un bien para la realización de nuestra persona y no un obstáculo. El encuentro con el otro es la condición indispensable para que la verdad de mí mismo, que siempre es relación, se despliegue. Y esta experiencia se abrirá paso en la medida en que reconozcamos nuestra necesidad: necesidad de compañía, de construir juntos, de preocuparnos por el bien de los demás, de amar y ser amados, de abrazo en nuestro error, de significado en el dolor.
Urge desacralizar la política. Las ideologías separan abstractamente a personas con las mismas necesidades y deseos.
Lo contrario de esta conciencia de necesidad, que nos abre al otro, es la ideología. Por eso es urgente “desacralizar” la política. Los políticos no deben arrogarse el papel mesiánico de salvadores de la vida de los ciudadanos. Cuando lo hacen favorecen el choque inevitable de proyectos contrapuestos. Y las siglas se convierten en líneas rojas que separan abstractamente personas que, en el fondo, tienen las mismas necesidades y deseos. La respuesta a las necesidades humanas no viene de las ideologías. La política debe asumir el papel humilde de servidora de la vida de los ciudadanos, verdaderos protagonistas de la construcción social y de las historias que inciden en el mundo.
Es entonces cuando se abre el espacio para el diálogo. El Papa Francisco, con sus gestos públicos (como el de la visita a la isla de Lesbos y la acogida de familias de refugiados musulmanes), nos enseña el camino: “dialogar no es negociar. Negociar es tratar de llevarse la propia «tajada» de la tarta común. [Dialogar] es buscar el bien común para todos. (…) El mejor modo para dialogar no es el de hablar y discutir, sino hacer algo juntos, construir juntos (…), sin miedo de realizar el éxodo necesario en todo diálogo auténtico.” (Discurso en Florencia, noviembre 2015).
La aportación de los cristianos a la construcción y a la vida civil pasa por esta cultura del diálogo, a partir de la experiencia de acogida de hombres y mujeres de toda condición. La actividad social y caritativa de la Iglesia está prestando ayuda y acompañamiento a decenas de miles de conciudadanos en grave necesidad. La afirmación radical de la dignidad del otro, por el que Cristo ha dado la vida, forma parte de nuestra experiencia.
No podemos justificar el escepticismo en estos momentos de nuestra vida pública. El desencanto por la incapacidad de los políticos para ponerse de acuerdo no puede traducirse en la indiferencia o la abstención. La primera forma de contribuir al diálogo es votar, participar. “Por favor, no miréis la vida desde el balcón, sino comprometeos, sumergíos en el amplio diálogo social y político” (Papa Francisco, Florencia, 2015).
Dos jóvenes rabinos discutían sobre si la tradición apoyaba unos u otros ritos. Fueron a exponer su disputa a uno de los más sabios. «Yo creo que la tradición es…», dice el primero. «No, esa no es la tradición», contesta el viejo rabino. Entonces el otro, envalentonado, espeta: «Claro que no es esa; la tradición es…». Pero el anciano contesta: «No, esa no es la tradición». Confusos, ambos piden la respuesta al sabio, para así evitar seguir discutiendo. «¡Ah! Discutir. ¡Esa es la tradición!», contestó el anciano.
Hay quien relata esta anécdota como un chiste sobre la cultura judía, pero otros saben que es verdad. Es propio de judíos discutir entre ellos el sentido correcto de sus tradiciones. Es propio de griegos discutir el origen de cada cosa y el sentido de las decisiones a tomar. Es propio de romanos discutir sobre política, derecho y guerras. Es propio de cristianos discutir de todo, incluso de Teología y aun cuando durante un tiempo se jugaran la vida al hacerlo. Es, en definitiva, propio de Occidente, creer que existe la verdad, que no la inventamos nosotros –ni como personas, ni como pueblos– y que está en nuestras manos, gracias al debate, llegar a certezas sólidas que dirijan nuestra vida, y no dejar ésta al capricho, la opinión o la moda. Sigue leyendo
“¿Buscas respuestas a tus preguntas? ¿Necesitas ayuda en el trabajo, el amor, el dinero…los coches? ¿Tienes hombres… tie… Das por sentadas muchas cosas? ¿Vas siempre por delante? ¿Deberías relajarte? ¿Vas muy tenso por la calle? ¿Quieres hablarlo? ¿Quieres hablarlo o no quieres hablarlo? Llama ahora. Tarot Bulbasur. Veinticuatro horas al día. De seis a diez de la tarde. De dos a cuatro no. Pausa para comer. Por la noche también abrimos. Las veinticuatro horas. Menos los lunes. Los lunes no. ¡No podrás escapar!
PIT-BURN.
Lleva plastilina con la carne de…”
Este es el comienzo de, a mí ratonil parecer, una de las mejores piezas de Venga Monjas. Julio y Huésped, los noguishados, los creadores de Da Suisha… Han intentado ser metidos a presión en algo llamado Post-Humor, un espacio oscuro donde la carcajada y el arte confluyen con la cutrería de medios y la originalidad de una propuesta que va más por “me la traen al pairo las visitas de YouTube. Aquí va lo que tengo en el cráneo”. Sigue leyendo