Revista de actualidad, cultura y pensamiento

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Crítica - page 2

La versión hardcore de Don Draper se llama Ray Donovan

En Series por

No sé si un fan de Mad Men se encontrará a gusto con la familia Donovan. Los Donovan de Boston no tienen nada de la elegancia y seducción de los despachos de Steerling Cooper. Lo suyo es la picaresca de los bajos fondos, el trapicheo, el boxeo, la droga y la fidelidad salvaje de la manada.

La serie que tiene a Don Draper como protagonista es, como la llama un buen amigo “un culebrón de lujo”, mientras que la segunda es un policial al revés, un drama criminal pasado por el tamiz del realismo sucio. Ray Donovan es el tercero de una familia de origen irlandés (cómo no, son de Boston) que se dedica a resolver los enredos de la clase alta, ¡qué digo!, de ese colectivo semidivino que integran los ricos y famosos. Un Sr. Lobo de la farándula de Los Ángeles. Sigue leyendo

The Newsroom (II): el periodista y el Quijote

En Columnas/Dialogical Creativity/Periodismo por

Quiero compartir contigo otro fragmento de la serie The Newsroom, de Aaron Sorkin. Los protagonistas MacKenzie McHale y Will McAvoy discuten si es posible (rentable) el buen Periodismo en una televisión privada en abierto (financiada con publicidad).

Mac representa el idealismo, hasta el punto de erigirse como Quijote, aunque ofrece un dato interesante: cree que un buen programa de noticias puede alcanzar el cinco por ciento de la audiencia. “El cinco por ciento de algo -dice- es lo que marca la diferencia en este país”. El argumento no es inocente: son siempre pequeñas comunidades creativas las que cambian el rumbo de la historia (Arnold Toynbee). La pregunta para Mac es: ¿Es rentable producir el programa con el que ella sueña? No sólo por la audiencia, sino por el coste de contar con los mejores profesionales. Sigue leyendo

The Newsroom (I), una lección de periodismo

En Dialogical Creativity/Periodismo por

Aaron Sorkin es uno de esos creadores exagerados y, por eso, aunque merece toda mi confianza, he esperado tres capítulos para decir con rotundidad y en titular una intuición que deseaba que fuera cierta: The Newsroom merece ser considerada como un material de referencia para el aprendizaje de la teoría y la práctica del Periodismo en las universidades. Si el primer capítulo planteaba con firmeza los ideales del gran periodismo anglosajón, el segundo se volcaba en los cómos y el tercero muestra con radical crudeza un antiguo dilema que tal vez no sea tal: o buen periodismo o rentabilidad.

También desearía que fuera -como ha ocurrido con otras series y profesiones- un despertador de la vocación dormida de muchos jóvenes, que sólo necesitaba para despertarse -como todas las vocaciones- un ejemplo concreto de que algo así existe y merece la pena luchar por ello. No importa estar a favor o en contra de las tesis sobre el periodismo (o la política) que se defienden en la serie. Eso puede discutirse. Lo importante es que por lo general se plantean con la altura moral e intelectual como para poder discutir en serio. Sigue leyendo

Firewatch, el incendio de la duda

En Democultura/Videojuegos por

El incendio de la duda solo se puede extinguir con el agua de la verdad. Saber quiénes somos es el mayor de los misterios.

De niño, hubo un tiempo en el que quería ser guardabosques y caminar calmada y sobriamente entre árboles y riachuelos hasta el alba y dormir en la intemperie, como en las películas clásicas de vaqueros que tanto le gustan a mi padre, supongo que todo se pega.

Refugiarse en la soledad es muy tentador cuando el dolor y la inconformidad repentinamente se instalan en nuestra vida, por eso, como si se tratara de una grata sombra huimos del calcinante sol del miedo, cuya omnipresente luz revela la verdad de lo que somos. La soledad da sombra al molesto calor de afrontar las responsabilidades de nuestros actos, que indudablemente nos definen. En esa tesitura se encuentra el protagonista en Firewatch, un videojuego focalizado fundamentalmente en una narrativa íntima y absorbente. Sigue leyendo

El dilema de Ned Stark: Game of Thrones y la moral

En Democultura/Pensamiento/Series por

Robert, I beg of you,” Ned pleaded, “hear what you are saying. You are talking of murdering a child.”

