En una época donde los mandobles políticos están a la orden del día, aunque con mucha menos clase e inteligencia que en tiempos pasados, cualquier gesto de conciliación entre las dos Españas es de agradecer. Por ello cobra relevancia la amistad y el buen rollo que se profesan el cantante Willy Bárcenas y el trapero Cecilio G en unas conversaciones emitidas por Vodafone.
¿Por qué las organizaciones se resisten al cambio? ¿Por qué los jóvenes se rebelan contra lo establecido? ¿Por qué hay entornos en los que nos sentimos alienados? ¿Por qué hay lugares en los que nos sentimos proyectados? ¿Por qué es necesario eso que llamamos «proceso de socialización»? ¿Por qué en educación nos debatimos entre dejar florecer la personalidad del alumno o enseñarle, quiéralo o no, una serie de cosas que consideramos fundamentales?
Cuando en nuestras sociedades se considera la perfección y el éxito como el único horizonte posible, el escritor y profesor italiano Alessandro D’Avenia acude con su libro El arte de la fragilidad para proponer un camino alternativo, “una forma erótica y heroica de estar en el mundo”, en donde reconocer la inconsistencia y fragilidad humana no implica renunciar a ese fuego interior que nos permite llegar a ser nosotros mismos.
En este original ensayo Alessandro D’Avenia recorre las edades del hombre, planteando un diálogo atemporal y a corazón abierto con el poeta y erudito romántico Giacomo Leopardi (1798-1837), al que el escritor italiano considera su referente. Sigue leyendo
La palabra «dialéctica» tiene en la antigua Grecia en un sentido técnico. El método, en lo esencial, consiste en que alguien defiende la razonabilidad de una afirmación o una postura al tiempo que otro trata de refutar la validez de esa afirmación o de esa postura. El objetivo final sería llegar a conclusiones que validan, invalidan o matizan el planteamiento inicial.
Aristóteles aclara en su Organum que la dialéctica no es un método adecuado para la ciencia (si el agua hierve a 100 grados centígrados o si el hombre es un animal racional no es algo que se discuta, sino algo que se muestra o se demuestra). Sin embargo, la dialéctica es el método válido para discutir sobre los asuntos humanos: si una interpretación de los hechos (en un caso judicial) es más razonable que otra, o si la aprobación de una determinada ley será conveniente o inconveniente para el conjunto de la ciudad. También subraya Aristóteles que la dialéctica exige cierta actitud y aptitud entre las partes.
Ofrezco un relato sobre el valor “experiencial” del juego para crear cultura y evitar el enfrentamiento que nace de la ideología o, mejor dicho, de una visión ideológica de la realidad.
Sucedió hace algún tiempo. Hacia el final de una clase de historia terminamos hablando de los movimientos postmodernos. Como parte del temario, traté de explicar la diferencia entre cultura e ideología. No recuerdo muy bien el discurso exacto, pero los márgenes eran más o menos los que siguen: Sigue leyendo
Escuchar es para el alma lo que comer es para el cuerpo. Esta idea, al menos tan antigua como Sócrates, debería orientar nuestra dieta mediática. Pero no se trata sólo de cuidar lo que recibimos, sino también de cuidar con quién hablamos. En principio, y por principio, conviene abrirse al diálogo con cualquiera. Esta es para mí una máxima o, si se quiere, una aplicación de esa máxima moral por la que hay que hacer siempre el bien y evitar el mal.
Ahora bien, ocurre que los principios no siempre pueden alcanzar una aplicación a la altura de nuestros anhelos, y que el mejor bien posible en cada caso, el deber ser de cada situación, no siempre responde a nuestras expectativas (explicar el porqué de esto, habrá que dejarlo para otra ocasión).
La Ética más exigente recoge algunas claves para el discernimiento sobre el mayor bien –o el menor mal- realmente posible en cada caso, mediante fórmulas como la del «mal menor» o, en este caso, como la «defensa propia». Es por cuidado de uno mismo –por evitar recibir mal, o por evitar realizar un mal no querido– por lo que conviene no leer, escuchar o exponerse a algunas cosas o personas, y por lo que Aristóteles explica, en sus escritos sobre dialéctica, que «no hay que discutir con todo el mundo». En Twitter encontramos a diario decenas de ejemplos en los que convendría atender al consejo de Aristóteles.
