Revista de actualidad, cultura y pensamiento

UserImg Etiquetas

desigualdad

La desigualdad duele

En Cultura política/Pensamiento por

Todos estaremos de acuerdo en que la desigualdad forma parte de la naturaleza social del hombre. A lo largo de la historia ha habido en todas las civilizaciones condiciones de desigualdad, ya sea por esclavitud, castas, estamentos o clases sociales. Ya lo dijeron Rousseau o Tocqueville. Parece que aunque seamos libres e iguales por naturaleza, incluso buenos, estamos avocados a sumirnos en esas diferencias sociales que rechazamos profundamente y que, sin embargo, chocan continuamente con nuestro deseo de diferenciarnos, de autoafirmarnos, de ser otro diferente de ese uno que tengo delante.

Sigue leyendo

El mensaje del Rey. Así son las cosas

En España por

Tiene que ser complicado ponerse a la tarea con la seguridad de que digas lo que digas te van a llover las críticas.

Don Felipe cumplía, este sábado, la tradición de pronunciar el Mensaje de Nochebuena, el tercero que hacía desde su llegada al trono. Y tenía más o menos claro que dijese lo que dijese iba a dejar descontentos a unos cuantos. Sigue leyendo

Algunas consideraciones inapropiadas

En Cultura política/España/Pensamiento por

¿Por qué el debate público se encuentra intelectualmente cosificado?

Desigualdad, paro, pobreza, empleo, bienestar… han terminado funcionando como cifras terminológicas de datos estadísticos que trasladan un significado unívoco y cerrado sobre la realidad social.

No son palabras discutidas intelectualmente, problematizadas en tanto nombran una experiencia moral compleja y, por ello, por estar vinculadas con los casos concretos de personas singulares, poseen muchas caras y ofrecen amplias posibilidades de interpretación. Al contrario, esas palabras operan como bloques sin fisuras, estructuras simbólicas cuyo sustrato estadístico las transforma en torres inalcanzables para cualquier tentativa de comprensión moral de lo que representan. Sigue leyendo

La banalidad de nuestro mal (II): Convivir con lo invisible

En Economía/Pensamiento por

IMPORTADO POR

EL CORTE INGLÉS S.A.

Hermosilla, 112

28009 MADRID-ESPAÑA

Me explico: He hecho el trabajo de quitarme la camisa y rebuscar en ella en busca de algún tipo de información. Además de lo ya señalado, he podido averiguar que está hecha completamente de algodón y que si la lavo a más de 40 grados centígrados probablemente el resto de mi colada se vuelva color de rosa.

(viene de un artículo anterior: ‘La banalidad de nuestro mal‘)

En nuestras dinámicas de compra los productos simplemente están ahí, no hace falta que nos preguntemos ni por qué ni cómo. En una sola estantería de un país moderno podemos elegir entre una veintena de variedades distintas del mismo bien, muchas de las cuales se fabrican a centenares o miles de kilómetros de distancia. Los instrumentos de estudio de mercado permiten al productor danés darse cuenta de que si traslada parte de sus cajas de galletas de mantequilla a la otra esquina del continente obtendrá beneficios de forma más eficiente que si reduce su ámbito de negocio al mercado local.

Hasta ahí, parece que todo es correcto: el mercado es capaz de movilizar la actividad económica allí donde el mercado permite detectar una bolsa de necesidad (una demanda) susceptible de ser cubierta de forma que tanto productor como consumidor obtengan un beneficio.

Ahora bien, este tipo de análisis, que es el que habitualmente se realiza a la hora de valorar la conveniencia o no de una decisión comercial (tanto de compra como de venta, en términos de coste de oportunidad) no da razón de la realidad de la actividad económica. Es únicamente un análisis relacional, un marco cerrado que limita la perspectiva al intercambio entre dos o varias voluntades, dentro del cual no entran –ni deberían entrar, a juicio de algunos– todos aquellos factores que inevitablemente forman parte de la realidad del producto. A estos factores los he llamado “lo invisible”. Sigue leyendo

España es Cayetana (unos más que otros)

En España por

 

 

 

Nuestras vidas son los ríos que van a para a la mar, allí van los señoríos…” (Jorge Manrique, siglo XV)

 

En España hay quien llora estos días la muerte Cayetana Fitz-James Stuart, la duquesa de Alba, fallecida este martes por una infección pulmonar. También hay, como suele ser corriente en esta nuestra España, quien aprovecha el ‘trending topic’ de las redes sociales para vertir en ellas y tratar de contagiar sus reivindicaciones y su odio, aunque sea a costa de los muertos.

Lo cierto es que no me resulta extraño que haya a quien le moleste la supervivencia de ciertas formas de aristocracia, que sin duda son vestigios de un sistema que, gracias a Dios, no tiene ya lugar en España. No es que tenga nada en contra de los aristócratas, que con toda seguridad son muy majos, pero considero un orgullo poder disfrutar o sufrir –según el día– un sistema democrático.

El matrimonio Democracia-Estado del Bienestar nos prometió en su día construir una sociedad en la que todo hombre y mujer fueran vistos como iguales ante la ley y depositarios de idénticos derechos y, a la vez, avanzar hacia un sistema que garantizase que todo el mundo pudiese disfrutar de los servicios básicos y las oportunidades necesarias para desarrollarse en condiciones de libertad.

Esa, claro está, era solamente la promesa. Lo cierto es que tanto los últimos derroteros de la política española, como los orígenes del actual régimen, son testigos de que democracia y Estado del Bienestar son los únicos inocentes en el actual régimen de desigualdad y frustración que azota el país.

El ‘café para todos’ fue la claudicación primera que cercenó la posibilidad de que se cumpliera la utopía democrática. Los españoles –a menudo los mismos que derraman su bilis sobre el nombre de la difunta– somos los primeros reacios a renunciar a nuestra “diferencia” particular, a nuestros “derechos” históricos, que no son otra cosa que privilegios del mismo orden que los de la duquesa. En el fondo, todos somos un poco Cayetana.

Así, desde lo más amplio hasta lo más particular, encontramos que el “autonomismo” (por llamarlo de algún modo) ha derivado en fueros y fiscalidad propia para unos, amplios estatutos de autonomía para otros, o reivindicaciones nacionalistas en regiones que, a falta de historia que sustente sus propios privilegios, hacen dela “cultureta” popular –o el paletismo, según se mire– un signo de identidad diferenciador.

Si bajamos a lo más tangible, el puñado de kilómetros que separan a los pueblos y ciudades de unas comunidades autónomas, de los de otras, determinan el presupuesto que reciben las escuelas de ambas, los servicios a que tiene derecho quien acude a un hospital o las ayudas que recibe para atender a sus mayores.

Todo ello, debido a un sistema que invita a la diferenciación de sus ciudadanos (¿cuántas comunidades autónomas tienen un origen histórico seriamente fundamentado? ¿No son los privilegios de las regiones históricas propios del Antiguo Régimen?) y pone al servicio de la diferencia los derechos más básicos de la población, convirtiéndolos así en privilegios o desventajas, en función de cuál sea el terruño al que halla ido a echar raíces cada uno.

Igualdad, sí. Pero igualdad para todos.

Ir al inicio