El rey, Robert Baratheon, está reunido con su consejo. Les ha llegado noticia de que Daenerys, la última superviviente de la destronada y exiliada dinastía de los Targaryens, se ha casado y está esperando un niño. Sigue leyendo

Mística y fútbol: contra Jorge Bustos y la cucaracha resentida

En Cuero por

La polémica me pierde, me arrastra magnéticamente allí donde aparece. Hoy quiero zanjar una polémica nacida en Democresía y tal vez, con algo de suerte, generar otra. Los actores de esta lucha de titanes incluyen a un reputado guionista cinematográfico (he visto todas sus películas), un encumbrado periodista gestado en las cumbres de la filología (fue introducido en la polémica a pesar suyo y sin saberlo) y un personaje en proceso de devenir bicho. Además, tres lectores han querido intervenir con mayor o menor arrojo ¿Qué ha ocurrido? Sigue leyendo

The River Tour: odisea por una ilusión

En Democultura por

Es un cabrero de Nebraska que colapsa la capital de España“. Así han denominado a Bruce Springsteen en algunos medios de comunicación, después del éxito arrollador de su paso por la Península en la gira The River Tour. Pero, ¿es eso cierto? La verdad que la envidia es gratuita.

El pasado 21 de mayo asistimos 55.000 personas al estadio Santiago Bernabéu para vivir uno de los conciertos más esperados de la gira. Bruce Springsteen no venía solo, le acompañaba The E Street Band, un grupo musical estadounidense de rock conocido por su trabajo con el artista desde su debut en 1973 con Greetings from Asbury Park, N.J. y sus colaboraciones con otros músicos como: Bob Dylan, Neil Young, David Bowie o Carlos Santana, entre otros.

El pasado Bruce Frederick Joseph Springsteen, más conocido como Bruce Springsteen llegaba a Madrid junto a The E Street Band para dar su 44º concierto en España dentro del el tour internacional.

Esta locura capaz de colapsar las calles cercanas al estadio madridista comenzaba el 3 de octubre de 1980 con la gira original The river Tour, con la que dieron 140 conciertos memorables con una única receta: un gran directo y una puesta en escena incansable. La misma que sigue hoy acompañando al Boss en cada una de sus giras y con la que pisó por primera vez España.

Desde entonces, ha vuelto un total de cuarenta y cuatro veces haciendo en cada una de sus apariciones nuevos seguidores que, cada vez que anuncia una nueva visita a España, se lanzan a una nueva Odisea para poder disfrutar la ilusión del rock.

 

Imposible procesar tu petición

La aventura que tuvimos que vivir esta vez comenzó el 8 de marzo a las diez de la mañana, cuando se abría la veda para adquirir la entrada. Menos de tres horas después las páginas de venta de entradas colgaban el cartel de “Agotado”.

La única forma de conseguirlas era por internet, con precios que oscilaban entre los 65 y los 115 euros. Springsteen actuaría también en Barcelona y en San Sebastián, sólo tres conciertos en España que hicieron desatar la locura entre sus seguidores. La frase “Imposible procesar tu petición (superado el número máximo de usuarios en cola)” fue el mensaje que, apenas cinco minutos después de las diez de la mañana, encontraba quien buscaba entradas para el concierto de Bruce Springsteen en Madrid. Solo el que perseveró pudo disfrutar de la gira del Boss con su The E StreetBand.

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El Ilusionista

Antes de la televisión y el cine, los magos eran las grandes figuras del entretenimiento, las estrellas del rock de su época. Springsteen y la E Street Band son ahora los grandes ilusionistas del espectáculo, capaces de brillar por sí solos sobre el escenario sin adulterarlo con los grandes avances tecnológicos.

Bruce encandiló al público con su fastuosa maquinaria de Rock & roll. El concierto del Boss fue puro “ilusionismo musical”, zambullirse de lleno en un mundo de rock que te fascina. El eje del concierto es el disco de la gira. En cada silencio, antes de una canción, los espectadores tratan de contener la respiración con los primeros acordes que van apareciendo. Después de cada canción, la obstinación de los espectadores es conocer la próxima y superar el éxtasis que han vivido.

