Recientemente tuve la suerte de compartir copas con una voz autorizada de la izquierda- izquierda de nuestro país (y no me refiero al PSOE). En un momento, la conversación nos llevó a discutir sobre el hipotético trato que se otorgaría a una persona de profundas convicciones religiosas y conservadoras en un hogar de la nueva izquierda. Y, asimismo, cómo se recibiría a un activista LGTBI por parte de un diputado de VOX. Sigue leyendo
La palabra «dialéctica» tiene en la antigua Grecia en un sentido técnico. El método, en lo esencial, consiste en que alguien defiende la razonabilidad de una afirmación o una postura al tiempo que otro trata de refutar la validez de esa afirmación o de esa postura. El objetivo final sería llegar a conclusiones que validan, invalidan o matizan el planteamiento inicial.
Aristóteles aclara en su Organum que la dialéctica no es un método adecuado para la ciencia (si el agua hierve a 100 grados centígrados o si el hombre es un animal racional no es algo que se discuta, sino algo que se muestra o se demuestra). Sin embargo, la dialéctica es el método válido para discutir sobre los asuntos humanos: si una interpretación de los hechos (en un caso judicial) es más razonable que otra, o si la aprobación de una determinada ley será conveniente o inconveniente para el conjunto de la ciudad. También subraya Aristóteles que la dialéctica exige cierta actitud y aptitud entre las partes.
Ya lo decía, en frase genial, el gran sociólogo español Esteban Pinilla de las Heras refiriéndose a la atmósfera del Franquismo: “un país con mucha moral y sin ninguna ética”. Por ello, entendía una sociedad grandilocuente y exagerada, siempre dispuesta a escenificar su adhesión al bien y su aversión al mal, una sociedad, en el fondo, destrozada, deshecha, entregada a la hipocresía y profundamente cínica.
El Franquismo, según Pinilla, se relacionaría con la hegemonía de un lenguaje apodíctico, concluyente e incuestionable en sus máximas, eslóganes, fórmulas coloquiales y frases hechas. El lenguaje ominoso de una sociedad sin pensamiento propio, poseída por el miedo y el egoísmo más voraz, por la pereza y la cobardía, que se limitaba a repetir la retahíla de los tópicos ideológicos puestos en circulación por políticos, burócratas, periodistas e intelectuales, todos ellos expertos en el arte de saber decir lo que debe ser dicho. Tópicos convertidos en usos lingüísticos que establecían la frontera entre lo decible y lo indecible, lo legítimo y lo ilegítimo, el bien y el mal, con el aviso subliminal de que cualquier matización o leve impugnación de tales lugares comunes podía traerle a uno serios problemas con la autoridad.
Ofrezco un relato sobre el valor “experiencial” del juego para crear cultura y evitar el enfrentamiento que nace de la ideología o, mejor dicho, de una visión ideológica de la realidad.
Sucedió hace algún tiempo. Hacia el final de una clase de historia terminamos hablando de los movimientos postmodernos. Como parte del temario, traté de explicar la diferencia entre cultura e ideología. No recuerdo muy bien el discurso exacto, pero los márgenes eran más o menos los que siguen: Sigue leyendo
Escuchar es para el alma lo que comer es para el cuerpo. Esta idea, al menos tan antigua como Sócrates, debería orientar nuestra dieta mediática. Pero no se trata sólo de cuidar lo que recibimos, sino también de cuidar con quién hablamos. En principio, y por principio, conviene abrirse al diálogo con cualquiera. Esta es para mí una máxima o, si se quiere, una aplicación de esa máxima moral por la que hay que hacer siempre el bien y evitar el mal.
Ahora bien, ocurre que los principios no siempre pueden alcanzar una aplicación a la altura de nuestros anhelos, y que el mejor bien posible en cada caso, el deber ser de cada situación, no siempre responde a nuestras expectativas (explicar el porqué de esto, habrá que dejarlo para otra ocasión).
La Ética más exigente recoge algunas claves para el discernimiento sobre el mayor bien –o el menor mal- realmente posible en cada caso, mediante fórmulas como la del «mal menor» o, en este caso, como la «defensa propia». Es por cuidado de uno mismo –por evitar recibir mal, o por evitar realizar un mal no querido– por lo que conviene no leer, escuchar o exponerse a algunas cosas o personas, y por lo que Aristóteles explica, en sus escritos sobre dialéctica, que «no hay que discutir con todo el mundo». En Twitter encontramos a diario decenas de ejemplos en los que convendría atender al consejo de Aristóteles.
