Es un hecho que el entorno de nuestras vidas, el medioambiente, lo que de una manera simplificada podemos llamar naturaleza no humana se percibe hoy en día en su plena objetividad. Cada vez estamos más concienciados con el medioambiente, con las amenazas que se ciernen sobre él: calentamiento global, deforestación y desertización, contaminación de las ciudades y los océanos, etcétera. La naturaleza, en este sentido no humano, externo, medioambiental, existe como una realidad innegable, como un límite ecológico que, sin embargo, transgredimos a diario, desde el gesto cotidiano de tirar toallitas húmedas por el retrete o seguir utilizando bolsas de plástico en nuestras compras hasta las grandes expoliaciones de la fauna y la flora realizadas según la lógica neoliberal de un capitalismo salvaje.
Se aboga en el presente por una “conciencia verde“, por prácticas de reciclaje, por una “economía circular“, por el activismo de todos y cada uno de nosotros en el cuidado del planeta, sea una niña preocupada ejemplar y mediáticamente por el negro futuro que les aguarda a las nuevas generaciones si no cambiamos nuestro contaminante estilo de vida o esos grupos de voluntarios que se forman esporádicamente para limpiar de desechos una playa o retirar la basura acumulada en un bosque o un monte.
En una época donde los mandobles políticos están a la orden del día, aunque con mucha menos clase e inteligencia que en tiempos pasados, cualquier gesto de conciliación entre las dos Españas es de agradecer. Por ello cobra relevancia la amistad y el buen rollo que se profesan el cantante Willy Bárcenas y el trapero Cecilio G en unas conversaciones emitidas por Vodafone.
El pasado 13 de octubre casi nadie conmemoró el fusilamiento de Francisco Ferrer Guardia; el que podemos llegar a considerar como “el primer influencer” de la historia de España.
El pasado 16 de febrero, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) anunció que Uganda había alcanzado oficialmente el millón de refugiados procedentes de Sudán del Sur. Si le sumamos el número de refugiados originarios del Congo y otros países limítrofes, la cifra llega hasta 1.400.000 personas.
«Piensa mal y te quedarás corto», dice un reciente refrán. A estas alturas de siglo, ya nadie duda ni tiene miedo de afirmar públicamente –sin ser tachado de lunático– que la intervención militar estadounidense en Afganistán (2001) e Irak (2003) fue por intereses económicos; es decir, una petroguerra que se justificó con muchísimas mentiras y falsedades para ganarse la opinión pública (como las no encontradas armas de destrucción masiva), y para dinamitar «legalmente» los principios de integridad territorial e independencia política de los Estados estipulados por la ONU en la carta de San Francisco; que en otras ocasiones han defendido a capa y espada como parte de su juego geopolítico: «Las guerras modernas se han convertido en la forma en que las naciones realizan sus negocios», afirmaba el militar alemán Colmar von der Goltz en el siglo XIX. Sin embargo… ¿qué son la geopolítica y la geoestrategia?
Pedro Baños (Fuente: geoestratego.com).
¿Por qué Japón no vería con buenos ojos la unificación coreana? ¿Por qué EE. UU. mira con recelos a China tras la creación de un sistema de transacción monetaria que no utiliza el dólar? ¿Qué intereses económicos hay en Libia? ¿Y en Siria? ¿Por qué los africanos ven con simpatía la expansión de China en su tierra y, en cambio, desconfían de los países occidentales? ¿Por qué este país asiático protege al gobernante sudanés Omar al Bashir, acusado de crímenes contra la humanidad? ¿Por qué, entre otras muchísimas preguntas que nos hayamos podido hacer analizando la actualidad o la historia, «con frecuencia, los Estados que muestran mayor interés por la conservación de la paz son los que acumulan más armamentos»? Pues bien, si quieren responder a estas y otras cuestiones, es muy recomendable el libro Así se domina el mundo: desvelando las claves del poder mundial (Ariel, 2017): «Los fuertes hacen lo que desean y los débiles sufren sus abusos», expresó no hace mucho tiempo el historiador griego Tucídides.
Firmado por el coronel del ejército español Pedro Baños, uno de los mayores expertos en geopolítica, relaciones internacionales, terrorismo, estrategia, defensa y seguridad del mundo, en este libro desvela las pretensiones, los objetivos y las tácticas que emplean los países más poderosos para influir, dominar y controlar el panorama internacional. Dividido en seis capítulos escritos de manera muy pedagógica, con numerosos ejemplos, alegorías, mapas e ilustraciones para comprender mejor las lecciones (y con subtítulos tan sugerentes como «El mundo visto como patio de un colegio» o «El que parte y reparte se queda con la mejor parte»), el autor comienza la obra explicando los conceptos clave del juego geopolítico para entender cómo es el mundo actual (la ambición, la hipocresía, la rivalidad, el ambiguo concepto de «rebelde», el uso de la violencia o, entre otros temas, las dificultades que tiene el diálogo para solucionar conflictos cuando la irracionalidad se apropia de alguna de las partes).
Geopolítica. Ilustración de Robert Maguire.
De esta forma, Baños se adentra en los principios constantes que han regido la geopolítica a lo largo de la historia (la situación de los recursos naturales en el planeta –coltán, oro, caucho…–, la energía –gas, electricidad, petróleo…– y el desarrollo tecnológico), con el propósito de entender por qué han sido y son fuente de conflictividad entre los países. A este respecto, además de analizar el papel que tendrán los recursos extraterrestres (de la Luna, de Marte, de satélites, etc.) como generadores de nuevos problemas entre las naciones, el estratega se apoya en numerosos hechos históricos universales para demostrar sus argumentos (desde las guerras Púnicas –s. III-II a. C.– hasta la actual situación en Ucrania y Rusia, pasando por los conflictos en Oriente Medio, las raíces de la I y II GM, la guerra de Cuba, los intereses que hubo para atacar Libia, los que hay actualmente en Siria, etc.).