La E Street Band y Bruce Springsteen suman el tandem perfecto, compensando con sus respectivos talentos las carencias del otro. Representan las dos caras de un mago: la habilidad de artista y la banda consiste en crear ilusión -el acto mágico en sí mismo-, mientras se acepta el sacrificio necesario para producirla. Ellos saben que son el maestro del espectáculo que tiene que vender un truco a la audiencia. Bruce y su banda buscan la reacción de la audiencia a la ilusión signo inefable de que algo trascendente ha ocurrido, de que la ilusión ha generado la experiencia de lo genuinamente nuevo. La relación que se establece entre ambos, cantante y banda, no es la de dos competidores en busca de un mismo objetivo, es la mezcla capaz de concebir la magia del espectáculo. Tanto uno como otro hacen un énfasis en el espectáculo con una habilidad en la que se aprecia el poder creativo, mientras saben que no pueden rechazar el sacrificio que requiere el arte musical.

A pesar de las críticas que ha recibido hacia su gira europea por no ser fiel al álbum The river, cuando vives el concierto en primera persona te das cuenta de cómo la magia está todo el tiempo  en el ambiente porque los magos saben escuchar al público. Es común en los conciertos del Boss que la gente lleve pancartas con sus canciones favoritas, Bruce está atento a los deseos de su público y va cambiando el repertorio a medida que crea la magia.

Después de tres horas y media de concierto sin descanso, el estadio ve salir a su héroe con guitarra en mano. A medida que se desaloja el campo se escuchan las primeras impresiones, un grupo de “Odiseos” veteranos muestran su satisfacción por haber conseguido ver al Boss otra vez: la conclusión que sacan del último viaje a Itaca es que Bruce Springsteen “es como el buen vino, mejora con el tiempo”. Y es que los verdaderos magos son aquellos que tienen canas por la experticia de buscar la ilusión en el rostro de la gente.

 

 

 

La absurda levedad del ser (madridista)

En Cuero por

El Real Madrid es una trampa mortal para el hombre, un veneno para la inteligencia y una muerte para el espíritu. Conozco media docena de personas con buenas dotes intelectuales que comulgan con la estupidez y sinrazón cuando se trata de justificar su afiliación al Real Madrid. Uno de ellos hasta me ha querido convencer, a partir de una deducción bíblica, que el mismísimo Dios es forofo del Madrid.

Como conozco un poco la Sagrada Escritura, me di el lujo de rasgarme las vestiduras y relatarle el pasaje de David y Goliat. ¿El Madrid es el débil de la historia o el gigante y seboso capitalista afanoso por estamparlo todo con su pie de oro?

Recuerdo todavía mi experiencia burguesa en el Bernabéu. Un madridista me invitó a presenciar la repugnante farsa de las gradas piperas. Sentaditos en nuestros blandos culos, escupiendo cáscaras de pipas mal escarbadas, “contemplamos”. ¿Quién en su sano juicio va a “contemplar” a un estadio de fútbol? El único elemento propio del escenario futbolístico eran los insultos. Pero ¡ojo! No se trataba de insultos al árbitro, ni al rival, ni a los jugadores del equipo contrario. Se trataba de escupir hacia arriba para que nos caiga en toda la cara. Insultar a los propios, pedir la expulsión del técnico o los jugadores. Qué decir si el equipo va perdiendo… Uno se levanta de la silla y se marcha amargado aún cuando quedan diez o quince minutos de juego.

Ser del Real Madrid contradice todo el sentido del concepto “aficionado”. Y lo peor son las victorias. ¿De qué se alegra un madridista? ¿De que su equipo tiene pasta? Porque lo que es alegrarse de un surgimiento heroico de las cenizas, o de una victoria esforzada en contra de todas las predicciones… eso el madridista jamás lo conocerá. No conocerá la proeza davídica del equipo pequeño, ni la fidelidad inamovible del aficionado auténtico.

Necesito un madridista que me explique, si esto es posible, por qué carajo es del Madrid.

¿Firefly o Battlestar? Aventura y epopeya más allá del firmamento

En Democultura/Series por

Firefly y Battlestar Galáctica son dos series de TV, ¿o son dos naves espaciales? Firefly (Serenity) es una nave de carga, usada principalmente para el noble arte del contrabando. Galáctica es un crucero militar, una estrella de combate, el último bastión de una civilización acorralada y a punto de extinguirse. Ambas huyen. Ambas surcan el espacio infinito. Ambas explotan lo mejor de su género: la aventura y la epopeya. Sigue leyendo

