Queremos votar
En 1936, durante el régimen la Segunda República, el Ateneo de Madrid se erigió en juez supremo para decidir –democráticamente, por supuesto– la existencia o inexistencia de Dios. Todo un hito de la historia de la democracia y de la estupidez humana.
Desconozco si la pretensión de los que aquel día ejercieron tal acto de soberanía particular –el voto– esperaban que su decisión se hiciera extensiva al conjunto de la Humanidad, a la nación española o simplemente encontraron en el voto una herramienta adecuada para solventar sus discusiones de puro y salón. Parece claro que ni la Humanidad, ni España, ni Dios se tomaron muy en serio el resultado. Sigue leyendo