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El siguiente caso me parece paradigmático, justo porque no es tan relevante el contenido de lo que se dice como el mal al que conduce el mismo hecho de discutir:
Magnífico el término que usan algunos hispanoamericanos para "tuit": "trino", por gorjeo o canto de pájaro. A menudo nos dan allí lecciones sobre el uso del idioma español.
Sigue el hilo del tuit y verás lo que quiero decir. Aunque paseándote un rato por cualquier trendig topicencontrarás ejemplos que a tu sensibilidad sean, sin duda, mejores.
Citaré ahora con algo más de extensión al bueno de Aristóteles, quien –como Sócrates– tenía bastante experiencia en esto del debate público:
«No hay que discutir con todo el mundo, ni hay que ejercitarse frente a un individuo cualquiera. Pues, frente a algunos, los argumentos se tornan necesariamente viciados: en efecto, contra el que intenta por todos los medios parecer que evita el encuentro, es justo intentar por todos los medios probar algo por razonamiento, pero no es elegante. Por ello precisamente no hay que disputar de buenas a primeras con cualesquiera individuos: pues necesariamente resultará una mala conversación; y, en efecto, los que se ejercitan así son incapaces de evitar el discutir contenciosamente» (Tópicos, 164b).
Es justo decir que esta reflexión está al final de su obra. Al principio de la misma pone en valor el sentido de la discusión pública y, en medio, explica el mejor modo de conducir esta discusión. Sólo en otra ocasión, cuando da algunas claves metodológicas sobre qué es y qué no es objeto de debate, nos previene también de evitar una discusión:
«No es preciso examinar [discutir dialécticamente] todo problema ni toda tesis, sino aquella en la que encuentre dificultad alguien que precise de un argumento y no de una corrección o de una sensación; en efecto, los que dudan sobre si es preciso honrar a los dioses y amar a los padres o no, precisan de una corrección, y los que dudan de si la nieve es blanca o no, necesitan de una sensación. Tampoco hay que examinar aquellos cuya demostración es inmediata o demasiado larga: pues los unos no tienen dificultad y los otros tienen más de la que conviene a una ejercitación». (Tópicos, 105a).
Hoy es objeto de discusión en Twitter «si es preciso honrar a a los dioses o no» y me temo que también «si es preciso amar a los padres o no», pero eso sólo quiere decir dos cosas: primera, que lo que era un tópico o lugar común evidente en tiempos de Aristóteles hoy no lo es; segunda, que los tuiteros no conocen los criterios metodológicos para una buena discusión.
También nos encontramos en Twitter que hay quien necesita discutir argumentos cuya demostración es inmediata , lo cual nos obliga a distinguir –como ya hacía Aristóteles– entre lo que es evidente «en sí» y para los versados, y lo que es evidente para el «vulgo». Por último, hay quien en Twitter tiene la esperanza de demostrar lo que ciertamente se puede demostrar, pero no bajo las condiciones de una sencilla discusión.
Lo propio de una buena discusión es, o bien «proponer», que consiste en «convertir varias cosas en una», o bien «objetar», que consiste en «convertir una cosa en varias». El titular de esta nota sugería que Aristóteles dijo hace más de 2000 años algo sobre Twitter. Es, claramente, una propuesta, pues sugiere que la Dialéctica y la Retórica clásicas tienen mucho que enseñarnos sobre el uso de las redes sociales digitales y sobre la relevancia que el discurso individual ha recuperado hoy para la vida pública.
A esa propuesta cabe hacerle, claro está, una objeción: Aristóteles no menciona a Twitter en sus escritos (seguramente porque aún no se había inventado). Ahora bien, esta objeción no elimina el valor de la propuesta inicial, más bien clarifica su sentido y nos abre a una serie de reflexiones de lo más interesantes.
Siempre, claro está, que la discusión tenga por objeto superar las opiniones particulares en la búsqueda de una verdad común, único lugar de encuentro y sana convivencia entre los hombres. Cuando nos interlocutores no están por la labor, recordemos el consejo de Aristóteles. Incluso Nietzsche le dio la razón en esto, cuando dejó escrito que «donde amar ya no es posible, mejor pasar de largo».
Este artículo fue publicado primeramente en el blog de su autor y es reproducido aquí con su permiso.