Daredevil: los demonios de Matt Murdock

En Democultura/Series por

Si en la primera temporada del Daredevil de Netflix asistimos al nacimiento de un héroe, la segunda resulta en una intensificación de los conflictos ya sugeridos en el comienzo: hay algo que no le permite a Matt Murdock sumergirse ebrio de entusiasmo en la bacanal de los héroes del barrio neoyorquino de Hell´s Kitchen. [Este artículo contiene spoilers] En el fondo de la historia, detrás de la trama, presenciamos la colisión de dos mundos espirituales irreconciliables. Una colisión que ya se presentía en el piloto de la Serie, en aquella sugerente escena del Confesionario:

–Matt: No busco perdón por lo que hice, padre, pido perdón por lo que estoy por hacer

–Padre Lantom: No funciona así Sigue leyendo

Deadpool te la ha metido doblada

En Cine/Democultura por

Ya se está marchando de nuestras pantallas el sinvergüenza de Marvel, el mercenario bocazas. El que se quedaba fuera de las fiestas de la Mansión X por estar en casa; provocándose en la soledad de su alcoba la petite mort con un unicornio en miniatura. Este es, ha sido y será Deadpool, el alter ego de Wade Wilson; un antiguo soldado de las fuerzas especiales -reconvertido en caza recompensas- que para superar un cáncer terminal se somete a un experimento  que le hará mutar hasta alcanzar la total inmunidad a cuchilladas, balazos y desmembramientos varios. Sigue leyendo

Exceso de baba

En Periodismo por

“Exceso de baba” es la gráfica expresión que utilizó una cronista política para describir el trato que algunos medios de comunicación y muchos periodistas dan a los políticos. Lo hizo durante uno de los Laboratorios de Periodismo organizados en los últimos tiempos por la Asociación de la Prensa de Madrid, en este caso sobre el periodismo político. Esta adulación es una de las causas que impide recuperar la credibilidad que tuvo el periodismo en la sociedad. Y esa recuperación, como se puso de relieve en dicha reunión, solo puede lograrse con ética, honestidad, alejamiento de las fuentes y cura de humildad. Quizás con esta receta se consiga no sucumbir a las imposiciones del poder político. Sigue leyendo

Querida Alicia (en cualquier país, sea o no de maravillas)

En Cultura política/Pensamiento por

Iba a comenzar con un “a los melómanos nos suele ocurrir que…”, pero no seamos exclusivistas. Se trata de una experiencia bastante común. Recuperamos una canción de hace tiempo. No la hemos escuchado en años. Y, al oírla de nuevo, no sólo recordamos la letra (o parte de ella) sino que revivimos sensaciones. La canción sigue siendo la misma, pero nosotros no, por lo que —en algún sentido— podemos paladearla con cierta virginidad y, si se quiere, reapropiárnosla de un modo más cabal.

Me ha ocurrido recientemente con el disco I’m Not Dead (2006), de la cantante norteamericana Pink (de nacimiento, Alecia Beth More). Mi terreno natural es el rock moderno, pero no me cuesta admitir que sigo a Pink desde aquel Missundaztood (2001) donde encajaba temazos gracias a su voz y al talento letrista de Linda Perry. Realmente, el interés melómano de escuchar los compactos de Pink tiene más que ver con la lista de compositores y productores que incorpora para cada entrega, pues son de lo mejorcito de la industria. Para I’m Not Dead —y para sus dos siguientes álbumes— el fichaje que hizo que escuchara el disco con atención fue Butch Walker, el prestigioso cantautor y productor que ha hecho de todo y con todo el mundo. Sigue leyendo

Gógol y la corrupción política

En Democultura/Literatura por

Soy un escritor, y el deber de un escritor no es únicamente proporcionar un pasatiempo placentero al intelecto y al gusto; será castigado severamente si de sus obras no se difunde algún tipo de beneficio para el espíritu y si no hay en él alguna lección para la humanidad“. De una carta de Gógol a un amigo.

Nace en 1809 Nikolái Gógol, un diminuto ucraniano de ascendencia polaca, en el seno de un Imperio Ruso a punto de ser invadido por las hordas imperialistas de Napoleón. Surgía un cacho de carne de tres kilos que llegaría a eclipsar al sol con su opaca y mordaz baba; un sol que paría, ayer allí como hoy aquí, una estructura social de sangüijuelas y leones del diablo. Sigue leyendo

‘Yo, él y Raquel’

En Cine/Democultura por

Ardilla voladora con gorro naranja traba amistad con mamut subhumano y cautiva a sundance

 

Me estoy haciendo amigo de ir al cine solo. Y el miércoles fui a ver ‘Yo, él y Raquel’.

