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Plata y sangre: La conquista del Imperio inca y las guerras civiles del Perú

En Historia por

Es muy difícil abordar un tema histórico con la suficiente objetividad cuando dicho tema es tergiversado hasta la saciedad por distintas ideologías. Unos en un sentido, y otros en otro. En el caso de la conquista del Imperio inca por los adelantados españoles (afirmación que debe ser matizada), es claro: para unos, los españoles (todos en un mismo saco) fueron al Perú para exterminar y robar, mientras que el Tahuantinsuyu era un dechado de buen gobierno, libertad religiosa y anodina felicidad en general. Para otros, los incaicos eran poco más que bestias sin corazón, ávidas de sacrificios humanos y con la imperiosa necesidad de ser civilizados, siendo los españoles la personificación de esa bondad gratuita de la civilización, el orden, la paz y, en definitiva, las bondades de la cultura occidental. Pues bien, hay que saber, y hay que dejarlo claro, que esas visiones falaces y maniqueas de unos y otros no son ciertas. Pero por suerte, libros como el de Antonio Espino López, Plata y sangre. La conquista del Imperio inca y las guerras civiles del Perú, publicado en Desperta Ferro Ediciones, dejan de manifiesto la realidad, compleja, cambiante y sin ideologías, de procesos históricos como el de la conquista del Imperio inca, amén de las guerras civiles del Perú.

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Por Dios y por el Káiser: el ejército imperial austriaco 1619-1918

En Historia por

«Austria tiene el enojoso hábito de resultar siempre derrotada».

Talleyrand

Es fácil realizar una afirmación tan despreciativa como esta, que Richard Bassett recoge de Charles-Maurice de Talleyrand, experto en cambiarse de chaqueta (y de sotana) en el momento apropiado, cuando el único enemigo natural que han tenido los franceses a lo largo de su historia como nación han sido los alemanes, quienes, a su vez, han estado desunidos y en constantes luchas internas desde la caída del Imperio romano hasta que los prusianos acabaran con dicha situación entre 1860 y 1870. Y muy posiblemente si el pintoresco Charles-Maurice hubiera sabido lo que se le vendría encima a Francia en ese último año de 1870 (no digamos ya de lo que se les vendría en 1914 y 1940 de aquella parte del Mosela), se habría ahorrado esas petulantes palabras. Sigue leyendo

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