Cuando el maná bajó de la nube digital, todos quisieron probarlo. Los teclados y ratones ardieron de esperanza. La salvación se puso a un clic de distancia. Algunos peregrinos se apresuraron a poner velas en el Muro del dios Like. Otros se arrodillaron ante el altar de la gramática instantánea y le rogaron al paisaje polaroid. Y todos fueron felices, la salvación estaba a un clic de distancia.
La historia que sigue es pura ficción, pero está basada en hechos reales. Hechos que yo viví como alumno en el colegio y, en menor grado, en la universidad. Hechos que quizá tú también has vivido. Cuento esta historia con tres objetivos:
Explorar hasta qué punto la mentalidad dialéctica, centrada en el conflicto, es la mentalidad dominante –en muchos casos de modo inconsciente– en la cultura occidental contemporánea.
Incidir en que la lucha contra la corrupción, que ahora nos preocupa tanto, no es una batalla contra un estamento concreto (la casta, los políticos, los banqueros), sino contra una mentalidad que anida en el corazón del hombre contemporáneo.
Proponer una mentalidad alternativa, que llamo dialógica, que no sólo es más auténtica, sino también más práctica, constructiva y creativa.
La historia empieza en un aula de enseñanza media. De un vistazo es fácil distinguir en ella dos roles o papeles muy distintos: el primero es el de profesor, ejercido por una sola persona. El otro es el de alumno, ejercido por 25 adolescentes.
Entre estos últimos, si nos fijamos bien y escuchamos sus conversaciones, hay como pequeños sub-roles, etiquetas, casi como profecías auto-cumplidas, que a quien las sufre le hacen más o menos gracia: el payaso, calculín, el abusón, la chupap*ll*s, el chulo… En cualquier caso, por mal que estén las cosas, todos saben que ellos son alumnos y pertenecen la misma casta, a la que desde luego no pertenece el profesor, que tiene otros intereses, que es como “de otro planeta”, que nos es “de los nuestros”. Cuando hay que elegir –y siempre hay que hacerlo–, todos saben de qué lado deben estar. Sigue leyendo
Somos más herederos de Descartesde lo que pensamos. Entre los frutos de su modo de pensar al hombre y al mundo está el desarrollo de las ciencias naturales y exactas modernas y, con ellas, la tecnología que nos rodea y que articula en buena medida nuestra vida cotidiana. Entre las desgracias de su planteamiento está la hipertrofia de la razón, de la mentalidad analítica, que plantea casi como dilemas irreconciliables algunos ámbitos de la vida que, antes del siglo XVI, mantenían una relación armónica y orgánica mucho más humana.
Una de las esquizofrenias del hombre moderno es la oposición entre la teoría y la práctica, muy vinculada a la falsa dicotomía entre palabra y acción. Hoy, teoría y práctica nos parecen asuntos radicalmente distintos y así los tratamos, generando discursos, disciplinas científicas, sistemas educativos, obras culturales, profesiones, formas de organizar la vida social, etc., que fragmentan y separan aún más ambas dimensiones de la vida humana, produciendo consecuencias traumáticas en el interior de cada persona y en todos los órdenes ya mencionados. Sigue leyendo
Nacionalismo identitario vs. liberalismo progresista como dialéctica ideológica en el siglo XXI
Una convocatoria electoral, intrascendente tradicionalmente, señaló la esencia ideológica de la Identidad colectiva en el nuevo tiempo histórico de la Globalización (o Mundialización, en un sentido más completo).
La elección del nuevo Presidente de Austria en 2016, cargo más honorífico y representativo que ejecutivo, llenó las portadas de la prensa de medio mundo. Norbert Hofer, del nacionalista FPÖ, y Alexander Van der Bellen, del minoritario partido ecologista, se disputaban en una reñida segunda vuelta un cargo que durante medio siglo a casi nadie importó. Por primera vez en la Europa postbélica, un candidato más allá de la derecha tradicional podría convertirse en Jefe de Estado de un país occidental. Sigue leyendo
¿Qué votaron los españoles el pasado 20 de diciembre? Hay muchos tipos de respuesta a esta pregunta. Unos aseguran, insistentemente, que se votó “cambio”. También se ha repetido, desde muchos foros, que los españoles han impuesto a los diputados la “obligación” de “dialogar y entenderse”, para llegar a “acuerdos y pactos”, sin que haya consenso en quién debe formar parte de ese diálogo y ese entendimiento. Sigue leyendo