Hablemos primero de los miércoles. Suelen ser un día duro, de esos con olor de pies y todo. Vienes cansado, con una pelota de los últimos torneos de Nadal en la cabeza y deseas que te cuenten una historia que te saque de ti cuando la buena nueva está demasiado lejos, al tenue calor de una bombilla roja.

A diferencia del bueno de Ignatius Reilly  en ‘La conjura de los necios’, huyo de la chiquería para no tener que lanzarles improperios frente a la pantalla y por eso trato de buscar las últimas sesiones del día del espectador. No soporto la luciérnaga permanentemente entre las manos que a duras penas se tranquiliza a lo largo de la película. Apuran hasta el final para sacar un último selfie, a oscuras, con el restaurante Casa Jorge de fondo… Sigue leyendo

Y Luis Tosar lo vuelve a hacer (‘El Desconocido’)

En Cine/Democultura por

Explosiva, sugerente, con  destacadas actuaciones y un pequeño tick pretencioso. Así dibujamos la ópera prima de Dani de la Torre con “El Desconocido”.

Un film ambientado en la siempre nublada y hermosa A Coruña donde Carlos, director de una sucursal bancaria y esposo en horas bajas, recibe varias llamadas de un “psicópata” que dice lo siguiente: “No te levantes del asiento. Tus hijos tampoco. Ingrésame 467.000 euros en la siguiente cuenta. Si no lo haces, hago volar el coche por los aires”. Sigue leyendo

El Padre Jorge: buen material para catequistas

En Cine/Democultura por

Con menos revuelo del esperado para el público cinéfilo, llegó hace unas semanas a España la película “Francisco, el padre Jorge”.

Una co-producción hispano argentina (si me permiten la maldad incluiría algún vaticanista de más en la elaboración del guion) protagonizada por Darío Grandinetti  (Relatos Salvajes) y  Silvia Abascal (El Lobo).

Durante la película recorremos dos historias que se van entrelazando. La del Padre Jorge Bergoglio, actual Papa Francisco. De sus primeros escarceos amorosos, sus partidas de billar en el boliche, su vocación y su trayectoria iluminada a raíz del estudio y vivencia de San Francisco, San Ignacio de Loyola, y las alegrías y penurias de las villas de Buenos Aires. Por otro lado, una joven periodista agnóstica que en un momento complicado de su vida es mandada a Roma para cubrir el cónclave de 2005. Desde entonces, hasta su elección, ambos personajes van componiendo su vida conforme a la realidad de los hechos. Él, que no puede eludir la responsabilidad de ser el escogido por el “Espíritu Santo”, y la periodista cuyas entrañas le llaman a trascender. Sigue leyendo

La objetividad de la obra de arte

En Democultura por

Democultura da a luz a su madre y te enseña cómo invertir tu tiempo

Esta película, para mí, es una obra maestra”.

Esta frase, esquiva de cines de verano, al llegar el manto de castañas coge fuerza entre naifs, brights y kookers (me he inventado esto último. Perdón).

Recuerdo el frío que hacía aquella noche, cuando subiendo por la Calle Princesa intentaba encajar La vida de Adele, hace ya, entre mis prejuicios, mis lagunas y mis sueños más bizarros.

Ver dos mujeres buscándose la una a la otra donde cae el mundo con tanto ahínco durante ocho minutos de reloj fue una penetración visual violentísima a todos los espectadores de aquella noche en los cines Renoir.

Meses más tarde, leyendo a Manuel de Lorenzo en Jot Down sobre la genialidad/despropósito de Lou Reed con sus treinta minutos de parto en Metal Machine Music  y la  hoja, literal, que le tocó comerse a secas  a precio de oro en un amago de tres estrellas Michelín, me devolvió a mí ya perturbado presente a esas preciosidades aporreándose las perlas. Sigue leyendo

Las obsesiones de Edvard Munch

En Democultura por

Después de treinta años, Munch, regresa a Madrid de la mano de Paloma Alarcó, comisaria de la exposición que se inauguró la semana pasada en el Museo Thyssen de Madrid

El pintor noruego dejó un gran legado con más de 1.800 óleos y 10.000 grabados entre los destaca sobrenaturalmente la fama de ‘El Grito’, hasta el punto de hacerle sombra al resto de su obra.

Está exposición que permanecerá en Madrid hasta el 17 de enero, acoge ochenta obras del artista que se reparten entre las nueve salas distribuidas por algunos de los temas que obsesionaron al hombre contemporáneo.