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El siguiente caso me parece paradigmático, justo porque no es tan relevante el contenido de lo que se dice como el mal al que conduce el mismo hecho de discutir:
Magnífico el término que usan algunos hispanoamericanos para "tuit": "trino", por gorjeo o canto de pájaro. A menudo nos dan allí lecciones sobre el uso del idioma español.
Sigue el hilo del tuit y verás lo que quiero decir. Aunque paseándote un rato por cualquier trendig topicencontrarás ejemplos que a tu sensibilidad sean, sin duda, mejores.
Citaré ahora con algo más de extensión al bueno de Aristóteles, quien –como Sócrates– tenía bastante experiencia en esto del debate público:
«No hay que discutir con todo el mundo, ni hay que ejercitarse frente a un individuo cualquiera. Pues, frente a algunos, los argumentos se tornan necesariamente viciados: en efecto, contra el que intenta por todos los medios parecer que evita el encuentro, es justo intentar por todos los medios probar algo por razonamiento, pero no es elegante. Por ello precisamente no hay que disputar de buenas a primeras con cualesquiera individuos: pues necesariamente resultará una mala conversación; y, en efecto, los que se ejercitan así son incapaces de evitar el discutir contenciosamente» (Tópicos, 164b).
Es justo decir que esta reflexión está al final de su obra. Al principio de la misma pone en valor el sentido de la discusión pública y, en medio, explica el mejor modo de conducir esta discusión. Sólo en otra ocasión, cuando da algunas claves metodológicas sobre qué es y qué no es objeto de debate, nos previene también de evitar una discusión:
«No es preciso examinar [discutir dialécticamente] todo problema ni toda tesis, sino aquella en la que encuentre dificultad alguien que precise de un argumento y no de una corrección o de una sensación; en efecto, los que dudan sobre si es preciso honrar a los dioses y amar a los padres o no, precisan de una corrección, y los que dudan de si la nieve es blanca o no, necesitan de una sensación. Tampoco hay que examinar aquellos cuya demostración es inmediata o demasiado larga: pues los unos no tienen dificultad y los otros tienen más de la que conviene a una ejercitación». (Tópicos, 105a).
Hoy es objeto de discusión en Twitter «si es preciso honrar a a los dioses o no» y me temo que también «si es preciso amar a los padres o no», pero eso sólo quiere decir dos cosas: primera, que lo que era un tópico o lugar común evidente en tiempos de Aristóteles hoy no lo es; segunda, que los tuiteros no conocen los criterios metodológicos para una buena discusión.
También nos encontramos en Twitter que hay quien necesita discutir argumentos cuya demostración es inmediata , lo cual nos obliga a distinguir –como ya hacía Aristóteles– entre lo que es evidente «en sí» y para los versados, y lo que es evidente para el «vulgo». Por último, hay quien en Twitter tiene la esperanza de demostrar lo que ciertamente se puede demostrar, pero no bajo las condiciones de una sencilla discusión.
Lo propio de una buena discusión es, o bien «proponer», que consiste en «convertir varias cosas en una», o bien «objetar», que consiste en «convertir una cosa en varias». El titular de esta nota sugería que Aristóteles dijo hace más de 2000 años algo sobre Twitter. Es, claramente, una propuesta, pues sugiere que la Dialéctica y la Retórica clásicas tienen mucho que enseñarnos sobre el uso de las redes sociales digitales y sobre la relevancia que el discurso individual ha recuperado hoy para la vida pública.
A esa propuesta cabe hacerle, claro está, una objeción: Aristóteles no menciona a Twitter en sus escritos (seguramente porque aún no se había inventado). Ahora bien, esta objeción no elimina el valor de la propuesta inicial, más bien clarifica su sentido y nos abre a una serie de reflexiones de lo más interesantes.
Siempre, claro está, que la discusión tenga por objeto superar las opiniones particulares en la búsqueda de una verdad común, único lugar de encuentro y sana convivencia entre los hombres. Cuando nos interlocutores no están por la labor, recordemos el consejo de Aristóteles. Incluso Nietzsche le dio la razón en esto, cuando dejó escrito que «donde amar ya no es posible, mejor pasar de largo».
