Nunca fue buena idea tomar decisiones importantes cuando uno ha bebido algo más de la cuenta, al igual que tampoco lo es compartir las propias intimidades con los compañeros de borrachera o atender a sus consejos. Todo el que acostumbre a salir de vez en cuando por las noches a divertirse un rato (quizá los que solían hacerlo lo recuerden también) sabe que, a esas horas, todos los gatos son pardos; los amigos, íntimos; los enemigos, antagónicos y las reflexiones, grandilocuentes y poderosamente atractivas.
Ocurre que, de vez en cuando, en esos momentos de euforia o depresión, alguien decide que es el momento de arreglar las cosas con su anterior pareja llamándole –borracho– a altas horas de la madrugada, llega a la conclusión de que es hora de someterse a un cambio de ‘look’, o comete la estupidez de demostrar que es capaz de saltar de un balcón a otro. Sigue leyendo