Munch es considerado uno de los padres de la pintura moderna junto a Cézanne, Gauguin o Van Gogh. Sus pinturas van más allá de ser simples pinceladas que representan algo de la realidad. Como bien decía él: “Lo que hay que sacar a la luz es el ser humano, la vida. No la naturaleza muerta”. Sigue leyendo

The Shield: una garantía para paladares exquisitos

En Democultura/Series por

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El género policial es tal vez el género más recurrido en el mundo de la ficción televisiva. Digámoslo sin miedo: las series policiales son una plaga, se reproducen como conejos clonados, repiten esquemas y la mayor de las veces no proponen nada.

Series facilonas, maniqueas y de superficie. Pero también se da el otro extremo, y algunas maravillas como True Detective o The Wire consiguen elevar el género a su mejor versión. Quisiera hablar hoy de una auténtica joya, que acaso ha pasado algo desapercibida para el gran público. The Shield, de Shawn Ryan.

He aquí algunas razones de por qué hay que incluir esta serie entre las mejores de aquello que algunos llaman la 3ª Edad de Oro de la televisión.

Romper el molde, expandir los límites

Dentro del género policial, se suele caer en un abuso: cada capítulo repite un esquema o molde, que consiste en una partida de cuatro cartas: crimen, sospechosos, genio policial y resolución del caso cuyo broche de oro lo da la confesión.

La policía de Farmington sabe bailar al compás de esta melodía, claro que sí. Pero se sale de la pista en el piloto y ya no danza según las reglas en las siete temporadas que dura la canción. Juega con todos los elementos del género, quiere abarcarlo todo: el patrullero de a pie que se enfrenta con los borrachos cotidianos, los robos ínfimos, las quejas de los vecinos. El detective, que resuelve los casos difíciles, auténtico player del género, aquél que combina la observación deductiva y la intuición-olfato-corazonada… Y el plato fuerte de la serie: Vic Mackey y su strike-team, que nos abren la puerta al mundo del crimen organizado, la pandilla y la violencia callejera, pero sobre todo a la racionalidad efectiva del delito, aquella que le da sentido al ser policial, su contrario dialéctico.

Crímenes pasionales, crímenes irracionales (el asesino en serie), pequeños pecados de lo legal, vale. Pero lo que de verdad le da consistencia al ser policial, es el delito pensado y organizado, en su estrato más bajo –la pandilla –o superior –la política –, es decir, el delito sistemático, aquél capaz de producir riqueza y ejercitar el poder al margen de la ley y contra la convivencia.

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El pulso

En The Shield la adrenalina no alcanza su más alta dosis en el tiroteo o en la persecución trepidante, sino en la dinámica inquisidora. Ésta atraviesa toda la serie, desde el final del primer capítulo, con Vic Mackey de un lado, y Aceveda, Claudette o Kavanaugh en la silla de enfrente. Pero también se da fuera de la trama general, repitiendo la fórmula básica de cuatro cartas por capítulo, con una nota diferencial: el peso está concentrado en la confesión.

Toda confesión arrancada constituye una epifanía y supone una concesión al espectador al darle ocasión de ver lo que no se ve, lo impenetrable de la conciencia culpable. A veces se trata de confesiones mínimas, excusas de relleno, pero otras veces somos testigos de la insoportable tensión de una cuerda que no acaba de romperse sino tras un titánico esfuerzo del genio policial, que combina el conocimiento de la psique humana con técnicas sofisticadas de manipulación.

Hay momentos, a lo largo de la serie, que alcanzan la cumbre del género, su apogeo, a la altura del genio literario que puso las bases del interrogatorio policial y la confesión, me refiero a Dostoievski y la paradigmática e insuperable cuerda tensada entre Raskolnikov y Porfiri en Crimen y Castigo.

Así, Dutch y Claudette se enfrentarán a contrarios que los superan en varios niveles, que se salen de los parámetros psicológicos tipo; el espectador será testigo del esfuerzo sobrehumano del detective en una carrera que terminará en el colapso, a veces incluso de ambos, interrogador e interrogado. El acierto de The Shield es, a este respecto, la paciencia sutil: para conseguir el mayor efecto de la fórmula, la restringen a casos contados, poco más que un par de ellos en las siete temporadas. El día a día de la sala de interrogatorios no se sale de los parámetros de la normalidad, de la confesión arrancada sin mucha dificultad.