Este artículo fue publicado primeramente en el blog de su autor y es reproducido aquí con su permiso.
Estamos sobrepasados. Nos reconocemos, quien más quien menos, incapaces de ofrecer la respuesta que se nos pide tal y como se nos pide. Y, si alguna vez somos capaces de ofrecer esa respuesta, es a costa de algunas cosas que consideramos importantes, sacrificando algunos aspectos de nuestra vida que, inevitablemente, tenemos que desatender. Querríamos ser capaces de llegar a todo, de responder y de dar la batalla (¡y ganarla!) en todos los frentes que tenemos abiertos. Y no podemos. Persiste en nosotros, quizá, una sensación de que vamos haciendo todo, pero no lo hacemos del todo.
Hay ocasiones en que la verdad llama a la puerta. Abrimos airados y replicamos: “¡Largo de aquí! Estoy buscando la verdad”. Esta reflexión aparece en ‘El zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta’ de Robert Pirsing. Un libro extremadamente popular en los 70.
La verdad lleva años llamando a la puerta del Gobierno central, pero este ha preferido darle con el picaporte en las narices. Esa verdad es un nacionalismo catalán que año tras año ha crecido de manera rampante. ¿A cambio de qué? De unos votos para esto, de un apoyo para aquello. Sigue leyendo
«Nadie puede aconsejarle, nadie. Hay un único medio. Entre en usted. Examine ese fundamento que usted llama escribir; ponga a prueba si extiende sus raíces hasta el lugar más profundo de su corazón; reconozca si se moriría usted si se privara de escribir. […] ¿debo escribir? Excave en sí mismo, en busca de una respuesta profunda. Y si ésta hubiera de ser de asentimiento, […] entonces construya su vida según esa necesidad: su vida, entrando hasta su hora más indiferente y pequeña, debe ser un signo y un testimonio de ese impulso. […] Y si de ese giro hacia dentro, brotan versos, no se le ocurrirá preguntarle a nadie si son buenos versos».
Es el no-consejo que Rainer María Rilke comparte con el joven Kappus en la primera de las que hoy llamamos Cartas a un joven poeta. Esta joya de la literatura universal, que nos revela la intimidad de Rilke como pocas de sus otras obras, se la debemos a un joven y desconocido poeta que se atrevió, sin conocerle de nada, a escribir al maestro y pedirle consejo sobre sus versos. El atrevimiento de ese joven y la dispuesta y generosa respuesta de Rilke hicieron el resto. Hoy contamos con 10 de esas hermosas cartas. Sigue leyendo
La historia que sigue es pura ficción, pero está basada en hechos reales. Hechos que yo viví como alumno en el colegio y, en menor grado, en la universidad. Hechos que quizá tú también has vivido. Cuento esta historia con tres objetivos:
Explorar hasta qué punto la mentalidad dialéctica, centrada en el conflicto, es la mentalidad dominante –en muchos casos de modo inconsciente– en la cultura occidental contemporánea.
Incidir en que la lucha contra la corrupción, que ahora nos preocupa tanto, no es una batalla contra un estamento concreto (la casta, los políticos, los banqueros), sino contra una mentalidad que anida en el corazón del hombre contemporáneo.
Proponer una mentalidad alternativa, que llamo dialógica, que no sólo es más auténtica, sino también más práctica, constructiva y creativa.
La historia empieza en un aula de enseñanza media. De un vistazo es fácil distinguir en ella dos roles o papeles muy distintos: el primero es el de profesor, ejercido por una sola persona. El otro es el de alumno, ejercido por 25 adolescentes.
Entre estos últimos, si nos fijamos bien y escuchamos sus conversaciones, hay como pequeños sub-roles, etiquetas, casi como profecías auto-cumplidas, que a quien las sufre le hacen más o menos gracia: el payaso, calculín, el abusón, la chupap*ll*s, el chulo… En cualquier caso, por mal que estén las cosas, todos saben que ellos son alumnos y pertenecen la misma casta, a la que desde luego no pertenece el profesor, que tiene otros intereses, que es como “de otro planeta”, que nos es “de los nuestros”. Cuando hay que elegir –y siempre hay que hacerlo–, todos saben de qué lado deben estar. Sigue leyendo