Baños se adentra en los principios constantes que han regido la geopolítica a lo largo de la historia con el propósito de entender por qué han sido y son fuente de conflictividad entre los países.
Asimismo, entre otros interesantes temas que descubrirán sumergiéndose en la lectura, el autor nos revelará las extrañas, interesadas y efímeras alianzas entre países (Japón y Alemania, la URSS y los nazis, EE. UU e Irak, Rusia y EE. UU. etc.) y por qué «en las guerras futuras se multiplicarán las hostilidades financieras, en las que un país será subyugado sin que se derrame una gota de sangre». También, a lo largo de las páginas, podrán comprender a través de innumerables ejemplos históricos, las infalibles artimañas y estrategias que han llevado a cabo los Estados más fuertes –de toda índole política e ideológica–, y algunas organizaciones terroristas (como Daesh, Hamás, etc.), para conseguir sus objetivos (intimidaciones, controles, manipulaciones, disuasiones, engaños, operaciones de falsa bandera, cercos, espionajes, desinformaciones, presiones, abusos, divisiones, debilitamientos, dominaciones, interferencias, fraudes, trampas, mentiras y un largo etcétera): «El enemigo con problemas internos está maduro para ser conquistado», señaló hace poco el teórico de la política italiano Nicolás Maquiavelo.
Finalmente, Baños profundiza en los errores geopolíticos que han provocado que los países se tropiecen una y otra vez contra la misma piedra, imposibilitando el alcance de sus objetivos: como la ignorancia sobre la idiosincrasia de los pueblos (por ejemplo, Afganistán, Vietnam, Somalia, Rusia, etc.), la subestimación del enemigo, la exposición de las debilidades, el exceso de información y de confianza o la carencia de flexibilidad, entre otros. Por último, nos expone «los pecados capitales de la geopolítica» (el egoísmo, la soberbia, la avaricia, la gula, la pereza, la ira, la envidia e incluso la lujuria) como desencadenantes de los conflictos internacionales: «Las pasiones y las motivaciones humanas han cambiado poco en el transcurso de los milenios», dijo el periodista y analista político Robert D. Kaplan.
En definitiva, como afirma el autor, si quieren estar «alerta y no acabar manejados como meros títeres en manos de los grandes artífices del mundo»; si buscan conocer aún más la condición humana y saber cómo funciona el mundo desde el punto de vista geopolítico; por qué hay tantas desigualdades, injusticias e hipocresía, cuáles son las causas de los enfrentamientos actuales, de las guerras pretéritas y futuras, cómo nos afectan las decisiones de nuestros gobernantes, o las que emiten los que gobiernan a nuestros políticos y economistas… esta obra –que muy pronto se convertirá en un clásico de las relaciones internacionales– es una magnífica oportunidad para responder a sus inquietudes.
Este artículo ha sido reproducido aquí con el permiso expreso de Homo Viator
Siguiendo en la línea del anterior artículo, algo surge en nuestro interior, propio de la condición humana e inherente a ella a pesar de los siglos y del progreso. Una vez que hemos conseguido creer que tenemos razón absoluta, entonces surge repentinamente uno de los estados más detestados por cualquier ser que pueble la tierra.
Surge el miedo a la posibilidad. ¿A qué posibilidad?
A toda aquella que pueda en cualquier momento y de cualquier forma hacernos despertar y darnos cuenta de que es posible que estemos equivocados. De que es posible que nuestra razón no sea una roca imperecedera, de que sus argumentos se desmoronen a la luz de lo ajeno y se desmenucen en finas láminas para acabar diluyéndose en un segundo, o varios, como la arena que se pierde entre nuestros dedos, frágil, en silencio, rítmicamente. El miedo a que la ley de la gravedad haga caer aquello que era indestructible. Miedo al sonido de las trompetas que hicieran caer nuestros muros de Jericó. Miedo a ver nuestra razón amenazada por la posibilidad de no ser una verdad irrefutable, innegable e imperecedera.
Vivimos en una sociedad que ha desterrado la necesaria posibilidad de estar equivocado, de errar y de, por qué no, aceptar la probabilidad del fracaso en aquello que se comienza. Todo se nos debe ofrecer y todo ha de ser conseguido sin asomarnos a la posibilidad de lo contrario, pues se nos ha inoculado de manera incesante el axioma que obliga a la vida a hacernos perennemente felices por la única razón de creernos merecedores de ello.
De un tiempo a esta parte, el discurso político-social se ha radicalizado, y no sólo en estas vertientes, sino que lo ha hecho en cualquier lugar donde la sociedad haya colocado su imperfecta presencia. Hemos elevado nuestras causas a los altares de las verdades irrefutables que no pueden, bajo ningún concepto, dar espacio a lo contrario. Sigue leyendo
La figura del soldado que regresa al hogar conforma un auténtico leitmotiv a lo largo de la historia de la narrativa occidental. Desde el Ulises de Homero al Travis Bickle (Taxi Driver) de Scorsese, podemos encontrar numerosos ejemplos de este arquetipo literario. La serie The Americans y la película Zero Dark Thirty muestran cómo el fenómeno de la guerra moderna (la guerra fría y el terrorismo internacional islamista) trastoca algunos de los conceptos nucleares de la temática del retorno del soldado al hogar.