De ahí que los contados casos de criminales fríos, calculadores e intelectualmente superiores, consigan un efecto tan explosivo. Dan pie a la pregunta por la irracionalidad del mal y su sentido, su inquietante poder; todo ello custodiado por la lógica perfecta de una mente puesta a su servicio.

vic mackeyOtro pulso distinto es el que mantiene Vic Mackey con sus oponentes: se trata de ver quien es capaz del mayor exceso. Cada vez que un matón, capo o jefe criminal le hace frente, Vic Mackey reacciona con una fuerza de empuje igual o superior. El choque es colosal, y el resultado es la supervivencia de la manada. Astucia y violencia al servicio de la demostración de poder. Entramos en el imperio de la bestia astuta.

La contraposición entre el modus operandi de Mackey desbocado en lo legal y los detectives civilizados puede tentarnos con un maniqueísmo fácil. Nada de eso. La manipulación psicológica de Dutch, resulta a veces tan cosificadora y denigrante como las tácticas de Vic para conseguir la supervivencia. Puede parecer que Dutch es el peso moral en la balanza, y esto porque se mantiene en los márgenes de la legalidad. Pero esto es falso.

Precisamente, The Shield propone lo contrario: se trata de cuestionar seriamente la identidad entre lo moral y lo legal. A veces se actúa fuera de lo legal con propósitos morales (moral de tribu, de manada en el caso de Mackey), a veces se utiliza la legalidad para encubrir acciones inmorales (el afán de dominio, de autosatisfacción y auto-justificación dentro de la sala de interrogatorios en el caso de Dutch). The Shield prefiere la ambigüedad, la comunicación indirecta, y deja que sea el espectador quien saque sus conclusiones en cada caso.

La justicia retributiva

Otro de los grandes temas. ¿Por qué  un policía corrupto, violento y sin escrúpulos puede seducir tanto al espectador? Sabemos por qué sus compañeros lo protegen, y la cuadrilla de Farmington lo reclama como un padre… Parte de la estrategia de Mackey es aupar a los suyos, generar en ellos un sentimiento filial. Pero esta estrategia es sincera: Vic es un egoísta, pero su egoísmo es de grupo, lo que lo lleva a desarrollar un celo propio de una madre con sus crías, que le responden con fidelidad ciega.

Esto no quita que, cuando una cría se convierte en una amenaza interna, la madre se ocupe personalmente de apartarla. Pero la razón de esta simpatía no hay que buscarla en las “virtudes” de Mackey. Esa simpatía está dada a mi modo de ver, por dos motivos principales: el precio que estamos dispuestos a pagar por el sentimiento de seguridad y el goce homicida amparado en la justicia retributiva.

Ante las poderosas amenazas de la violencia criminal, nada como tener un Vic Mackey a mano. Ya sea para sacarle información valiosa a un pedófilo hermético como para pararle los pies a un asesino a sueldo psicópata o cerrarle el garito a un extorsionista profesional.

El segundo motivo de esta extraña empatía puede estar en el goce que nos provoca el castigo del injusto. Para esto remito a René Girard y su teoría de la mímesis y la violencia. Sólo señalar que The Shield enseña los límites de la justicia retributiva, el peligro de utilizarla como criterio último, su, en último término, sin-sentido cuando sirve de base absoluta para justificar nuestro comportamiento y en definitiva, nuestra vida.

La justicia retributiva (en su lado negativo implica castigar con toda la dureza al que se “lo merece”) es el principio que el strike-team esgrime para justificarse, el lema que acompaña todos sus excesos y también es el principio inconsciente de la mayor parte de la policía de Farmington, y por qué no, también del espectador: la lógica de los merecimientos.

La insuficiencia de esta lógica –algo magistralmente revelado en la otra serie policial de altura, The Wire –queda señalada en la permanencia inmutable del crimen sistemático, donde no se dan cambios más que accidentales, y el vacío de poder es ocupado automáticamente por un nuevo jugador. Por ello, y porque, en definitiva, la violencia reactiva es un mecanismo que no detiene sino más bien moviliza aún más la cadena infinita de violencia.

Muchos más aciertos podríamos señalar de esta magnífica serie, muchas sub-tramas enriquecedoras –el policía homosexual cristiano, la carrera política, las miserias y fortalezas de grandes personajes secundarios –pero lo dejamos aquí.

Que sirvan estas líneas como excusa para animarse a disfrutar de una experiencia estética y narrativa que no defraudará.

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